La predicación pierde su fuerza cuando el predicador se convierte en el centro del sermón.

Una de las tentaciones más peligrosas para un pastor está en el púlpito. Planea comunicar un mensaje bíblico pero, por alguna razón muchas veces desconocida, termina descubriendo que es el centro del sermón. Muy probablemente, no planificó que las cosas fueran de esa manera, pero la cuestión importante es la siguiente: ¿Cómo podemos estar seguros de que el centro de nuestro mensaje es Jesucristo, y no nosotros mismos?

La predicación pierde su fuerza cuando el predicador se convierte en el centro del sermón. Todo sermón debe estar firmemente enraizado en las Sagradas Escrituras. La Biblia nos guía de la misma forma que un sistema de navegación guía al piloto, además de que nos confiere autoridad. Es más, la única autoridad que posee el predicador es la autoridad de la Palabra de Dios. Pablo declaró: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús” (2 Cor. 4:5).

Una manera eficaz de minimizar ese peligro es predicar sermones expositivos. En la preparación del sermón, asegúrese de que el centro de su mensaje sea el texto bíblico. Al utilizar ese abordaje, el mismo centro será mantenido durante la entrega del sermón.

Un ejemplo

Juan el Bautista fue un predicador humilde. En cierta ocasión, dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:30). En otras palabras, Cristo debe ser exaltado en todos nuestros sermones. En contraste, el “yo” debe ser escondido o empleado con muchísimo cuidado. Tal vez, Dios haya realizado algo extraordinario con usted como instrumento del Señor, y desea compartirlo. En ese caso, sea cuidadoso: no permita que el “yo” tome el lugar del Señor.

Jesús dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos” (Luc. 4:18). Es decir, él reconoció al Padre y al Espíritu Santo como la Fuente de su poder. No podemos actuar de manera diferente.

Evite el abuso del pronombre “yo”, “hice esto o lo otro”, “cuando yo estaba allí”, y otros semejantes. Cuente sus historias, pero conserve el foco en las cosas que Dios ha hecho, no en usted mismo.

Por más perfeccionado y excelente que sea nuestro estilo, nuestro desempeño, nuestra dicción y nuestra organización, debemos predicar teología bíblica a nuestros oyentes. Nunca está de más recordar: Cristo debe ser el foco del sermón, no nosotros. Cualquier cosa diferente de esto sonará como simple palabrerío vacío.

“Como predicadores, nuestra tarea es proclamar todo el consejo de Dios. No estaremos cumpliendo nuestro llamado si, como predicadores, fallamos en presentar teología bíblica. Podemos recibir muchas felicitaciones de las personas por las lecciones morales y las ilustraciones presentadas, pero no servimos fielmente a las congregaciones si los oyentes no comprenden la manera en que toda la Escritura señala a Cristo o cuando no consiguen captar una mejor comprensión de la narración bíblica. Que Dios nos ayude a ser fieles instructores y predicadores, de manera que toda persona a nuestro cuidado sea presentada perfectamente en Cristo”.[1]

Aprobación

Algunos predicadores son adictos a las afirmaciones, los aplausos, los “amén” y otras respuestas que generan entusiasmo mientras predican. Están tan centrados en sí mismos y en su desempeño, que no son capaces de predicar con poder real. Su mensaje toca solo la piel de los oyentes, no su corazón. Piensan más en sí que en las personas espiritualmente sedientas de la iglesia. Por causa de esa actitud, muchas congregaciones son pobremente nutridas.

Elena de White escribió: “Es peligroso adular a las personas o ensalzar la capacidad de un ministro de Cristo. En el día de Dios, muchos serán pesados en la balanza y hallados faltos por causa del ensalzamiento. Quisiera amonestar a mis hermanos y hermanas a que nunca adulen a las personas por causa de su capacidad; porque esto las perjudica. El yo se ensalza fácilmente y, como consecuencia, las personas pierden el equilibrio”.[2]

Al responder a la comisión del Maestro de predicar el evangelio a todo el mundo, reflejemos las maravillas de la gracia de Dios. Dejemos que la gracia fluya a través de nuestros pensamientos y acciones, incluyendo nuestros sermones Que los miembros de iglesia puedan ver a un pastor humilde lejos del púlpito y, principalmente, en él.

Sobre el autor: Pastor en la Asociación Central de Gana.


Referencias

[1] Tomas Schreiner, “Preaching and Biblical Theology 101” [en línea]. Disponible en: http://www.gmarks.org/CC/anicle/oPTIDji4526%7CCHI D 598oi4%7CCI ID2 77968.html

[2] Elena G. de White, Joyas de los testimonios, t. 1, p. 321.