Cuatro sencillas y poderosas ideas para lograr que su congregación tenga una experiencia de crecimiento en todos los aspectos.
Nuevo Testamento nos presenta notables ejemplos acerca del crecimiento de la iglesia. Mientras la comunidad de los creyentes crecía cada día (Hech. 2:47), la tarea de llevar el evangelio a regiones no alcanzadas aún proseguía con visión y con vigor. ¿Cómo se podía hacer eso? La respuesta la encontramos en Hechos 2:42: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”. Un estudio cuidadoso de este versículo y del resto del capítulo nos permite descubrir la cuádruple fórmula del crecimiento local y global de la iglesia.
La palabra clave aquí es “perseverar”, es decir, prestar constante atención, permanecer firmes. La versión francesa dice que los discípulos acudían al templo “asiduamente”. Los miembros de la iglesia del Nuevo Testamento no se dejaban amedrentar ni dividir. Permanecían firmes en sus convicciones y se dedicaron a poner en práctica cuatro principios de vida que propendían al crecimiento de la iglesia.
La doctrina de los apóstoles
Primero, se dedicaron a la doctrina de los apóstoles, lo que significa que conocían la Palabra de Dios y vivían de acuerdo con ella. Las enseñanzas de los apóstoles se basaban en el amor de Dios, en el plan de salvación que tiene como centro a Cristo crucificado, resucitado y próximo a venir, en la esperanza de la resurrección y en el estilo de vida requerido por el evangelio. Los cristianos se reunían para aprender la Palabra (vers. 46), y su vida se amoldaba a ella.
Hoy, muchos miembros no saben lo que creen ni por qué lo creen. Las enseñanzas fundamentales de Jesús se ignoran en muchos lugares. Incluso el sábado, aparentemente, no se guarda enfatizando a Dios como Creador y Redentor, y se lo reduce a un mero ritual. El estilo de vida no siempre refleja lo que Dios puede hacer para transformar las vidas de los ciudadanos del Reino venidero. En la iglesia primitiva los creyentes creían en la Palabra de Dios y se afirmaban en ella. Había unidad en sus creencias. Nosotros no podemos ser diferentes.
La fraternidad
En segundo lugar, la iglesia primitiva era notable por la comunión que había con el Señor y entre ellos mismos. ¿De cuánta comunión mutua disfrutamos en la iglesia de la actualidad? ¿Estamos creando un ambiente en el cual los miembros y las visitas puedan adorar juntos? Conozco congregaciones donde algunos miembros ni siquiera se miran.
El espíritu fraternal debe transformar la vida del cuerpo de Cristo y producir tal unidad que la comunidad note que allí hay gente con diferentes antecedentes de vida e intereses y que, sin embargo, puede vivir y adorar a Dios en unidad y en el nombre de Jesús.
Compartamos el pan
El tercer ingrediente de la fórmula es que los discípulos perseveraban en partir el pan “en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hech. 2:46). Ese partimiento del pan puede ser la Cena del Señor o una comida compartida entre todos. La iglesia del Nuevo Testamento creía en la hermandad de todos los creyentes, sin diferencias de clase. El hecho de comer juntos era un símbolo de su unidad, de una familia creada por el poder salvador de Cristo resucitado.
La observancia de la Cena del Señor debe trascender la mera rutina para convertirse en una ocasión en la cual la iglesia, reunida, es consciente de su condición pecaminosa y encuentra fuerzas, como congregación que confiesa corporativamente lo que Dios ha hecho por ella por medio de Jesús. La mesa del Señor derriba todo muro de separación, y crea una comunidad unida para gloria de la cruz y para el cumplimiento de la misión que se le confió.
La oración
En cuarto lugar, la iglesia primitiva dedicaba tiempo a la oración, unida como cuerpo (Hech. 4:31; 12:5-12; 13:3). Mucho de su poder le llegaba por medio de la oración y el ayuno. Nada funciona mejor que cuando se invierte tiempo en la oración en grupos pequeños, en hogares y escuelas. La oración intercesora es un poder que no hemos usado. Cuando intercedemos por otros, cuando en oración confesamos nuestros pecados y nos reunimos para buscar la voluntad de Dios, se manifiesta el poder, una iglesia que ora, crece. La oración ferviente y celosa es la más grande necesidad de la iglesia de hoy. Necesitamos orar por el poder del Espíritu Santo.
Sobre el autor: Director de Ministerio Personal y Escuela Sabática de la División Sudasiática.