Una mujer que se había apartado completamente de las enseñanzas y el ejemplo de su hogar cristiano se hallaba cenando, lujosamente vestida y rodeada de amigos alegres y mundanos, cuando se presentó el mayordomo, portador de una bandeja con una nota. La mujer tomó el papel, lo leyó y se retiró de inmediato. A poco regresó vestida con ropas de mucama: un vestido negro con cuello y puños blancos. Los invitados creyeron que se trataba de un novedoso modo de entretenerlos; pero sus bromas y risas cesaron pronto cuando la mujer les dijo: “Me voy a casa. Mi madre se está muriendo y cree que soy una mucama.” Y mirando a los concurrentes con desprecio, rencor y remordimiento agregó: “¡Y Dios quisiera que lo fuese!”
La responsabilidad
Cuando le preguntaron aDaniel Webster cuál era el pensamiento más importante que había abrigado en su mente, respondió: “Mi responsabilidad hacia Dios.” La vida es un gran viaje con un hermoso destino que suele quedar a veces oculto por nubes o nieblas. Pero cuidemos nuestros pasos y vivamos pensando en responder ante Dios en el alto y solemne sentido bíblico:
Soy amo de mi suerte, capitán de mi alma.
Libra bien la batalla, sin esperar que otro luche o sufra en tu lugar. Haz que el hombre de hoy sea amigo, y no enemigo, del hombre de mañana.
La bondad no sólo ayuda al individuo—física, mental y espiritualmente—sino que beneficia también el hogar, la iglesia, el vecindario. Obra maravillas en nuestro viejo mundo.
Una buena hermana adventista vivía en uno de los estados centrales de Norteamérica. Su esposo era un borracho que todas las noches se reunía con los demás parroquianos para beber. Pero la esposa oraba y esperaba; y así pasó días, semanas, años confiando en la promesa de que si ella seguía siendo buena, algo sucedería. Queridos amigos, ¿cuánto tiempo oráis vosotros? ¿Abandonáis demasiado pronto el brazo del Señor? Os aseguro que Dios no defraudará al escogido que clame a él día y noche. Lo recompensará cuando llegue el momento, para su sorpresa y del modo más inesperado.
La esposa continuaba siendo bondadosa y comedida, pero el hombre iba de mal en peor. Hasta que una medianoche, mientras se hallaban bebiendo, él y sus amigotes empezaron a discutir. ¿Por qué llevarán los hombres a sus labios el licor enemigo que les roba el cerebro? Hombres que por lo común son buenos y amables se vuelven bestias cuando penetra ese veneno en sus organismos. Los hombres discutían y discutían, y de todos los temas que existen eligieron el de cuál de ellos tenía mejor esposa. Cada uno quería ganar a los otros; finalmente nuestro hombre dijo:
—Uds. no saben lo que dicen. Yo tengo la mejor esposa del mundo.
Los otros lo miraron.
—¿Qué dices?
—Lo que han oído. Y si no me creen, vengan a mi casa y se lo haré ver.
—Pero, ¡es medianoche! No nos atrevemos.
—No importa qué hora sea. Vengan conmigo ahora mismo y les enseñaré.
Y los viejos borrachos salieron por la calle haciendo eses, subieron los escalones y penetraron en la casa. El marido llamó a la esposa con un juramento, ordenándole que bajase. Ella, recién despierta, contestó:
—Un momento, querido. En seguida bajo.
Como tardara porque tenía que vestirse, él volvió a llamarla con una maldición:
—Te digo que bajes. ¡Apresúrate!
—Bien, querido. Ya voy.
Y cuando estuvo abajo los hombres vieron con asombro la diferencia que existía con lo que sucedía en sus casas. El marido le dijo:
—Tenemos hambre. Haznos algo de comer. Estos son mis amigos.
—Con mucho gusto lo haré—contestó ella. —Siéntense en la sala, que vuelvo en seguida.
Entró en la cocina y pocos minutos después empezó a sentirse olor a comida. Con la bandeja preparada volvió a la sala, pero los hombres ya no estaban.
— ¡Cómo! —dijo ella. —Yo creía que tus amigos tenían hambre. ¿Qué sucedió?
—Es que no vinimos por eso.
—Entonces te entendí mal, querido, discúlpame. Yo creía que querían algo de comer.
—Sí, eso es lo que dije, pero no lo que me interesaba. Solo quería mostrarles algo.
—¿Qué era lo que te proponías mostrarles?
Entonces él le contó:
“Estuvimos discutiendo sobre quién tenía mujer más buena; yo afirmé que la mía era la mejor del mundo y ellos no querían creerme; pero después que vinieron aquí me dijeron que no necesitaban más pruebas; por eso se fueron.’ Luego, mirándola, agregó: “Querida, ¿cómo puedes ser tan buena conmigo, si yo soy tan malo?”
La oportunidad había llegado; ella contestó:
—Querido. Jesús va a venir pronto y entonces empezaré a ser feliz. No tendré más sufrimiento ni penas. Tú no piensas ir al cielo; por eso pienso que tu felicidad durará poco. ~ Lo más que estarás aquí será unos pocos años; hago lo que puedo por darte un poco de dicha porque sé que la tuya no durará mucho, mientras que la mía empezará para no terminar nunca. Yo voy a ir al cielo cuando venga Jesús.
Al escuchar estas palabras, el hombre recobró su juicio. Mirando el rostro de su esposa, le dijo:
—Si tú vas al cielo, yo iré contigo. Voy a dejar de beber. Nunca más probaré la bebida.
Y mantuvo su palabra. Empezó a estudiar la Biblia y asistir a la escuela sabática y los cultos. Me alegro de poder decirles que se bautizó y que ahora él y su esposa tienen un hogar que parece un rincón de cielo en esta tierra en lugar del infierno que fue por muchos años. No fue resultado de un estudio bíblico, ni de un curso por correspondencia. Se debió a que la esposa fue simplemente buena. “Un cristiano bondadoso y cortés es el más poderoso argumento que puede presentarse en favor del cristianismo.”—“Cospel Workers” pág. 122.— Adlai A. Esteb, en Winning Hearts Through Kindness.