En el siglo IV a.C., Aristóteles afirmó que “el hombre es un animal cívico, más social que las abejas y otros animales que conviven”.[1] Según su concepción, el ser humano es gregario, necesita vivir en grupo y formar parte de un cuerpo político (palabra que proviene de polis, ciudad-Estado de la antigua Grecia).

La iglesia es, por excelencia, vida colectiva. Solo basta recordar que el término griego ekklesia, iglesia, significa “asamblea”, “reunión”. La iglesia es una pequeña polis, llamada en las Escrituras “nación” santa (1 Ped. 2:9).

La Iglesia Adventista del Séptimo Día procura seguir los principios establecidos por Cristo en cuanto a la separación de la Iglesia y el Estado. Jesús vivió bajo el poder político del cruel Imperio Romano; sin embargo, no intentó ninguna reforma de tipo civil o gubernamental. Jesús “no atacó los abusos nacionales ni condenó a los enemigos nacionales. No intervino en la autoridad ni en la administración de los que estaban en el poder. El que era nuestro ejemplo, se mantuvo alejado de los Gobiernos terrenales”, escribió Elena de White.[2]

Sin embargo –incluso actuando deliberadamente al margen del Estado–, la iglesia no es apática en lo que respecta a la defensa de la libertad religiosa donde sea que tal defensa sea posible dentro de las leyes nacionales. Un ejemplo de esta participación se puede apreciar cuando los dirigentes adventistas crearon, en 1889, la Asociación Nacional de Libertad Religiosa, que cuatro años después se convirtió en la Asociación Internacional de Libertad Religiosa [International Religious Liberty Association, por sus siglas IRLA]. Y en 1901, nuestra iglesia estableció su propio departamento de Libertad Religiosa y Asuntos Públicos.

Pero incluso antes de la creación de estas entidades, en 1880, los promotores de la libertad religiosa lograron reunir unas 250 mil firmas para manifestarse en contra de las leyes dominicales que se estaban por votar en el Congreso de los Estados Unidos. En 1927, junto con otras organizaciones, se recolectaron 9 millones de firmas por el mismo asunto.

Recientemente, en 2016, el departamento de Libertad Religiosa de la sede sudamericana de la iglesia solicitó al Gobierno brasileño que el Examen Nacional de Enseñanza Media (Enem) no se aplicara los sábados. Cerca de cien mil estudiantes brasileños guardadores del sábado estaban siendo perjudicados por falta de una ley que garantizara libertad de conciencia en este punto. El Gobierno abrió una consulta pública, respondió a la solicitud, y actualmente la evaluación se lleva a cabo en dos domingos. Cuatro años después, la Corte Suprema revisó otro reclamo de la iglesia para garantizar que los observadores del sábado tuvieran acceso a cargos públicos. Así, aunque la iglesia no actúa directamente de manera política, no deja de estar presente en la defensa de la libertad de sus miembros, de sus instituciones y de sus valores.

En el documento “Los adventistas y la política”,[3] votado en el Concilio Anual de la División Sudamericana en noviembre de 2017 y revisado en agosto de 2020, encontramos recomendaciones sobre la posición confesional adventista a este respecto. El documento es reciente, pero no contiene novedades. Considera la historia de la defensa de la libertad religiosa desde la fundación de la iglesia en el siglo XIX, así como posteriores declaraciones oficiales de los Adventistas sobre la relación entre Iglesia y Estado. De hecho, ningún documento oficial afirma que la Iglesia Adventista del Séptimo Día sea “apolítica”; es decir, no aficionada, ni hostil, a la política. Pero sí se afirma que la iglesia es “apartidista”. De esta forma, no promueve ni se compromete con el mundo de las facciones políticas. Reconoce los privilegios y las obligaciones del ejercicio de la ciudadanía, pero no posee ni mantiene partidos políticos, no se afilia a ellos, ni transfiere recursos confesionales para actividades partidarias. Esto sucede en los 219 países donde la iglesia está presente.

El documento también deja en claro que la iglesia entiende la importancia del proceso democrático. Y en Sudamérica –donde las democracias son más recientes– no permite reuniones eclesiásticas con fines político-partidistas o electoralistas, con el fin de publicitar o promover candidatos, sean o no miembros de la iglesia.

La iglesia respeta a los funcionarios elegidos, pero no tiene bancada parlamentaria, ya sea en ayuntamientos, Estados, provincias o Gobiernos nacionales, y no invierte en la formación de dirigentes políticos partidarios.

En cuanto a su membresía, nadie está prohibido de ser candidato para un cargo electivo. Sin embargo, no se autoriza el uso de la membresía confesional, ni sus símbolos, imágenes, eventos o discursos, con el fin de ganar prestigio político.

En cuanto a los empleados o los misioneros de instituciones adventistas, presentadores de radio, televisión o canales de redes sociales, las reglas de cumplimiento de la Organización no aprueban la afiliación partidaria ni la candidatura a cargos electivos, en ningún nivel. El documento oficial determina que los pastores, los trabajadores, los jubilados con credencial especial, los empleados de organizaciones, los líderes locales y los feligreses no presenten ni promuevan candidatos dentro de templos, sedes administrativas, unidades educativas, de salud o cualquier otra institución, ya sea en servicios o en programas realizados por la iglesia. El incumplimiento puede resultar en la suspensión, la revocación o la cancelación de las credenciales ministeriales o misionales.

Estas directrices pueden parecer demasiado rígidas, pero su objetivo es salvaguardar a los empleados y cumplir con el principio de no intervención eclesiástica en el ámbito político.

Aun negándose a actuar de forma partidista, la iglesia reconoce que existen muchas formas de incidir e impactar en la comunidad, sin la acción partidaria propiamente dicha. Por ejemplo, incentivando el ejercicio físico, promoviendo servicios de asistencia social, educación, salud, sin objetivos de proselitismo político, sino el solo cumplimiento de los mandatos del evangelio.

En la epidemia conocida como peste antonina, que asoló el Imperio Romano entre los años 165 y 180 d.C., en la que murieron más de cinco millones de personas,[4] la presencia activa de los cristianos fue decisiva. Geoffrey Blainey afirma que la epidemia “promovió indirectamente el cristianismo, ya que muchos romanos quedaron impresionados al ver a los cristianos dando pan y agua a las víctimas que estaban demasiado enfermas para moverse”.[5]

Y la iglesia sigue actuando de la misma manera. Basta ver la impresionante presencia de sus agencias humanitarias, entre varias otras iniciativas, actuando sin ningún carácter político para aliviar el sufrimiento de la humanidad. De esta manera seguirá cambiando el mundo, una vida a la vez, con el mensaje de salvación en Cristo Jesús.

Sobre el autor: abogado asistente de la sede sudamericana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.


Referencias

[1] Aristóteles, A Política (São Paulo: Martin Claret, 2005), p. 8.

[2] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Pacific Press Publishing Association, 1955), p. 470.

[3] División Sudamericana, Los adventistas y la política. Disponible en https://www.adventistas.org/es/institucional/organizacion/declaraciones-ydocumentos-oficiales/los-adventistas-y-la-politica/ consultado en 27/5/2022.

[4] Murphy Verity, Past pandemics that ravaged Europe. Disponible en: <link.cpb.com.br/39c429>, consultado en 27/5/2022.

[5] Geoffrey Blayney. Uma Breve História do Mundo (São Paulo, SP: Fundamento Educacional, 2010), p. 151.