Jesús enseñó humildad por precepto y por ejemplo. El pastor, que es alguien que vive para imitar a Cristo, debería ser humilde también.
Hace poco llegó a mis manos una compilación biográfica titulada The Faith, Wit and Wisdom of Gerald H. Minchin [La fe, el ingenio y la sabiduría de Gerald H. Minchin]. El Dr. Minchin sirvió a la iglesia como pastor y educador desde 1920 hasta 1960. Estoy seguro de que muchos lo recuerdan como un hombre genuinamente espiritual, que siempre meditaba en su fe y era honesto con respecto a ella. A continuación, presentamos unos pocos ejemplos acerca de su pensamiento.
Bajo el subtítulo “Las cosas que no puedo entender”, confiesa: “No entiendo la razón o la lógica de la oración intercesora, pero sé que funciona”. “No puedo entender cómo es posible que un Dios omnipotente no pudo hacer un mundo mejor que éste” “No puedo entender por qué Dios no se reveló de tal manera que nadie pudiera comprender mal su mensaje”. “No puedo entender por qué la profecía no es lo suficientemente clara como para que no aparezcan doce hombres, cada uno con una interpretación diferente”. “No sé por qué no nos dio un libro con enseñanzas tan claras, de manera que los hombres honestos no necesitaran discrepar acerca de ellas”. “No sé por qué Dios guarda silencio mientras la gente agoniza en oración”.
Cerca del fin de esta lista, se encuentra lo siguiente: “Cada vez me resulta más difícil decirle a Dios lo que debe hacer en determinadas circunstancias. No dispongo de todos los hechos y, si los tuviera, no sabría qué hacer con ellos. Hace pocos años, yo tenía todas las respuestas: sabía qué decir. Mientras más avanzo en edad, más seguro estoy de que hay muchas cosas que no sé”.
Como Gerald H. Minchin, todos tenemos nuestros propios “No sé”, ¿no es cierto? La diferencia podría ser, sin embargo, que el Dr. Minchin lo confesó abiertamente y, al hacerlo, llegó a ser como uno más de nosotros, que tenemos preguntas que nos dejan perplejos y que desafían nuestra fe.
¡Cuán refrescante y cuánto alivio proporciona el hecho de que alguien lo exprese con tanta franqueza! ¡Cómo nos desarma, cuán elocuente, qué atrayente es!
Posiblemente, por sobre todo resulta reconfortante que una “autoridad” formule semejantes confesiones. Esto es especialmente así cuando alguien es lo suficientemente honesto acerca de sus limitaciones, incluso cuando la presión política prevaleciente les sugiere que no lo haga. Puede ser un poco perturbador, ¡pero al mismo tiempo es sumamente valioso cuando alguien rehúsa desempeñar el falso papel de estar supremamente seguro de cualquier cosa!
Es importante en todo esto, por supuesto, que la persona que formula estas confesiones siga creyendo sin embargo, y abrazando con ambos brazos y de todo corazón las maravillas del amor de Dios manifestadas en Jesucristo. Expresar dudas descuidadamente es una de las cosas más perjudiciales que puede hacer un pastor; pero no estamos hablando de eso aquí. Nos estamos refiriendo, en cambio, a la humildad, la honestidad y la admisión de que, aunque no tengamos todas las respuestas, seguimos creyendo de todo corazón.
La humildad y la honestidad van de la mano. Estos rasgos inducen a la gente a querernos, crean confianza entre nosotros y dicen a los demás que podemos simpatizar con ellos en sus luchas, temores y dudas.
Nuestros tiempos se caracterizan por un cinismo escéptico, no sólo hacia la fe que amamos, sino hacia los “creyentes” también. La fe y los cristianos estamos siendo sometidos a una recusación sin precedentes.
Como reacción a este cinismo establecido, muchos de nosotros hemos asumido una actitud supercompensatoria, ampulosa, casi pomposa, que deja a la gente con la impresión de que somos un grupo de “sabelotodos”, y que si nos quisieran escuchar, finalmente “agarrarían la onda”. Esto siempre ha sido falso, y siempre lo será. Si es que gana a algunos pocos, me pregunto cuánto bien les hará.
Queremos hacer hincapié en la humildad. A continuación, y al respecto, citamos a Thomas C. Oden: “Mientras más correcto sea nuestro estudio de Dios, más humildes seremos respecto de nuestro propio carácter finito, de los estrechos límites de nuestro propio conocimiento, de nuestros enigmas, nuestras vendas, nuestros roperos, nuestras máscaras y nuestras ventanas rotas” (p. 21).
Al terminar sus confesiones, Gerald Minchin formuló una declaración magnífica y veraz: “Cerca de su muerte, Isaac Newton dijo: ‘Soy un niño que juega con guijarros en la playa, mientras que el gran océano de la verdad se extiende delante de mí’ ”. Que Dios nos ayude a tener el mismo humilde reconocimiento de quiénes somos y dónde estamos parados. Hemos sido llamados, según creo, a ser verdaderamente modestos, accesibles y honestos acerca de nuestra vocación y nuestra fe mientras nos relacionamos con los que quieren acercarse al Señor.
Sobre el autor: Director de la revista Ministry.