Esperábamos ansiosos la llegada de la fecha señalada. La expectativa era tremenda. Meses de planificación y de una decidida campaña de promoción e inspiración llegaban a su punto culminante. Los materiales habían sido preparados con mucha anticipación. Se había dado toda la instrucción para lograr un éxito completo. Millares de oraciones se habían elevado al trono de Dios. Ahora quedaba la parte vital: lanzar la campaña y trabajar arduamente para que sus resultados fueran grandes. Y el día anhelado llegó:
Se trata de la primera gran campaña de evangelización coordinada del Año de la Juventud: la Semana Santa. La experiencia de años anteriores había enseñado lecciones valiosísimas. Sobre todo, estábamos seguros de que había pocas fechas tan propicias para lanzar una campaña como ésa.
En el momento de escribir este comentario, estamos de regreso en la oficina, luego de participar en la realización de dicha campaña en la Unión Sur del Brasil. Durante tres semanas recorrimos ciudades, visitamos iglesias y conversamos con infinidad de predicadores y laicos para hacer los arreglos finales. La labor de los directores de la Asociación Ministerial de la unión nombrada y de los campos locales, fue excepcional.
Pocas horas después de la última reunión de esa semana, nos entrevistamos con varios pastores y laicos que estaban vibrando de emoción por lo que se había logrado. El impacto que causaron en nosotros aquellos rostros felices ha sido enorme. “Tuvimos 25 centros de predicación en nuestro distrito”, nos decía entusiasmado un pastor. “Todos los adventistas tuvieron que quedar afuera para dar lugar a las visitas”, comentaba un joven laico que llevó a cabo la campaña en el salón de actos de una escuela. “Tuvimos un solo problema —dijo un tercero— temíamos que el salón se desplomara por la cantidad enorme de gente que asistió; el edificio comenzó a crujir en forma alarmante”. La esposa del director del Departamento de Jóvenes de una asociación nos contaba, eufórica por la experiencia vivida, que dos semanas antes de la fecha fijada para comenzar la campaña, ella aún no había decidido participar. Sin embargo, un día sintió el llamado para hacerlo. Animó a un grupo de jóvenes y señoritas para que juntos formaran un equipo. Lo hicieron, consiguieron el salón para celebrar las reuniones y se organizaron debidamente: unos se encargarían de la propaganda, otros de la música y un tercer grupo de la predicación, proyecciones de diapositivas, etc. Al finalizar la etapa intensiva de la campaña, todos los componentes del grupo rebosaban de verdadera alegría porque los resultados habían sido inspiradores. Verdaderamente, la alegría de sembrar y cosechar para la causa del Señor supera toda otra satisfacción.
No ha sido ésta una experiencia exclusiva de la unión a la cual nos referimos. Noticias que llegan de todas partes nos hablan del mismo fervor y entusiasmo y los mismos resultados en todo el territorio de la División Sudamericana.
Vale la pena detenerse a analizar las múltiples bendiciones recibidas por cada uno de los hermanos que participaron, por la iglesia como un todo y por quienes asistieron a los programas.
- Los que participaron tuvieron su experiencia espiritual fortalecida y profundizada al prepararse espiritual e intelectualmente para las reuniones. Quienes trabajan en favor de los demás obtienen preciosas bendiciones. Elena G. de White menciona, entre otras, las siguientes: “Crecen mientras tratan de ayudar a otros” (Servicio Cristiano, pág. 331). “Llegan a identificarse más y más con Cristo en todos sus planes. No hay lugar para el estancamiento espiritual” (Id., pág. 332). “Cada rayo de luz que arrojemos sobre otros se reflejará en nuestros corazones” (Id., pág. 333). Hasta se habla de revitalización física: “El placer de hacer bien a otros imparte un ardor a los sentimientos que electriza los nervios, vivifica la circulación de la sangre y estimula la salud física y mental” (Id., pág. 334).
- La iglesia sacude su modorra cuando hay un plan que significa un verdadero desafío y cuando éste viene acompañado de la correspondiente inspiración. Entonces toda la iglesia se pone en actividad: la tesorería está involucrada, porque hay gastos; el coro, al ensayar y prepararse para la campaña, se reanima; a fin de que el local esté en condiciones, se repara el telón, el equipo de amplificación y se mejora el aspecto general del templo; los oficiales de actividades laicas se movilizan organizando la campaña; y, luego, jóvenes, adultos y aun niños se lanzan a la ejecución del plan. Cuando hay un terremoto a medianoche, sólo los anormales quedan en cama… Cuando un terremoto espiritual positivo sacude a la iglesia, todos se agilizan y despiertan. En una iglesia que visitamos en los días previos a la campaña se había “resucitado” a 22 proyectores, algunos de los cuales ya se habían herrumbrado por el desuso, otros estaban descompuestos y los restantes ocupaban un lugar no muy honroso, junto a los objetos inservibles de la casa. Todo este equipo fue reacondicionado y volvió a ser utilizado. Pero no sólo los proyectores fueron puestos en acción, sino muchos talentos escondidos o ignorados también salieron a luz y fueron colocados sobre el altar del servicio. El beneficio que una resurrección como ésa puede traer a la iglesia es incalculable.
- Como es natural, la bendición suprema está representada por las decenas, centenas y millares de almas que podrán ser ganadas a través de la predicación cristocéntrica realizada durante la Semana Santa y en las reuniones sucesivas. Calculamos en alrededor de 8.000 los centros de predicación que fueron organizados. No es posible saber cuántos asistieron ya que hubo congregaciones tanto de miles como de un puñado de oyentes. No obstante el impacto espiritual ha sido notable. Si el trabajo se prosigue a conciencia y con dedicación, veremos una cosecha asombrosa.
Y ahora, en párrafo aparte, queremos compartir la alegría que experimentamos al ver la participación de obreros que jamás en su vida habían ocupado un púlpito de evangelización y que ahora manifestaban su felicidad por tan bendita experiencia: presidentes, tesoreros, jefes de industrias, profesores, directores de departamentos, secretarias, cajeros, estudiantes de teología; algunos haciendo sus primeras armas en el evangelismo y otros desempolvando talentos abandonados. En la División Sudamericana sólo el 12,6% del ejército de obreros está empeñado en obra pastoral y evangélica directa. ¿Qué pasará cuando el restante 87,4% asuma también una responsabilidad definida en la evangelización del mundo? Ya nos hemos referido a ello en estas mismas columnas hace poco. Sin embargo, debemos insistir en el tema porque creemos que el secreto para que “millares” sean “convertidos en un día” consiste en la acción armoniosa. Este factor es tan indispensable para el éxito de la misión de la iglesia hoy como lo fue en sus comienzos. “Mientras [los discípulos] continuaran trabajando unidos, los mensajeros celestiales irían delante de ellos abriendo el camino; los corazones serían preparados para la recepción de la verdad y muchos serían ganados para Cristo. Mientras permanecieran unidos, la iglesia avanzaría “hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden’ ” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 75).
Orden y unidad son las expresiones claves en este párrafo de la mensajera del Señor. Repetimos, el éxito de la misión de la iglesia depende de que haya orden en la programación y unidad en la acción. Unidad en la programación, orden en la acción.
El pueblo de Dios en Sudamérica tendrá que enfrentar serios obstáculos en los meses o años futuros. Esos obstáculos aparecerán tanto en el ámbito externo como en el interno. Los obstáculos externos surgirán como fruto de la oposición decidida de los enemigos que pretenderán trabar la marcha de la causa, como lo anticipan las profecías bíblicas. Serán dificultades muy graves y solamente se las podrá vencer con el poder del Espíritu Santo que —según está prometido— caerá sin medida sobre la iglesia precisamente en ese tiempo.
Seguramente los más duros escollos serán los de carácter interno. Entre ellos, los problemas propios de una iglesia que crece y que adquiere notoriedad e importancia. Siempre existe el peligro de perder de vista la razón de nuestra existencia como iglesia. Esto podría llegar a suceder si en vez de poner especial énfasis en cumplir nuestro cometido espiritual, lo ponemos en buscar y ponderar el progreso material, reflejado en nuestros edificios de ladrillos o de concreto. Quizá este fenómeno ya está haciendo su aparición y tiende a agigantarse día a día. Cuidémonos de que no se transforme en una especie de rémora que pueda terminar hundiendo aquello a lo cual se adhiere.
Vemos con preocupación los temarios de algunas juntas tanto de iglesias locales como de organizaciones en otros niveles. ¡A veces parecen agendas de una institución comercial o industrial! Los asuntos a considerar se refieren mayormente a presupuestos, adquisiciones, ampliaciones; en cambio aparecen pocos planes tendientes a alcanzar blancos de almas más elevados. A veces hasta se esboza alguna sonrisita incrédula o burlona en ciertas juntas, cuando se presentan planes misioneros de envergadura. Los informes de las comisiones de planes generalmente son aprobados en conjunto, lo que puede dar la impresión de que no interesan mayormente. Los informes de los evangelistas son generalmente considerados como “inflados”, etc.
Gracias a Dios que hay juntas de las otras; las que vibran con un plan de evangelización; las que dicen “amén” cuando se dan informes de alguna victoria lograda para el Señor; las que administran bien los bienes de la iglesia pero que tienen como preocupación primordial terminar la obra de proclamación del Evangelio.
“Estamos aquí para cambiar la historia y las estadísticas de la iglesia”, decía un evangelista a los asistentes a un concilio de integración en que el énfasis era puesto en la necesidad de una acción coordinada. Ese cambio de la historia tiene que ver con el rumbo que imprimimos a nuestra actividad y al blanco que nos proponemos alcanzar. El cambio de las estadísticas vendrá como resultado. No nos interesará tanto la semilla sembrada, ni las hectáreas aradas sino la cosecha final que vendrá a llenar el alfolí del Señor. En otras palabras, las almas que han ingresado en el pueblo remanente, gracias a la predicación del mensaje adventista.
“¿Quién es ésta que se muestra como el alba, hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden?” (Cant. 6:10). Es la iglesia que tiene el mensaje final para el mundo y que lo proclama porque sabe cuál es su objetivo, y que en perfecto orden y plenamente unida se empeña en lograrlo por la gracia de Dios. Esa es la iglesia victoriosa que siente la felicidad de llevar pecadores a los pies de la cruz y lo hace gozosa porque es su cometido supremo. Esa es la iglesia que triunfará gloriosamente. Edifiquemos juntos una iglesia tal.