¿Cuáles son algunos de los problemas que impiden la atención de los  homosexuales en su congregación? 

El teléfono sonó a las 2:30 de la madrugada. Frank, un cristiano homosexual, acababa de leer mi libro y quería agradecerme porque lo había alentado para reevaluar su estilo de vida y buscar ayuda. En su zona horaria eran las 5:00 a.m., y debo confesar que mi primer impulso fue acabar inmediatamente una conversación con alguien que parecía sólo entretenerse y que posiblemente era un parlanchín. Pero a medida que escuchaba comprendí que yo mismo podría haber hecho esa llamada, salvo algunos pequeños cambios y detalles (¡por ejemplo, que no la habría hecho a las 2.00 de la mañana!) 

Frank es un hombre que experimenta tentaciones sexuales. Reconoce que la pasajera gratificación que brinda el sexo no puede compararse con el más profundo deleite que sólo Dios puede proveer, pero está dominado por una profunda necesidad de compañerismo y contacto humano. Un análisis de cómo llegó a esta situación, o la exégesis de pasajes bíblicos apropiados, no ayudan en una conversación telefónica a esas horas de la noche. 

Por lo tanto, escuché a Frank. Luego le pedí que me escuchara, y nos hicimos amigos. Ahora hablamos a menudo (en horas más razonables por supuesto) y compartimos la seguridad de que aquel que “nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte; cooperando también vosotros a favor nuestro con la oración” (2 Cor. 1:10, 11) nos dará la victoria. Somos dos hombres con tentaciones sumamente diferentes, pero contamos con el mismo Señor que anhela transformar nuestras naturalezas, haciéndolas tan perfectas, como la suya. 

El asunto en cuestión 

Mi amistad con Frank es personal, pero puede tener profundas aplicaciones. Cuando me presento ante diferentes audiencias en todo el país y mientras procuro mantenerme bien informado acerca de lo que piensan los cristianos que abogan por las prácticas homosexuales, he observado que el verdadero problema para una respuesta pastoral efectiva no es sólo de carácter teológico sino de carácter psicológico. Es, más bien, un asunto de experiencia personal en la toma de decisiones morales. Los que defienden las prácticas homosexuales desechan cada vez más los pasajes bíblicos y las opiniones científicas en disputa, y presentan la experiencia positiva de algunos como principios guiadores para todos. También abogan por la relación con una persona del mismo sexo y dicen que si es monógama y ama en verdad, puede proveer un modelo cristiano para la práctica homosexual. Algunos sugieren que si tan sólo escucháramos sus casos, podríamos aprender de sus experiencias y así deshacemos de nuestros prejuicios. 

En este punto podría discurrir elocuentemente sobre el creciente impacto del postmodernismo; pero los pastores de hoy no necesitan leer a Foucault para identificar el espíritu que está detrás de estas palabras: “No estoy muy seguro de lo que la Biblia o la ciencia dicen, pero esto me parece correcto, por lo tanto, voy a hacerlo”. Difícilmente podría calificarse de nueva la noción de que cuando no había una clara fuente de autoridad, “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Juec. 21:25). Lo que sí es nuevo es el hecho de que esta actitud haya invadido la iglesia, y la envolverá completamente si los pastores responden a una nueva generación sólo en términos de relativismo. Cuando los pasajeros ya se están ahogando, no les ayuda en nada decirles que estarían mejor dentro del bote. Lo que necesitamos es diseñar estrategias que anticipen los problemas y formas de tratar las necesidades y actitudes de una cultura postmodernista. Las mismas deben expresar la voluntad del Señor quien es el mismo ayer, hoy y por los siglos. 

En este artículo ofrezco algunas sugerencias que espero estimulen una mayor discusión, así como acciones constructivas de parte de los pastores y otros dirigentes de la iglesia. 

Experiencia y autoridad moral 

La presencia de Dios puede conocerse, pero es posible que se desconozca su preferencia. ¿Ha conocido alguna vez a alguien en su iglesia que mostraba los frutos del Espíritu? Quizá incluso formaba parte del liderazgo de la iglesia. ¿Pero luego descubrió usted que esa persona había estado involucrada en el pecado, quizá de naturaleza financiera o sexual, todo ese tiempo? ¿Llegó rápidamente usted a la conclusión de que tal persona no era cristiana o que el Espíritu no estaba realmente detrás de las cosas buenas que hacía? ¿O se convenció de que los oscuros negocios o las relaciones adulterinas eran moralmente permisibles dado que la persona involucrada sobresalía en todo lo demás? 

Aquí no se trata de negar la realidad de la experiencia o los dones espirituales de aquellos que están involucrados en una relación con el mismo sexo. Más bien, el punto es que la experiencia y los dones espirituales ejercidos en un ministerio sagrado no constituyen un argumento para favorecer ese comportamiento. Si es moralmente permisible, lo será porque está basado en fundamentos diferentes a las buenas experiencias o a la impresionante cantidad de dones que posee la persona. 

La experiencia puede ser la norma cuando todo lo demás fracasa, pero no quiere decir que todo lo demás ha fracasado. Si, de hecho, la Escritura no dijera nada en cuanto a la ética sexual (y no me refiero sólo a los versículos que lo prohíben, sino también a la presunción de la normatividad heterosexual del matrimonio a través de toda la Biblia); o si no tuviéramos razones que se fundan en el área médica, psicológica o social para cuestionar el comportamiento; o si no tuviéramos una fuerte tradición cristiana que nos permita hablar consistentemente del asunto, entonces permitiríamos que la experiencia y la cantidad de dones que tienen las personas hablaran con voz más fuerte. 

Pero el hecho es que la voz de la experiencia es muy reciente en este asunto, y la sospecha obvia es que expresa la conformidad cristiana con la cultura circundante más bien que con un liderazgo decisivo presente en esa cultura. ¿Qué ha ganado la iglesia desde la revolución sexual ocurrida a partir de la década de 1960? ¿Qué han ganado las mujeres con nuestra tácita condescendencia respecto a la proliferación del sexo premarital, el divorcio y la pornografía transmitida en las horas de mayor audiencia de la TV? Desafortunadamente, es verdad que el borde de la moralidad es muchas veces el borde de un precipicio. 

Reglamentar en base a la experiencia es hacer que todas las reglamentaciones sean cuestionables. El argumento de la experiencia se propone cambiar la discusión de la pregunta ¿por qué es correcto en vista de las enseñanzas escriturísticas? a ¿cómo puede ser esto erróneo a la luz de esta experiencia que fortalece la vida? O más directamente ¿cómo se atreve usted a cuestionar lo que yo experimento como positivo? Un problema que tengo con este cambio es que deja poco margen para responder a casi cualquier otro comportamiento tradicionalmente proscrito. Los abogados de la pederastia, por ejemplo, arguyen en líneas más o menos semejantes: Dicen que la Escritura guarda silencio o simplemente ignora las relaciones modernas de mutuo consentimiento, y que las condiciones de la pederastia son inmutables y quizá genéticamente determinadas. La gente que se opone a la pederastia, dicen ellos, es porque tienen prejuicios irrazonables, y así por el estilo. Pero si condenamos la pederastia sólo porque sentimos más aversión hacia esa perversión de lo que sentimos contra la homosexualidad, ¿por qué no podríamos experimentar nuevos sentimientos más tarde y volvemos más tolerantes? Convertir la experiencia en la regla es, ciertamente, invitar al caos moral. 

La liberación del sentimiento de culpabilidad es más apremiante que la liberación de la vergüenza. Sentirse culpable es reconocer que se ha obrado mal; la vergüenza es un sentimiento que se origina en la desaprobación de los demás. Lo que he observado al comparar los relatos de quienes han experimentado la liberación de la homosexualidad (culpa) y aquellos que han experimentado la liberación de la antropofobia (vergüenza) es que las experiencias de los primeros me dan la impresión de estar más cerca del mensaje de liberación del pecado del Nuevo Testamento. Es decir, aquellos que abandonan su estilo de vida no espiritualizan su posición de víctimas; sino que experimentan el poder de Cristo para ir al encuentro de nuevos comportamientos, e incluso, nuevos deseos. Esto me parece correcto cuando pienso en mis propias tentaciones heterosexuales: mi transformación en Cristo no comienza guando me valoro a mí mismo, sino cuando considero con humildad mi propia naturaleza caída. 

Arribando a una posición más tradicionalista 

Es crucial notar la relación entre Génesis y Romanos para contrarrestar el argumento de que cuando Pablo habla contra la homosexualidad, se refiere sólo a la pederastia. El enfoque más común de los revisionistas es descartar los pasajes del Antiguo Testamento considerándolos como aprensiones casuísticas precristianas irrelevantes, y reinterpretar Romanos 1:26, 27 (cf. 1 Cor. 6:9, 10; 1 Tim. 1:10) como un pasaje que se limita sólo a las relaciones hombre- niño que prevalecían en el mundo pagano del Antiguo Testamento. Es decisivo que comprendamos la forma en que Pablo establece un puente entre ambos testamentos y deriva sus prohibiciones registradas en Romanos de los relatos de la creación y la caída referidos en Génesis (incluyendo la historia de Sodoma) y no simplemente del cambio de costumbres culturales. Los términos que Pablo emplea revelan definitivamente su confianza en los principios que están integralmente entrelazados con la norma bíblica del matrimonio heterosexual. No puedo hacer otra cosa que resumir lo que he desarrollado detalladamente en mi libro, en el cual explico ampliamente los significados de los pasajes relevantes a la luz de los tratamientos revisionistas modernos. 

Somos almas encamadas. La noción de que el cuerpo humano puede trascender su función biológica y potencial reproductivo es agnóstica, no cristiana. Desafortunadamente, la permanente influencia de la antigua dicotomía griega entre el cuerpo y el alma, hermanada con la más reciente influencia del pensamiento oriental, ha dado lugar a las espiritualizaciones extremistas del sexo. Según el punto de vista bíblico cada uno de nosotros es un alma encarnada cuya sexualidad está enraizada en un ser unificado con un potencial que alcanza hasta la eternidad. El mecanismo y el funcionamiento de nuestros cuerpos y lo que hacemos con ellos le importan sobremanera a un Dios que nos hizo templos suyos (1 Cor. 6:19). 

La experiencia es un camino de doble sentido, y sólo los ex homosexuales han transitado en ambos sentidos. ¿Por qué quienes pretenden representar a la tolerancia no toleran la voz de los ex homosexuales? Contrariamente, muchos de ellos acusan de auto engaño a los ex homosexuales y promueven una serie anecdótica de historias negativas referente a los ex-ex- homosexuales. A mí me parece, sin embargo, que aquellos que han dejado el estilo de vida homosexual (tales son los casos de Mario Bergner, Andy Comikey y Jerry Arterbum) poseen una experiencia que incluye la de homosexuales activos (e.g. Mel White, Gary Comstock, Leonard Goss), mientras que los últimos no han experimentado el poder transformador de Cristo. Deberíamos escuchar con sumo cuidado las voces de aquellos que han visto o vivido ambos lados de la experiencia. 

El debate sobre la práctica por naturaleza vs la práctica por aprendizaje es una cuestión interesante, pero no una cuestión moral. Si bien los activistas homosexuales más cultos reconocen las ventajas de las pretensiones impulsadas por los medios masivos de comunicación de que el comportamiento sexual está determinado por fuerzas invisibles e inexorables, en círculos privados reconocen que las cuestiones científicas y morales distan mucho de ser las mismas. Los adúlteros, pederastas o pornógrafos, obtendrán poca simpatía diciendo que sus genes los hicieron lo que son. ¿Por qué habría un homosexual de ser considerado bajo una luz genética diferente? No debe serlo, independientemente de cuán fascinante o aparentemente confortadora pueda ser la exploración de los patrones de la forma en que la estructura genética y el ambiente social se combinan para crearnos a cada uno de nosotros un contexto moral, todavía tenemos el deber de reconocer nuestra responsabilidad de actuar obedientemente dentro de ese contexto. Como agentes morales libres le decimos sí o no a cada encuentro sexual potencial. 

El celibato no es un precio tonto. Uno de los argumentos más comunes para la práctica homosexual es que el heterosexual que lucha puede tener la esperanza de casarse, mientras que el homosexual no tiene esa alternativa. Este enfoque es ineficaz en muchos aspectos. La esperanza de un eventual matrimonio es difícilmente un mecanismo de control contra el deseo de obtener una gratificación inmediata; e incluso dentro del mismo matrimonio, el problema a menudo no es físico, sino relacional, y puede haber un fuerte deseo de tener compañeros múltiples. El problema real es que nuestra cultura enfatiza demasiado y sobrevalúa la satisfacción sexual. Podríamos aprender mucho de la experiencia positiva de aquellos que practicaron el celibato dentro de la iglesia durante muchos siglos. El celibato tiene una gran tradición que se extiende hasta la época de los apóstoles, y naturalmente, hasta Jesús mismo. Cuando alguien es llamado a vivir una vida célibe, ¿debe pensarse que fue imposibilitado o sometido a una privación decididamente imposible? 

La iglesia debe ampliar el tema para incluir directamente otros aspectos de la sexualidad. No debería cuestionarse la necesidad de “mantener la línea” contra una “agenda liberal”, con respecto a la práctica homosexual. Por el contrario, la iglesia debería encontrar en este tema un trampolín para abrir la discusión a todas las áreas de la sexualidad. Después de todo, los heterosexuales practican la vasta mayoría de pecados, y han andado de puntillas alrededor de este tema durante demasiado tiempo en nuestras iglesias. Mientras más tiempo ocultemos al monstruo dentro de nuestro guardarropas, más grande se hará. 

Las discusiones deben comenzar y terminar reconociendo el estado caído general de nuestra sexualidad. Comencé este artículo con el relato de pequeños éxitos, no porque mi registro haya sido un éxito sobresaliente, sino porque he aprendido que es más probable que Dios me use como un ser humano vulnerable y no como a un experto colocado en un pedestal. ¡Cuán animador es escuchar a un pastor hablar acerca de los serios problemas que está teniendo ahora mismo! ¡Cuán estremecedor es para un pastor hacer esto! Pero no podemos darnos el lujo de citar Romanos 1 mientras descuidamos el desafío a la hipocresía de Romanos 2. Debemos enfatizar los puntos análogos o similares entre nuestra propia naturaleza sexual caída y aquellos del pueblo a quienes queremos exhortar. 

Las congregaciones deben ser educadas y estar preparadas. Algunos cristianos fueron dotados para trabajar en el frente de batalla, otros lo hacen tras bambalinas, pero todos están obligados al menos, a saber lo que creen y por qué. Las congregaciones deben ser entrenadas a fin de tener las respuestas básicas y poder así referir a los que necesiten consejo profesional. Las iglesias pueden también poner a disposición de los miembros información escrita útil, discretamente, si es necesario. Algunos pocos voluntarios que ayuden en un centro de enfermos del SIDA dicen mucho acerca de la capacidad cristiana de distinguir entre el cuidado de los seres humanos y el análisis moral. Los homosexuales son gente imperfecta como todos nosotros; y bien podría decirse de aquellos que los consideran como enemigos heridos que han quedado agonizantes sobre el campo de batalla: “Y os dijo que en aquel día [del juicio] será más tolerable el castigo para Sodoma y Gomorra, que para aquella ciudad “(Luc. 10:12). 

Los cambios ocurren en una persona a la vez. Esta sugerencia aparentemente inofensiva es, quizá, la más controvertida. Yo no apoyo el énfasis que hacen algunos cristianos en cuanto al uso de medios legales y políticos para preservar las normas cristianas tradicionales de moralidad. Los debates públicos sobre el tema con facilidad se enfrían, se vuelven facciosos, y se distancian seriamente de las personas y de los asuntos orientados hacia ellas. Es fácil quedar atrapados en el servicio de la causa de Cristo y olvidar los caminos de Cristo. El evangelio no tiene que ver, en última instancia, con el cambio de leyes, sino con el cambio de vidas. 

Francamente, cuando llegamos al asunto de la homosexualidad, pienso que las así llamadas guerras culturales en el ámbito de la política, las leyes y la educación se perdieron hace mucho tiempo. Esto no lo digo desde un punto de vista pesimista o con el propósito de desalentar. Más bien, me propongo hacer un llamado a los que somos cristianos para renunciar a todo poder, excepto el poder del amor de Cristo. Esta es una energía que le da la bienvenida al hogar a la gente que sufre. Ofrece sanidad. Celebra la transformación de nuestras naturalezas, ya seamos pecadores homosexuales o heterosexuales, hasta que todos lleguemos a la estatura de Cristo. 

Sobre el autor: Es erudito en Nuevo Testamento, autor de la obra Straight and Narrow? Compassion and Clarity in the Homosexual Debate (¿Estrecho y rígido? Compasión y claridad en el debate homosexual) (InterVarsity Press, 1995), ampliamente reconocida como el recurso más útil en el apoyo de una posición moral tradicional sobre la homosexualidad.