Los fariseos buscaban la distinción por medio de su escrupuloso formalismo ceremonial, y por la ostentación de sus actos religiosos y limosnas. Probaban su celo religioso haciendo de la religión el tema de sus discusiones. Largas y ruidosas eran las disputas entre sectas opuestas, y no era raro oír en las calles la voz airada de sabios doctores de la ley empeñados en acaloradas controversias.

Todo esto contrastaba con la vida de Jesús, en la que nada se vela de ruidosas disputas, ni de adoración ostentosa, ni de actos con que cosechar aplausos. Cristo estaba oculto en Dios, y Dios se revelaba en el carácter de su Hijo. A esta revelación Jesús deseaba encaminar el pensamiento de su pueblo.

El sol de justicia no apareció a la vista del mundo para deslumbrar los sentidos con su gloria. Escrito está de Cristo: “Como el alba está aparejada su salida”. Suave y gradualmente raya el alba, disipando las tinieblas y despertando el mundo a la vida. Así también nacía el Sol de Justicia, trayendo “en sus alas… salud” (Sanidad Moral y Física, pág. 32)-