Dios quiere que los esposos estén unidos por un vínculo de amor como el que existe entre Cristo y su iglesia, y que eviten los sustitutos que a veces ocupan el vacío que crea una relación perturbada.

“Nuestra ley ¿permite a hombre divorciarse de mujer por cualquier motivo?”, preguntó a Jesús un experto fariseo, seguro de que el Maestro no le podría responder. “Ahora sí que lo agarré”, pensó. “No puede contestar mi pregunta. Si dice que el divorcio es legal, le preguntaré por qué nuestros escritos sagrados dicen que la pareja, unida por Dios, es una sola carne. Pero si afirma que el matrimonio es indisoluble…”

“¿No leyeron en las Escrituras?”, preguntó Jesús. “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por eso el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne […] Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre?” (Mat. 19:3-6).

“¡Ahora sí que lo tenemos!”, pensaron los fariseos que se encontraban allí, mientras se burlaban de él tras la máscara imperturbable de sus rostros. E insistieron, diciendo: “¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?” (vers. 7).

Los fariseos retuvieron el aliento mientras esperaban que el Maestro contradijera a Moisés. Ésa era exactamente la clase de munición que necesitaban para comprobar su acusación: “Juramos solemnemente -dirían- que le oímos decir a este hombre, Jesús de Nazaret, que la ley de Moisés ya no está en vigencia”. “¡Herejía! ¡Blasfemia! ¡Fuera con él!”, gritaría la multitud. Pero Jesús paseó sobre sus inquisidores una larga y profunda mirada, y les dijo: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” -y añadió-: “Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera” (vers. 8, 9).

Y a los fariseos no les quedó más remedio que desaparecer. De nada les serviría decir delante del tribunal: “Este hombre afirma que esa disposición de Moisés se tuvo que poner en práctica por causa de nuestros pecados” No; sería mucho mejor esperar hasta que apareciera una evidencia más convincente.

La enseñanza por medio del ejemplo

Los discípulos estaban preocupados. Ellos sabían que esa pregunta era una trampa; pero también sabían que Jesús creía lo que decía. ¿Todo divorcio estaba excluido? ¿Y si la mujer era estéril? ¿Y si era alcohólica? ¿O de mal carácter? ¿Era el matrimonio, entonces, una condena de por vida?

Uno de los discípulos -¿habrá sido Pedro?- se acercó a Jesús, y le dijo: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse” (vers. 10). Sin duda contó con el murmullo de aprobación de los demás discípulos. Pero Jesús añadió: “No todos son capaces (…) sino aquéllos a quienes es dado (…) El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba” (vers. 11, 12).

Y ahí terminó el asunto. Muchos niños en brazos de sus madres esperaban la bendición del Maestro. Pero no creo que los discípulos dejaran de pensar en el tema. El divorcio despierta la atención de la gente. Tal vez, algunos de los discípulos estaban luchando, o estaban preocupados por los niños y los jóvenes que pasaban por situaciones parecidas. ¿Cómo podrían resolver sus problemas si el divorcio estaba prohibido?

Si Jesús les dio una respuesta directa, la Biblia no lo dice. Pero les dio una cantidad de respuestas indirectas: “Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa” (Mat. 5:40). Y, con respecto al perdón, dijo: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (18:22).

Jesús también les manifestó su manera de vivir. Cuando no hubo sirvientes, él lavó los pies de sus discípulos. Fue voluntariamente al Calvario y a la tumba; incluso después de su resurrección preparó el desayuno de los discípulos. ¿El Príncipe de Paz lavó pies, sufrió y preparó un desayuno? Pablo resume de este modo el estilo de vida de Jesús: “Aunque Cristo siempre fue igual a Dios, no insistió en esa igualdad. Al contrario, renunció a esa igualdad, y se hizo igual a nosotros, haciéndose esclavo de todos. Como hombre, se humilló a sí mismo y obedeció a Dios hasta la muerte: ¡murió clavado en una cruz!” (Fil. 2:6-8, Biblia en Lenguaje Actual [BLA]). Jesús era humilde. Estaba dispuesto a servir. Dio todo lo que tenía.

El consejo de Pablo

Y ¿qué tiene que ver todo esto con el matrimonio? Pablo dice que las parejas cristianas deberían seguir el ejemplo de Jesús. “Ustedes, que honran a Cristo, deben sujetarse los unos a los otros. Las esposas deben sujetarse a sus esposos, así como lo hacen con Cristo […] los esposos deben amar a sus esposas así como Cristo amó a la iglesia y dio su vida por ella” (Efe. 5:21-25, BLA). “En cuanto a ustedes, los esposos, sean comprensivos con sus esposas, reconociendo que ellas no tienen la fuerza de ustedes, y que también a ellas Dios les ha prometido la vida eterna” (1 Ped. 3:7, BLA).

El consejo de Pablo, especialmente en lo que se refiere a las esposas, está perdiendo popularidad en esta época de liberación. Muchas mujeres todavía están de acuerdo en que es una buena idea que los esposos amen a sus esposas, pero pocas concuerdan con la idea concomitante, a saber, que las esposas deberían someterse a sus maridos. “Los tiempos han cambiado”, oímos decir.

En los días de Pablo, la mujer debía ser sumisa si quería vivir; y el apóstol les decía cuál era la mejor manera de comportarse cuando la situación era mala. También les aconsejó a los esclavos que fueran sumisos, lo que no significa que fuera partidario de la esclavitud. El mensaje del evangelio es que todos somos uno en Cristo Jesús (Gál. 3:28). Según algunos, el mensaje del evangelio eventualmente también liberará a la mujer.

Aclaremos algunos malentendidos

Hay más que una pizca de verdad en el argumento feminista. Los tiempos verdaderamente cambiaron. Pero, por ventura, ¿está pasada de moda la sumisión? ¿Qué tiene la sumisión que a las mujeres les cuesta tanto practicar? ¿Qué es una mujer sumisa? ¿Es débil? ¿Cede a los caprichos del marido? ¿Es mártir? ¿Es el felpudo de la familia? ¿Debe permitir que el marido abuse de ella? ¿Se resiste, mediante sus acciones, a asumir sus responsabilidades? ¿Es un ser humano de naturaleza inferior?

Éstas son las ideas que alberga mucha gente cuando piensa en la palabra sumisión. Si esto es lo que creen, si para ellas ése es el significado de la palabra, entonces están en lo cierto: el mensaje del evangelio ha destruido todos los motivos para continuar viviendo así. Pero los escritores bíblicos no veían a las mujeres desde esa óptica. Pedro, por ejemplo, dice que las mujeres, junto con los hombres, son “coherederas de la gracia de la vida” (1 Ped. 3:7). Tampoco Pablo relacionaba la sumisión con la timidez o la incompetencia.

¿Qué quiere decir sumisión? Significa poner a alguien antes que uno;permitir que otro sea el primero. La sumisión, entendida así, es sinónimo de abnegación, de altruismo; consiste en no insistir en que se le dé a uno el pedazo más grande de la torta. Significa seguir y acompañar el plan del otro. Por más libre y liberado que sea el cristiano, nunca deja de ser sumiso.

Pero la sumisión no es una acritud espontánea ni natural. Los bebés no nacen altruistas; pasamos años enseñando a nuestros hijos a compartir. ¿Recuerda esa canción infantil: “Con dos muñecas contenta estoy; tú no tienes ninguna, y una te doy”? Hace poco, oí a la hija de una amiga cantar una nueva versión de esa canción. ‘Tengo un juguete y tú no tienes ninguno; comparto contigo el único que tengo”.

Cuando un niño llega al punto de compartir el único autito que tiene o la única muñeca, es decir, lo que es realmente importante para él o para ella en ese momento, está comenzando a entender y a desarrollar el altruismo; y eso es sumisión: es estar dispuesto a abrir la mano para compartir algo verdaderamente importante a fin de promover la felicidad y el bienestar de otra persona. Es ser la clase de ser humano que era Cristo cuando estuvo aquí en la tierra.

La sumisión es el verdadero fundamento del cristianismo. Si ésta parece una declaración demasiado amplia, piense en qué es lo opuesto a la sumisión, y se va a encontrar con el orgullo; y Lucifer era orgulloso. Él fue, y no Cristo, el que dijo: “Seré semejante al Altísimo” (Isa. 14:14). Jesús, por su parte, somete todo a Dios. En 1 Corintios 15:28 leemos que “luego que todas las cosas le estén sujetas (sometidas), entonces también el Hijo mismo sujetará (someterá) al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”

Un hombre sumiso

Espero que nadie crea que la sumisión es algo exclusivo de las mujeres. Pablo dice que los esposos y las esposas se deben someter los unos a los otros; es totalmente injusto decir que un matrimonio es cristiano cuando la mujer es sumisa y el marido no. Hay muchos hombres cristianos que esperan precisamente eso.

Pero un matrimonio desigual no está destinado fatalmente al fracaso. Pablo sugiere que una esposa sumisa, casada con un no cristiano, lo puede ganar para Cristo sin decir una palabra. Aunque el marido sea autoritario, la esposa puede decidir ser sumisa y enriquecerse en el proceso. Pero hasta que él se convierta y también se someta, no tendrá un matrimonio verdaderamente cristiano.

Hasta en los matrimonios más cristianos la sumisión a veces falla. ¿Qué pasa cuando el marido insiste en que se haga su voluntad, aunque sea sólo una vez? Él quiere tomar vacaciones en las montañas y ella prefiere la playa. Él no quiere ni oír hablar de la playa y comienza a gritar cuando se la menciona. ¿Qué puede hacer la esposa? La respuesta de Pablo sería: “Sea sumisa”. La respuesta moderna es: “Traten de llegar a un arreglo” La respuesta realista es: “Aquí se arma una pelea” Llegar a un acuerdo es lo ideal, pero eso generalmente no ocurre cuando uno de los cónyuges está decidido a hacer su propia voluntad. Si la esposa es lo suficientemente liberal para no someterse, la explosión es inevitable; a menos que, de repente, el marido se acuerde de que es cristiano y decida someterse.

“Está bien -murmura la esposa con los dientes apretados-, yo seré sumisa cuando él también lo sea”. ¡Un momento! Si ella se somete, ¿por qué tendría que hacerlo él? Esa esposa no se está sometiendo; está negociando.

Límites

Pero, ¿hasta dónde debe ir la sumisión? Como consejero matrimonial, he tenido que tratar a esposas que han sido severamente golpeadas por sus maridos. Si un esposo le pega tan fuerte a su esposa que finalmente se tiene que someter a una cirugía plástica, si la ataca en presencia de los hijos, ¿debería ella someterse? ¡Claro que no! La mujer ideal de Dios, tal como la describe Proverbios 31, conserva su respeto propio. “Es mujer de carácter; mantiene su dignidad, y enfrenta confiada el futuro” (vers. 25, BLA). Una mujer temerosa de Dios es sumisa, pero no al punto de perder su dignidad y hasta su vida. No es débil ni tampoco es un felpudo. No debe tolerar el abuso que amenaza su moral y su propia vida.

¿Quiere decir que la esposa debe ser sumisa sólo cuando se trata de cosas pequeñas e insignificantes? No. Según la definición de Pablo, debe ser sumisa siempre y cuando esa sumisión le garantice seguridad moral y física. Ciertamente tendrá que renunciar a algunos de sus deseos y hasta algunas de sus necesidades. Desde un punto de vista humano, nunca es conveniente poner la otra mejilla o recorrer la segunda milla. No obstante, muchas mujeres están dispuestas a sacrificarse por sus hijos. ¿No harían lo mismo por sus maridos, aunque éstos se olviden de cómo amó Cristo a la iglesia, a tal punto que se dio a sí mismo por ella?

Los discípulos se horrorizaron cuando Cristo les dijo que el matrimonio es para siempre. No podían comprender que alguien se arriesgara a casarse sin existir la posibilidad del divorcio. Pero tampoco entendían muchas otras lecciones que el Maestro les quería enseñar. Cuando cierta ciudad lo trató con rudeza, Jesús aceptó los insultos y se fue a otro lugar; pero Santiago y Juan querían que descendiera fuego del cielo sobre esa ciudad. Cuando los soldados prendieron a Jesús, él, con toda calma, se fue con ellos; Pedro, en cambio, reaccionó y le cortó la oreja al siervo del sacerdote. Pedro, Santiago y Juan eran de los discípulos más íntimos de Cristo. Pasó mucho tiempo hasta que entendieron que Jesús los estaba llamando a la sumisión. Pero tuvieron que aprender esa lección antes de que él los enviara al mundo con su mensaje de amor y de perdón. Tengo la impresión de que, después de que aprendieron a someterse a Cristo y los unos a los otros, finalmente entendieron la declaración de Jesús acerca del divorcio.

Amor incondicional

Actualmente, en algunos países nadie necesita alegar infidelidad o crueldad para obtener un divorcio; basta con que se refiera a esas diferencias irreconciliables conocidas como “incompatibilidad de caracteres”. Pero, ¿puede tener diferencias irreconciliables un matrimonio cristiano; es decir, dos personas que creen en la humildad, en el servicio y en lo ilimitado del perdón? ¿No sería mejor que ambos, marido y mujer, buscaran juntos una vida de amor verdadero y creciente? Recuerden que el camino de Dios es mucho mejor para todos los que desean recorrerlo.

Es voluntad de Dios que, en todo matrimonio, los esposos se amen con una absorbente atracción espiritual, emocional y física, que siga aumentando mientras vivan juntos. Debe quedar aclarado que Dios desea que los esposos imiten el lazo de amor que existe entre Cristo y su iglesia, y que se prevengan contra los sustitutos que a veces se introducen en los resquicios que deja una relación perturbada.

Traten de desarrollar la visión que sugiere Proverbios 4:24, 25: “Pon siempre tu mirada en lo que está por venir. Corrige tu conducta, afirma todas tus acciones. Por nada de este mundo dejes de hacer el bien; ¡apártate de la maldad!” (BLA).

Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor en el Centro Universitario Adventista, Ingeniero Coelho, Sao Paulo, Brasil.