Este octubre se están celebrando los quinientos años de la Reforma Protestante; ese gran movimiento que se originó dentro de la Iglesia Católica (es el monje Martín Lutero a quien se toma como referencia) y que dio un vuelco al mundo cristiano y a la cultura occidental. Es entendible que, puesto que se toma como punto de partida las famosas “95 tesis acerca de la justificación por la fe” de Martín Lutero, cuando se piensa en la Reforma Protestante el primer asunto que se nos viene a la mente al recordar sus inicios sea la doctrina de la salvación, o más precisamente la justificación por la fe. Al hacerlo, en ocasiones descuidamos de alguna manera el verdadero pilar de la Reforma, que permitió no solo un cambio en cuanto a la concepción de la salvación y otras doctrinas distintivas de este movimiento sino también permitió que esa reforma se extendiera en el tiempo, para abarcar movimientos como la llamada “reforma radical” (anabaptistas, por ejemplo) y el reavivamiento posterior iniciado por Wesley y los metodistas. Además, en última instancia, el redescubrimiento de ciertas verdades por parte del movimiento adventista. Me refiero aquí al concepto de Sola Scriptura.
Sola Scriptura es la certeza de que la Palabra de Dios contiene todo lo que necesitamos conocer acerca de la salvación. El centro de la Biblia es Cristo, y en su testimonio descubrimos que Cristo es el centro de la salvación (Solus Christus). En las Escrituras, también, se encuentra el testimonio que inspira la fe (Sola fide), y nos muestra que la salvación solo se alcanza por gracia divina (Sola gratia). Finalmente, cada página de las Escrituras nos señala quién es el único que merece toda gloria y honor: el Dios de los cielos (Soli Deo gloria).
Pero, al mismo tiempo, el principio de Sola Scriptura representó el quiebre con toda una serie de filtros que la Iglesia Católica había impuesto a la salvación y al conocimiento de Dios:
1. El filtro de la Tradición: Sola Scriptura era una forma de dejar atrás la teología escolástica, con su apelación a la Tradición y sus elaborados argumentos abstractos. La Tradición, librada al arbitrio del magisterio del poder eclesial y la filosofía griega, se había constituido en la base argumentativa de la fe cristiana.
2. El filtro de la inaccesibilidad: La Biblia había quedado atrapada en el poder eclesial, que la encerraba en sus catedrales, sin dejar su lectura abierta al pueblo.
3. Idioma: La Biblia quedaba atrapada en un latín que ya no era lengua común del vulgo.
Dado que para la Reforma no deben existir filtros interpretativos ni intermediaciones (sacerdocio universal de todos los creyentes), Lutero dedicó sus esfuerzos a poner la Biblia a disposición del pueblo, convencido de que en sus páginas se encuentra la fuente universal de la fe.
Como herederos no solo de esta Reforma, sino también de un movimiento que surgió enraizado en el estudio dedicado y profundo de las Escrituras, los pastores adventistas de la actualidad debemos, como nunca antes, sostener el estandarte de Sola Scriptura:
“Pero Dios tendrá en la Tierra un pueblo que sostendrá la Biblia, y la Biblia sola, como piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas las reformas” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 581).
Sí, quinientos años han pasado, pero el principio es el mismo. Han pasado reformadores, príncipes, reyes, presidentes, guerras y fortunas, “pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Isa. 40:8). Sí, junto con Juan Wesley, cada pastor adventista debería decir: “Déjenme ser un hombre de un solo libro”.
Sobre el autor: director de Ministerio Adventista, edición de la ACES.