Generalmente tratamos de encontrar tiempo y dinero para hacer lo que queremos. Si elaboramos planes cuidadosos y organizamos nuestras actividades, también encontraremos tiempo para hacer lo que debemos, y con comodidad.

 Cierta mañana puede haber dos importantes tareas que requieren nuestra atención. Pero la buena marcha de todo un día y aún de una semana de actividades puede depender de que hagamos primero una u otra. Un poquito de meditación nos ayudará a decidir cuál es la más importante.

 Hacer un bosquejo del trabajo diario o semanal, o simplemente una lista de los diversos deberes y trabajos que tenemos que llevar a cabo, es siempre un buen plan. Cinco o diez minutos de trabajo sobre el papel, en la mañana, pueden en realidad economizarnos kilómetros de viaje y horas y más horas de tiempo que pueden convertirse en días enteros de trabajo desorganizado, de actividad frustrada, por no mencionar la energía nerviosa malgastada.

 Un poco de planificación tenderá siempre a aliviar la tensión que con frecuencia se apodera de nosotros cuando permitimos que se amontonen sobre nuestros hombros una cantidad de deberes que comenzamos a atacar sin organización. A menudo, cuando hacemos una lista de todos estos deberes sobre un trozo de papel y marcamos las actividades que deben ser hechas en el día de hoy, y decidimos después las que pueden ser pospuestas hasta el día siguiente, nos sorprendemos al descubrir que realmente no estábamos tan sobrecargados como pensábamos.

 En efecto, descubrimos por fin que disponemos de un poco de tiempo para la tan necesitada recreación y tal vez nos sobre algo para hacer una o dos de las tardas que habíamos pospuesto para mañana.

 El obrero que comienza el día llevando a cabo el trabajo que primero se le ocurrió, es el que siempre se está quejando de que tiene mucho que hacer. Otro obrero, con unos pocos minutos dedicados a hacer planes cuidadosos organizará su trabajo y lo realizará cómodamente durante el día, llevando a cabo a menudo el doble de tarea que el primero, y dando la impresión, sin embargo, de que es un hombre que trabaja con comodidad.

Si Ud. es una de esas infortunadas almas cargadas de trabajo, ¿por qué no se toma un momento ahora y hace una lista de los deberes que lo abruman? Póngalos primero sin ningún orden determinado y después examínelos cuidadosamente. En seguida haga una marca junto a los que, deben ser hechos hoy, y deje sin marcar los que pueden ser postergados hasta mañana o hasta que se encuentre tiempo para hacerlo. Entonces, habiendo hecho su decisión comience a trabajar. De cuando en cuando, durante el día mire su lista y tache las obligaciones que ya ha cumplido. A la mañana siguiente haga una nueva lista para el día, añadiendo nuevos trabajos y obligaciones. Comience a trabajar de nuevo. En uno o dos días Ud. se sorprenderá al descubrir que es un hombre aliviado.

¿Por qué los Pastores no…?

 “Por  qué los pastores no…?”  Este título semiinconcluso de un artículo reimpreso en el Preacher’s Magazine, despertó nuestra curiosidad, de manera que lo seguimos leyendo y encontramos lo siguiente: “¿Por qué los pastores no… contestan su correspondencia? Si todos los pastores, culpables en mayor o menor grado de esta falta de cortesía, debieran dejar el ministerio, todas las iglesias se quedarían sin pastor.”

 Por supuesto, la Asociación Ministerial difícilmente tomaría en serio una declaración tan exagerada, pero, continuemos analizando la exageración del autor ante una falta tan común: “Ningún pastor tiene la intención de ser descortés, según espejamos, pero es una costumbre casi universal que los predicadores no contesten su correspondencia… La excusa general que presentamos es que nos encontramos demasiado ocupados. Pero, ¿estamos realmente tan ocupados como nos parece? Reflexionemos un poco y veamos si en verdad lo estamos tanto. Es muy difícil que un predicador esté tan ocupado que no pueda responder rápidamente sus cartas.”

 Los jóvenes predicadores que egresan en la actualidad de nuestros colegios y seminarios, nos están considerando como modelos de vida, y por ello no cabe duda de que influiremos en sus sermones y también en sus cartas. Se nos ha informado que algunas esposas consagradas han tenido que tomar sobre sí la tarea de contestar las cartas familiares, incluso las de sus cuñados. Pareciera que los pastores jóvenes quisieran lavarse las manos en lo concerniente a correspondencia cuando en realidad la buena costumbre y el buen gusto revelan que su negligencia es imperdonable. Los hijos y las hijas deben responder las cartas de sus padres, y los pastores debieran ser ejemplos de verdadera devoción familiar. Para nuestros jóvenes es un ejercicio excelente usar una máquina de escribir, pero la realidad es que el arte de escribir a mano las cartas no debiera caer en olvido entre los pastores.

 Podemos aprender mucho de este autor desconocido que mide nuestra conciencia de acuerdo con nuestros hábitos relacionados con nuestra correspondencia. El paternal llamamiento del autor de las líneas que motivan este comentario es el siguiente: “¿No mejoraremos en este asunto, hermanos?”