“La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
“Porque me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). Trate de poner en práctica este plan de Pablo. Predique acerca de Jesús; solamente de Jesús. Predique acerca de Jesús crucificado como antídoto del mal. Hable de él como nuestro Creador, Ejemplo, Sustituto, Seguridad, Mediador y Rey venidero.
Usted no necesita predicar otra cosa. Cuando le parezca que el tema de “Jesús” ya se agotó, comience de nuevo y repita la antigua historia. Esta repetición refrescará su corazón y, al mismo tiempo, confortará a los oyentes.
¿Por qué es tan importante predicar acerca de Jesucristo crucificado? Es la esencia del evangelio: yo merecía morir, pero Jesús murió en mi lugar. “Cristo fue tratado como nosotros lo merecemos, a fin de que nosotros pudiésemos ser tratados como lo merece. Fue condenado por nuestros pecados, en los que no había participado, a fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por su justicia, en la cual no habíamos participado. Él sufrió la muerte nuestra, a fin de que pudiésemos recibir la vida suya. ‘Por su llaga fuimos nosotros curados’ ” (El Deseado de todas las gentes, pp. 16, 17).
Nada más bello, simple, claro, conciso, abundante, generoso, y lleno de perdón y restauración que este evangelio. I lace unos años tomé algunas notas y adapté un mensaje de Maxie Dunham acerca de la sangre de Jesús. ¿Qué significa esa sangre para usted y para mí?
Seguridad. La experiencia de la Pascua (Éxo. 12:13) implica protección. Dios no sólo pasó por alto las casas señaladas por la sangre. Protegió, además, cada puerta marcada por ella y, por supuesto, a cada persona que se encontraba detrás. Piense en esto: protegidos por la sangre inclusive en la hora del juicio. Protegidos de la condenación del pecado y de la furia de la muerte. ¿Cómo? Dunham responde: “Algunos hablan superficialmente de la ‘seguridad eterna’, sin acordarse de que el Señor fue quien llevó nuestra carga para conservarnos seguros desde que lo aceptamos como Salvador. No abuse de la gracia de Dios. El hizo su parte. Cristo pagó con su propia sangre el precio de nuestra salvación. Estaremos protegidos sólo mientras permanezcamos bajo el poder de su sangre”.
Sumisión. La sangre derramada al sacrificar el cordero se debía aplicar a las casas. Imagine la escena. El Señor, el Ángel del juicio, avanzaba sobre la tierra con ojos penetrantes, escrutando todo y a todos, reclamando a los primogénitos, pero pasando por alto las casas señaladas por la sangre. De este modo protegía a los que habían escuchado el llamado de Dios y habían escogido la fidelidad.
I labia llegado la hora del juicio que traía muerte a los hogares. A fin de evitarla, debía haber derramamiento de sangre inexorablemente. Para los impenitentes, la muerte de sus primogénitos; para los arrepentidos, la muerte del unigénito I lijo de Dios. El resultado dependía de qué sangre se derramara. No era una tarea agradable aplicar la sangre. El proceso causaba disgusto, pero conducía a la más feliz de las realidades. La sangre asperjada hablaba de fe, obediencia, testimonio y sumisión.
Sustitución. Se sacrificaba el cordero en beneficio de toda la familia. Israel alcanzaba la salvación por medio de un cordero: el mejor y el más perfecto que se pudiera encontrar. Al trasponer los umbrales pintados con la sangre del cordero, la familia festejaba al que había muerto en su lugar. La sustitución es un tema importante y es, a la vez, una de las sencillas verdades del plan de salvación. La estudiaremos durante toda la eternidad, pero podemos aceptarla y experimentarla ahora mismo. No la compliquemos ni la hagamos más difícil; limitémonos a simplificarla. Yo merecía morir. Jesús tomó mi lugar. Eso es sustitución específica e individual. Jesús tomó mi lugar.
Purificación. El cordero debía ser sin defecto, y el pan sin levadura. Eso quería simbolizar que el sacrificio debía estar libre de pecado. Esto le confería la condición de impecables a todos los que estaban cubiertos por la sangre del cordero, porque “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). No importa cuál haya sido su pasado, el pecador recibe perdón y sus pecados caen en el olvido. Nadie es tan malo que no pueda ser lavado por la sangre de Jesús. Como nuestro gran Mediador, él ofrece su propia sangre en nuestro beneficio. Su purificación nos conduce a una completa regeneración.
Servicio. El propósito de la purificación es el servicio. “¿Cuánto más la sangre de Cristo […] limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (1 Cor. 9:14). Jesús me acepta tal como soy, pero no me deja como estoy. Predeterminó, al crearnos y al volvernos a crear, que lo sirvamos como el Dios vivo. Si estamos purificados, debemos vivir a la altura de las normas de su Reino.
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General.