Hace unos meses, una encuesta realizada a mil protestantes estadounidenses brindó una visión general de la percepción que tienen los evangélicos de la iglesia. El informe, titulado “El cuadro de mando congregacional: lo que los evangélicos quieren en una iglesia”, reveló datos interesantes sobre catorce puntos relacionados con la dinámica congregacional. Entre los aspectos analizados, figuran la duración y la calidad de la predicación.
Al contrario de lo que muchos podrían imaginar, el 85 % de los encuestados dijo estar satisfecho con el tiempo dedicado al sermón. Incluso analizando las respuestas de los más jóvenes (menores de 40 años), el número se mantiene cercano a este índice (82 %). Si bien la encuesta no señala la duración promedio de un sermón en los Estados Unidos, en 2020 el Centro de Investigación Pew, a partir de muestras de sermons en línea, concluyó que es de alrededor de 40 minutos.
En cuanto a la calidad del sermón, el 30 % de las personas consultadas expresó su deseo de mensajes más profundos. Curiosamente, al analizar las respuestas en diferentes grupos de edad, los investigadores encontraron que el 20 % de los miembros mayores quiere sermones más sustanciales, mientras el 39 % de los jóvenes evangélicos indicó esta necesidad.
Es significativo que los jóvenes encuestados hayan expresado que no les molestaba el tiempo regular de predicación, sino que deseaban algo más fundamentado. Este corte de investigación contrasta con algunas tendencias, cuanto menos cuestionables, adoptadas en los púlpitos contemporáneos para, precisamente, llegar a los jóvenes.
Además de los cambios estéticos, arquitectónicos y litúrgicos que se están volviendo habituales, la predicación ha adquirido características muy diferentes de las que tenía. Subrepticiamente (y no tanto), los sermones bíblicos están siendo reemplazados por charlas de autoayuda, stand ups cómicos, mensajes promocionales o exposiciones filosóficas. ¡Con razón el grupo de edad que solicita más Biblia es el que tiene las tasas más altas de apostasía!
En la naturaleza, cuando la manada encuentra un pasto degradado, busca otros pastos para alimentarse. En el reino espiritual, la realidad es la misma. Sin embargo, el riesgo es que no todos los pastos aparentemente verdes tienen los nutrientes necesarios para promover la salud. Así, en la búsqueda de una alimentación pura y equilibrada, muchos acaban siendo perjudicados por una alimentación inadecuada.
Descansa sobre nosotros, pastores y dirigentes, la responsabilidad de preparar y presentar sermons bíblicos que sean atractivos, consistentes, desafiantes y coherentes. Y esto no es fruto de la casualidad, sino fruto de la consagración y del esfuerzo premeditado. Roy Anderson, en su libro The Pastor-Evangelist (1965), declaró: “Un sermón es más que palabras; es un derramamiento de vida” (p. 413).
El sermón cautiva cuando el predicador se conecta de corazón a corazón con Dios y con los miembros de su iglesia, desde una vida de servicio y preocupación por el bienestar de todas las personas. Es consecuente cuando el predicador profundiza en el conocimiento de las Escrituras para primero ser edificado, a fin de edificar bien el cuerpo de Cristo. Es desafiante cuando permite que la Palabra cumpla su función: “La palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12, NVI). Y finalmente, es coherente cuando no se limita a ser una pieza retórica de teología bien elaborada, sino que repercute en nuestra conducta cotidiana.
Cuando ocupamos el púlpito con las Escrituras en nuestras manos, ¿qué hemos ofrecido? ¿Qué tipo de experiencia espiritual surge de nuestras palabras? ¿Qué necesitamos cambiar en nuestra vida con el propósito de que nuestros sermones sean efectivos en el designio divino para nuestro ministerio? ¡Piensa en eso!
Sobre el autor: editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.