La estatua de oro de Nabucodonosor proyecta acontecimientos del tiempo del fin.

El tema de la adoración se destaca en el desarrollo de las Sagradas Escrituras desde el Génesis mosaico hasta el libro juanino de Apocalipsis. La primera batalla en este mundo giró en torno de la cuestión de la adoración (Gén. 4:4-8; cf. 1 Juan 3:12); la última también lo será (Apoc. 14:9-12). El libro de Daniel no es ajeno a esta peculiaridad bíblica.

Los primeros versos del libro de Daniel muestran este conflicto con claridad: “[…] Vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió […] y [tomó] parte de los utensilios de la casa de Dios. Los llevó a la tierra de Sinar, a la casa de su dios y los guardó en la casa del tesoro de su dios” (Dan.1:1, 2), constituyéndose así en un símil del Gran Conflicto a través de toda la historia, en donde Babilonia (Bábel), “confusión”, ataca al pueblo de Dios, Jerusalén (Yerûshâlayim), “fundada en paz”.[1] El hecho de que los jóvenes hebreos se vean en la necesidad de discriminar los alimentos (Dan. 1:8) muestra también un asunto de adoración (cf. 1 Cor. 6:19). Según José Luís Santa Cruz, el libro de Daniel es un libro marcado por el tema de la adoración en el contexto del Gran Conflicto,[2] pues es uno de sus principales tópicos.[3]

No obstante, de manera especial, Daniel 3 presenta un cuadro interesante que no debe ser pasado por alto, pues registra el tema de la adoración en la actitud de los tres jóvenes hebreos: Sadrac, Mesac y Abednego, ante el pregón amenazador para que adoren a la “imagen” de oro.[4] Este incidente hace real el conflicto contra la verdadera adoración desafiada por Babilonia, al confrontarlo con la “imagen de la bestia” de Apocalipsis 13, esto en el ámbito escatológico.

Sin duda, este capítulo está cargado de lecciones claras de la valentía de fieles adoradores en contraposición con la necedad de un hombre ególatra y la idolatría de sus “seguidores”.

LA IMAGEN DE ORO

Una fecha posible para este evento sería el año 594 a.C., cuando Sedequías, como rey de Judá, fue llamado a presentarse en Babilonia (Jer. 51:59), muy probablemente a la dedicación de la estatua de oro.[5]

Nabucodonosor había comprendido que su reino tendría fin; ese fue el sueño que Dios le concedió y le explicó a través del brillante príncipe de Israel (Dan. 2). No obstante, por el orgullo natural humano, a causa de la prosperidad de su reino, decidió cambiar la historia; por ello, Daniel 3 registra la “imagen de oro” originada por sus propios deseos.[6]

La palabra tselem (“imagen”, en Daniel 3) es la misma utilizada en el capítulo 2, por lo que se hace evidente la actitud rebelde en contra de los designios de Dios, pues si en el sueño del capítulo 2 su reino (oro) se limitaba a la cabeza de la tselem (“imagen”), ahora en sus planes y deseos, en la historia que pretendía emprender, su reino (oro) era completo, eterno y duradero: el oro abarcaba la cabeza, y todo el cuerpo, hasta los pies. De principio a fin.

Jacques B. Doukhan menciona que la estatua de oro, con medidas de sesenta codos por seis codos, simplemente era la imagen misma de Nabucodonosor. La altura extrema encuentra eco en la arrogancia de un rey que busca impresionar al que recién llega. No obstante, el número sesenta, en el simbolismo numérico babilónico, representa la noción de unidad. Nabucodonosor procuraba hacer cumplir su voluntad uniendo su reino con la religión.[7]

Claramente podemos inferir que Nabucodonosor no solo estaba ansioso, sino también empecinado en que su reino se convirtiera en un reino eterno. Esto sería posible si se lograba la unidad política y religiosa en Babilonia. De manera interesante, logra juntar estos polos a través de la imagen de oro.

La Biblia señala en forma expresa que el Rey “llamó a los sátrapas, magistrados capitanes oidores, tesoreros, consejeros, presidentes y a todos los oficiales de las provincias para que viniesen a la dedicación de la estatua que había levantado” (Dan. 3:2). En esa reunión y ceremonia de dedicación de la imagen de oro, el pregonero anunció: “Se manda a vosotros, pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, la flauta, el tamboril, el arpa, el salterio, la zampoña y todo instrumento musical, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor levantó. El que no se postre y la adore, en el acto será echado dentro de un horno ardiendo” (Dan. 3:4-6).

Observamos dos asuntos: por un lado, está la convocatoria del Estado, a los líderes políticos y militares, a formar parte activa en asuntos religiosos; por otro lado, una amenaza terrible a todo aquel que hiciere caso omiso al edicto. No obstante, es aquí, en el meollo del asunto, donde la fe de los verdaderos adoradores de Dios se ve probada en fuego extremo.

LA ADORACIÓN A SÍ MISMO: NABUCODONOSOR, EL EGÓLATRA

La egolatría es la adoración de sí mismo. El primer ególatra fue Lucifer; a causa de su belleza, de su perfección y sus privilegios en el cielo, se envaneció y deseó ser igual a Dios, quiso ser adorado como Dios, quiso sentarse en el Trono de Dios (Eze. 28:17; cf. Isa. 14:13,14). Nabucodonosor había reconocido al Dios de Daniel como “Dios de dioses, Señor de los reyes” (Dan. 2:47). Pero, pudo más la necedad del hombre, que hizo caso omiso a la revelación que le había sido dada: “Después de ti se levantará otro reino” (2:39).[8]

Del mismo modo, fue el orgullo lo que llevó al “querubín protector “a desatar un gran conflicto. El único que merece la adoración es Dios; nadie más. La egolatría es contraria a la enseñanza bíblica.

En la actualidad, con el apogeo del Posmodernismo, con el afán de forjar una autoestima saludable, se ha caído en terreno fangoso al sobrevalorar el poder humano, con la enseñanza de “tú puedes, tú tienes el poder, etc.” La superación personal resulta buena e interesante, pero lejos de Dios es simplemente una doctrina diabólica.

LA ADORACIÓN A IMÁGENES: LOS SIERVOS IDÓLATRAS DE NABUCODONOSOR

A lo largo de la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, existen numerosos pasajes en los que hombres adoran a ídolos e imágenes hechos de diversos materiales; sin embargo, en su gran mayoría, no pertenecían al pueblo escogido por Dios. La idolatría se practicó desde muy temprano en la historia. Los antepasados inmediatos de Abraham “servían a dioses extraños” (Jos. 24:2). Los patriarcas se dedicaron a la adoración monoteísta de Jehová, pero miembros de sus familias fueron influidos a veces por la idolatría (Gén. 31:30, 32-35; 35:1-4). El paganismo cananeo era popular por causa de sus bajas normas éticas en contraste con las elevadas normas de la religión hebrea, y la religión más exigente a menudo era abandonada por la adoración más fácil de Baal.

El problema de la idolatría era tan grave en la antigüedad que los primeros dos mandamientos del Decálogo se ocupan en forma muy específica de esta fase de la vida religiosa (Éxo. 20:3-6). El segundo Mandamiento expresa con claridad: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni debajo del agua. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás. Porque el Señor tu Dios soy Yo, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación, a los que me aborrecen” (Éxo. 20:4-6).

Satanás siempre buscó desviar a hombres y mujeres de la verdadera adoración, que es “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). Todo lo que no es del agrado de Dios es del agrado de Satanás. Y, si se adora y venera a estatuas e imágenes de preferencias propias, se está desobedeciendo a lo que Dios en su Palabra ha hablado (Éxo. 20:4-6) y, por ende, se está obedeciendo a Satanás.

Daniel 3 presenta a los adoradores de la imagen de oro en cumplimiento del mandato humano. Se evidencia un contraste marcado entre los siervos de Dios y los siervos de un hombre que se creía dios. Los primeros son encontrados como fieles a prueba de fuego; y los segundos, como adoradores de una imagen por temor al “fuego” o por puro gusto probablemente.

Los adoradores idólatras están pendientes del proceder de los fieles adoradores de Dios. Pero no para seguir sus caminos sino para acusarlos, haciendo la labor de Satanás, el acusador (Zac. 3:1, 2), y anhelando que sean juzgados con la pena más dura (Dan.3:8-12), ignorando que serán ellos los que finalmente experimentarán “el fuego voraz” (cf. Dan. 3:22).

Un cuadro marcado de la idolatría en extremo. Por temor a una amenaza ardiente, “todos”, ricos y pobres, políticos y militares, extranjeros y oriundos, absolutamente todos son llamados a adorar la imagen de oro. No obstante, los adoradores falsos, los idólatras, tendrán su paga.

En última instancia, Dios condena en su Palabra ese tipo de adoración y culto, tanto que les promete el fuego eterno en el día final: “los idólatras […] tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apoc. 21:8). No hay duda de que la adoración a imágenes es un asunto abominable a los ojos de Dios.

LOS ADORADORES DE YHWH: VERDADEROS ADORADORES

En consecuencia, en Daniel 3, la “adoración al verdadero Dios es contrastada agudamente con la idolatría”.[9] Se ve un conflicto marcado entre la verdadera adoración y la falsa; la adoración de Sadrac, Mesac y Abednego en contraposición a la adoración idólatra de todos los que se postraron y adoraron la imagen de oro.

Los adoradores verdaderos de Dios no tienen el camino fácil. Corren el riesgo de morir por su resistencia al mandato de un hombre. Pero, no lo hacen por locos o dementes; lo hacen por fe, pues creen que Dios los librará. Y, si no lo hace, igual ellos están dispuestos a no claudicar.

A lo largo de la historia, los verdaderos adoradores se vieron amenazados por adorar como Dios quería; esto es evidente en el caso de Caín y Abel. No obstante, el adorador del agrado de Dios está dispuesto, si es necesario, a sufrir y ser vituperado, con tal de hacer la voluntad su Dios.

LA IMAGEN DE DANIEL 3: UN SÍMIL MINÚSCULO DE LA IMAGEN DE LA BESTIA DE APOCALIPSIS 13

Así, en este contexto, la imagen de oro, para muchos intérpretes, se relaciona con Apocalipsis 13, pues existe una correspondencia esencial con la historia de los tres jóvenes en Babilonia. Así como el levantamiento de la imagen de oro fue precedida de un decreto político para adorar la imagen bajo una amenaza a todo aquel que se rehusara, así también se repetirá, según Apocalipsis 13, en una escala universal en el tiempo del fin: “Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la primera bestia, para que la imagen pudiera hablar y dar muerte a todo el que no adore a la imagen de la bestia” (Apoc. 13:15). ¡Es importante reconocer la tipología esencial entre Daniel 3 y Apocalipsis 13![10]

De esta manera, la imagen de oro representa un símil de la imagen de la bestia, y por sus medidas conjugadas con el número “seis” hace vislumbrar sencillamente que se trata del “anticristo babilónico”, que obliga al mundo a adorar a la bestia y a su imagen (Apoc.13:11-18).[11]

Se observa un marcado paralelismo, en todo el capítulo 3 de Daniel, con Apocalipsis 14:9 al 12; no obstante, el siguiente verso es más que suficiente: “Se manda a vosotros, pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, la flauta, el tamboril, el arpa, el salterio, la zampoña y todo instrumento músico, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor levantó. El que no se postre y lo adore, en el acto será echado dentro de un horno ardiendo” (Dan. 3:4-6).

Apocalipsis menciona: “Y ordenaba que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente. Y que ninguno pueda comprar ni vender sino el que tenga la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre” (Apoc. 13:15-17). Juan continúa diciendo: “Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe su marca en su frente o en su mano, este también beberá del vino de la ira de Dios, vaciado puro en la copa de su ira. Y será atormentado con fuego y azufre ante los santos ángeles y ante el Cordero” (Apoc. 14:9,10).

La profecía bíblica señala con claridad que, en los tiempos finales de la historia, se levantará una imagen para lograr, como Nabucodonosor, la unidad religiosa, una sola religión. Para ello, el poder religioso y el político-militar serán más que necesarios (Iglesia Católica Apostólica Romana y los Estados Unidos de Norteamérica). La ley dominical será la señal visible de su unión, el decreto de muerte contra todos los que rehúsen adorar a la bestia y a su imagen.

Para que la imagen de la bestia se forme, el Papado y los EE.UU. deben ser referentes en sus ámbitos: el primero, como “la autoridad moral excluyente”[12], o en lo religioso; y el segundo, constituyéndose en la única superpotencia mundial prominente[13] en lo político y militar. Elena de White destaca: “Cuando las iglesias principales de los Estados Unidos, uniéndose en puntos comunes de doctrina, influyan sobre el Estado para que imponga los decretos y las instituciones de ellas, entonces la América protestante habrá formado una imagen de la jerarquía romana, y el infligir penas civiles contra los disidentes vendrá de por sí solo”.[14]

Por lo tanto, revisar y analizar la “imagen de oro” en Daniel 3 es de suma importancia, pues nos muestra el proceso de cómo será la institución de la “imagen de la bestia” en el tiempo del fin.

CONCLUSIONES

Primero, la fidelidad de los tres amigos de Daniel puesta a prueba debe ser ejemplo para todo cristiano en todo tiempo, demostrando así que es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (Hech.5:29). Segundo, la promesa de Dios de estar con nosotros siempre (Jos.1:9; cf. Mat. 28:20) se hace evidente en el desarrollo del relato. Pero, no solo está con nosotros, sino también interviene de manera extraordinaria, en el relato, mediante la liberación de una cruda situación. Tercero, el fuego es para los que han adorado, adoran y adorarán la imagen o la imagen de la bestia (Apoc. 14:10, 11). Este es realmente un símil claro de lo que sucederá el final del tiempo. Finalmente, este capítulo proclama a un Dios que se merece la adoración, porque salva a sus hijos fieles.

Finalmente, toda adoración verdadera es recompensada; la adoración de los jóvenes hebreos fue recompensada. Fueron librados del fuego consumidor, rescatados por Cristo (Dan. 3:25) y engrandecidos (Dan. 3:30).

Sobre el autor: Coordinador de Grupos pequeños en la Misión del Oriente Peruano.


Referencias

[1] Merling Alomía, Daniel: “el varón muy amado de Dios” (Lima: Theologika, 2004), 1:190.

[2] José Luís Santa Cruz, “El conflicto entre la falsa y verdadera adoración en el libro de Daniel, y su relevancia escatológica” (Tesis Doctoral en Teología, Universidad Peruana Unión, Ñaña, Lima, 2003), p. 42.

[3] Desmod Ford, Daniel (Nashville, TN.: Southern Publishing House, 1978), p. 76.

[4] Daniel Oscar Plenc, El culto que agrada a Dios (Buenos Aires: ACES, 2007), p. 131.

[5] Gerhard Pfandl, “Daniel”, Lecciones para la Escuela Sabática (Buenos Aires: ACES, 2004), p. 30.

[6] Jacques B. Doukhan, Secretos de Daniel. Sabiduría y sueños de un príncipe hebreo en el exilio (Buenos Aires: ACES, 2007), p. 44.

[7] Ibíd., p. 46.

[8] Ángel Manuel Rodríguez, Fulgores de gloria (Buenos Aires: ACES, 2001), p. 124.

[9] Merling Alomía, Daniel el profeta mesiánico (Lima: Theologika, 2007), 2:83.

[10] Hans K. La Rondelle, Las profecías del fin (Buenos Aires: ACES, 2000), p. 313.

[11] Merling Alomía, Daniel el profeta mesiánico, 2:85.

[12] Marcos Blanco, “La imagen de la bestia”, Revista Adventista (abril de 2005), p. 17.

[13] bíd.

[14] Elena de White, El conflicto de los siglos (Buenos Aires: ACES, 1975), p. 498.