Nuestra iglesia surgió como un movimiento escatológico, con un énfasis claro en la segunda venida. Sin embargo, a más de ciento cincuenta años de haber proclamado la inminente venida de Jesús, seguimos esperándolo. Esta “espera” ha suscitado varios interrogantes entre los adventistas: ¿Hay una “demora”? ¿Podemos adelantar la segunda venida?

Para hacer frente a estos interrogantes, se han dado básicamente dos respuestas. Algunos creen que Jesús no ha venido todavía porque está esperando que su pueblo se consagre y testifique diligentemente; es decir, creen que su pueblo es el responsable de la demora. En contraposición, otros sugieren que Jesús regresará solamente cuando él lo disponga, y que no hay nada que se pueda hacer para apresurar o demorar el momento fijado para su venida.[1]

Dios tiene el control absoluto

Para responder a la cuestión de si podemos adelantar o demorar la segunda venida, Amold Wallenkampf, entre otros, pareciera resaltar la soberanía absoluta de Dios con respecto a la parusía. En esta postura, la providencia y la omnisciencia divinas parecen desempeñar un papel fundamental, al declarar que: “Dios, por medio de su providencia, preparará el momento de la segunda venida de Cristo […]. Ni por un momento debemos pensar que tú o yo podemos cambiar lo que Dios ha establecido y diseñado”.[2]

Es más, dentro de esta posición, pensar que “seres humanos pecadores sean capaces de atar de manos al Omnipotente al punto de impedirle llevar a cabo sus planes” es “el colmo de la arrogancia”. Creer que el ser humano puede desempeñar algún papel importante en este sentido sería caer en “la blasfemia”.[3]

Dentro de este pensamiento, concebir una demora es ilógico. La demora es una prolongación del tiempo más allá de lo previsto, lo que da a entender que se fracasó en cumplir con un plazo estipulado por anticipado.

Se puede percibir claramente que Wallenkampf parte de una concepción atemporal para el ser de Dios. Para este autor, “Dios es mayor que el tiempo. El tiempo existe en Dios y no es que Dios viva en el tiempo […]”[4] Incluso considera que, aunque el ser humano fracciona su existencia en tiempos verbales: pasado, presente y futuro, “no ocurre lo mismo con Dios. Para Dios, no hay diferencia entre el pasado, el presente y el futuro”.[5]

Pensar a Dios como fuera del tiempo conduce a Wallenkampf a un concepto de soberanía absoluta de Dios en relación con los eventos de este mundo.[6] Más aún, este autor asegura que, al sostener que Dios demoró la segunda venida por causa del hombre, “negamos de un golpe tanto su presciencia como su omnisciencia. Y, al reflexionar de este modo, rebajamos a nuestro omnisciente Dios a nuestro propio nivel”.[7] Es decir, la segunda venida tiene que suceder porque Dios, en su omnisciencia, ya lo previo. Tenemos aquí un futuro fijo, cerrado e invariable, determinado por la omnisciencia y la providencia de un Dios atemporal.

Esta postura tiene graves consecuencias para la misión de la iglesia. Wallenkampf clarifica este punto al decir que “a veces damos la impresión de que la comisión evangélica es una responsabilidad únicamente nuestra”. En su posición, esto dista mucho de ser verdad. En realidad, “la proclamación del evangelio a todo el mundo es una responsabilidad del Señor”, afirma.[8] Puede verse aquí que un énfasis en la providencia absoluta de Dios lleva a desmerecer la acción humana en la prosecución de la misión.

El hombre como responsable de la “demora”

En el otro extremo de la posición de Wallenkampf, Herbert Douglass considera que verdaderamente ha habido una demora. Esta demora en la “cosecha” de este mundo no ha sido causada por un cambio de planes por parte de Dios. Por el contrario, si fuera por Dios, la cosecha ya se habría producido décadas atrás.[9] Esta posición se fundamenta en la cita de Elena de White: “Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlo como suyo”.[10]

Evidentemente, Douglass permite que el hombre desempeñe un papel más activo dentro de la misión. Sin embargo, su principal preocupación no está tanto en la tarea que debe cumplir el pueblo de Dios sino en el carácter que debe reflejar.[11] En este sentido, Douglass parece tener un interés secundario en la misión que debe cumplir la iglesia; es decir, la acción de la iglesia dentro de los acontecimientos del fin se relacionaría solo con una condición que debe poseer, y no con una misión que debe cumplir.

El marco de la temporalidad

Las palabras que comúnmente se traducen como “eternidad” en el registro bíblico (‘ólám, en el Antiguo Testamento; y alón, en el Nuevo Testamento) tienen un claro significado temporal, y hacen referencia, básicamente, a un período ilimitado o ininterrumpido. Además, cabe aclarar que, aunque la eternidad sea concebida en términos temporales, no significa que la Biblia la identifique con el tiempo creado que experimenta el ser humano como un límite de su ser finito. Dios experimenta el tiempo de una manera cualitativamente y cuantitativamente distinta de la del hombre, no en que niega el tiempo, sino en que lo integra y sobrepasa (Sal. 103:15-17; Job 36:26). Esta visión temporal de Dios considera que él puede relacionarse directa y personalmente con el hombre dentro de la historia humana, de tal manera que tanto Dios como los seres humanos comparten la misma historia.

De acuerdo con la Biblia, el conocimiento de Dios es perfecto (Job 37:16). El preconocimiento se refiere a la capacidad de Dios de incluir en su omnisciencia no solo las realidades pasadas y presentes, sino también las futuras, aun las libres acciones de hombres y mujeres (Hech. 2:23; Rom. 8:29; 11:2). La afirmación del preconocimiento de Dios no es ni contradictoria ni lógicamente incompatible con la libertad humana. Quienes perciben una contradicción insuperable implícitamente asumen que Dios conoce de la misma manera que lo hacemos nosotros.

La concepción bíblica no identifica la predestinación con el preconocimiento, donde Dios predestinaría cada cosa que conoce. Dios no predetermina el destino humano. Pablo claramente diferencia entre el preconocimiento y la predestinación (Rom. 8:29). En esta visión, el destino del ser humano no solo implica el plan y las obras de salvación, sino también la libre respuesta de fe al llamado del Espíritu Santo.

En relación con la providencia, Dios no controla la historia humana en el sentido de que planea y ejecuta todo lo que sucede en ella. Más bien, Dios se relaciona personalmente y guía la historia humana hacia su objetivo. De esto se desprende que Dios no fuerza a los seres humanos, ni mucho menos todo el curso de la historia. Si se tiene en cuenta que la fuerza no solo es incompatible con la libertad sino también con el amor, los objetivos de Dios en la historia no son alcanzados forzando la libertad humana.

Por el contrario, al participar activamente en la historia, Dios trabaja por la salvación en diferentes niveles: el individual, el social y el cósmico. Si se piensa, entonces, dentro del marco de la temporalidad (que implica la contingencia), los resultados no están predeterminados.[12] No obstante, no estamos sin certezas acerca del destino futuro de la historia. La victoria de Cristo en la cruz es el fundamento para la certeza acerca del futuro.

Puede decirse entonces que, de acuerdo con las Escrituras, Dios guía la historia humana personalmente dentro del flujo y la complejidad de ella, y no desde el cielo por medio de decretos eternos e irresistibles. Dios decide trabajar temporalmente en la historia, a través de su iglesia y en cooperación con ella.[13]

¿Podemos adelantar la segunda venida?

Existen algunos propósitos que deben cumplirse en relación con la segunda venida, en los que Dios ha decidido trabajar en cooperación con el ser humano. La proclamación total del evangelio (Mat. 24:14) es uno de ellos.

Dios le ha encargado esta misión a su iglesia, capacitándola para llevarla a cabo. En este contexto, tendría sentido la declaración de Elena de White: “Mediante la proclamación del evangelio al mundo, está a nuestro alcance apresurar la venida de nuestro Señor. No solo hemos de esperar la venida del día de Dios, sino también apresurarla”.[14]

De forma recíproca, resulta claro que el hombre también puede obstaculizar o demorar esa tarea. Esta visión estaría en concordancia con varias declaraciones de Elena de White: “Si la iglesia de Cristo hubiese hecho su obra como el Señor le ordenaba, todo el mundo habría sido ya amonestado, y el Señor Jesús habría venido a nuestra Tierra con poder y grande gloria”.[15] “Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos”.[16]

En este sentido, el agente humano puede ayudar a acelerar la prosecución de esos objetivos (2 Ped. 3:12) o, por el contrario, entorpecer su realización.

Afortunadamente, aunque Dios ha decidido trabajar en unión con el ser humano, Elena de White nos asegura que “el mundo no está sin gobernante. El programa de los acontecimientos venideros está en las manos del Señor. La Majestad del cielo tiene a su cargo el destino de las naciones, como también lo que concierne a su iglesia”.[17] Dios obrará con todo su poder a través del ser humano y respetando su libertad, para alcanzar sus objetivos. Esto, a su vez, debe animar a la iglesia, ya que Dios le ha dado el privilegio de participar en el plan de salvación. Por medio de nuestra fidelidad en el cumplimiento de su misión, la iglesia puede apresurar su encuentro con el Salvador.

Sobre el autor: Director editorial de la ACES.


Referencias

[1] Ver Carlos A. Steger, “La ‘demora’ de la segunda venida”, Logos, Años 3,4 (1999-2000), pp. 10-15.

[2] Arnold Wallenkampf, La demora aparente (Buenos Aires, ACES, 1997), p. 140.

[3] Ibíd, p. 136.

[4] Ibíd, p. 53.

[5] Ibíd,

[6] “Ni por un instante se debería pensar que Dios no tiene el control completo del universo. Dios tiene el control” (ibíd., p. 121).

[7] Ibíd., pp. 120,121.

[8] Ibíd., p. 105.

[9] Herbert E. Douglass, “Men of Faith—The Showcase of God’s Grace”, en Perfection: The Impossible Possibility (Nashville, Tennessee: Southern Publishing Association, 1975), P- 20.

[10] Palabras de vida del gran Maestro (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1971), p. 69.

[11] Douglass, The End: Unique Voice for Adventists About the Return of Jesus (Mountain View, California: Pacific Press Publishing Association, 1979), P- 74.

[12] Dios no podía salvar al hombre por un decreto de su soberanía. Por el contrario, debía producir la salvación del hombre en el tiempo y en la historia. La salvación solo se pudo lograr por medio de la encarnación y la muerte de Cristo, que incluyen el tiempo y el riesgo total, todo en el marco de la contingencia temporal: “Pero nuestro Salvador tomó la humanidad con todo su riesgo. Él tomó la naturaleza humana con la posibilidad de ceder a la tentación” (Elena de White, El Deseado de todas las gentes [Buenos Aires: ACES, 19551P- 95).

[13] Ver: Canale, “Hacia el fundamento teológico de la misión cristiana”, en Misión de la Iglesia Adventista, Werner Vyhmeister, ed. (Entre Ríos: Editorial CAP, 1980), pp. 182-210.

[14] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1955), p. 587. Ver, además: White, Los hechos de los apóstoles (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1957), p. 91; El evangelismo (Buenos Aires: ACES, 1975), p. 505; “Whosoever Will, Let Him Come”, Review and Herald (6 de octubre de 1896), p. 1; “Carrying Forward the Lord’s Work”, Review and Herald (24 de diciembre de 1903), p. 8; “Necessity of the Oil for Grace”, Review and Herald (27 de marzo de 1894), p. 2.

[15] ——, El Deseado de todas las gentes, p. 588.

[16] ­­——, Palabras de vida del gran Maestro, p. 69.

[17] ——, Joyas de tos testimonios, t. 2, p.352.