El Coro de niños de la iglesia, dirigido por la esposa del pastor, ensayaba las canciones que presentaría en el programa de Navidad. Mientras se daban las últimas indicaciones correspondientes a la forma de entrar, presentarse en público y cantar, tres niños desaparecieron: Gustavo, el hijo del pastor, de ocho años; Santiago, el mayor del grupo y Jorge el menor. La ausencia de ellos pasó inadvertida por algunos momentos.

El ensayo terminó y cada niño se dirigió prestamente a la vereda donde se encontraban sus bicicletas. Pero… ¡oh! ¡qué sorpresa! Todas las ruedas estaban desinfladas… ¡Ni una se habla salvado! Inmediatamente se dirigieron al pastor y su esposa para relatarles lo sucedido. El pensamiento que estaba en el ambiente era: ¿Quién habrá sido? Pocos instantes después uno de los niños acotó que habla visto salir a Gustavo, Santiago y Jorge del ensayo sin saber adónde iban…

El pastor inmediatamente buscó a Gustavo en su casa, pero no estaba allí. Algunos momentos más tarde apareció. El papá llamó a Gustavo a su escritorio y allí dialogó con él. Este confesó todo… Claro, él no había sido de la idea, sino el mayor del grupo que era Santiago, pero había colaborado eficazmente en la travesura.

El sábado siguiente todos se encontraron en la iglesia. Los niños habían relatado lo sucedido en sus hogares y las madres ahora venían y le decían a la esposa del pastor: “¿Vio, hermana, lo que hizo su hijo el día del ensayo del coro?” ¡Por supuesto! Los niños cuando lo relataron en sus hogares no se “acordaron” del nombre de los tres, sino sólo de Gustavo, el hijo del pastor: y si acaso alguno relató todo como fue, las madres de los afectados sólo se “acordaron” de Gustavo, el hijo del pastor…

¿No es éste un caso que bajo diferentes matices se repite vez tras vez en las iglesias con los hijos de los pastores? Muchas veces hemos escuchado frases tales como: “Hijo de pastor y basta”. “Acuérdate de que eres hijo de pastor”. “Tienes que dar el ejemplo porque eres hijo de pastor”. “¡Los hijos de los pastores son todos iguales!” A veces da la impresión de que ser llamado hijo de pastor es sinónimo de un mal educado, travieso, revoltoso, vivaracho y atrevido. Estas son ideas que están en la mente de no pocos hermanos. No entraremos a tratar aquí si dichas aseveraciones son siempre justificadas o no, pero en honor a la verdad, deberíamos reconocer que en algunos casos lamentablemente es así.

Sin embargo, cabe una pregunta: ¿Por qué los hermanos a veces se forman esta idea de los hijos de los pastores teniendo en cuenta que son niños como todos los demás? ¿Por qué parece amplificado todo lo que realiza un hijo de pastor? ¿Acaso no es él un ser humano de carne y hueso también? Sus etapas de desarrollo físico y psíquico son iguales a las de sus congéneres con las variaciones propias de cada caso. Sus inclinaciones son semejantes. ¿Por qué, entonces, esa presión continua? Hay dos razones que explican esta situación:

  1. El ministro es el líder natural de la iglesia o congregación donde actúa. Por esta sencilla razón él se convierte en el centro o foco de atención de toda la hermandad, lo mismo que su esposa. Lo que a veces olvidamos es que sus hijos se encuentran quizá en idéntica situación.

Frecuentemente se habla de la caja de cristal para ilustrar el hecho de que un ministro es un ser observado por la hermandad, no sólo en la iglesia o en el pulpito, sino en su vida privada y en su actuación general. Se pretende señalar con esta acertada figura la transparencia de toda su vida, en lo que a ejemplo se refiere. Sin embargo, es preciso recordar que dentro de esa caja de cristal se encuentran los hijos del pastor jugando un papel de suma importancia.

Por lo tanto, debido a la posición especial que ocupan como hijos del líder principal, los errores de éstos son más notorios. Hasta pareciera que los hermanos usaran a veces una lupa para mirar los defectos de ellos. Pueden diez niños o jóvenes hacer tal o cual cosa, pero es suficiente que lo haga el hijo del pastor para que a partir de ese preciso momento se considere que obró mal.

  • La segunda razón que responde a nuestra pregunta inicial se menciona en los escritos del espíritu de profecía. Es una aseveración de tremendas dimensiones. “Por grandes que sean los males debidos a la infidelidad paternal en cualquier circunstancia son diez veces mayores cuando existen en las familias de quienes fueron designados maestros del pueblo” {Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 172).

Sí, estimado pastor, es cierto que su hijo es como todos los demás, pero su posición de, privilegio lo coloca ante una responsabilidad mayor. El hijo de un ministro ha tenido mayores privilegios desde su misma cuna, en lo que a formación y educación en los distintos niveles de la vida se refiere.

De ahí que podamos decir sin temor a equivocarnos que la tarea de un padre pastor y su esposa en la educación de sus hijos resulta una labor muy delicada.

¡Cuántos hijos que crecieron escuchando los sermones de su padre se fueron del hogar para nunca más volver! Es tal la aversión que suele crear en su ánimo la repetición de la frase: “Eres hijo de un pastor”, que a veces alguno de ellos llega al punto de despreciar la suerte que le tocó vivir, repudiando así una posición que debería considerar todo un privilegio otorgado por Dios sólo a unos pocos.

No es raro que en pocos años esos jóvenes se encuentren militando en las filas del mundo, o desenvolviéndose en una actividad que no tenga ninguna relación directa con la obra.

¿Por qué algunos jóvenes y señoritas, hijos de pastores, no se entusiasman por servir a la misma causa que sus padres? ¿Por qué prefieren a veces desenvolverse en actividades fuera de la obra?

Veamos algunos de los aspectos que sería necesario tener en cuenta en esta tarea tan delicada de conducir un hijo de pastor.

Un padre pastor consciente nunca debería olvidar que su hijo es uno de los primeros que recibe las miradas de aprobación o desaprobación de la iglesia con respecto a su actuación como ministro. ¡Cuántas veces se siente alabado, sobrestimado, y de pronto, también solo, criticado y observado!

No sería nada fuera de lo común que luego de una junta o reunión administrativa donde fue necesario tratar algún problema un tanto discutido, él escuchara de boca de algún hermano críticas de indignación que se refieren a su padre. En una palabra, es preciso no olvidar que ese niño o joven, le guste o no, está ligado al ministerio de su padre. Como los hermanos traten al pastor así tratarán a sus hijos también. El lleva sobre sus hombros parte de la responsabilidad grande que fue depositada sobre su padre como ministro del Evangelio.

Los padres nunca debieran olvidar este aspecto para ser comprensivos cuando corresponda y a la vez inculcar en sus hijos un sentido de responsabilidad especial por el privilegio que les toca vivir sin crear en ellos un sentido de aversión. Quizá más de una vez sea necesario orar, pensar y meditar para hablar y corregir a ese hijo que cometió un error público.

Veamos algunos principios generales que nos ayudarán en este sentido: 1. Recuerde que sus hijos son humanos y como tal sujetos a errores. Es necesario que les mencione de vez en cuando la responsabilidad que tienen como hijos de pastor y el comportamiento que debieran conservar como tales. Sin embargo, ellos no entienden eso, generalmente, hasta pasados unos cuantos años. A veces, lamentablemente, nunca. Es bueno inclusive estudiar la forma de decirles eso para que lo entiendan y capten lo que esa idea significa. Sus hijos necesitan comprensión, diálogo permanente, trato ameno y cariñoso sin olvidar la firmeza que corresponde. Pero, en la relación padre-hijo, evítese toda actitud severa que pueda fomentar en los hijos el deseo de desligarse de sus padres, y de mostrar que son independientes, que no les interesa absolutamente nada, actitud ésta que los colocará en grave peligro.

  • No comente en presencia de ellos sus puntos de desacuerdo con la obra o amarguras, si las hubiera. Es posible pastor lector que usted no esté de acuerdo con el presupuesto que le designó el tesorero del campo o considere que el plan del director del Depto. de Actividades Laicas de la unión no es el más indicado para este momento. Esto se debe a que usted es un ser individual en su forma de pensar, y no una máquina de recibir ideas, pero deseo subrayar que usted no debe comentar esas diferencias de opinión en tono de murmuración o de crítica, delante de sus hijos. Vea qué es formativo para ellos y qué no lo es. No diga: “Tengo que desahogarme en mi hogar, pues es el único lugar donde puedo conversar acerca de mis problemas”. Recuerde que sus hijos son como raíces que absorben todo el alimento que usted les dé. Sus mentes se van nutriendo de todo lo que usted comente o diga en su hogar.

“No critiquéis a aquellos que llevan la carga de la responsabilidad. No permitáis que vuestras conversaciones en la familia sean envenenadas por la crítica de los obreros del Señor. Los padres que se permiten este espíritu de crítica no ponen delante de sus hijos lo que puede hacerlos sabios para salud” (Ibid.).

Sin embargo, conviene aclarar que el extremo opuesto no es del todo positivo. No se trata de hacerles pensar que todos los colegas de su padre y administradores de la organización son “santos”. Deben saber sí que están procurando la santidad pero a la vez recordar que están sujetos a errores y fracasos como todos los demás. Sobre todas las cosas, destaque el hecho de que son colaboradores de Cristo, el Pastor de los pastores y que su obra triunfará a pesar de los errores humanos. No inculque en sus hijos un espíritu de amargura o aversión hacia la obra ni tampoco de tanta necedad que cuando conozcan algunos de los problemas, se chasqueen. Sea equilibrado al presentar los hechos. En la obra puede haber algunos desaciertos, pero los hechos positivos que se pueden destacar son muchos más.

  • Cuide lo que comenta acerca de los hermanos de la iglesia en su hogar. Sí, usted lo sabe. Los niños a veces escuchan y entienden más de lo que imaginamos. Cuando usted habla de que el Hno. Pérez lo hizo “traspirar” en una junta porque tiene tal o cual forma de actuar, su hijo escucha y si luego no lo comenta con los amiguitos de la iglesia, cuando vea al hermano mencionado no se olvidará de actuar, quizá sin naturalidad. Inmediatamente su razonamiento será: “Este hermano hizo pasar un mal momento a mi papá. No lo puedo querer”. Por otra parte, los niños a veces no comprenden bien qué conviene contar y qué callar. Cuídese, pues, al expresar sus conceptos personales acerca de ciertos hermanos cuando esté en presencia de sus hijos.
  • No pierda oportunidad de comunicarse con ellos. ¿Su trabajo? Sí, es muy importante. ¿Que en las asambleas colocan un pizarrón y comienzan a anotar los bautismos de cada uno? También es cierto. ¿Que el tiempo del pastor es muy ajustado? Tiene razón. Pero, ¿recordó que Dios le pedirá cuentas, en primer lugar, por los seres que usted trajo al mundo bajo su responsabilidad? Y dejando esto de lado, ¿recordó que a corto plazo ellos apoyarán su ministerio o lo destruirán?

Pastor, comuniqúese con sus hijos. Muéstreles simpatía

y deseo de estar con ellos. Sus hijos saben que a usted no le sobra el tiempo. Pero los minutos que les dedica serán grandemente apreciados. Simples preguntas sobre la nota que sacaron en la escuela, sobre sus amigos, sus juegos, les demostrarán que usted está realmente preocupado no sólo en su ministerio como pastor sino en las actividades de ellos como niños y jóvenes.

Forme un ambiente de relación tan amigable como le sea posible, especialmente si son hijos varones; de tal modo que sean capaces de contarle lo que les sucede, no importa lo que sea.

“En algunos casos, los hijos de predicadores son los niños a quienes más se descuida en el mundo, por la razón de que el padre está poco con ellos, y se les deja elegir sus ocupaciones y diversiones. Él debe hacerse compañero y amigo de ellos” (Obreros Evangélicos, pág. 217).

Ellos necesitan ver en su padre a un amigo más que al pastor. Si es realmente cierta y necesaria en todo hogar la actitud comunicativa de padres a hijos y viceversa, lo es en un grado mayor aún en el hogar de un pastor. La comunicación no siempre requiere extensión de tiempo, a veces simplemente son gestos que indican una actitud constante.

¡Qué mejor pastor para un hijo de pastor que su propio padre! Sin embargo si la comunicación no es transparente entre ellos, tarde o temprano buscará otro a quien relatar los hechos de su vida, porque no se anima a acercarse a su padre. Y esto sin lugar a dudas es un hecho por demás lamentable.

“Los deberes propios del predicador lo rodean, lejos y cerca; pero su primer deber es para con sus hijos. No debe dejarse embargar por sus deberes exteriores hasta el punto de descuidar la instrucción que sus hijos necesitan” (Id., pág. 215).

Trate de desarrollar en sus hijos una actitud espiritual profunda. Los hijos de pastores escuchan muchos sermones y conferencias de sus padres, participan de cerca en muchas de las actividades de la iglesia, pero a menos que todo eso sea algo vivido por ellos mismos, pronto morirá. Por regla general, su experiencia espiritual es completamente diferente de la de un joven o un adulto, rescatado del mundo, que experimentó el proceso de la conversión. El hijo del pastor nace por lo general en cuna adventista y su experiencia es diferente, salvo excepciones. Es un proceso más continuo. En algunos casos, recién experimenta una auténtica conversión años después de su bautismo.

Un pastor y su esposa debieran preocuparse realmente de este aspecto. Cristo morando en el corazón de sus hijos, como algo real, no como un mero formalismo. Es algo muy común que hijos de pastores salgan de sus hogares con las prácticas formales y cuando se separan del hogar fácilmente las olviden, pues no están arraigadas en ellos como algo personal, vivido y real. Debe nacer esa llama en ellos tanto como en las otras almas que no conocen el mensaje. Después de todo, “¿no son las almas de sus hijos de tanto valor como las de los paganos?” (Id., pág. 217).

La misma preocupación que es puesta para convertir un alma que no conoce acerca de Jesús debiera ser puesta para un hijo de pastor y ¿quién mejor para proveérsela que usted que es su padre?

“Ninguna disculpa tiene el predicador por descuidar el circulo interior en favor del círculo mayor. El bienestar espiritual de su familia está ante todo” (Id. 215).

“Debe existir en la familia del predicador una unidad que predique sermón eficaz sobre la piedad práctica” (Id. pág. 216).

“Por otro lado, el predicador que permita que sus hijos se críen indisciplinados y desobedientes, encontrará que la influencia de sus labores en el púlpito queda contrarrestada por la conducta indigna de sus hijos. El que no pueda gobernar los miembros de su propia familia, no podrá ministrar en favor de la iglesia de Dios, ni preservarla de la contención y controversia” (Ibid.).

Ellos serán tarde o temprano la vidriera de su ministerio. Lo exaltarán o lo rebajarán ante los miembros de iglesia. Favorecerán su tarea como embajador del cielo, haciéndola más efectiva, o resultarán un obstáculo en su trabajo en favor de las almas.

Sus hijos deben ver a Cristo en usted, en primer lugar. Ello será motivo de inspiración para sus vidas. Así podrán decir como dijo aquel hijo de pastor: “En la vida de mi padre vi el sermón más elocuente que todos los que le oí predicar”.

Si Jesús mora en su corazón, el sermón de su vida práctica ha de inspirar en sus hijos el deseo de participar de esa misma experiencia. Y ese ejemplo será el mejor fundamento para sus predicaciones y su actividad como ministro del Evangelio.

Seguramente recordará aquel incidente sucedido con el niño que se diferenciaba tanto de sus compañeros en los juegos, la forma de comportarse, su aplicación al estudio, su cortesía, que alguien se le acercó y le preguntó: “¿Por qué eres tan diferente de tus amigos?” A lo que el niño respondió: “Mi padre siempre me decía antes de morir que me portara bien porque era hijo de un rey”. ¡Qué hermosa respuesta! Aquel padre había logrado inspirar en su hijo una actitud auténticamente diferente. Las palabras solamente no hubieran hecho ningún cambio en aquel niño.

Ojalá, pastores, que vuestros hijos puedan decir con alegría y gozo que son hijos de pastores, porque de esa forma han podido vivir más cerca de Jesús.

De usted depende que ellos representen su ministerio con altura o no. “¡Hijo de pastor!” ¡Qué gran privilegio… Qué gran responsabilidad para usted, pastor, que es su padre!

Sobre el autor: Joven sudamericano que actualmente estudia en los Estados Unidos.