Con frecuencia se dice que la obra habría terminado hace tiempo si hubiésemos trabajado en la forma correcta. Deseo referirme a un aspecto de nuestra obra que creo que necesita una seria revisión.

En muchos lugares nuestros miembros se han convertido en enclenques religiosos. En nuestras iglesias grandes esperan que varios ministros estén en los servicios regulares la mayor parte del culto. Me he preguntado a menudo si no estamos siguiendo los caminos de la religión popular en este respecto. ¿Cuál debiera ser la actitud de los ministros y de los miembros en este asunto? Me alegro de que el Registro divino presenta en palabras claras, distintas y concisas los planes que se han de seguir. Si hubiésemos prestado oídos al consejo del Señor en este aspecto, la obra ya podría haber finalizado.

Cuando se traen nuevos conversos a la verdad, se los debiera poner a trabajar por otros que no son de la fe. Esa obra debiera iniciarse aun antes de que se bauticen.

“Los que se deciden por la verdad, deben ser organizados en iglesias, y luego el predicador pasará adelante a otros campos igualmente importantes.

“Tan pronto como se organice una iglesia, ponga el ministro a los miembros a trabajar. Necesitarán que se les enseñe cómo trabajar con éxito…

“El poder del Evangelio reposará sobre los grupos suscitados y los hará idóneos para servir. Algunos de los nuevos conversos quedarán de tal manera henchidos del poder de Dios, que entrarán en seguida en la obra. Trabajarán con tanta diligencia que no tendrán tiempo ni disposición para debilitar las manos de sus hermanos por críticas severas. Su único deseo será proclamar la verdad en las regiones lejanas” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, págs. 82, 83; la cursiva es nuestra).

“Debido a que esta obra no se hace, la experiencia de los conversos nuevos nunca alcanza más allá del abecé en las cosas divinas. Son siempre infantes, siempre necesitan ser alimentados con leche, y nunca son capaces de participar del verdadero manjar evangélico…

“Cuando las almas se convierten, ponedlas al trabajo en seguida. Y a medida que trabajan, de acuerdo con su habilidad, se irán haciendo más fuertes” (Evangelismo, pág. 256).

LOS MINISTROS EN NUESTRAS IGLESIAS MAS ANTIGUAS

Nos hemos convertido en un cuerpo bien establecido y organizado con una maquinaria eclesiástica que no le va en zaga a ninguna. Este mecanismo se puede usar en dos formas —podemos usarlo para evangelizar al mundo y ganar tantas almas como sea posible para Cristo, o podemos emplearlo para multiplicar las formas, ceremonias y reglamentos religiosos que nos aprisionen en el farisaísmo y la estrechez de visión mientras un mundo que sufre agoniza en derredor de nosotros.

“La mayor ayuda que pueda darse a nuestro pueblo consiste en enseñarle a trabajar para Dios y a confiar en él, y no en los ministros” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 82).

Muchos de nuestros miembros han salido de iglesias donde los ministros se desempeñan como intermediarios entre Dios y el hombre. Nuestra obra es señalarles al “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. La tarea del agente humano consiste en mostrarles el Salvador a los pecadores.

“Dios no dio a sus ministros la obra de poner en orden las iglesias. Parecería que apenas es hecha esa obra es necesario hacerla de nuevo. Los miembros de la iglesia a favor de los cuales trabaja así con tanta atención, llegan a ser débiles en lo religioso. Si las nueve décimas del esfuerzo hecho en favor de quienes conocen la verdad se hubiesen dedicado a los que nunca oyeron la verdad, ¡cuánto mayor habría sido el progreso hecho! Dios nos ha privado de sus bendiciones porque su pueblo no obró en armonía con sus indicaciones” (Id., pág. 81; la cursiva es nuestra).

Nuestros ministros, al paso que han de supervisar las iglesias, debieran programar el trabajo a fin de que los laicos lleven mayormente la carga de responsabilidad de las iglesias para que los ministros queden libres y puedan entrar en nuevos territorios con el mensaje. Donde existen iglesias bien establecidas el ministro debiera poner sobre los miembros la responsabilidad de trabajar por los perdidos. No debiera emplear la mayor parte de su tiempo en la administración de la iglesia sino en el evangelismo de casa en casa. Eso inspirará a los miembros a actuar de un modo semejante.

En la División Interamericana, especialmente en los campos de habla inglesa, nuestros laicos llevan pesadas responsabilidades en la obra local. Un anciano es en realidad un anciano en el más amplio sentido de la palabra.

El día en que nuestra iglesia deje de emplear a sus miembros en forma agresiva, la denominación se petrificará y se convertirá en otro segmento de alguna iglesia mundial.

Los tiempos demandan un cambio en nuestra forma de actuar o el Señor tal vez busque a otros para terminar su obra. Cuando los ministros organicen un programa de evangelismo como lo hicieron los apóstoles, y se nieguen a servir a las mesas, la obra de Dios será concluida.

Sobre el autor: Pastor de Puerto España, Trinidad.