Laura acababa de servir el postre, cuando su esposo, Jon, pastor y administrador retirado, nos miró y nos dijo: “Tengo algo que decirles desde el corazón. Como casado y como pastor, el mayor error que alguna vez he cometido fue creer en la idea de que las prioridades del ministerio deben ser Dios, la iglesia y la familia; en ese orden. Esa actitud destruyó mi matrimonio e hirió espiritualmente a mis hijos”. Cuando el matrimonio de un pastor fracasa, eso tiene consecuencias de largo alcance.

Un matrimonio roto hiere a Dios, a la familia, al ministerio, a la congregación y a muchos otros. Hace que las personas pierdan la confianza en Dios, en los pastores, en el amor y en las personas. “Cualquier cosa que hagan, cuiden el amor que se prodigan, y no dejen que el trabajo como pastor se interponga entre ustedes y su amor”. Hizo una pausa, y luego continuó: “A veces pasan cosas difíciles en el ministerio, y tienes que tomar decisiones complicadas entre tus prioridades. Si alguna vez tu familia queda herida por tu trabajo, o por las decisiones que has tomado, debes hacer todo lo posible, con Dios, para ayudar a sanar y aliviar lo heridos que pueden sentirse. De otra manera, la acumulación de golpes, desilusiones y resentimientos finalmente se interpondrá entre ellos y tú, y peor, entre ellos y Dios. No pienses que tienes que poner todas las necesidades de los miembros de la iglesia antes que las necesidades de tu familia. La iglesia es mejor cuando es un cuerpo, y hay otros que serán bendecidos por la oportunidad de encargarse hasta que puedas llegar allí. Pero tú Bernie, eres el más indicado para satisfacer las necesidades de tu propia familia. No puedes delegar esas responsabilidades que Dios te ha dado. Si no estás seguro acerca de poner las necesidades de tu familia antes que las de tu ministerio, bueno, lee 1 Timoteo 3:1 al 5”.

Su matrimonio ¿Está en riesgo?

Este artículo explora cómo el hecho de crecer en amor y unidad en su matrimonio puede ayudar a nutrir su amor por Dios y por los demás. Un vibrante e íntimo matrimonio lo ayudará a ser un pastor más eficaz, y un esposo más amante y comprensivo. No estamos diciendo que los pastores solteros deben casarse para poder entrar en el ministerio. Pero este artículo provee una renovada perspectiva acerca del matrimonio del pastor, con miras a los dones especiales y las oportunidades que Dios les ha dado.

Los administradores de la iglesia siempre han tenido buenas intenciones para sus pastores. El ministerio sigue siendo una elevada vocación espiritual, y los pastores tienen agendas cargadas. Algunos líderes están preocupados por el hecho de que los pastores dediquen demasiado tiempo a cuidar de sus hijos, en lugar de ministrar las congregaciones. Años atrás, mientras los pastores se dedicaban tiempo completo a cuidar de su rebaño y del ministerio, se esperaba que sus esposas se encargaran de las tareas diarias del hogar. Las esposas manejaban todo en el hogar, se encargaban de los niños, eran activas en la iglesia, y sus esposos hacían la “obra importante” del ministerio. Pero, a medida que pasaron los años, hemos experimentado muchas consecuencias extremadamente tristes de interponer la obra del ministerio entre el pastor y su familia.

Hoy, muchos matrimonios ministeriales enfrentan serias e insidiosas amenazas. La vida y el ministerio son más ocupadas que nunca. Tanto el pastor como la esposa pueden estar trabajando. La vida es mucho más compleja y demandante que hace cincuenta años. Las expectativas de la congregación y del liderazgo pueden ser mucho más altas que entonces. La agenda de los niños es agitada. Internet, los e-mails, y los teléfonos celulares hacen que los pastores puedan ser contactados en cualquier momento. Las esposas a veces aceptan responsabilidades extra en el hogar, para compensar a los sobrecargados pastores. El pastor puede incluso estar demasiado ocupado como para encontrar tiempo para una saludable vida devocional, para ejercitarse, para relajarse y para hablar con su esposa acerca de otra cosa que no sean las últimas emergencias hogareñas. Otros profesionales aprenden a dejar su trabajo en la puerta cuando llegan al hogar, pero el ministerio puede entrar en cada aspecto de las relaciones familiares. Como dijo una esposa de pastor con una irónica sonrisa: “He llegado a aceptar que él está realmente casado con la iglesia. Yo sencillamente soy la empleada doméstica”.

Apretar “pausa”

Necesitamos “presionar el botón de pausa” como pareja, reconectarnos, analizar nuestros valores y prioridades, y hablar acerca de cómo el ministerio afecta nuestras relaciones. Necesitamos redescubrir el ideal de “una sola carne” del matrimonio que Dios deseó que experimentáramos. Necesitamos entender el impacto emocional, relacional y espiritual del ministerio en nuestro matrimonio, y en cada uno, y descubrir cómo la teología práctica puede enriquecer nuestras relaciones en el hogar y en nuestras congregaciones. El tiempo dedicado a nutrir un matrimonio saludable, amoroso, comunicativo, feliz e íntimo es vital para desarrollar una relación saludable con Dios, con nuestro ministerio y con los que estamos en contacto. Nuestro matrimonio es el “centro de descubrimiento” para explorar la maravilla multidimensional del amor de Dios. Mientras más aprendamos acerca del amor profundo, comprometido e íntimo, más aprenderemos cuánto nos ama Dios. Y, mientras más aprendamos acerca del amor de Dios, más fácilmente entenderemos cuánto amar a nuestra pareja también. Entonces, la comunidad que nos rodea verdaderamente sabrá que somos cristianos.

El peligro de la soledad

En el comienzo de la historia de este mundo, cuando Adán y Eva vivían en el recién creado Jardín del Edén, y caminaban y hablaban cara a cara con Dios, de solo una cosa se dijo que “no era buena” (Gén. 2:18): la soledad del hombre. Si estar solo en el paraíso “no era bueno”, estar solo hoy, en este mundo quebrantado, seguramente tampoco es bueno. Cuando tomamos nuestros votos matrimoniales, Dios nos da una solemne responsabilidad: nos confía la tarea especial de proteger al otro (esposo o esposa) de la peligrosa experiencia de la soledad. La soledad es lo opuesto a la unidad, y la unidad es la voluntad de Dios para el matrimonio. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén. 2:24). La verdadera unidad, sin embargo, no es solo intimidad sexual, sino también se espera unión espiritual, amistad, tiempo de felicidad compartido, apoyo y consuelo; y una cálida, directa y honesta comunicación. Todos estos aspectos de proximidad se combinan para construir un vínculo fuerte, completo e íntimo dentro de la relación. Si alguno de estos aspectos no está, o está limitado, el aspecto de “una sola carne” estará perdiendo un ingrediente vital; como olvidarse de colocar los huevos, la manteca o la harina a la masa de una torta (se puede intentar, pero no logrará la torta que estaba buscando).

Solo porque estemos casados no significa que alguno de nosotros no se sentirá solo alguna vez. El matrimonio puede ser uno de los lugares más solitarios del mundo cuando cada persona se pierde en sus propios asuntos, luchando, tristes y absortos en el mundo. Cuando la persona que Dios te ha dado para que sea tu compañía humana más cercana no está satisfaciendo tus profundas necesidades para una conexión física, espiritual, social y emocional, o no deja que satisfagas tus otras necesidades, puedes llegar a sentirte muy solo. Y, cuando nos sentimos solos y no apoyados, fácilmente podemos llegar a desanimarnos, resentirnos, deprimirnos, enojarnos o anhelar el amor de alguna otra persona.

Unidad

Mientras más íntimamente conocemos a otra persona, llegamos a estar más cerca de ella. Se necesita tiempo para hacerlo, y nunca llegaremos a un conocimiento acabado, porque ambos estamos creciendo y cambiando a partir de las experiencias de la vida y nuestro peregrinaje espiritual. Una de las maneras más profundas en la que desarrollamos intimidad con nuestro cónyuge es al sacrificar nuestras propias necesidades y deseos para satisfacer los suyos. Cuando alguien se deleita en hacer sacrificios por nosotros, experimentamos su más profundo amor. Como pastores, a menudo hacemos grandes sacrificios por nuestros miembros, pero quizás inconscientemente esperamos que nuestra familia haga toda clase de sacrificios por nosotros.

Vaciarse

David condujo muchos kilómetros entre dos iglesias distantes. Ayudó a la Sra. Taylor a hachar leña para su estufa, se sentó con Fred mientras su esposa iba a la tienda, y se quedó hasta tarde en la iglesia escribiendo un sermón y enviando e-mail. En casa, Sally luchaba con cuatro niños de menos de seis años. Hizo las compras, arregló el jardín, administró las tareas de la casa, respondió las llamadas telefónicas de los miembros y cuidó de todas las necesidades de los niños. Cuando David y Sally se las arreglaron para apartar algo de tiempo para estar juntos, estaban muy exhaustos y vacíos, por luchar solos. Los dos anhelaban que la otra persona se acercara y los apoyara, pero ninguno tenía las energías para hacerlo. En sus mentes, habían dedicado todo el día a vaciarse en la vida de otras personas, y ahora llegaba el turno de apoyar a su pareja. Pero su cónyuge estaba pensando exactamente lo mismo, así que ninguno de ellos tenía las energías necesarias para acercarse al otro para ayudarlo, y sus sentimientos de soledad y tristeza crecieron todavía más.

Sally estaba tan cansada que ella incluso estaba pensando en llevarse a los niños a vivir con sus padres. Su matrimonio comenzó a ser transformado cuando David miró la película cristiana “Fireproof” y fue inspirado a hacer algo significativo cada día parar mostrarle a Sally cuánto la amaba. Sally dijo: “La noche en que David canceló una importante reunión en la iglesia para quedarse conmigo cuando estaba enferma, eso tocó mi corazón. Saber que yo era su prioridad cuando realmente lo necesitaba me dio esperanza de que podíamos enderezar nuestro matrimonio”.

Crecimiento espiritual a través de relaciones amorosas

A medida que aprendemos a amar a nuestro cónyuge con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas, aprendemos lo que significa amar a Dios con todo lo que tenemos. Y, mientras más amamos a Dios con todo nuestro ser, más ricamente experimentamos el amor hacia el otro. Cuando aprendemos a anticipar y satisfacer las necesidades relacionales de nuestra pareja de una manera desinteresada, entendemos más acerca de la manera en que Dios incesantemente se hace cargo de nuestras necesidades. Cuando aceptamos la ayuda y el apoyo de otra persona, sabiamente aceptamos que no podemos hacerlo todo por nuestra cuenta ni que se espera eso de nosotros, y experimentamos una oportunidad de desarrollar una mayor humildad y confianza en Dios. Cuando aprendemos cómo proteger al otro del peligro, la tristeza y el dolor de sentirse solo y abandonado, aprendemos habilidades importantes y transferibles que enriquecen nuestro ministerio hacia los demás. Cuando percibimos y apreciamos las muchas grandes y pequeñas cosas que nuestro cónyuge está haciendo para apoyarnos, podemos tener hacia ellas con un corazón agradecido, y aprendemos a apreciar la multitud de maneras en que Dios muestra su amor hacia nosotros.

Cuando voluntariamente nos sacrificamos para apoyar, animar, apreciar, amar y consolar a nuestro cónyuge, probamos algo del amante sacrificio que Jesús estuvo dispuesto a hacer por nosotros. Al ejercitar nuestro amor, adquirimos mayores habilidades al trabajar junto a Dios para ayudarnos a tener una experiencia más rica, profunda y amplia de su amor. Y, al llegar a ser mejores amantes, en el sentido espiritual de la palabra, naturalmente llegaremos a ser más semejantes a Dios, de cuyo corazón fluye todo amor.

Para reflexionar

Pregúntese:

a. ¿Cuán solitario se siente mi cónyuge en nuestro matrimonio?

b. ¿Qué hago que puede contribuir a su sentimiento de soledad?

c. ¿Qué puedo hacer para ayudar a mi cónyuge a sentirse más cerca de mí?

d. ¿Qué me ha estado pidiendo mi cónyuge: ayuda, tiempo, otras cosas, que he estado ignorando?

e. ¿Qué puedo hacer para demostrarle a mi cónyuge cuánto aprecio el apoyo hacia mi ministerio?

Pregúntense:

a. ¿Qué estoy haciendo que te ayuda especialmente a sentirte amado y más cerca de mí? ¿Qué más te gustaría que hiciera?

b. ¿Con qué estás luchando y cómo puede apoyarte?

c. ¿Qué es lo mejor que puedo hacer hoy para mostrarte mi amor y hacerte saber cuán especial eres para mí?

Sobre la autora: Respectivamente, terapeuta familiar y pastor en Auchtermuchty, Escocia.