Cómo armonizar las tensiones entre la proclamada inminencia y la aparente demora.

            Hace algunos años, al regresar de un largo viaje, fui, cariñosamente recibido por mi familia, excepto por William, hijo menor. Mi esposa me explicó que, durante mi ausencia, él había sentido mi falta y hasta había enfermado por esa razón. Por eso se escondía de mí. Pero duró poco tiempo. Con el entusiasmo recuperado, me dijo: “Papá, ¡ya sé qué voy a ser cuando sea grande! Voy a ser piloto, y vamos a tener nuestro propio avión. Así, vamos a viajar juntos y voy a estar contigo donde tú estés”. La idea de William me par­tió el corazón, pero reflejaba su fuerte deseo de estar siempre juntos, como familia.

            El movimiento adventista es una fami­lia espiritual mundial (de acuerdo con Efe. 2:19), que siente nostalgia por la presencia física de Jesús y espera su regreso. Durante el ministerio terrenal de Cristo, los discípu­los le pidieron: “Dinos cuándo serán estas cosas y qué señales habrá. de tu venida y de la consumación del siglo” (Mat. 24:3).

            Antes de la ascensión, los discípulos nuevamente abordaron la misma temática: “Señor, ¿restaurarás el reino de Israel en este tiempo?” (Hech. 1:6). Ya han trans­currido aproximadamente dos mil años, y todavía Jesús no regresó.

EXPECTATIVA INMINENTE

            El Nuevo Testamento habla de la lite­ral y visible segunda venida de Cristo, que ocurriría en un futuro próximo, pero no tan próximo. Desde la perspectiva de próximo, Cristo afirmó que “no acabaréis de reconocer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre” (Mat. 10:23); “Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino” (Mat. 16:28; 1 Ped. 1:16-18); “No pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Luc. 21:32); y “Ciertamente vengo en breve” (Apoc. 22:20). El apóstol Pablo reflejó la misma visión en la expresión inclusiva: “Nosotros, que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor […]” (1 Tes. 4:15).

            Desde la perspectiva del no tan próxi­mo, Jesús mencionó algunas señales del fin, y advirtió: “Pero todavía no es el fin” (Mat. 24:4-6). A esta afirmación, le agregó la siguiente profecía: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio de todas las naciones; y enton­ces vendrá el fin” (vers. 14). En el mismo tono, el apóstol Pablo afirmó que la segun­da venida de Cristo no ocurriría antes de la gran “apostasía” y la manifestación del “hombre de la iniquidad, el hijo de la perdi­ción” (2 Tes. 1-12).

            Muchos eruditos han intentado solu­cionar la tensión entre esos dos tipos de declaraciones sobre la Segunda Venida y el establecimiento del Reino de Dios. Johannes Weiss y Albert Schweitzer pro­pusieron un tipo de “escatología frustrada”. Establecieron que “no hay fases” de la ve­nida del Reino de Dios. Weiss argumentó —en 1892— que “en algún período inicial de su ministerio, Jesús creyó que la venida del Reino tarde o temprano ocurriría”. De esa manera, “bajo la presión de ciertas circuns­tancias, Jesús se convenció de que el fin había sido aplazado”.[1]

            En la misma línea de pensamiento, Schweitzer sugirió, en 1906, que la expec­tativa mesiánica inicial de Jesús era que enseguida sería “sobrenaturalmente remo­vido y transformado”, y entonces “revela­do como Hijo del Hombre” en la Parousía. Pero el incumplimiento de la promesa de Mateo 10:23 frustró sus planes, y esto se transformó en “el primer aplazamiento de la Parousía”. Para Schweitzer, toda la historia del cristianismo “está fundamentada en la demora de la Parousía, el abandono de la escatología, el progreso y la terminación de la ‘desescatologización’ de la religión que estaba relacionada con ella”.[2]

            Por contraste, C. H. Dodd defendió una escatología comprendida, argumentando en 1936 que el contenido del mensaje de Jesús no fue la futura venida y un reino futuro, sino uno que ya había llegado.[3]

            Evitando esas perspectivas unilaterales, Geerhardus Vos y George E. Laad argu­mentaron a favor de la perspicaz escatolo­gía del ya y el todavía no, implicando que el Reino de Dios ya está presente, pero no ple­namente instaurado. En 1930, Vos sugirió que “el mundo por venir” ya está “realizado en principio”, y coincide con “esta era, o mundo”, de la resurrección de Cristo a la Parousía.[4] Para Laad, “en el corazón de la misión de Jesús había una lucha espiritual con los poderes del mal. En la persona y la misión de Jesús, el Reino de Dios debía conquistar al reino de Satanás”, a punto tal que “la muerte de Jesús fue un acto de Satanás y un acto en el cual él venció al enemigo”. De esa manera, el tiempo entre la resurrección de Cristo y su Parousía es “un tiempo que trasciende dos eras”.[5]

            De regreso a 1888, Elena de White en­fatizó una doble comprensión del Reino de Dios, al explicar que la expresión “Reino de Dios” es empleada en la Biblia para designar el Reino de la gracia y el Reino de la gloria. La proclamación: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado” (Mar. 1:15) se refería al Reino de la gracia, “estableci­do en la muerte de Cristo” y caracterizado por la “actuación de la gracia divina en el corazón de los hombres”. Pero el Reino de la gloria (Mat. 25:31, 32) todavía está en el futuro, y no será instalado antes de la se­gunda venida de Cristo.[6]

            De esa manera, los hijos de Dios todavía están en el mundo sin ser del mundo (Juan 17:14-16). En Cristo, ya habitan “en los lu­gares celestiales” (Efe. 2:6)[7] y experimentan “los poderes del mundo venidero” (Heb. 6:4; 2 Cor. 5:17; Gál. 1:4; Col. 1:13, 14).

            Pero, si el Reino de la gracia fue esta­blecido sin demora alguna en ocasión de la muerte de Cristo, en el medio de la 70a se­mana de Daniel 9:24 al 27 (Gál. 4:4), ¿pode­mos hablar de demora de la Segunda Venida y, como consecuencia, del establecimiento del Reino de la gloria?

EL DILEMA DE LA DEMORA

            La Biblia asegura que en Dios “no hay mudanza, ni sombra de variación” (Sant. 1:17), y que su propósito prevalece siem­pre (Prov. 19:21) y no puede ser frustrado (Job 42:2). Respecto de la Segunda Venida, Cristo mismo estableció que Dios, el Padre, sabe “el día y la hora” en que ese evento tendrá lugar. Elena de White afirma: “Como las estrellas en la vasta órbita de su derro­tero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora”.[8]

            Por otro lado, somos confrontados con la noción de una “demora” de la Segunda Venida. En la parábola de las vírgenes sa­bias e insensatas, Cristo declaró; “Y tardándose [del griego chronizontos] el esposo, cabecearon todas y se durmieron” (Mat. 25:5). Comentando sobre 2 Tesalonicenses 2:3: “Porque no vendrá sin que antes ven­ga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición”, Elena de White escribió que la Segunda Venida “no podría ocurrir antes” del final de los 1.260 días/años en 1798.[9] [10]

            Ha habido diferentes intentos por solu­cionar esta tensión. Con énfasis en el esfuer­zo humano, eventualmente los adventistas se transformaron en un grupo convencido de que la Segunda Venida es un evento que ocurrirá recién cuando el mensaje del ad­venimiento sea predicado a todo el mundo (Mat. 24:14; Apoc. 14:6-7).[11] Pero algunos au­tores han avalado el así llamado “Principio de la cosecha”, sugiriendo que la Segunda Venida tendrá lugar solamente cuando el pueblo de Dios alcance el nivel de perfec­ción completa.[12]

            Observando el cuadro a partir de la perspectiva divina, varios autores creen que no existe una demora real de la Segunda Venida. Por ejemplo, en el libro The Apparent Delay [La tardanza aparen­te], Amold V. Wallenkampf argumenta: “Al decir que Dios aplaza la segunda venida de su Hijo por causa de nuestra frivolidad, nosotros lo destituimos de su presciencia y omnisciencia. Haciendo esto, rebajamos a nuestro Dios a nuestro nivel”.[13] Mario Veloso sugirió que únicamente habría demora si Cristo “hubiera anunciado el tiempo de su venida”, y si no hubiese más eventos históri­cos por manifestarse antes de su aparición.[14]

            Al tratar con las dos perspectivas, Ralph E. Neall admitió que no se sentía confortable con el intento de armonizar la tensión en los escritos de Elena de White sobre el asunto, “excepto, tal vez, por sugerir que el tiempo del fin es fijado desde el punto de vista de Dios; pero la demora, desde el de los hom­bres”.[15] Al estudiar aquellos escritos, Neall comprendió que, en el pensamiento de la escritora, “el Señor está esperando que la iglesia finalice la proclamación de los tres mensajes angélicos, junto con su enseñanza paralela de que la iglesia debe proclamar el mensaje porque el Señor viene pronto” .[16]

            ¿Deberíamos, simplemente, vivir con esa tensión no solucionada, o existe algo que pueda iluminar este asunto tan complejo?

PRESCIENCIA DIVINA

            Fundamental para toda esta discusión es la interacción entre la libertad humana y la presciencia divina.[17] Quienes creen que la presciencia divina es causativa normal­mente también aceptan la doble predestina­ción y terminan negando cualquier demora de la Segunda Venida. Los que aceptan el proceso de la teología, tienden también a creer que la presciencia de Dios es causa­tiva; pero dejan lugar para el libre albedrío humano al negar que Dios realmente co­nozca el futuro de las decisiones humanas, y afirmar que meramente conoce sus posi­bilidades.[18] Sin embargo, si concordamos en que la presciencia de Dios es absoluta pero no causativa,[19] entonces habrá lugar para una demora de aquel evento.

            De acuerdo con Siegfried J. Schwantes, “la visión bíblica de la historia rechaza el determinismo casual, ¿cómo debilitando la responsabilidad personal”[20]

            En la Biblia, existe una interacción constante entre la soberanía de Dios y la responsabilidad moral del ser humano por sus propias acciones. Dios mismo “alteró los detalles de sus planes por causa de la perversidad humana, y algunas veces por causa de su arrepentimiento”,[21]como que­da bien ilustrado en el caso del Diluvio (Gén. 6:1-8) y de la ciudad de Nínive (Jon. 3). Pero ningún ajuste temporal o local puede tomar a Dios por sorpresa ni frustrar sus objetivos finales (ver Dan. 4:32).

            La noción de que la presciencia divina es absoluta, aunque no causativa significa que “las libres acciones no tienen lugar porque estas son previstas; sino que son previstas porque deben tener lugar.[22]

            Desde una perspectiva más práctica, Dios sabe si yo seré salvo o si estaré perdido; y aun así, soy libre para elegir mi propio destino. De esa manera, Dios sabe exactamente cuándo vendrá Cristo, aunque el tiempo en el que ese evento ocurrirá sea, por lo menos parcialmente, dependiente del comporta­miento y de la acción humanos. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que nin­guno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9).

ARMONIZANDO TENSIONES

            La discusión precedente sugiere que la tensión entre las varias declaraciones del Nuevo Testamento sobre el Reino de Dios puede ser armonizada por los conceptos ya y todavía no, y la doble visión de un presente Reino de la gracia que precede al futuro Reino de gloria. La tensión entre el hecho de que Dios sabe el tiempo de la venida de Jesús y la demora de ese evento puede ser armonizada por la noción de que la presciencia de Dios es absoluta, pero no causativa. Sin embargo, alguien todavía po­dría preguntar por qué esas tensiones han sido dejadas en el Nuevo Testamento ¿No podría la Biblia ser más explícita sobre esas cuestiones?

            Debemos comprender que “algunos pasajes de las Escrituras nunca serán per­fectamente comprendidos hasta que, en la vida futura, Cristo los explique”;[23] y que nuestra naturaleza pecaminosa limita nues­tra comprensión de la verdad (Juan 16:12). En sus enseñanzas, Cristo buscó animar y preparar a sus discípulos para el futuro, sin engañarlos “con falsas esperanzas”.[24] Se nos dice que, mientras respondía a la inquietud de los discípulos: “Dinos cuándo serán estas cosas [la destrucción de Jerusalén] y qué señal habrá de tu venida y de la consuma­ción del siglo”, Jesús “mezcló la descripción de esos dos eventos, de modo que no los desanimara”. [25]

            La esperanza bíblica está apoyada en un diálogo entre la escatología del mundo (vers. 29-31) y la escatología de la Venida de una Persona (Heb. 9:27). Cristo no so­lamente advirtió: “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mat. 24:42), sino además contrastó al siervo fiel que espera el inminente retor­no de su señor (vers. 43-47) con el siervo negligente, que dice: “Mi señor se demo­ra en regresar” (vers. 49-51). Esa bendita esperanza ha alegrado los corazones de generaciones pasadas, y debe hacerlo con nosotros. Así como mi hijo esperó por mí, también nosotros debemos esperar por la venida del Maestro.

Sobre el autor: Director asociado del Patrimonio Literario de Elena G. de White, Estados Unidos.


Referencias

[1] Johannes Weiss, Richard H. Hiers y D. Larrimore Holland, eds., Jesus’ Proclamation of the Kingdom of God (Philadelphia: PA: Fortress, 1971), pp. 73, 85, 86.

[2] Albbrt Schweitzer, The Ouest of the Historical Jesus (Mineola, NY: Dover, 2005), pp. 356-358, 363.

[3] C. H. Dodd, The Apostolic Preaching and its Development (Chicago: Willett, Clerk, 1937), pp. 142-149

[4] Geerhardus Vos, The Pauline Eschatology (Philipsburg, NJ: P&R, 1994), pp. 38, 39.

[5] George Ladd, A Theology of the New Testament (Cambridge: Lutterworth, 1994), pp. 66, 67, 192, 713.

[6] ‘Elena de White, El conflicto de los siglos, pp. 346, 347.

[7] ‘Ver Camilo Martínez, Davarlogos 2, N° 1 (2003), pp. 29-45.

[8] White, El Deseado de todas las gentes, p. 23.

[9] _____, El conflicto de los siglos, p. 356.

[10] _____, El evangelismo, pp. 694-697.

[11] P. Gerard Damsteegt, Foundations of the Seventh­day Adventist Message and Mission (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1977), pp. 271-293.

[12] Herbert E. Douglass, Perfection: The lmpossible Possibility (Nashville, TN: Southern Publishing Association, 1975), pp. 9-56; C. Mervyn Maxwell, en The lmpossible Possibility pp. 137-200; Douglass, Why Jesus Waits (Washington, DC: Review and Herald, 1976).

[13] Arnold V. Wallenkampf, The Apparent Delay: What Role do we Play in the timing of Jesus’ Return? (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1994), pp. 91, 92.

[14] Mario Veloso, Ministry (diciembre 1996), pp. 6-8.

[15] Fialph E. Neall, “The Nearness and the Delay of the Parousía in the Writings of Ellen G. White” (Tesis de PhD, Andrews University, 1992), p. 246.

[16] __________, How Long, Oh Lord? (Hagerstown, MD: Review and Herald, 1988), p. 114.

[17] Ver James K. Beilby, Divine Foreknowledge: Four Views (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2001), p. 32.

[18] Clark Pinnock, The Openness of God (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1994), p. 32.

[19] Steven C. Hoy, How Mich Does God Foreknow? (Downers Grove, IL: IVP Academic, 2006), p. 32.

[20] Siegfried J. Schwantes, The Biblical Meaning of History (Mountain View, CA: Pacific Press,1970), p.32.

[21] George E. Shankel, God and Man in History (Nashville, TN: Southern Pub. Ass., 1967), p. 205.

[22] Augustus H. Strong, Systematic Theology (Valley Forge, PA: Judson Press, 1907), p. 286.

[23] White, Obreros evangélicos, p. 312.

[24] White, Los hechos de los apóstoles, p. 21.

[25] ______, El Deseado de todas las gentes, p. 628.