Lecciones del llamado de Jonás
Los estudiosos reconocen cada vez más que las narraciones hebreas son escritos notablemente sofisticados que reflejan una construcción cuidadosa y bien pensada.[1] En esta dirección, Gerhard Hasel considera que el libro de Jonás es único entre los libros proféticos de la Biblia, escrito en un estilo de narración;[2] aunque algunos teólogos proponen una mezcla de estilos debido a la presencia de la oración en el capítulo 2.[3] Como las narraciones bíblicas son complejas y obras maestras de literatura, a pesar de su aparente simplicidad de expresión, Jonás no es la excepción. Así, podemos notar cuatro detalles literarios en la narrativa de Jonás: (1) palabras repetitivas; (2) diálogos fluidos; (3) una estructura tipo espejo, o quiasmo; y (4) la ironía.[4]
Jonás era natural de Gat-Hefer, ciudad que quedaba en el territorio de la tribu de Zebulón, dentro de las fronteras del Reino del Norte. Allí él profetizó sobre un nuevo ciclo de expansión de Israel con el reinado de Jeroboam II (793-753 a.C.; ver 2 Rey. 14:23-27). Tradicionalmente, se ha considerado que el propio Jonás escribió el libro, lo que provoca curiosidad en el lector, ya que el uso del humor, la sátira, la ironía, los absurdos y las hipérboles es algo nítido en el texto. En otras palabras, Jonás fue irónico consigo mismo. Por lo tanto, se trata de la autobiografía de un antihéroe.
La “profecía” de Jonás es ciertamente la más conocida entre los cristianos, debido a la simplicidad de su narración y por el carácter extraordinario de los detalles en su historia.[5] Sin embargo, todo es extraño en el libro: el llamado desafiante al profeta, la conversión de los marineros, la aparición de un gran pez, el extraño sermón, la curiosa conversación con Dios, y el insólito resultado. Esta es la “extraña” trama de una gran historia. Dentro de ese contexto, Jo Davidson destaca que la expresión “grande” aparece 38 veces en el relato,[6] lo que pone de relieve las ironías que surgen de las intervenciones de Dios en la vida del profeta.
La narración comienza con un llamado de Dios a Jonás: “Levántate, ve a Nínive, a esa gran ciudad, y pregona contra ella; porque su maldad ha subido ante mí” (Jon. 1:2). El versículo 3 destaca la respuesta del profeta: “Jonás se levantó para huir a Tarsis de la presencia del Señor”. Claramente aquí se ve un contraste marcado entre lo que Dios quiere y lo que hace el profeta Jonás. Esos tres primeros versículos del libro concentran una gran riqueza teológica, que será el objeto de estudio de este artículo.
Iniciativa divina
El libro de Jonás comienza diciendo: “Vino palabra del Señor a Jonás” (vers. 1). El nombre “Amitai” proviene de la raíz hebrea emet, que significa “verdad” o “fidelidad”. La pregunta básica es: ¿Por qué la palabra del Señor vino a Jonás, el “hijo de la verdad”? La cuestión sugiere una respuesta lógica, pero es más profunda de lo que parece. Dios es soberano y conoce al ser humano. El hecho de que el nombre “Jonás” debe ser pronunciado por el Señor, indica que este tenía un Dios personal, no como en otras culturas, con sus dioses distantes y desinteresados del ser humano. En vez de eso, el Señor (en el texto hebreo aparece el término YHWH, el nombre de Dios que es usado en el contexto de la Alianza) llama al profeta por su nombre, y no solo menciona su nombre sino también destaca la familia de Jonás. Él es “hijo de Amitai”, lo que sería equivalente a un sobrenombre actual.
El primer versículo de Jonás muestra claramente el carácter misionero de Dios. Él es quien toma la iniciativa. No es el profeta el que busca un llamado, sino que el propio Dios es quien llama al profeta. Y ese llamado no es aleatorio, sino específico: “Jonás, hijo de Amitai”, lo que nos recuerda una vez más que Dios nos conoce bien y desde siempre (Sal. 139:13; ver Jer. 1:5). Así como identificó a Samuel (1 Sam. 3:1-10), David (1 Sam. 16:1-13), la viuda de Sarepta (1 Rey. 16:8-16), y a muchos otros personajes bíblicos, Dios conocía al hijo de Amitai, sabía quién era, dónde vivía y qué capacidades poseía. Dios sabía que Jonás estaba en condiciones de cumplir la misión.
Carácter de la misión
Podemos observar en Jonás 1:2 una sucesión de tres verbos imperativos, lo cuales denotan el carácter de la misión.
Levántate. Ese no es un llamado pasivo, sino una orden fuerte, dada con un sentido de urgencia. Es un llamado a “levantarse”, así como Dios se levanta en defensa de su pueblo (Dan. 12:1). Nínive estaba en apuros. En ella había mucha maldad y ese pecado subía hasta la presencia de Dios, quien no puede tolerar el mal. Por eso, el Señor recurre al ser humano como su agente del evangelismo de transformación. Podemos notar aquí a un Dios preocupado, y hasta “desesperado”, por la maldad de Nínive. Él hace un llamado vehemente al instrumento humano y espera que esa invitación sea correspondida.
Ve. También denota “viajar”, “caminar”; es decir, “ir de un lugar a otro”, en cualquier forma de transporte (2 Rey. 7:14). Además, podemos notar en la LXX que el verbo “ve” (poreuthēti) es el mismo utilizado en el NT en el contexto de ir a predicar o cumplir la misión (Mat. 8:9; Luc. 7:8; Hech. 9:11; 28:26). Claramente, el término expresa movimiento. Al final, no es posible predicar en Nínive si se está sentado cómodamente en Gat-Hefer. Jonás precisaba salir de su comunidad para emprender una caminata o viaje, pues, al igual que el llamado a levantarse, esta travesía también era urgente. La misión, por lo tanto, no es un emprendimiento que pueda hacerse permaneciendo sentado o estático.
Pregona. Con este verbo imperativo, Dios está transmitiendo al profeta lo que debe hacer en Nínive, una gran ciudad corrupta. Jonás tenía que predicar, proclamar el evangelio y capturar la atención de las personas, pues estas se encontraban distraídas o cegadas debido a sus maldades. Lo interesante es que, si el llamado es imperativo, entonces la acción de Jonás también debía serlo. El profeta debía predicar con sentido de urgencia, pues la ciudad no tenía mucho tiempo: solo “cuarenta días y cuarenta noches”. Eso nos lleva a reflexionar que, junto con el llamado y la misión, existe un tiempo decreciente de gracia (Gén. 6; Apoc. 14:6-18), aunque muchos no lo reconozcan. La predicación tiene un tiempo que solo Dios conoce.
Por lo tanto, a lo largo de la Escrituras, no existe un llamado sin misión, ni misión sin llamado.[7] Vemos ese paradigma en Noé (Gén. 6), Abraham (Gén. 12), Moisés (Éxo. 3), además de muchos otros casos. Así, la misión en Jonás es la combinación de tres verbos imperativos: Levántate + ve + pregona = Misión.[8]
Motivo del llamado
La razón de Dios para llamar a Jonás se encuentra en la segunda parte del versículo 2: “Porque su maldad ha subido ante mí”. El llamado de Jonás responde a una realidad, a una causa circunstancial: la maldad delante de Dios. El término maldad aquí significa “miseria”, “pecado”, “perversidad”, “crimen”, y aparece en otros textos del AT (Est. 9:2; Jer. 1:6; Lam. 1:1; Ose. 7:2; Joel 4:13). Esa maldad subió delante de la presencia de Dios, lo que nos lleva a otros pasajes con situaciones semejantes, como la maldad de la Tierra en el tiempo de Noé (Gén. 6:5, 11) y el clamor de Israel en Egipto en el tiempo de Moisés (Éxo. 3:7-9). En todos los casos, Dios no actuó con sus propias manos, sino que llamó a mensajeros para predicar. Noé predicó durante 120 años; Moisés exhortó personalmente al rey de Egipto; y en el caso de Jonás, el profeta pregonó un mensaje de juicio en Nínive. Por lo tanto, la razón por la que Dios llama a “levantarse, ir y pregonar” es para que se cumpla la misión. No habría “misión” si no hubiera maldad. Es decir, la misión existe porque existe el pecado (Gén. 3). En el llamado de Jonás, encontramos la teología de la misión, teniendo en cuenta que la misión existe porque existe el evangelio, y la existencia del evangelio ocurre por causa de la entrada del pecado.[9] En todos estos ejemplos, vemos que Dios “no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9).
Respuesta del profeta
En Jonás 1:3, encontramos al profeta respondiendo al llamado divino, no con palabras, sino con una actitud. Ante el llamado de “ ‘Levántate, ve… y pregona’ ”, Jonás “se levantó” (vers. 3). El verbo para describir la acción de Jonás es el mismo usado por Dios para llamarlo. Aparentemente, el profeta obedeció. Sin embargo, el versículo añade: “para huir a Tarsis de la presencia del Señor” (vers. 3). ¡Jonás se levantó “para huir”! La raíz verbal de la palabra tiene que ver con “escapar” (Gén. 31:27; Éxo. 36:33; Jon. 4:2), con el sentido de “correr por su vida” o “querer ser libre”. Lo que Jonás está haciendo no es simple. Está huyendo por su vida, pues sabe que la misión que le fue dada es urgente, imperativa y seria. El libro no registra un diálogo tal como ocurrió con Moisés en Éxodo 3 o con Gedeón en Jueces 6. La única cosa que el libro presenta es a un profeta levantándose para escapar a Tarsis, un puerto fenicio que quedaba en una dirección totalmente opuesta a Nínive. Más que huir de la misión, Jonás quería huir de Dios. Algún tiempo después, Jeremías escribió sobre la imposibilidad de esconderse de Dios (Jer. 23:24).
¿Escapar de quién? Escapar de quien lo llamó. El texto revela que el profeta da la espalda no solo al llamado de Dios, sino al propio Dios. Al final, como ya mencionamos, la misión no nace en el ser humano, sino en el corazón de Dios; él es el responsable de la misión. Así como la maldad subió hasta la presencia del Señor, así también Jonás huye, se escapa de la presencia del Señor. Justamente, esa idea se repite tres veces: la primera cuando la maldad de Nínive sube hasta Dios (vers. 2), y las restantes enfatizan la fuga lejos de “la presencia del Señor” (vers. 3). ¿Qué le haría Dios al profeta luego de esta fuga declarada? Posiblemente, Jonás pensaba que Dios lo mataría o que enviaría a otro profeta en su lugar.
Consecuencia de la huida
El versículo 3 destaca la presencia del verbo “descender” en dos oportunidades: cuando Jonás “descendió a Jope” y cuando bajó al navío. La palabra “descender” significa “hacer un movimiento lineal de una elevación más alta a una más abajo”.[10] En un sentido más profundo de la palabra, siempre que alguien desciende de un lugar alto a otro bajo tiene implicaciones espirituales que van más allá de caminar cuesta abajo: puede señalar el fracaso espiritual, y eso ocurre simplemente por no seguir la voluntad de Dios. Algunos ejemplos nos muestran esta premisa: Abraham y su esposa descendieron a Egipto en busca de alimento (Gén. 12:10); Moisés, desde el Monte Sinaí, descendió a la llanura del becerro de oro (Éxo. 32:15); Sansón descendió al territorio filisteo (Juec. 14:1); Saúl descendió a Gilgal (1 Sam. 15:12); y David fue al desierto de Parán (1 Sam. 25:1).
En el caso de Jonás, el sentido de esta palabra lo acompaña muy bien. El profeta descendió cuatro veces en el mismo período del libro (1:1-2:10). Ninguna otra persona en la Biblia hebrea experimentó un descenso continuado en tres etapas (1:3a, 1:3b y 2:6) como resultado de rechazar el llamado de Dios para cumplir la misión. En la cuarta ocasión, la Biblia hace un juego de palabras afirmando que Jonás descendió a un “sueño profundo” (vayeiradam). Parece que “descender” es el verbo contrapuesto al “ir” de Dios. Eso es lo que sucede cuando alguien deniega del llamado de Dios para la misión: desciende.
Conclusión
La actitud del profeta contrasta con la de los demás personajes del libro. De todos los seres y las cosas mencionados –la tempestad, el sorteo, los marineros, el pez, los ninivitas, la planta, el gusano y el viento–, el profeta es el único en rehusar obedecer a Dios. Mientras que Jonás es insensible y carece de misericordia, Dios muestra su gran amor y su gracia por los perdidos. En al menos dos ocasiones Jonás menciona la misericordia divina (Juan 2:8; 4:2). El término hebreo traducido como “misericordioso” es hesed, el sustantivo más frecuente para amor en el AT (aparecer más de 250 veces),[11] un término que está íntimamente asociado a la manifestación del amor divino por Israel. Aunque Jonás reconoce la misericordia de Dios por los pecadores, él no la acepta.
Dios escoge a Nínive como un campo misionero, siendo que era una ciudad grande; tan o más grande que su maldad. La conversión de los marineros y de los ninivitas es una llamada de atención a Israel, que, no siendo un pueblo tan malo como lo ninivitas, no se arrepiente y no obedece la Palabra de Dios. Los marineros y los ninivitas, ¡si! La verdad, quien necesitaba de conversión era el propio profeta, un mensajero de gracia.
Jonás representa la actitud del pueblo de Israel, llamado desde el principio a cumplir la misión. Desgraciadamente, la nación no comprendió esto, como tampoco el profeta Jonás. Tal vez motivado por su celo nacionalista o por la poca experiencia como evangelista en un lugar desconocido, Jonás demostró disgusto por la misericordia divina en favor de los dos pueblos. Mientras que Moisés intercedió por el pueblo y enseguida adoró a Dios, Jonás pregonó al pueblo y después se quejó por causa de su liberación. Al citar Éxodo 34:6 y 7 (ver Juan 4:2), el profeta reprendió a Dios por haber salvado a los ninivitas de la destrucción. Jonás ve la compasión de Dios como algo negativo. Con este comportamiento, Jonás admitió que la deliberada huida a Tarsis ocurrió justamente porque él no quería que los ninivitas se salvaran del juicio.
Como vimos, el libro de Jonás es notablemente evangelizador y misionero. Es Dios quien propicia el plan de acción y usa a Jonás como su mensajero. ¿Cómo podríamos negar el carácter misionero del libro de Jonás con todos esos elementos? No se puede decir que el mensaje de Jonás no contiene un “evangelio” porque anuncia destrucción, ya que el verdadero evangelio está inmerso en un mensaje de juicio. Fue la bondad del Señor lo que invitó a Jonás a cumplir la misión, así como lo que salvó a los ninivitas del juicio divino. Lamentablemente, el profeta de Israel no aceptó la noción de que la gracia divina se aplica a todos aquellos que aceptan firmar un pacto de salvación con Dios, sin importar la nacionalidad. ¿Estás tú cumpliendo con tu misión?
Sobre el autor: director de Ministerio Personal, Escuela Sabática y Evangelismo de la Unión Peruana del Sur.
Referencias
[1] Jo Ann Davidson, Jonah: The Inside Story (Hagerstown: Review and Herald, 2003), p. 21.
[2] Gerhard F. Hasel, Jonah: Messenger of the Eleventh Hour (Mountain View: Pacific Press, 1973), p. 7.
[3] Juan Calvino, Comentario sobre Jonás (San José: Sola Scriptura, 2007), p. 17.
[4] Davidson, Jonah, pp. 23-29.
[5] Carroll Gillis, El Antiguo Testamento: Un comentario sobre su historia y literatura (El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1991), t. 5, p. 169.
[6] Davidson, Jonah, p. 45
[7] Jirí Moskala, “Misión en el Antiguo Testamento”, en Mensaje, misión y unidad de la iglesia, ed. por Ángel Manuel Rodríguez (Florida: ACES, 2015), p. 63.
[8] Según Steven Thompson y Borge Schantz, este tipo de llamado (“levantarse, ir y pregonar”) aparece siete veces en la Biblia: a Moisés, Balaam, Elías, Jeremías, habitantes de Samaria y Jerusalén, y dos veces al profeta Jonás. Ver Steven Thompson y Borge Schantz, Misioneros bíblicos (Florida: ACES, 2015), p. 32.
[9] George W. Peters, A Biblical Theology of Missions (Chicago: Moody Press, 1984), p. 15.
[10] J. Swanson, “darāi”, en Diccionario de idiomas bíblicos: Hebreo (Bellingham: Lexham Press, 2014).
[11] John D. Barry, ed., The Lexham Bible Dictionary (Bellingham: Lexham Press, 2016).