Al disponerme a desarrollar este tema en particular, las mudanzas en la familia ministerial, estoy consciente de que el tema no escapará a subjetividades; mis propias subjetividades como esposa de pastor y madre de dos jovencitos.
El impacto de las mudanzas en las personas y en las familias es un tema abordado por la psicología. De hecho, hay abundante bibliografía al respecto, ya que investigaciones realizadas consideran que ocupa el tercer lugar entre los estresores en los seres humanos; solamente superado por la muerte de alguien significativo y el divorcio.
Trasladarse y establecerse una y otra vez no es lo natural para las personas. En la experiencia de la familia ministerial, al repetir esta situación reiteradas veces, normalizamos este hecho. De todos modos, normalidad no es sinónimo de natural; aunque nos adaptamos, no escapamos del todo al impacto en nuestro ritmo de vida, nuestras relaciones, nuestras emociones y, a veces, también en la economía familiar.
Seguramente, cada persona y cada familia vivirá esta situación de diferentes maneras, dependiendo de las experiencias del pasado, las pautas vinculares en la familia de origen y, especialmente, la etapa evolutiva en que ocurra una mudanza. En referencia a esto, no es lo mismo la vivencia si estás iniciando tu vida matrimonial, si es con hijos chicos o con adolescentes, o, avanzados en años, vivir nuevamente solos.
Lo positivo
Cercanos a nuestro aniversario No 26 como familia ministerial, llevamos en nuestro haber diez mudanzas en ocho distritos. Estamos agradecidos a Dios, absolutamente, porque todas las veces las hemos vivido como desafíos y como oportunidades que nos ayudaron a crecer y a desarrollarnos en muchos aspectos.
Técnicamente hablando, las mudanzas, hasta aquí, nos han generado expectativas: en cuanto al nuevo territorio, la casa donde habitaremos… Eso hizo que cada vez planifiquemos y nos preparemos para lo que se viene; desconocido tal vez, pero confiados en que podríamos adaptarnos. Expectativas del barrio, la continuidad académica de los chicos, los vecinos, la gente de la iglesia, y tantas otras cosas.
Una de las cosas que nos motiva es poder renovar la decoración en la nueva casa. Quizás algo muy particular es que, desde que se nos informa de un nuevo territorio, empezamos a armar nuestra mudanza con todo limpio. ¡Sí! Cortinas, acolchados, ropa, ornamentación, todo pasa por el proceso de limpieza completa. Tal vez, no sea que nos guste trabajar intensamente en ese objetivo, pero nos encanta la sensación de renovación, al ir acomodándonos en nuestro nuevo destino. Lo obvio es que esto genera, también, la oportunidad de desprendernos de muchas cosas que por tiempo nos han acompañado y que ahora evaluamos si las necesitamos. Aires de cambio, aires de renovación. Con los chicos ya crecidos, ellos han vivido estas situaciones colaborando entusiastamente.
Creo firmemente que la actitud que mostremos los padres ante una situación de traslado influye fuertemente en el estado de ánimo y el afrontamiento de esta situación por parte de los hijos. Siempre es importante resaltar los aspectos positivos del nuevo traslado, y poder contagiar optimismo y entusiasmo a ellos, que viven estos momentos sin posibilidad de elección, a consecuencia de la vocación del o de los padres.
Lo “negativo”
Tienen intencionalidad las comillas, porque el impacto negativo de las mudanzas será singular para cada familia, dependiendo de circunstancias particulares y diferentes personalidades. De todos modos, hay algunas consecuencias que nos afectan generalmente a todos los que enfrentamos esto como una forma normal de vida.
Los afectos: sin duda, el área más afectada en estos casos. Suelo decir que podemos dejar muchas cosas atrás, pero no los afectos. Las mudanzas atentan, por así decirlo, contra ellos. Las distancias nos alejan de lugares queridos, paisajes conocidos, gente y momentos significativos en nuestras vidas. Siempre nos ha sido difícil cerrar por última vez la cerradura, subirnos al auto y marchar definitivamente hacia otro lugar. No importa lo que nos signifique el nuevo destino, más allá de las expectativas positivas del nuevo lugar, nos duele en alguna medida.
Cuando los chicos son adolescentes, el cambio de ambiente escolar, de la iglesia, de barrio, se convierte en un desafío mayor. Ellos, más que nadie, necesitan pertenecer a un lugar y a un grupo. Alejarse de ello duele, generando, a la vez, una sensación de inseguridad. Como familia, nos ayudó mucho el que los chicos pudieran, por elección propia, cursar sus estudios secundarios en un colegio con internado. Ahora, mirando atrás, nos damos cuenta de que, por más que ya superaron esa etapa, allí formaron vínculos significativos y estables, sin importar cuál sea nuestro lugar de residencia.
En esos años de internado de nuestros hijos, llegaron los chicos con una gira del coro de la institución. En los momentos de presentación, los integrantes contaban de dónde eran. El hijo de un amigo pastor refirió que provenía de un país limítrofe, lo que generó sonrisas para los que lo conocíamos bien porque ciertamente sus padres estaban, desde unos meses atrás, en ese país, pero él aún no había vivido allá; más aún, ni siquiera los había visitado. Por otro lado, nuestro hijo contó que venía de Buenos Aires, cuando ya hacía varios años que nosotros vivíamos en otra ciudad. ¿Mentira o confusión? Seguramente, confusión.
En la misma dirección. Nuestro hijo cumple años en época de vacaciones. Hace unos veranos atrás, luego de varios días de su cumpleaños y de vacaciones familiares, mi esposo le preguntó, mientras lavaban el auto: ¿Qué estás pensando? Su respuesta, contundente: Pienso que no quiero pasar más cumpleaños en (ciudad de residencia actual) sino acá, con mis amigos o con el resto de la familia. La cara más dura de una mudanza para ellos es que los aleja de los afectos.
Si además los destinos pastorales te alejan mucho del lugar de origen, el precio es más alto. No participas en momentos importantes de la familia: cumpleaños, casamientos, nacimientos, encuentros y, tristemente, en duelos. Hace unos años, escuché a una mujer octogenaria, madre de un pastor, decir: “Mi hijo está en los casamientos de muchos, en las dedicaciones de muchos niños, en los cumpleaños de muchos y en los sepelios de otros tantos; pero, no en los de la familia”. No puedo ocultar que su reflexión fue como pararme frente a un espejo y ver cómo esta forma elegida de vida, no natural, nos privó de risas y abrazos en momentos felices de la familia; también de abrazos y consuelo en momentos de pérdidas significativas.
Lo que genera una mudanza en el desarrollo profesional de la esposa del pastor y, por consecuencia, en las finanzas familiares, no es un tema menor. Cada mudanza puede implicar discontinuidad laboral, ya sea que la esposa de pastor se desempeñe en relación de dependencia o en profesiones autónomas. El cambio de ámbito puede convertirse en un estresor importante, entonces. Cuando oportunamente nos encontramos con compañeras de ministerio, es conversación obligada cómo nos reinsertamos laboralmente en los diferentes destinos. Y, digámoslo, el crecimiento y el desarrollo profesionales son difíciles de conseguir bajo esta forma de vida. Pero, otras veces nos abre a posibilidades impensables. En ciertos lugares podemos hacer o continuar nuestra formación académica y conseguir mejor posicionamiento laboral.
Dios está en el control
Aunque me convertí en esposa de pastor por variables fuera de mi control, por decirlo de una manera positiva, en absoluto reniego de mi experiencia en una familia ministerial. Para mí, las mudanzas no han significado la posibilidad de conocer lugares alejados y enriquecerme por el contacto con culturas diferentes, como lo pueden vivenciar otros. Pero, inexorablemente, me han enriquecido, forjando para bien actitudes y capacidades en mí y en los míos, que de otra manera perderíamos.
Tan maravilloso es Dios que, en circunstancias que tal vez no elegiríamos, se manifiesta desbordante de misericordia para con nosotros. Ese Dios actúa, también, a través de decisiones administrativas de su iglesia. Oro para que su dirección sea notable en las decisiones que implican traslados de familias ministeriales. Que, como comprobamos en nuestra experiencia, se exprese en lo mejor para la iglesia, como para las familias que se involucran en el ministerio. En última instancia, Dios está interesado en los seres humanos, tanto en los que aún no lo conocen como en aquellos que eligieron servirlo en la misión.
Sobre la autora: Psicóloga, esposa de pastor en la Asociación Argentina Central.