Si bien Elena de White escribió que nosotros podemos apresurar o demorar el regreso del Señor, también escribió que Jesús vendría en “el tiempo señalado”. ¿Qué quiso decir?

Más de catorce décadas pasaron desde que Guillermo Miller predijo que Jesús regresaría en 1844, y muchos adventistas se preguntan por qué el Señor no ha regresado. Por un lado, nos encontramos con signos claros que anuncian el fin. Es evidente que existe la amenaza nuclear; la epidemia de SIDA que está diezmando el África y amenaza a Occidente; las drogas; el satanismo y el desmoronamiento de nuestras instituciones políticas.

Pero, por otro lado, algunas señales aún no se han cumplido. Las leyes dominicales no están en el tapete. La derecha religiosa se refiere a ellas, pero han perdido credibilidad por la debacle en que vive el PTL [sigla que se refiere al grupo “Praise the Lord”]. Ningún observador del sábado está preso porque trabaje en domingo. Y si bien muchas denominaciones se unieron, su influencia legislativa es reducida. Hoy el gran desafío no es el fanatismo religioso, sino el secularismo y la incredulidad mundanal.

Está difundido el sentimiento de que la iglesia ha perdido su sentido de inminencia en el regreso de Cristo, y muchos están haciendo tremendos esfuerzos para sacar a la iglesia de su mortal inmovilidad. Algunos están reaplicando al futuro profecías que se cumplieron en el pasado, creyendo que esto podrá despertar al pueblo de Dios y conducirlo hacia los eventos finales. En 1980 cierto autor, que sostiene una de estas posiciones, escribió un documento de 1400 páginas en el que predecía que ocurrirían grandes cosas entre 1982 y 1983. Otro autor confía en que el papa actual es el que conducirá al mundo a emitir las leyes dominicales. Algunos están seguros de que el juicio en el cielo ya comenzó en 1986 a tratar los casos de los seres vivientes. Otro predijo que el tiempo de prueba para los adventistas finalizaría en julio de 1987, y para el resto del mundo en agosto de 1987. Para otros, los antiguos ciclos jubileos tenían un significado especial relacionado con el año 1987.

Si bien ningún autor está mencionando el día y la hora, muchos están refiriéndose al mes y el año. Estas personas generalmente dicen que el Señor está esperando que la iglesia se arrepienta de su pecado y acepte las creencias y el estilo de vida que ella misma sustenta. Están seguros de que el momento de regreso del Señor depende de la preparación del pueblo.

Elena de White vivió siete décadas después de 1844. Su visión hacia los años que pasaron puede ofrecernos ahora un enfoque equilibrado.

¿Ha demorado Jesús su regreso?

Muchos adventistas creen que Jesús ha demorado su regreso y se refieren a una declaración que formuló Elena de White en 1883. Ella dijo que si después del gran chasco de 1844 todos los adventistas se hubieran mantenido firmes en su fe, y unidos en la proclamación del mensaje del tercer ángel, el Señor “hubiera obrado poderosamente acompañando sus esfuerzos, se habría completado la obra y Cristo habría venido antes de esto para recibir a su pueblo y darle su recompensa”.[1]

“No era la voluntad de Dios que la venida de Cristo demorara de este modo”, continúa diciendo ella al comparar a los creyentes adventistas con el antiguo Israel, que peregrinó en el desierto durante cuarenta años. Los mismos pecados —la incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración, y las contiendas— demoraron los eventos que tanto los Israelitas como los adventistas estaban y están esperando.

En esta referencia, Elena de White también escribió que “tanto las promesas como las amenazas de Dios son igualmente condicionales”. Las condiciones necesarias eran que el pueblo de Dios purificara sus almas por medio de la obediencia a la verdad, y proclamase el triple mensaje angélico.

Si bien esta fue la primera vez que Elena de White habló tan claramente de la demora, a medida que los años pasaron ella repitió estas ideas en diferentes ocasiones. Dijo que tan pronto como el pueblo de Dios recibiera el sello en sus frentes y se preparase para el zarandeo, Cristo regresaría.[2] En algunos casos, comparó a los creyentes con los soldados que no cumplieron su tarea, o con las plantas que debieran llevar fruto. Si ellos hubieran sido fieles, habrían sembrado con presteza la semilla del Evangelio, pero porque no cumplieron esta tarea, el trabajo no progresó en el grado apropiado.[3]

En 1892, Elena de White escribió que los eventos finales están vinculados con la revelación de la justicia de Cristo que comenzó en 1888: “El tiempo de prueba está precisamente delante de nosotros, pues el fuerte pregón del tercer ángel ya ha comenzado en la revelación de la justicia de Cristo, el Redentor que perdona los pecados. Este es el comienzo de la luz del ángel cuya gloria llenará toda la tierra”.[4]

A partir de esta última afirmación muchos concluyeron que el tiempo del regreso de Cristo depende de esta única condición —la revelación de la justicia de Cristo. Pero esta declaración debiera leerse en el contexto de todo el artículo, y en conexión con todo lo que ella escribió sobre el fuerte clamor. En 1858, por ejemplo, escribió que el fuerte clamor alcanzaría a los pobres esclavos.[5] En 1888 vinculó el fuerte clamor con el segundo y tercer mensajes angélicos, con un énfasis especial en el sábado.[6] En 1909 dijo que durante el fuerte clamor, el amor triunfaría sobre los prejuicios raciales.[7]

Es evidente, entonces, que la declaración formulada en 1892 es parte de un cuadro mayor y no debiera ser considerada aisladamente. Debemos recordar que Elena de White escribió como si todos los eventos finales estuvieran comenzando o como si fuesen algo inminente. Ninguno debiera utilizarse para establecer fechas. En 1891 predicó un sermón titulado: “No está en vosotros conocer los tiempos o las sazones”. En este sermón dijo: “No puedo establecer un tiempo preciso para hablar del momento en que ocurrirá el derramamiento del Espíritu Santo —cuando el poderoso ángel descienda del cielo, y se una el tercer ángel en la finalización de la obra de este mundo; mi mensaje es que nuestra única seguridad consiste en estar preparados para el refrigerio celestial, teniendo nuestras lámparas preparadas y encendidas”.[8]

En Palabras de vida del gran Maestro encontramos esta conocida declaración: “Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos.

“Todo cristiano tiene la oportunidad no sólo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo (2 Ped. 3:12). Si todos los que profesan el nombre de Cristo llevaran fruto para su gloria, cuán prontamente se sembraría en todo el mundo la semilla del Evangelio. Rápidamente maduraría la gran cosecha final y Cristo vendría para recoger el precioso grano”.[9]

En líneas similares, Elena de White afirmó que si la juventud de la iglesia fuera un ejército bien entrenado, el Señor regresaría pronto; y cuando los miembros hayan realizado la tarea adecuada en sus casas y fuera de ellas, el mundo pronto sería advertido y el Señor regresaría.[10]

Por lo tanto, Elena de White fue muy clara al decir que Jesús había demorado su venida, y que por la vida santa y el testimonio diligente podemos apresurar la venida del Señor.

Las implicaciones de la demora del advenimiento

Pero a medida que las décadas pasan, los interrogantes surgen en nuestras mentes. Siendo que Dios sabe el momento en que volverá Jesús, ¿cómo podemos hablar de demora? ¿De qué manera podemos armonizar su soberanía —su control del tiempo del advenimiento— con nuestro libre albedrío —nuestra parte en el apresuramiento o en la demora del advenimiento? ¿Cuánto nos permitirá estorbar el clímax de sus planes?

Si El espera que logremos un nivel de santidad nunca visto anteriormente, ¿podremos alguna vez cumplir con los requisitos?

Y, con respecto a la predicación del Evangelio a todo el mundo, ¿cómo podremos hacerlo mientras unos mueren en tanto que otros nacen? ¿Únicamente la predicación adventista es la aceptable?

Hemos escuchado muchas respuestas para estas preguntas. Algunas se concentran en el arrepentimiento y en la justificación por la fe, especialmente durante este centésimo aniversario del Congreso de la Asociación General en 1888. Otros ponen énfasis en la conducta y en las normas; y hay todavía quienes señalan la tarea que todavía se debe realizar en el mundo.

Cada reformador dice: “¡Tengo la respuesta! ¡Síganme y el Señor regresará!” Si bien todas las respuesta varían, todas parecen concordar con que la traslación y la justificación son más importantes que la resurrección y la justificación, y que los adventistas deben hacer algo nunca hecho anteriormente. Algunos se desesperan porque no ven que los adventistas estén haciendo esta tarea. ¡La iglesia de Laodicea sigue siendo la iglesia de Laodicea![11]

¿Qué diría Elena de White de todos estos temas? ¿Intentaba ella destruir nuestra esperanza con sus exhortaciones? ¿Estableció normas que a los miembros del pueblo de Dios les resultan inalcanzables? ¿Puso en tela de juicio la fidelidad de los creyentes por la infidelidad de otros? ¿Describió la venida de Cristo como dependiente de la santidad o del testimonio de su pueblo?

La respuesta es que hemos examinado un aspecto de lo que ella escribió sobre este tema, y por lo cual desarrollamos un esquema distorsionado. Elena de White dice que Cristo demoró su venida, pero no es todo lo que dice. Consideremos el otro aspecto de su pensamiento.

¿Se determinó el tiempo de la venida de Jesús?

Si bien Elena de White a menudo se refirió a la demora, aun mencionó con mayor frecuencia la certeza y la cercanía de la venida de Jesús. En 1888 indicó que aunque podía parecer que Jesús demoraba, en realidad no era así. “No seamos impacientes. Si la visión tarda, espérenla, porque seguramente vendrá, y no tardará. Aunque estemos desilusionados, nuestra fe no debe flaquear, ni debemos permitir que se nos conduzca a la perdición. La aparente demora no es así en realidad, pues a su tiempo el Señor volverá”.[12]

Dios tiene un día y una hora. Elena de White lo escuchó en su primera visión,[13] aunque el Señor no le permitió que lo revelara. La misma carta citada anteriormente explica: “No tengo el conocimiento en cuanto al tiempo mencionado por la voz de Dios. Oí cuando proclamaba la hora, pero no tuve el recuerdo de esa hora después que salí de la visión”.[14]

En 1888 hubo un intento de que el Congreso (de los Estados Unidos) emitiera una ley dominical nacional. Los adventistas vieron este intento como el cumplimiento de lo que habían estado proclamando durante cuarenta años. Parecía que la crisis estaba cercana, pero la iglesia no estaba preparada — ni por la experiencia personal de los miembros ni por la obra que había hecho en el mundo. Elena de White invitó a los adventistas para que oraran reclamando una tregua, con el propósito de que tuvieran tiempo para hacer la obra descuidada. Ella no creía que aún fuese el tiempo en que sus libertades fueran restringidas.[15] Lo que escribió en este capítulo arroja una luz diferente sobre las declaraciones de 1883, las cuales sugieren que el fin no llegaría hasta que la iglesia hubiera finalizado su tarea. En 1889 el evento final parecía haber comenzado, aun cuando la iglesia no había hecho su tarea.

Otra evidencia del tiempo determinado para la venida de Cristo se encuentra en el enfoque de Elena de White sobre la soberanía. Las grandes profecías de la Biblia muestran el control divino sobre todas las cosas. “Pero, como las estrellas en la vasta órbita de su derrotero señalado, los propósitos de Dios no conocen premura ni demora”.[16] Cuando el gran reloj de Dios indicó el día señalado en Daniel 9: 24-27, Jesús nació en Belén.

En la visión de Ezequiel, relativa a la gloria de Dios, la Sra. de White vio símbolos del poder de Dios sobre los gobernantes terrenales. Las manos que están debajo de las alas de los querubines demostraron que los eventos humanos están bajo el control divino. Dios manifiesta sus propósitos a través de los movimientos de las naciones.[17]

Dios también es soberano en la iglesia. El Señor garantiza que la iglesia tendrá éxito en su misión en el mundo: “La causa de la verdad presente… está destinada a triunfar gloriosamente”.[18] En la última generación, la parábola de la semilla de mostaza “ha de alcanzar un notable y triunfante cumplimiento”, el mensaje de advertencia irá a todo el mundo “para tomar de ellos pueblo para su nombre”.[19]

Los reformadores que estén desalentados por la condición de la iglesia pueden encontrar un estímulo en la fe de Elena de White en el poder de Dios: “Aquellos a quienes Dios emplea como sus mensajeros no deben considerar que la obra de él depende de ellos. Los seres finitos no son los que han de llevar esta carga de responsabilidad. El que no duerme, el que está obrando de continuo para realizar sus designios, llevará adelante su obra. El estorbará los propósitos de los hombres impíos, confundirá los consejos de aquellos que maquinan el mal contra su pueblo”.[20]

Por esta razón la soberanía de Dios es nuestra seguridad. Si fuera necesario, El mismo terminaría la obra. Pero si sólo pensamos en la soberanía divina, podemos hundirnos en una condición de apatía pecaminosa. Si Dios tiene un cronograma y nosotros ni podemos apresurarlo ni demorarlo, ¿por qué debiéramos intentar hacer algo? Por esta causa, tomar un aspecto del pensamiento de Elena de White plantea peligros.

Armonizando la demora con la inminencia

¿Cómo pudo Elena de White hablar de demora en 1883, pero en 1888 afirmar que esto “no era así en realidad”? ¿Cómo podemos armonizar la demora con la inminencia?

Aquí tenemos dos formas de mirar un mismo evento. Desde nuestro punto de vista, ha habido una demora porque no hemos realizado la obra que deberíamos haber hecho. Pero, desde el punto de vista de Dios no hay ninguna demora. El Señor no ha puesto sus planes enteramente en nuestras manos. Él es soberano; Él lo controla todo; Él tiene “su tiempo señalado”.

Elena de White enseñó que Cristo regresaba pronto. En 1888 escribió: “Los ángeles de Dios, en sus mensajes para los hombres, representan el tiempo como muy corto. Así me ha sido siempre presentado. Es cierto que el tiempo se ha extendido más de lo que esperábamos en los primeros días de este mensaje. Nuestro Salvador no apareció tan pronto como lo esperábamos. Pero, ¿ha fallado la palabra del Señor? ¡Nunca! Debiera recordarse que las promesas y amenazas de Dios son igualmente condicionales”.[21]

Aquí vemos los dos aspectos, demora e inminencia. Pero vemos algo más. En el párrafo siguiente, la Hna. White pone más énfasis en las condiciones de preparación que en la fechas exacta de la venida. Ella nunca se refiere al tiempo como a una pieza de información. Las referencias a una demora vienen después de las exhortaciones. Ella habla del mensaje del tercer ángel y de la reforma del sábado, y luego llama al pueblo de Dios a purificar sus almas en la obediencia a la verdad. Sostiene que la incredulidad, la mundanalidad, la falta de consagración, y las contiendas entre el profeso pueblo de Dios son las razones por las que estuvo en este mundo durante tantos años.[22]

El que cree en la pronta venida de Cristo, demuestra su fe por medio de una vida santa y de un testimonio diligente. El que cree que su venida se demora lo demuestra por sus pecados. Es el siervo impío quien dice en su corazón que el señor se tarda.

Cierta vez Elena de White reprochó a la esposa de un pastor: “Yo vi, durante algún tiempo en el pasado, que la Hna. J. ha tenido un espíritu rebelde, ha estado mal dispuesta… Vi que no consideraba la venida del Señor tan cercana como debería, y que su mente, en vez de estar en Rochester, debió sumirse por entero en la obra del Señor, y que debió buscar oportunidades para ayudar a su esposo, a sostener sus manos, y trabajar donde hubiera una oportunidad”.[23]

Cuando Elena de White habló del “verdadero espíritu adventista” y de las mujeres que no “consideran la venida del Señor tan cercana como deberían”, se estaba refiriendo más a la preparación y no tanto al tiempo.

Cuando el Señor regrese habrá un pueblo preparado. Sus manchas y suciedades serán quitadas de sus frentes —el orgullo, la pasión, la pereza, la envidia, las presuposiciones malvadas y la forma de hablar insidiosa.[24] Estas manchas son la razón de todas las exhortaciones de Elena de White. Ella insistió en que la obra de vencer al pecado debiera realizarse en esta vida: ni el más mínimo error del carácter será quitado cuando Cristo regrese.[25]

Cuando nos volvemos al sector de escritos de Elena de White que se refieren a la “inminencia”, encontramos que las referencias al tiempo ocupan un lugar secundario al de la exhortación. De hecho, ella complementa sus declaraciones diciendo que la incredulidad y el pecado demoraron la venida de Cristo indicando que debiéramos vencer la incredulidad y el pecado porque el viene pronto. Sea que pensemos en la inminencia o en la demora, nuestros deberes son los mismos: debemos “vivir y actuar íntegramente en relación a la venida del Hijo del Hombre”.[26] Debiéramos estar tan llenos del espíritu del advenimiento de Cristo que, aunque estemos trabajando en el campo, construyendo una casa, o predicando la Palabra, debiéramos estar preparados para dicho acontecimiento.[27]

Los que aguardan la venida de Jesús deberán esperar, velar, trabajar y orar. Esperar y velar demuestra que somos extranjeros y peregrinos en la tierra; mientras otros buscan tesoros terrenales y viven como si hubiera mucho tiempo, nosotros, en cambio, buscamos lo mejor, el país celestial.[28]Trabajar significa desarrollar nuestros talentos para Cristo y trabajar por las almas. Al esperar, velar, orar y trabajar cultivamos la santidad del corazón.[29]

En tanto que algunos adventistas, que cavilan con respecto a los eventos de los días del fin, confían plenamente en los escritos de Elena de White, ella no trazó ningún diagrama del futuro. Los diagramas de este tipo, generalmente, se basan en compilaciones de citas, y siempre varían al compás del criterio del compilador. Estos programas fomentan el entusiasmo, aumentan el número de concurrentes a las reuniones de oración, pero las cosas no suelen desarrollarse de la manera en las que se las predice. Hay un gran peligro en gritar con frecuencia: “¡Lobo! ¡Lobo!” Elena de White no dice que debamos contemplar las señales de los tiempos. Más bien, nos aconseja vigilar hasta los más mínimos requerimientos impuros de nuestra naturaleza.[30] Debemos velar y orar como si cada día fuera el último que tenemos por delante; debemos ser sobrios, pero no “acariciar la melancolía y la tristeza”.[31]

Como es nuestro deber testificar, encontramos que Elena de White nos exhorta a comunicar la verdad a toda persona con la que nos encontremos, porque nuestro tiempo para testificar pronto pasará; sólo disponemos de un lapso breve para afrontar la contienda.[32] En 1904 Elena de White escribió que, como el Señor pronto se levantará para sacudir la tierra, no disponemos de tiempo para gastarlo en cosas triviales.[33]

Repetidas veces dijo que el fin estaba cerca, y que hay una gran obra que tenemos que realizan ¡cuán diligentes debiéramos ser en cumplirla! Siempre se reclamó la necesidad de velar y ser fieles, pero, como el fin está cerca, Elena de White nos invita a duplicar nuestra diligencia. Debe comunicarse el mensaje: “Ahora tenemos advertencias que debemos transmitir, ahora tenemos una obra que realizar; pero pronto será más difícil de lo que podemos imaginar”.[34](¡Es notable ver cómo esta predicción hecha en 1900 se ha cumplido en este siglo!)

La inminencia de la venida de Cristo también es otro motivo para sostener nuestras casas publicadoras, nuestros sanatorios, nuestras escuelas, nuestras compañías de alimentos y nuestros restaurantes. Las instituciones son proyectos de amplio espectro, pero respaldan la obra y ayudan a proclamar el triple mensaje angélico. Debemos trabajar hasta que el Señor nos indique “que no hagamos más esfuerzos para construir iglesias ni establecer escuelas, sanatorios, e instituciones publicadoras…

“[Debemos] aumentar los medios, para que en poco tiempo podamos realizar una gran tarea”.[35]

Debemos ser constantes en nuestra tarea hasta que el Señor nos diga que está realizada. Si no tomamos las medidas adecuadas no estaremos preparados para la venida del Señor. Elena de White puso énfasis en la realización de la tarea y en vivir ejemplarmente, y no tanto en calcular el tiempo. Sólo Dios sabe cuándo será el fin, pero siempre debemos trabajar y vivir creyendo que el tiempo está cerca. Preguntarnos: “¿Cuando?” es formularnos la pregunta equivocada; más bien, debemos preguntamos cómo podemos prepararnos para el momento en que acontezca.

¿Qué podemos decir sobre la perfección del fin del tiempo?

¿Alcanzará la iglesia en algún momento un nivel de vida inmaculada en el que todos lleguen a tener “sus caracteres purificados de todo pecado por la sangre de la aspersión” y preparados “para estar en pie en la presencia del Dios santo sin mediador”?[36]Esto pareciera implicar una perfección inmaculada. ¿Cómo se la puede alcanzar?

Elena de White nunca pretendió ser perfecta. Poco antes de morir, dijo; “No digo que sea perfecta, pero intento ser perfecta. No espero que otros sean perfectos; y si no puedo asociarme con mis hermanos y hermanas que no son perfectos, es porque no conozco lo que debo hacer.

“Intento tratar el punto del mejor modo posible, y agradezco por tener un espíritu de elevación y no uno de depresión… Nadie es perfecto. Si alguno fuera perfecto, estaría preparado para el cielo. Pero en la medida en que no somos perfectos, tenemos una obra que hacer para alcanzar la perfección. Tenemos un poderoso Salvador…

“Me regocijo por tener una fe que se aferra de las promesas de Dios, y que trabaja por amor y santifica el alma”.[37]

“Tenemos un poderoso Salvador”. Ese es el secreto de estar listos para su venida. El Señor es nuestra justicia, como también ha sido la justicia de todos nuestros antepasados que murieron en la fe.

La parte que Dios tiene que realizar para que esté preparado para la traslación es la de perdonar mis pecados e imputarme la justicia de Cristo y luego guiarme para que crezca de “gracia en gracias, de poder en poder, de carácter en carácter”.[38] Mi parte es creer en sus promesas, confesar mis pecados, entregarme al Señor y estar dispuesto a servirlo. En la medida en que crea que el Señor me ha limpiado, Dios concretará la realidad —Cristo sanará mis heridas y me vendará de toda impureza.

Estas bendiciones, que nos otorgan identidad y aptitud para la vida celestial, se describen con belleza en El camino a Cristo, las páginas 50 y 51. Allí Elena de White dice que debemos servir a Cristo y creer en sus promesas de perdón y de pureza —”Así será si lo creéis”. Su voluntad es limpiarnos del pecado, hacernos sus hijos y capacitarnos para vivir una vida santa. “De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibimos y agradecerle por haberlas recibido”.

Podemos resumir las exhortaciones de Elena de White comparándolas con alguien que corre una carrera. En el movimiento millerita de 1842-1844, ella fue como una velocista en la carrera de los cien metros. Puso todo su énfasis en el reavivamiento. A esta actividad consagró su dinero, sus esfuerzos, sus oraciones, todo.

Luego del chasco se encontró corriendo una maratón, no ya una carrera corta y veloz. De todos modos, siempre mantuvo el celo, la fuerza y la dedicación de la carrera. Nos llamó a entregarnos con sacrificio, a dedicarnos al Señor como si cada día fuera el último de la vida; a amar a Cristo antes que al mundo; a asegurarnos de que nuestros pecados han sido confesados antes de dormirnos cada noche y, como lo hicieron los creyentes en 1844, a vivir en paz y armonía. Nos invitó a que continuáramos con la ofensiva de la carrera veloz pero ahora en el transcurso de la maratón. La pronta venida de Cristo siempre nos invita a desarrollar una vida de santidad y de testimonio.

De esta manera, vivimos preparados para la venida de Cristo. Así lo hicieron los apóstoles y los cristianos de todas las edades. En tanto que la pronta venida de Cristo otorga una renovada urgencia a los deberes cristianos, la forma de la salvación no es diferente en estos últimos días. Gracias a Dios, muchos han alcanzado la norma en Cristo y muchos otros lo están haciendo actualmente. ¡Ojalá estemos entre ellos!

Sobre el autor: Ralph E. Neall dirige el Departamento de Religión del Colegio Unión, Lincoln, Nebraska, Estados Unidos.


Referencias

[1] Mensajes selectos, t. 1, pág. 77; véase además el Manuscrito 4 de 1883. Todas las referencias de este artículo son extractadas de las obras de Elena de White.

[2] Comentarios de Elena G. de White, Comentario bíblico adventista, t. 4, pág. 1182.

[3] General Conference Bulletin, 28 de febrero de 1893, pág. 419; Palabras de vida del gran Maestro, págs. 68, 69.

[4] Review and Herald, 22 de noviembre de 1892; Mensajes selectos, t. 1, pág. 425.

[5] Primeros escritos, pág. 277.

[6] El conflicto de los siglos, págs. 661 a 670.

[7] Testimonies for the Church, t. 9, pág. 209.

[8] Review and Herald, 29 de marzo de 1892, pág. 193; Ellen G. White Comments, The Seventh-day Adventist Bible Commentary, t. 7, pág. 984.

[9] Palabras de vida del gran Maestro, págs. 47, 48.1

[10] La educación, pág. 270; Los hechos de los apóstoles, pág. 92.

[11] La convicción de que los santos de los últimos días deben alcanzar un nivel de justicia superior al de sus padres no armoniza con la doctrina de la justificación por la fe. Si bien debemos guardar los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, no podemos hablar de niveles de justicia ante Dios. Sólo una justicia puede ofrecer la entrada al cielo, y ésa es la justicia de Cristo. Por justos que pretendamos ser, sólo somos siervos improductivos. Nuestro canto eterno debiera ser. “Nada tengo; sólo a la cruz me aferró”.

[12] Carta 38 de 1888

[13] Primeros escritos, pág. 15

[14] Mensajes selectos, 1.1, pág. 75; véase también Primeros escritos, págs. 34, 285.

[15] Testimonies for the Church, t. 5, págs. 714 a 718.

[16] El Deseado de todas las gentes, pág. 23.

[17] Véase Profetas y reyes, págs. 392 a 395.

[18] Review and Herald, 29 de mayo de 1913, pág. 515

[19] Palabras de vida del gran Maestro, pág. 56.

[20] Profetas y reyes, pág. 130; véase también El Deseado de todas las gentes, págs. 762, 763

[21] Mensajes selectos, t. 1, pág. 76.

[22] Ibid, págs. 77, 78

[23] Manuscrito 3 de 1867; la negrita es nuestra.

[24] Testimonies for the Church, t. 5, págs. 214 a 216; Review and Herald, 6 de octubre de 1896, pág. 629.

[25] Manuscrito 5 de 1874.

[26] Primeros escritos, pág. 58.

[27] Carta 25 de 1902.

[28] Testimonies for the Church, t. 2, pág. 194.

[29] Review and Herald, 2 de octubre de 1900, pág. 625.

[30] Testimonies for the Church, t. 5, pág. 532.

[31] A fin de conocerle, pág. 143.

[32] Review and Herald, 25 de octubre de 1881, pág. 257.

[33] Testimonies for the Church, t. 8, págs. 36, 37, 252.

[34] Ibid., t. 6, pág. 22.

[35] Ibid., pág. 441.

[36] El conflicto de los siglos, págs. 477, 478.

[37] “The Last 153 Days”, Review and Herald, 23 de julio de 1970, pág. 3.

[38] Véase Mensajes selectos, 1.1, págs. 350 a 400.