El desafío misionero de Jesús para los primeros cristianos es válido para la iglesia de hoy.
“Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” [Hech. 1:8). La comisión asignada de Jesús impulsó a sus seguidores a una acción extraordinaria; en realidad, a una serie de acciones, una tras otra, que involucraba a los discípulos y a los primeros cristianos, quienes, bajo la influencia del Espíritu Santo, llevaron el mensaje del Salvador resucitado hasta lo último de la Tierra.
Esa actividad es el tema del libro de Hechos. Se relata la ascensión de Cristo, la unción de los apóstoles mediante llamas de fuego. Esta consagración extraordinaria generó las primeras oleadas de conversiones, aplastando el sistema tradicional religioso de Jerusalén e impulsando a los misioneros a traspasar las distintas fronteras del Imperio Romano. Felipe, al alcanzar al etíope, permitió la entrada del evangelio en la distante África. Se puede destacar el apedreamiento de Esteban, que germinó, como semilla, la conversión de Pablo, el gran misionero que, literalmente, quebró todas las fronteras, a fin de alcanzar los confines de la Tierra con el evangelio.
Podemos reflexionar en Pedro y en su sermón pentecostal; su encuentro con Cornelio, que preparó a la iglesia para el desafío de la misión hacia los gentiles. En el primer concilio apostólico en Jerusalén, ejerció un impacto en la marcha de la iglesia a través de la historia. Estas y otras acciones misioneras nos mantienen animados, al leer un libro que retrata una iglesia que se convirtió en un organismo vivo, con crecimiento expansivo, que buscaba nuevos caminos por tierra y por mar, con la finalidad de cumplir su objetivo de alcanzar hasta los confines de la Tierra.
Verdaderamente, estos fueron los hechos de los apóstoles, bajo la dirección del Espíritu Santo. El libro de Hechos es una crónica inspiradora sobre cómo una secta insignificante dentro del judaísmo se convirtió en un movimiento mundial, que enfrentó sistemas religiosos y filosóficos que, hasta entonces, dominaban el mundo. Esto se hizo posible porque la iglesia primitiva se involucró en un extraordinario movimiento misionero, superior a cualquier otro en la historia del cristianismo. Ese movimiento se basó sobre una respuesta resuelta al mandato de Jesús, al inicio del libro de Hechos.
El libro comienza con unos pocos discípulos con el corazón lleno de temor, escondidos en un aposento alto de una casa desconocida en Jerusalén. El relato culmina con el registro de millares de personas que se unieron al nuevo movimiento cristiano; y mostrando que esos mismos discípulos ahora tenían una visión valiente, compartían libremente y con alegría, anunciando la misión cristiana a todo el mundo, independientemente de toda oposición. El libro aclara que muchos de ellos arriesgaron su propia vida.
¿Qué provocó este extraordinario cambio? ¿Qué sucedió, en medio de ellos? Hallamos un mensaje increíble en el libro de Hechos. Sin embargo, lo más importante de ese libro es el desarrollo del mandato entregado por Jesucristo.
El texto y su contexto
Examinemos el último diálogo entre Jesús y los apóstoles. Aquella fue una reunión solemne; la última que el Maestro tuvo con sus discípulos en la Tierra. Ellos le preguntaron: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hech. 1:6). Podemos ver que, al inicio de uno de los momentos más significativos de la iglesia primitiva, los discípulos aún no veían el cuadro completo. Ellos, simplemente, comprendían mal las palabras del Señor; opinaban y pensaban políticamente, no religiosamente. Aún eran judíos, esperando obtener la supremacía política en un mundo gobernado por gentiles. Pero, esa visión estrecha luego sería cambiada para siempre.
Pocos minutos los separaban de la ascensión de Jesús al cielo. Ese magnífico y memorable evento quedó grabado en la memoria de ellos, y representa la clave para el análisis del resto del libro. Marca el inicio de acontecimientos vibrantes y dinámicos que definen la esencia del libro de Hechos. En aquel momento, ellos recibieron poder, no para gobernar, sino a fin de dar testimonio. Un testigo es alguien que ayuda a establecer la realidad de los hechos, por medio de observaciones verificables.
El Señor no reprobó a los discípulos por su falta de comprensión, sino que les manifestó: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:7,8).
De esta manera, Cristo los nombró no solo como sus discípulos (lo que ya eran), sino también como testigos; porque ellos presenciaron la vida, el ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús. La resurrección fue un hecho comprobado directamente por los discípulos. Por lo tanto, ellos eran testigos de hechos históricos, que daban convicción a la iglesia primitiva. Eran testigos hasta los confines de la tierra, aunque tuvieran que colocar en riesgo su vida, en defensa de la autenticidad de sus afirmaciones.
¿Cuál es el significado de la frase “hasta lo último de la tierra”? El libro de Hechos muestra un claro interés en Roma; pero la divulgación del evangelio debía seguir más allá de Roma. Podemos concluir que esta frase incluye a todos los pueblos y las etnias.
Esa misión tiene un foco multidireccional y escatológico. Independientemente de las expectativas judías de los primeros discípulos, la intención de Dios era alcanzar al mundo, no solo a parte de él.
Los discípulos mostraron determinación en alcanzar el blanco establecido por el Señor. Tanto es así que la misión se ejecutó en Jerusalén (Hech. 1); judea (Hech. 8); Samaría (Hech. 8:4); entre los gentiles (Hech. 10); y hasta lo último de la tierra (Hech. 13). ¡Ellos obedecieron la orden del Maestro!
Los resultados
Ocurrió un movimiento misionero significativo, según el libro de Hechos. Primero, hubo una expansión territorial; en segundo lugar, avanzó a pesar de la oposición interna y externa; finalmente, la sede de la tarea misionera se estableció en Jerusalén (Hech. 6). La misión conferida en Hechos tenía objetivos geográficos y psicológicos, no solo numéricos, Jesús no estableció metas numéricas relacionadas con judea, Samaría o lo “último de la tierra”; esa limitación podría operar en contra de la urgencia y la universalidad del mensaje. Dios quiso que la iglesia primitiva alcanzara todo el mundo, no solo una parte de él.
En el libro de Hechos, como en los evangelios, percibimos el crecimiento del movimiento cristiano en varías dimensiones. En primer lugar, está el crecimiento espiritual; porque la expansión en el mundo favoreció su crecimiento interno. En segundo lugar, verificamos el crecimiento sociológico, puesto que diversas culturas, etnias, personas e idiomas eran alcanzados por el evangelio. En tercer lugar, está el crecimiento geográfico, al ser aceptado el mensaje en diferentes lugares.
En el Nuevo Testamento, jamás encontramos que Jesús se haya alegrado con una pesca que no lograra resultados (Luc. 5:4-11); ni con mesas vacías en un banquete (Luc. 14:5-23); o con semillas que no produjeran cosecha (Mat. 13:3-9); un árbol que no brindase sus frutos (Luc. 13:6-8); una oveja extraviada del rebaño (Mat. 18:11-14); una moneda que no fuese hallada (Luc. 15:8-11); un hijo alejado que no regresara al hogar (Luc. 15:12-32); o una proclamación sin que halle respuesta (Mat. 10:14). Dios espera que su trabajo en la Tierra obtenga resultados visibles y concretos.
La iglesia de hoy
La iglesia necesita prestar atención a las palabras de Jesús. Estas tienen poder gracias a la influencia del Espíritu Santo en el corazón de los hombres y las mujeres; influjo que nos llevó a iniciar un movimiento misionero singular en la historia. Ellos no tenían los recursos tecnológicos de que disponemos hoy. Pero alcanzaron todos los rincones con el mensaje del evangelio; lograron alcanzar a millares de conversos en un tiempo sorprendentemente corto.
¿Podemos hacer lo mismo? De hecho, podemos. Solo necesitamos albergar el mismo sentir de la iglesia primitiva, volviendo al discipulado verdadero. ¡Es la única forma de no ser asimilados por la cultura! La orden de Jesús nos desafía (Hech. 1:8), y aún es válida para nosotros, como iglesia. Lo único que necesitamos hacer es recordarla, presentarla delante de la iglesia y buscar el auxilio del Espíritu Santo a fin de implementarla; nos capacitará para cumplirla, así como lo hizo al inicio de la historia de la iglesia.
El Espíritu Santo está esperando poder movilizar las fuerzas pastorales y laicas, en un gran movimiento misionero jamás visto en el mundo. Entonces, y solo entonces, el mensaje de salvación de Cristo alcanzará hasta lo último de la tierra; desde nuestros vecinos hasta los lugares más distantes del planeta.
Sobre el autor: Secretario Ministerial de la Asociación de Michigan, Estados Unidos.