(2 Tim. 4:3)
Después de mostrar a Timoteo la obra que debería caracterizarlo como pastor, usando de todos los recursos para la conquista de almas, san Pablo, por inspiración o visión profética, describe los resultados negativos a que están sujetos todos los que se empeñan en la obra pastoral. El apóstol sabía, tal vez por experiencia propia, que al hombre no le agrada la verdad, la “sana doctrina”, especialmente cuando disfruta del gozo y de los placeres ofrecidos por el mundo. No trataremos de comentar en qué consiste esta doctrina pura. Nuestro propósito es analizar algunos aspectos de los “maestros” que buscaría la gente y que se “harían maestros ellos mismos” por el mensaje denominado “vanguardista”, o “nuevo”, “agradable”, etc. Veamos cómo aparece este texto en la Biblia de Jerusalén: “Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades” (2Tim. 4:3).
EL PRURITO DE OIR
Este “prurito de oír novedades”, ¿no estará invadiendo nuestros límites, y determinando que muchos se preocupen por ser predicadores de mensajes nuevos y agradables? Aunque sean pocos, hay miembros de nuestra iglesia que no soportan oír hablar de ciertas doctrinas en toda su pureza. Están listos para criticar todo y a todos. Estamos viviendo en una época muy semejante a la descripta en el texto mencionado. Nuestro comportamiento ante los mensajes del espíritu de profecía, mensajes que exhortan a un cambio de vida, como los del profeta Jeremías, indica que tenemos “prurito” en los oídos y deseamos novedades. En casi cada iglesia hay un buen número de los que asisten en función del “prurito de oír novedades”. Como no tenemos muchas novedades para presentar, sino solamente una doctrina pura de salvación que nos muestra nuestro verdadero estado, “arrastrados por sus propias pasiones” eligen a los maestros que más se acomoden con sus deseos. “El apóstol no se refiere aquí a la oposición de los abiertamente irreligiosos, sino a los profesos cristianos que han hecho de sus tendencias su guía y que así han sido esclavizados por el yo. Los tales están deseosos de oír solamente las doctrinas que no reprenden sus pecados o condenan su placentero curso de acción. Se ofenden por las sencillas palabras de los fieles siervos de Cristo, y escogen a los maestros que los alaban y lisonjean” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 402).
UN EXTREMO DE LA PREDICACIÓN
Para no perder su congregación, muchos pastores podrán adoptar recursos extremos que ciertamente alterarán toda la pureza de nuestras doctrinas. El púlpito se usa muchas veces para hablar de temas llamados “culturales, sociales o literarios”, por tratarse de un asunto importante en dicha ocasión. Es importante y necesario que tengamos bien informadas a nuestras iglesias en cuanto a los últimos acontecimientos, pero no hagamos del púlpito una plataforma para consagrarnos “populares”. Algunos jamás presentan mensajes acerca del diezmo, el sábado, la reforma pro-salud, la justificación por la fe, porque son temas que forzosamente nos llevarán a colocar al hombre en su lugar de pecador, y muchos no desean sentirse pecadores. Procuran apenas distraer a su congregación. El espíritu predominante en nuestros días es buscar cosas que distraigan. Una iglesia que espera la venida de Jesús no puede ser una iglesia distraída, como no deben distraerse los ministros de sus responsabilidades. Echemos lejos de nosotros el deseo de ser “el mayor”. Seamos grandes en conocimiento, en el amor de Dios, pero nunca alimentemos el deseo de ser más famosos que nuestro colega, más “populares”. Es por alimentar este deseo por lo que oímos pocos mensajes poderosos. “Entre los profesos ministros de Cristo están los que predican las opiniones de los hombres, en vez de la Palabra de Dios. Infieles a su cometido, desvían a los que buscan en ellos la dirección espiritual” (Ibid.). Esta es la razón por la cual el Cristo que se enseña es el “Cristo moderno” de las canciones vulgares, un Cristo que no salva. Sin embargo, él, Jesús, es todavía la única esperanza de salvación. Los pastores adventistas deben mantener el ministerio a la altura y para el propósito para los cuales fue señalado por Dios.
Veamos lo que dice al respecto la Sra. de White: “Si tienen un verdadero sentido de la comisión que Cristo dio a sus discípulos, abrirán con reverencia la Palabra de Dios y escucharán la instrucción del Señor, pidiendo sabiduría del cielo para que, al estar entre los vivos y los muertos, comprendan que deben rendir cuenta a Dios de la obra que les ha sido encomendada” (Testimonios para los Ministros, pág. 139).
La forma en que abordamos asuntos tan solemnes podrá anular todo el poder del Evangelio. A veces el mensaje se echa a perder por las risas provocadas por el mensajero. ¿Cómo nos atreveremos a presentarnos delante del altar con modos teatrales y palabras cómicas? En la página 140 del libro citado, leemos: “Las palabras petulantes que caen de sus labios, las anécdotas frívolas, las palabras habladas para producir risa, son todas condenadas por la Palabra de Dios, y están totalmente fuera de lugar en el púlpito sagrado”.
EL LADO OPUESTO DE LA PREDICACION
En su obra de enseñar, el pastor debe cuidarse para no caer en extremos. Si por un lado tenemos a los que se hacen los “cómicos” para agradar, por otro están los que no toleran la alegría y el placer de una vida con Cristo. Sus mensajes están revestidos de censura, intolerancia. Son repelentes. Transforman a sus iglesias en el “muro de los lamentos”. Para los tales, la alegría es sinónimo de frivolidad. El consejo es: “Si Cristo es formado dentro de vosotros, si la verdad con su poder santificador es traída al santuario íntimo del alma, no tendréis a hombres festivos, ni a hombres agrios, de mal genio, avinagrados, para enseñar las preciosas lecciones de Cristo a las almas que perecen” (Ibid.). ¿Cuándo comienza este proceso en la vida del ministro? “El que embotó sus percepciones espirituales por una tolerancia pecaminosa hacia aquellos a quienes Dios condena, no tardará en cometer un pecado mayor por su severidad y dureza para con aquellos a quienes Dios aprueba” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 401).
QUE ENSEÑAR
Nuestra preocupación ahora debe ser: ¿Qué mensaje tengo para mí iglesia? ¿Estoy distrayéndola con mis charlas? ¿O estaré diseminando mi aspereza contagiosa, mi mal humor?
“Con el desprecio creciente hacia la ley de Dios, existe una marcada aversión a la religión, un aumento de orgullo, amor a los placeres, desobediencia a los padres e indulgencia propia; y dondequiera se preguntan ansiosamente los pensadores: ¿Qué puede hacerse para corregir esos males alarmantes? La respuesta la hallamos en la exhortación de Pablo a Timoteo: ‘Predica la Palabra’. En la Biblia encontramos los únicos principios seguros de acción” (Id., pág. 403).
¿Estará necesitando el ministerio adventista de una transformación radical? He aquí la respuesta: “Nuestros ministros necesitan una transformación de carácter. Deben sentir que si sus obras no son hechas en Dios, si se los deja para que realicen sus propios esfuerzos imperfectos, de todos los hombres son los más miserables” (Testimonios para los Ministros, pág. 140). Debería ser para nosotros motivo de alegría saber que Dios aún envía mensajes, mensajes directos a sus ministros. Nuestro comportamiento debería ser tal que pudiéramos dar testimonio en favor de Jesús y de su obra salvadora.
Pablo continúa: “Pero tú sé sobrio en todo… haz obra de evangelista”. La sobriedad debe caracterizar la obra pastoral en estos días de falsos maestros y falsas doctrinas. La sencillez del Evangelio, de la doctrina de la salvación eterna, debe ser el “muelle” impulsor del ministerio adventista. Esta sencillez debe formar parte de su vida. Seamos predicaciones vivas del Evangelio y no meramente profesionales de la predicación. Para su propia perdición, muchos se preocupan más en predicar que en vivir. Vivimos en una época de inversión de valores. Nuestra predicación debe proceder de una vida de consagración, de una experiencia personal con Dios a quien representamos. “Lo que la iglesia necesita en estos días de peligro es un ejército de obreros que, como Pablo, se hayan educado para ser útiles, tengan una experiencia profunda en las cosas de Dios y estén llenos de fervor y celo. Se necesitan hombres santificados y abnegados; hombres que no esquiven las pruebas y la responsabilidad; hombres valientes y veraces; hombres en cuyos corazones Cristo constituya la ‘esperanza de gloria’, y quienes, con los labios tocados por el fuego santo, prediquen la Palabra. Por carecer de tales obreros la causa de Dios languidece, y errores fatales, cual veneno mortífero, corrompen la moral y agostan las esperanzas de una gran parte de la raza humana” (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 404).
Que nuestra preocupación sea la finalización de la obra. Para que esto se realice en nuestro ministerio, rogamos a Dios que nos haga dignos de esta “santa vocación” y que seamos habilitados para hacer la “obra de evangelista”.
Sobre el autor: Tesorero de la Asociación Riograndense del Sur.