La mayordomía y la teología de las ofrendas.
INTRODUCCIÓN
El estudio de las religiones antiguas sugiere que en la integración entre los seres humanos y el ser divino, la ofrenda que se llevaba a los dioses era un aspecto constitutivo de la devoción personal. En todo el antiguo Cercano Oriente los seres humanos llevaban diferentes tipos de ofrendas a los dioses, buscando sus bendiciones, protección, perdón y dirección. En la mayoría de los casos se visualizaban las ofrendas como medios de suplir las necesidades de los dioses con el propósito de ganar o mantener su favor.[1] Esta intensa preocupación por presentar ofrendas materiales a los dioses era universal.
La religión bíblica no es una excepción en esta área de la práctica cultural. De hecho, las ofrendas juegan un papel importante en los servicios del santuario del Antiguo Testamento y en el culto cristiano del Nuevo Testamento. Exploraremos en este artículo la riqueza de los materiales bíblicos sobre este tema. En algunos casos prestaremos atención a la terminología empleada para referirse a las ofrendas, pero nuestro interés principal se centrará en los diferentes tipos de ofrendas que se mencionan en la Biblia. Exploraremos las principales ideas teológicas o religiosas que se asocian a esas ofrendas con el propósito de sintetizar los elementos fundamentales de la teología y la práctica de las ofrendas en la Biblia.
Las ofrendas en el Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento menciona mucho más las ofrendas que el diezmo. En un libro que se interesa en el culto al único y verdadero Dios, las ofrendas tienen un lugar y una función prominentes. El culto y las ofrendas son prácticamente inseparables en el Antiguo Testamento. En lo que sigue discutiremos los diferentes tipos de ofrendas que se mencionan en el Antiguo Testamento.
Las ofrendas y los sacrificios expiatorios
La expiación y las ofrendas sacrificiales aparecen entrelazadas en el sistema de culto del Antiguo Testamento. Las ofrendas expiatorias por excelencia eran las ofrendas por el pecado (Lev. 4) y por la culpa (Lev. 5), llamadas “ofrendas” en Números 5:9 y 18:8. El término hebreo que se usa allí es terumah, sustantivo que proviene probablemente de la raíz verbal rum, “ser alto”, la cual en una de sus formas verbales significa “donar, poner aparte”. Designa un don o una ofrenda que se aparta para el Señor fuera del santuario, y que luego se trae al templo y se la entrega a Dios.[2]
El poder expiatorio de esas ofrendas no radicaba en la víctima sacrificial misma, sino en Dios quien, por su gracia, le asignaba esa función (Lev. 17:11). En otras palabras, la eficacia expiatoria se encontraba en la disposición de Dios a perdonar los pecados de su pueblo (véase Lev. 4:26,31).
Las ofrendas sacrificiales expiatorias parecieran haber tenido una función limitada. De hecho, su único papel era señalar a Dios como el único que podía expiar el pecado. El Antiguo Testamento mismo testifica sobre la ineficacia de las ofrendas expiatorias para otorgar perdón, y al mismo tiempo identifica al único medio efectivo de la expiación. David reconoció que su pecado no podía ser quitado mediante las ofrendas sacrificiales (Sal. 51:16). Su única esperanza consistía en confiar en la compasión y el “amor misericordioso” de Dios (Sal. 51:1,2). Con relación a la redención de la vida humana, ningún sacrificio de animales es suficientemente costoso para lograrla: “Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate (porque la redención de su vida es de gran precio, y no se logrará jamás), para que viva en adelante para Siempre, y nunca vea corrupción” (Sal. 49:7-9).
Es imposible para los seres humanos traer una ofrenda al Señor que sea suficientemente costosa como para rescatarse a sí mismos. Dios es el único que podía proveer esa ofrenda, y lo hizo. Isaías previo la obra futura del Mesías quien, aunque rechazado por su pueblo, era la ofrenda expiatoria que Dios proveyó para la redención de los mortales. El Señor “puso su vida en expiación por el pecado” (Isa. 53:10); él llevó el pecado de muchos y fue contado con los transgresores (vers. 12) para declararlos justos (vers. 11).
Lo que ninguna ofrenda humana podía cumplir, la ofrenda divina lo logró. Este tema se desarrolla más ampliamente en el Nuevo Testamento, donde se nos muestra la imposibilidad de que la sangre de las víctimas de los sacrificios quitara el pecado de los adoradores (Heb. 10:4). Sólo mediante la sangre de Cristo es posible esto (Heb. 10:14). Pablo afirma que Dios lo “puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Rom. 3:25). Cristo mismo interpretó su misión como la de quien da “su vida como rescate por muchos” (Mar. 10:45).
La importancia de una correcta comprensión de las ofrendas expiatorias es fundamental para una teología bíblica de las ofrendas. En primer lugar, se describe a Dios aquí como dispuesto a dar, como un “ofrendante”. Esto provee una plataforma teológica para la dadivosidad de los seres humanos. La dadivosidad humana debe seguir el modelo divino de dadivosidad. Si comparamos todo lo que Dios da, su pueblo en realidad le da muy poco.[3] Es importante que entendamos que si Dios espera que le traigamos una ofrenda es porque él mismo dio una ofrenda a favor nuestro.
En segundo lugar, ninguna de nuestras ofrendas cumple una función expiatoria. No poseemos cosa alguna que podamos traer a Dios para ser aceptos por él, y no necesitamos hacer nada, porque Dios ya proveyó la única ofrenda a través de la cual se ha logrado la expiación. Nuestras ofrendas nunca deben ser un intento de ganar la simpatía, el amor o el per esa función es exclusiva e indisputable de la ofrenda de Dios en Cristo por nosotros. Nuestra motivación para dar nunca debería ser el hacemos meritorios delante del Señor. De hecho, lo que hace aceptable nuestras ofrendas es la ofrenda sacrificial del Hijo de Dios que santifica nuestra dádiva.
Los sacrificios como ofrendas
Aparte de las ofrendas por el pecado y la culpa, hay otras ofrendas sacrificiales que, además de la función expiatoria, tienen también otros propósitos teológicos y religiosos. Dos de ellas son de interés especial para nuestro estudio, a saber las ofrendas quemadas: holocaustos (Lev. 1) y de paz (Lev. 3). Trataremos aquí únicamente el aspecto no expiatorio de esas ofrendas.
- Las ofrendas quemadas: holocaustos (Lev. 1:3-17).
Ninguna parte de esta ofrenda se daba al sacerdote o al que la traía para ofrecerla; la víctima sacrificial se quemaba enteramente sobre el altar, en una entrega total al Señor (Lev. 1:9). Los eruditos han detectado en este sacrificio una expresión ritual de la disposición de los adoradores a entregar o reconsagrar sus vidas enteras a Dios. Él, como su Señor, tenía derecho total sobre ellos, y esta ofrenda era un acto simbólico de una entrega completa a Dios.[4]
En hebreo se hace referencia a la ofrenda quemada como siendo un qurban, “ofrenda”, del verbo qarah, “venir cerca”, “acercarse”. Este es un término genérico que se usaba para designar los sacrificios y ofrendas que los israelitas traían al Señor (véase Lev. 22:18; Núm. 7:3,12-17; 15:4; 31:50). Podía traducirse como “lo que se trae cerca, se presenta, se ofrece”.[5] Una ofrenda es, por consiguiente, algo que se transfiere de nuestra esfera a la del Señor; al traerla cerca de él, llega a ser suya.
De interés particular para nosotros es el hecho de que se aceptaban diferentes animales con base a su valor financiero. Se menciona primero al de más valor, un becerro, al que seguían la oveja y el macho cabrío (véase Lev. 1:3,10). Se podían ofrecer aves como una paloma, o una tórtola (Lev. 1:14).
Aquí podemos hacer dos comentarios. En primer lugar, una ofrenda es algo que cuesta al adorador; se priva de un animal costoso y útil al darlo al Señor.[6] David entendió este principio y rechazó la idea de dar al Señor una víctima que no fuese suya (2 Sam. 24:24). En segundo lugar, Dios no espera que todos den la misma cantidad. Al nombrar las víctimas sacrificiales desde las más hasta las menos costosas, se da a entender que cada cual podía traer algo al Señor. Dios esperaba que algunos trajesen un becerro y otros una oveja o un macho cabrío, según su condición financiera. El más pobre podía traer un ave (véase Lev. 5:7; 12:8).[7] La implicación teológica es que Dios considera especialmente la disposición interior del dador, y que el deseo de adorarlo es más importante que el valor monetario de la ofrenda.[8] La experiencia interna de uno se expresaría al traer al Señor lo mejor que pudiera ofrecer.
Además de la función expiatoria de este sacrificio, se dan otras dos razones para traerlo al Señor. Levítico 22:17-20 describe una ofrenda votiva (ofrenda a Dios por voto o promesa) y voluntaria. La ofrenda votiva se traía en cumplimiento de un voto. Una persona presentaba su petición al Señor y solemnemente prometía dar una ofrenda votiva después de recibir respuesta a la oración.[9] La ocasión en que se traía esta ofrenda era gozosa y la persona expresaba su gratitud al Señor por haber respondido a sus oraciones (véase Sal. 61:8; Nah.1:15).[10] El holocausto también podía ser voluntario. Era traído al Señor “por devoción, no por obligación o debido a una promesa”;[11] era una expresión de amor a Dios.
Basados en los comentarios anteriores, podemos concluir que una ofrenda es una expresión tangible de la entrega plena de una persona al Señor, traída con gratitud y amor. Debía traérsela al centro de culto y ser entregada a los que Dios había designado para recibirla. Se esperaba que se trajese lo mejor que se podía ofrecer según los recursos financieros de cada quien.
- Las ofrendas de paz (Lev. 3:1-17)
La ofrenda de paz se distinguía del holocausto en varias formas. La víctima sacrificial podía ser una hembra del ganado o el rebaño. Las hembras eran más caras. Se devolvía la mayor parte de la carne de la víctima al adorador para que la comiese en compañía de su familia y amigos (Lev. 7:11-21). Cuando se traía el holocausto, la persona no se beneficiaba materialmente, pero en el caso de la ofrenda de paz sí se beneficiaba. Esto permitía que un grupo de personas viniese a adorar a Dios.
Hay tres tipos de ofrendas de paz: la votiva, la voluntaria y la de gratitud (Lev. 7:12, 16). Todas ellas eran en verdad ofrendas voluntarias. Podían traerse para cumplir un voto o como un acto de devoción personal a Dios, semejante al holocausto. El elemento nuevo es el aspecto de gratitud. El hebreo todah, “gratitud”, se usa en la Biblia para expresar las ideas de alabanza, gratitud y confesión.[12] Se presentaba la ofrenda después de haber sido librado de algún peligro. Era el “resultado de un deseo espontáneo de expresar públicamente gratitud personal por las bendiciones que se habían disfrutado”.[13] La ocasión debía ser gozosa. (Deut. 27:7; Sal. 95:2).[14]
Se introducen aquí un par de elementos nuevos que esclarecen el significado de las ofrendas en el Antiguo Testamento. En primer lugar, esta ofrenda podía ser de beneficio para los que la ofrecían. Como observamos, se devolvía la mayor parte al dador para facilitar la adoración colectiva con los miembros de la familia y los amigos. Todos compartían o participaban de la ofrenda que uno de ellos traía. En segundo lugar, la ofrenda podía ser un medio para expresar gratitud y alabanza a Dios por sus bendiciones y por su poder libertador del mal. Era, en esencia, una expresión de gratitud al Dios de la alianza.
Otras ofrendas
Varias otras ofrendas se mencionan en el Antiguo Testamento. A la “ofrenda de cereal” se la llama en hebreo minchah, y significa “un don, tributo”. En Levítico, éste es un término técnico que se usaba para designar una ofrenda hecha de harina fina cocinada o cruda y mezclada en aceite (Lev. 2:1-10). Se la traía al Señor, pero él le daba la mayor parte al sacerdote oficiante.
El término minchah designa en el Antiguo Testamento un regalo hecho a un superior que era reconocido como señor o gobernante de la persona que traía el regalo (véase Juec. 3:15; 2 Sam. 8:2, 6). Al traer a Dios un minchah, “ofrenda de cereal”, los israelitas declaraban en lenguaje ritual que Yahvé era el Señor del pacto y ellos sus súbditos.[15] El hecho de que se trataba de una ofrenda de grano puede sugerir que se reconocía que los frutos de la tierra eran resultado de las bendiciones del Señor.[16] Nótese, sin embargo, que lo que se traía no era el grano sino la harina. Mediante su trabajo el israelita transformaba el grano en harina. Dios y los seres humanos trabajaban juntos, y al traer esta ofrenda se reconocía no sólo la obra de Dios a favor de ellos, sino que a la misma vez le consagraban su trabajo al Señor.[17]
A los israelitas se les requería traer al Señor las primicias o primeros frutos de la tierra (Lev. 23:9-11; Núm. 18:12, 13; Deut. 18:4; 26:1-11). Esta ofrenda era esencialmente una ofrenda de gratitud al Señor usada para el sostén del sacerdocio (Deut. 18:30).[18] El hecho de que se la llamaba primicias sugiere que era lo mejor de la cosecha (Núm. 18:12; Exo. 23:19). También indica que Dios estaba primero en la vida del adorador. Los israelitas no daban de lo que les sobraba.[19] Antes que comenzaran a disfrutar de la cosecha separaban las primicias para el Señor (Lev. 23:14).[20]
Esta ofrenda era un reconocimiento del hecho de que la fertilidad de la tierra estaba en las manos del Señor y que él era “la fuente de la generosidad”[21] y el propietario de la tierra (Deut.26:10).[22] El énfasis teológico de esta ofrenda está puesto en la bondad del Señor que prometió la tierra y sus frutos al pueblo, y cumplió sus promesas (Deut 26:3, 8-10)[23] Con alegría los israelitas celebraban la fidelidad de Dios que se manifestaba en el don de la tierra y en la bendición de la cosecha (Lev. 23:11).[24] En este contexto es de especial importancia una referencia a la redención de Egipto, porque ésta precedió al regalo de la tierra que Dios le diera al pueblo, y fue el fundamento sobre el cual basaron las ofrendas que el pueblo traía a Dios (Deut. 26:8-10).
La ocasión cuando se traía esta ofrenda al templo se caracterizaba por el gozo (Deut. 26:11). Era una experiencia colectiva gozosa en la que el pueblo, los levitas y los extranjeros que moraban entre ellos, participaban en la celebración del hecho de que Dios dio todos esos dones. Esta ofrenda era la expresión exterior de una fe profunda en el Señor y de sentimientos de gratitud.[25]
Se requería también una ofrenda de los despojos de la guerra (Núm. 31:29,41,52). Se usan varios términos para designar esta ofrenda. Se la llama mekes, “obligaciones cúlticas o impuesto” (vers. 28, 37, 41); terumab, “don” (vers. 29,52), yqorban, “lo que se trae cerca” (vers. 50). Al compartir los despojos de la guerra con los sacerdotes y levitas, los israelitas reconocían que era Dios quien les había dado la victoria sobre sus enemigos. Por consiguiente, la ofrenda era una expresión de gratitud por la victoria.[26]
Las tres ofrendas que hemos considerado en esta sección refuerzan lo que ya habíamos encontrado con respecto al contexto y significado de las ofrendas en la Biblia, y agregan algunos elementos nuevos. Adoración, gozo y agradecimiento caracterizan a todas las ofrendas, aunque algunas fuesen obligatorias. Se reconoce a Dios como el único que bendice y protege a su pueblo, el trabajo de ellos y a la tierra. Mediante estas ofrendas se alaba a Dios como el Señor de Israel a quien se le debe traer lo primero y lo mejor de la cosecha. Se lo proclamaba como propietario de la tierra que cumplía las promesas que había hecho a su pueblo al bendecirlos con la tierra y los frutos.
Ofrendas especiales
Una ofrenda especial era aquella que se traía al Señor con un propósito específico. El mejor ejemplo de este tipo de ofrenda en el Antiguo Testamento es la que se recogió para edificar el tabernáculo. El Señor la requirió de cada uno (Éxo. 25:2), y aun así, debía ser una ofrenda voluntaria (36:3). La dádiva debía expresar la gratitud interior en la que lo más noble y elevado de la personalidad del individuo estaba comprometido. Sólo aquellos cuyos “corazones eran impulsados” (nadaba “urgir, dar voluntariamente”) a dar debían traer esa ofrenda (Éxo. 25:2; 35:5). Se expresa también la disposición interna en la frase “cuyos corazones se levantaron” (Éxo. 25:21) o “cuyo espíritu se movió” (vers. 29). La petición del Señor debía encontrar una respuesta positiva en el corazón del pueblo, y la encontró. En consecuencia, trajeron como ofrenda oro, plata, bronce, piedras preciosas, hilo, lino fino, pieles de animales, madera, aceite de oliva y especias (Éxo. 25:2-7). Cada uno, hombres y mujeres, trajeron algo de sus posesiones (Éxo. 35:5); de hecho, trajeron más de lo que se necesitaba (Éxo. 36:6,7). Esta ofrenda especial se llamaba terumab, don dedicado a Dios y traído luego al Señor. Se llevaban todas las ofrendas a un lugar principal y se las entregaba a Moisés, quien debía distribuirlas y administrarlas para el proyecto anunciado. Cuando el primer grupo de exiliados estuvo listo para regresar a Jerusalén en el año 539 a.C., sus vecinos les proveyeron de dones, ofrendas voluntarias, para que se usasen en la reconstrucción del templo (Esd. 1:6). En el 457 a.C., Esdras volvió con otro grupo de cautivos. Esta vez el rey, sus consejeros y oficiales, y los judíos dieron un donativo (terumah, “ofrenda”) para sostener los servicios del templo (8:25). Esdras guardó registro cuidadoso de esta ofrenda (8:26-30).
Cuando el templo necesitaba algunas reparaciones, se recogía del pueblo una ofrenda con ese propósito. En 2 Crónicas 24:6, 9 esta ofrenda se llama mas’seiba. Este sustantivo se deriva del verbo nasa que significa “levantar, llevar”, sugiriendo que designa una ofrenda como “algo que se lleva a alguien”, en este caso, el Señor[27] En la época del rey Joás, cuando el templo estaba siendo reparado, se colocó un cofre fuera del templo para recoger esta ofrenda. La Biblia declara que el pueblo traía gozosamente esta ofrenda voluntaria (2 Crón. 24:10).[28]
El Señor requirió una ofrenda especial durante la dedicación del altar y del santuario (Núm. 7). Cada tribu enviaba sus ofrendas (qorban, vers. 3) a través de sus representantes. Éstas consistían en sacrificios de animales, utensilios de oro y plata, harina e incienso, todo lo cual era necesario para comenzar los servicios del santuario.[29]
Tres veces al año los israelitas realizaban un peregrinaje a Jerusalén para celebrar las fiestas de los panes ázimos, de las semanas y de los tabernáculos (Deut. 16:16). En cada una de esas ocasiones se esperaba que trajesen al Señor una ofrenda llamada mattanah, “un don”, del verbo natan, “dar”, que designa, entre otras cosas, un obsequio dado por un padre a su hijo (véase Gén. 25:6) y el regalo del sacerdocio a Aarón (Núm. 18:7; compárese los vers. 6 y 29). Era, con mucha frecuencia, un obsequio motivado por una buena y generosa disposición de una persona hacia otra (cf. Est. 9:22).
En el contexto de estas tres ofrendas, Deuteronomio 16:6-17 hace varias declaraciones importantes. La primera: “Y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías” (Deut. 16:16). Las ofrendas ocupan un lugar en el culto colectivo. Cuando el pueblo venía delante de Dios, debía traer algo como testimonio de la recepción de sus bendiciones. Éstas debían ser ofrendas voluntarias (vers. 10), que expresasen el gozo por el cuidado y la protección divinos. El segundo principio: “Cada uno con la ofrenda de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado” (Deut. 16:17). Una traducción literal de la última parte de esta frase sería: “Como la bendición del Señor tu Dios que él te dio”. La cantidad de la ofrenda difería de persona a persona debido a que se basaría en el principio de la proporcionalidad: la cantidad reflejaba cuánto el Señor había bendecido a la persona. El tercer elemento: “…te hubiere dado” (vers. 17), indica que la dádiva divina está primero y hace posible la dádiva humana. El texto implica que Dios da sus bendiciones a cada uno y que cuando una persona viene delante de él, siempre tendrá una razón y algo que dar al Señor (cf. Eze. 46:5, 11).
Es interesante notar que las ofrendas especiales que acabamos de considerar, así como las otras ofrendas, eran requeridas por Dios, y no obstante, debían ser expresiones voluntarias de gozo y gratitud. Pareciera como si Dios estuviese usando el sistema de ofrendas para enseñar a los israelitas cómo expresarle gozo, gratitud y tantos otros sentimientos de devoción. Sorprendentemente, el Señor interpretó la negligencia en traerle ofrendas como un acto deshonesto (Mal. 3:6-8). Esto se debió probablemente al principio de que si Dios bendecía al pueblo, él tenía derecho a una acción de reconociese como su Señor. De esta manera los protegía de caer en el odioso pecado de la idolatría. El privarlo de las ofrendas equivaldría a rechazar su señorío sobre ellos y atribuir las bendiciones recibidas a algún otro poder. Aquellos para quienes Yahvé era el único Dios, estaban dispuestos sencillamente a traerle sus ofrendas. Toda ofrenda presupone una firme entrega total y personal. No debiera, por consiguiente, sorprendemos encontrar una conexión entre una reforma espiritual y el incremento de las ofrendas (2 Crón. 31:1,10-14).
El Antiguo Testamento señala hacia una época en la que los reyes y los poderosos traerían sus dones u ofrendas al Señor (véase Sal. 68:29; 76:11; Isa. 18:7). El término hebreo que designa esta ofrenda es sbay, “regalo, presente”, y apunta a una ofrenda dada por el poderoso y rico a Aquel que se identifica como Señor del universo e invicto en la guerra.[30]
Las ofrendas especiales que hemos discutido parecen enfatizar de una manera especial la importancia de la disposición interior de la persona que le impulsa a dar una ofrenda voluntaria. Esta disposición, acompañada de sentimientos de gozo, gratitud y adoración, asume un cuerpo visible en la ofrenda que se le entrega al Señor. En este acto se reconoce y proclama a Dios como Señor de las vidas de quienes lo adoran y como Propietario de la tierra y de sus frutos. David resumió bien este concepto cuando escribió: “Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crón. 29:14).[31]
LAS OFRENDAS EN EL NUEVO TESTAMENTO
Hay unas pocas referencias a las ofrendas en el Nuevo Testamento, aunque se usa extensamente el verbo “dar” (dídomi). Lo que particularmente impresiona es que alrededor del 25 por ciento de las veces en que se usa el verbo dídomi, Dios es el sujeto.[32] Él nos da nuestro pan cotidiano (Luc. 11:3), la lluvia, la cosecha, el alimento (Hech. 14:17), la vida y todo lo que necesitamos (Hech. 17:25). Nos da arrepentimiento (Hech. 11:18), victoria (1 Cor. 15:57), gracia (1 Ped. 5:5), amor (1 Juan 3:1), sabiduría (Sant. 1:5), el Espíritu Santo (Juan 3:34; Hech. 5:32), los dones espirituales (1 Cor. 12:7-10), una herencia (Hech. 20:32), el reino (Luc. 12:32) y la vida eterna (1 Juan 5:4). De una manera especial y única Dios dio a su Hijo (Juan 3:16), el pan de vida (6:32), quien a su vez dio su propia vida en rescate (Mat. 20:28; 1 Tim. 2:6), al entregarse a sí mismo “por nuestros pecados” (Gál. 1:4).
El Nuevo Testamento describe a Dios y a Cristo como los grandes Dadores que enriquecen a los seres humanos mediante su bondadosa gracia. Debido a eso Cristo puede desafiar a sus seguidores a dar generosamente porque ellos recibieron generosamente (Mat. 10:8). El propósito de la dadivosidad cristiana no es suplir las necesidades de Dios, puesto que él no necesita nada (Hech. 17:25). Nuestro dar nos hace más semejantes a nuestro Señor.
Jesús y las ofrendas
Jesús instruyó a sus seguidores con respecto a la naturaleza y espíritu del verdadero dador. Los evangelios presentan varios incidentes en la vida de Cristo donde se discute este importante tema. Los hemos agrupado aquí bajo diferentes subtítulos.
1. Las ofrendas y la grandeza de Jesús
Cuando Cristo nació en Belén, un grupo inesperado de personas le trajo una ofrenda. Ciertos extranjeros vinieron del oriente para contemplarlo y le dieron dones: oro, incienso y mirra (Mat. 2:1-11). Estos “hombres sabios” pertenecían a una clase de gente culta, rica e influyente de oriente llamados mágoi, “magos”. En general se los reconocía como expertos en astrología y en la interpretación de sueños.[33] Mateo entendió que eran hombres instruidos quienes podían identificar las señales del nacimiento de Jesús y al hacerlo, salieron a buscarlo.[34] Habían entrado en contacto con las Escrituras hebreas y creían las profecías mesiánicas que allí se enunciaban (véase Núm. 24:17).
Los magos no vinieron a Jesús con las manos vacías, sino que trajeron con ellos dones para el nuevo Rey. El término doron, “regalo, ofrenda”, es el equivalente griego del término hebreo qorban, que en el Antiguo Testamento se refiere a los dones y ofrendas sacrificiales (véase Heb. 5:1). En este caso particular los tres reyes trajeron ofrendas para honrar al Niño. Habían venido, según sus propias palabras, “para adorarlo” (Mat. 2:2). El acto de adoración podía entenderse como “significativo homenaje y sumisión’ al rey mesiánico.[35] Pero en el contexto de Mateo “Jesús es la manifestación de la presencia de Dios (Mat. 1:23), el Hijo de Dios (2:15) en un sentido único, y por lo tanto Alguien que puede ser adorado”.[36]
En este pasaje, se asocia la ofrenda o don costoso con los conceptos de adoración, homenaje y sumisión. Tales dones son expresiones tangibles de esos sentimientos y actitudes. Mediante sus ofrendas los magos reconocían la grandeza y superioridad de ese gran Rey de Israel.
2.Las ofrendas y las relaciones interpersonales
Jesús, así como los profetas del Antiguo Testamento, no separó la devoción religiosa, que se expresa mediante las ofrendas, de la ética correcta en la interacción social. Una ofrenda reflejaba no sólo un estado de paz con Dios sino también con la comunidad de la cual uno formaba parte. El vivir en armonía con otros era casi un prerrequisito al dar una ofrenda. Esto, al parecer, tuvo Jesús en mente cuando dijo: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mat. 5:23, 24). Una ofrenda nunca expresará el amor y la gratitud a Dios si proviene de un corazón conflictivo y que está en guerra con sus semejantes. Las dimensiones verticales y horizontales de nuestra experiencia religiosa se intersecan en el acto de adoración mediante la ofrenda.
Otro aspecto de este vínculo entre las ofrendas y nuestra relación con otros asoma en la crítica que hizo Jesús a la práctica judía del Corbán (Mar. 7:10-12). Una persona podía consagrar al Señor sus posesiones haciéndolas inaccesibles a cualquier otro miembro de la familia. Al argüir que sería una violación del voto usar dichos recuraos para aliviar las necesidades de la familia, en realidad se estaba descuidando a los padres[37] y violando uno de los mandamientos. El principio ejemplificado aquí parece ser el de la responsabilidad para con nuestras familias, puesto que el cuidado de ellos y el deber de suplir sus necesidades son parte de nuestra experiencia cristiana.
3.Las ofrendas y la entrega al Señor
El dar una ofrenda a Dios no es evidencia automática de nuestra entrega indivisa al Señor como personas. La viuda pobre trajo una ofrenda voluntaria al templo posiblemente como una expresión de gratitud y amor a Dios (Luc. 21:1-4). El rico también trajo ofrendas voluntarias. Jesús comparó y evaluó su dádiva y consideró la ofrenda de la viuda como una verdadera ofrenda. Sus ojos percibieron que el rico daba “de lo que le sobraba; pero la viuda dio de lo que no tenía”.[38] Ambos dieron para el sostén de los servicios del templo; pero para el rico, una ofrenda tal era una formalidad religiosa que podía satisfacerla con un mínimo, una muestra, no de lo que podía dar, sino de lo que estaba dispuesto a dar. No era una expresión genuina de entrega personal a Dios.
Esto reafirma un principio que se encuentra en el Antiguo Testamento y en algunos lugares del Nuevo Testamento: no es la cantidad dada, sino el grado o nivel de entrega y dedicación al Señor lo que hace aceptable la ofrenda delante de Dios. La viuda quiso dar una ofrenda y trajo lo único que tema, dos monedas de poco valor, confiando en que Dios proveería para ella. Su dádiva se basaba en una decisión; de hecho, se basaba en una lucha de fe, en la que prevalecieron su amor y gratitud a Dios. Esta fe provenía de las profundidades de su ser. Para el rico, el dar no tenía ningún significado profundo, y era una experiencia trivial, una formalidad en la cual la fe en Dios estaba ausente.
Las ofrendas y la verdadera benevolencia
Lo que acabamos de decir sugiere que la verdadera benevolencia es más que compartir o dar. Tiene que ver con la condición interior de la persona, la fuerza espiritual de su amor a Dios. Este entendimiento erradica el egoísmo del acto de dar. Buscar reconocimiento propio mediante nuestras ofrendas es totalmente incompatible con la verdadera benevolencia. Jesús afirmó claramente que debemos dar sin esperar recompensa alguna de otros, por consiguiente, nuestra dádiva debe ser silenciosa y secreta (Mar. 6:1-4). Él nos prohíbe llamar la atención a nuestra benevolencia,[39] puesto que es una “transacción” privada entre el individuo y Dios. Jesús rechaza el egoísmo como motivación para dar porque corrompe la ofrenda. La benevolencia no se realiza ante otros; tiene lugar “delante de Dios quien… la hará pública, la recompensará y castigará las obras secretas en el juicio final”.[40] La dádiva debe provenir de un corazón dispuesto a dar y debe llegar a ser una respuesta natural de amor a Dios y de fe en él (Luc. 6:30). No es menos que una expresión de negación propia hecha por amor al reino de Dios.[41] Cuando se da una ofrenda con este espíritu, se transforma en un reflejo, en la esfera humana, de la dadivosidad inconmensurable de Dios (véase Mat. 10:8; 8:4).
Las ofrendas y el ministerio cristiano
Jesús dijo a sus discípulos que es una responsabilidad de la comunidad de los creyentes proveer para sus necesidades: “El obrero es digno de su alimento” (Mat 10:10). El término traducido “obrero” es ergáies, que se usa en el griego secular para designar a una persona que trabaja por salario.[42] En algunos casos se usa en el Nuevo Testamento para referirse a los apóstoles y maestros (véase 2 Tim. 2:15). Digno parece reforzar la idea de que la persona debía recibir un pago apropiado.[43] Mateo llama al pago tropbé (literalmente “alimento”), que en este contexto podría traducirse como “sostén”[44] o “salario”. El pasaje paralelo en Lucas 10:7 usa la palabra mistbos, “salario, pago”. Es de esta declaración de Jesús que la iglesia deriva su autoridad para apoyar el ministerio evangélico mediante las ofrendas de los miembros de la iglesia.
Las enseñanzas de Jesús sobre las ofrendas ponen el énfasis principal en la motivación a dar. El culto ofrece la oportunidad de dar ofrendas de homenaje y sumisión, a través de las cuales se reconoce el señorío de Cristo.
Nuestro dar, por consiguiente, como una expresión de nuestra entrega plena a Jesús basada en la fe y confianza en él, es una decisión del corazón y no una formalidad. Cuando damos no estamos motivados por un deseo de reconocimiento propio, puesto que el egoísmo y la ofrenda aceptable son incompatibles. Nuestros dones y ofrendas debieran provenir de un corazón lleno de gratitud y amor, cuya principal preocupación es la promoción del reino de Dios. Tales personas están en paz con los demás y proveen para las necesidades de sus familias. Las ofrendas deben usarse en la iglesia para promover su misión.
Pablo y las ofrendas
En el Nuevo Testamento, Pablo, más que ningún otro escritor, es el que aborda la teología de las ofrendas. Lo hace en tres contextos principales. El primero, tiene que ver con su renuencia personal a aceptar ofrendas. El segundo, revela su reacción ante las ofrendas que le enviaron y que él no pidió ni esperaba. Y el tercero, tiene que ver con los pasajes relativos a la colecta para los pobres de Jerusalén.
1. La renuencia de Pablo para aceptar ofrendas
Pablo rechazó su derecho al sostén financiero de su ministerio de parte de los miembros de la iglesia. Escribiendo a los tesalonicenses enfatizó el hecho de que él trabajaba para ganarse el sustento y no aceptaba ofrendas de ellos. Declaró específicamente: “No porque no tuviésemos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos imitaseis” (2 Tes. 3:9). Pablo justifica su decisión diciendo que desea establecer un ejemplo para los que no están dispuestos a ganar su sustento.[45] Otra razón que lo llevó a buscar su propio sostén financiero fue para demostrar que no era avaro (que acumula dinero por el placer de poseerlo, y no lo usa), [1 Tes. 2:6-9; cf. Hech. 20:33- 35].[46] A veces Pablo sentía que el aceptar dinero podía volverse un obstáculo en la predicación del evangelio, lo cual da a entender, probablemente, que no quería dar la impresión de que se estaba aprovechando de la iglesia (véase 2 Cor. 11:9; 12:14-18).[47]
Sin embargo, Pablo sabía que tenía derecho a que la iglesia lo sostuviera financieramente (2 Tes. 3:9). En 1 Tesalonicenses 2:6, dice: “Aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo”. Defiende este derecho enfáticamente en 1 Corintios 9:1-18. Arguye que como apóstol tiene los mismos derechos que los otros apóstoles, derechos que los corintios les habían reconocido a éstos.[48] Él emplea varias ilustraciones basadas en el sentido común para justificar su derecho apostólico para el sostenimiento de las iglesias: el servicio militar de sostén propio es prácticamente inimaginable; un granjero tiene la libertad de comer de las uvas que plantó; y un pastor tiene el derecho de beneficiarse de la leche de su rebaño (vers. 7).
Pablo apela también a la autoridad del Antiguo Testamento citando Deuteronomio 25:4 y concluyendo que “si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros?” (1 Cor. 9:11,12). A esto agrega un argumento que toma de los servicios del santuario: los levitas eran sostenidos por el diezmo, y los sacerdotes por el diezmo del diezmo y ciertas partes de las ofrendas de sacrificios que se llevaban al altar (vers. 13). Pablo usa la ley del Antiguo Testamento acerca del diezmo como modelo de dadivosidad cristiana.[49] Según Pablo, la regulación del Antiguo Testamento contaba con el apoyo de Jesús mismo: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (vers. 14). La frase, “así también”, establece que la regla del Antiguo Testamento es válida, no sólo para los judíos sino también para los cristianos.[50] El Señor mandó a la iglesia aplicar la misma regla para sostener el ministerio de la iglesia. El verbo “mandar” es una traducción de diátasso que significa “ordenar”, “proclamar un edicto”.[51] Designa una declaración oficial y normativa, en este caso del Señor.
El rechazo de Pablo de no aceptar ofrendas no era un rechazo de la práctica bíblica que el Señor apoyó y que había llegado a ser una costumbre aceptada en la iglesia para el sostenimiento del ministerio evangélico (véase 1 Ped. 5:2). Pablo estaba simplemente usando su libertad para proclamar el evangelio sin ocasionarles gastos a los corintios a fin de proteger la integridad de su ministerio apostólico.
2. Pablo como recipiente de las ofrendas
No todas las iglesias de los gentiles aceptaron la decisión de Pablo de trabajar en la proclamación del evangelio sin recibir salario. A pesar de su renuencia, las iglesias de Macedonia lo apoyaron mientras estaba en Corinto (2 Cor. 11:9). Es en Filipenses 4:10-19 que Pablo analiza el impacto y significado de la generosidad de los macedonios.
Mientras estaba en prisión, Pablo recibió la visita de Epafrodito, mensajero de las iglesias de Macedonia, quien trajo una ofrenda de las iglesias para él. Pablo discute en la epístola a los Filipenses el significado de esta ofrenda, y establece varios puntos importantes. Primero, la ofrenda de Macedonia era una expresión de preocupación e interés por Pablo como predicador del evangelio (Fil. 4:10). El verbo froneo, que se traduce como “estar preocupado”, es difícil traducirlo al español. Combina las ideas de pensar y simpatizar, y designa un vínculo emocional[52] que une el intelecto con la voluntad.[53] No significa simplemente pensar acerca de alguien, sino estar sinceramente interesado y dispuesto a hacer algo por esa persona. Este tipo de preocupación busca la oportunidad de expresarse en forma tangible. La ofrenda de los macedonios no era el resultado de un arranque emocional, sino que se basaba en un análisis racional, en el reconocimiento de una necesidad real de alguien a quien se estaba unido emocional y espiritualmente, y con cuya misión podían identificarse. Ellos se preocupaban por Pablo en pensamiento y acción, y la ofrenda era la prueba de esta profunda preocupación.[54] Esto sugería que la ofrenda debía ser la expresión de una preocupación seria y de interés en el bienestar de la iglesia y en el cumplimiento de su misión.
Segundo, mediante esta ofrenda los macedonios participaron de las aflicciones de Pablo (Fil. 4:14). Las aflicciones son las pruebas que Pablo experimentaba en la predicación del evangelio. El verbo sunkoinoneo está relacionado con el sustantivo koinonía, “compañerismo, participación”, y significa “participar, compartir con alguien”, haciendo posible que ambos tengan comunión y compañerismo.[55] Los macedonios participaban en las pruebas de Pablo, haciéndolas suyas, y privándose a sí mismos de algo para dar una ofrenda. Pablo participó del bienestar de ellos al recibir sus ofrendas. De esta forma se unieron en propósito y experiencia. Las ofrendas llegaron a ser un enlace de simpatía y amor entre los creyentes. El ministerio de Pablo llegó a ser el ministerio de ellos también.[56] Los macedonios se volvieron copartícipes de Pablo en “su encarcelamiento y sufrimiento, aunque estaban a muchas millas de él. En su genuino y profundo sentido de preocupación que se expresaba en una acción constructiva en favor del apóstol, y por consiguiente, en favor del evangelio, habían tomado sobre sí algo de su carga”.[57]
Tercero, se acreditó la ofrenda de los macedonios a la cuenta de ellos (Fil. 4:17). Es significativo notar que para Pablo, el valor de esta ofrenda no se encontraba en el hecho de que suplía una necesidad que él tenía, sino más bien en el beneficio que contenía para los macedonios mismos.[58] El crédito, provecho, fruto, en la cuenta de ellos estaba creciendo, incrementándose. Pablo usa una terminología comercial para describir la bendición espiritual que recibían quienes daban. La inversión material produce grandes dividendos espirituales en las vidas de los dadores.[59]
Cuarto, el don que dieron los macedonios a Pablo era aceptable al Señor (Fil. 4:18). El verdadero recipiente de esta ofrenda era Dios, no Pablo. Pablo expresa esta idea al referirse a la ofrenda en el lenguaje del sacrificio: es un incienso fragante, un sacrificio aceptable y agradable a Dios. La ofrenda ha sido removida, por así decirlo, de la esfera de la benevolencia secular a una interpretación de significado espiritual, pues ésta no sólo los une a Pablo, sino que también sirve para fortalecer la relación de los creyentes con Dios. Aquí se establece un principio importante: “Lo que se haga por el siervo, se hace en realidad a Dios mismo” (cf. Mat. 10:40-42). El sostén del ministerio evangélico y de la misión de la iglesia mediante las ofrendas es siempre una experiencia espiritual.[60]
Quinto, la ofrenda de los macedonios testifica que Dios suple las necesidades del dador (Fil. 4:19). Las iglesias de Macedonia no eran ricas en posesiones materiales (2 Cor. 8:2); aun así, dieron. Filipenses 4:19 parecer ser tanto una oración como una declaración, una expresión de confianza en el cuidado de Dios por su pueblo.[61] Aquellos que dan ofrendas no se preocupan demasiado por sus propias necesidades, porque el amor de Dios es suficientemente poderoso para sostenerlos. Al referirse a Dios como el Dador, Pablo está indicando que es allí donde debe localizarse la verdadera motivación para la dadivosidad humana. Dios provee para las necesidades de los macedonios y luego los usa para suplir las necesidades del apóstol.
Pablo aceptó con renuencia esta ofrenda y procedió a informar a los macedonios que la había recibido: “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia” (Fil. 4:18). Usa aquí otro término del mundo de los negocios. El verbo apecho, “he recibido”, significa “he recibido en pleno”, y funciona como un recibo. En la época del Nuevo Testamento este verbo se escribía sobre un recibo para indicar que se había pagado en su totalidad la cantidad indicada.[62] Aquí, en el versículo 18, “Pablo presenta lo que equivale a un recibo por la ofrenda que la iglesia de Filipos le envió”.[63] Esto implica que los que dan una ofrenda debieran ser informados de que ésta fue recibida, registrada, y que fue usada con el fin indicado. Surge aquí el elemento de responsabilidad de parte de los que reciben las ofrendas. Ellos deben dar cuentas del dinero que se les confía.
La ofrenda de los macedonios era una manifestación de un verdadero interés por Pablo y su ministerio apostólico. Fue este interés por él lo que los unió a Pablo en sus pruebas y en el cumplimiento de su misión, y el que también enriqueció sus vidas espirituales, porque la ofrenda era principalmente para Dios y no para Pablo. Su dádiva fue precedida por la dádiva y preocupación de Dios por ellos. Pablo guardó registros adecuados de su ofrenda, y les envió un recibo…
(Continuará en el próximo número)
Referencias
[1] Sobre la religión de Babilonia véase a Hermer Ringgren, Religion of the Ancient East (Philadelphia: Westminster, 1973), págs. 81, 82, 109-120; y sobre Egipto, consúltese a Siegfried Morenz, Egiptian Religion (Ithaca, N. Y.: Comell University P ress, 1973), págs. 87,88,94-99.
[2] Esto lo sugiere Jacob Milgrom, Leviticus 1-16 (Nueva York: Doubleday, 1991), pág. 474. Para una discusión de la etimología del sustantivo, véase a Gary A. Anderson, Sacrifices and Offerings in Ancient Israel (Atlanta: Scholar Press, 1987), págs. 137-144.
[3] Esta es la conclusión a la que llega C. J. Labuschahne, después de estudiar el uso del verbo hebreo nathan, “dar”, en el Antiguo Testamento, y observar cuán a menudo aparece Dios como sujeto y los seres humanos, como predicado, y cuán raras veces se dice que los seres humanos dan algo a Dios. Véase su artículo “Ntn”, en Theologisches Handworterbuch zum Altem Testament, editado por W. Jenni y C. Westermann (Munich: Chr. Kaiser Verlag, 1971-1976), tomo 2, págs. 138-141 (desde aquí en adelante citado como THAT).
[4] Véase John E. Hartley, Leviticus (Dallas, TX. Word, 1992), pág. 24; y A. Noordtzij, Leviticus (Grand Rapids, Mích.; Zondervan, 1982), págs. 30-32.
[5] Milgrom. Leviticus, pág. 40.
[6] Véase G. J. Wenham, The Book of Leviticus (Grand Rapids, Mích.: Eerdmans, 1979), pág. 51.
[7] Véase Noordtzij, Leviticus, pág. 40.
[8] Compárese G. A. E Knight. Leviticus (Philadelphia: Westminster, 1981), pág. 17.
[9] Véase T. W. Carhledge. “Vow”, en The International Standard Bible Encyclopedia (Grand Rapids, Mích.: Eerdmans, 1986), tomo 4, pág. 998 (de aquí en adelante citado como USBE).
[10] Véase Leonard H. Coppes, “Nadar, Make a Vow”, en Theological Word Book of the Ofd Testament, editado por R. Laird Haréis (Chicago: Moody Press, 1980), tomo 2, pág. 1309 (de aquí en adelante será citado como TWOT.
[11] Roland de Vaux, Ancient Israel Religious Institutions (Nueva York: McGraw-Hill, 1961) tomo 2, pág. 417.
[12] Véase G. Mayer, “Ydh”, en Theological Dictionary of the Old Testament, tomo 5, editado por G. J. Botterweck y Helmer Ringgren (Grand Rapids, Mích.: Eerdmans, 1974), pág. 428 (de aquí en adelante será citado como TDOT).
[13] Noordtzij, Leviticus, pág. 83.
[14] Véase Ralph H. Alexander,”Yadah confess, praise, give thanks”, TWOT, tomo 1, pág. 365.
[15] Wenham, Leviticus, pág. 69.
[16] Hartley, Leviticus, pág. 30 después de observar que la porción de esta ofrenda quemada en el altar es llamada “memorial”, da a entender que el término “sugiere la idea de que la persona que da la ofrenda recuerda la gracia de Dios al proveerle el sustento diario”.
[17] Véase Knight, Leviticus, pág. 18; R. K. Harrison, Leviticus (Downers Grove, Ill.: InterVarsity press, 1980), pág. 50.
[18] Richard 0. Rigsby, “First Fruits”, en Anchor Bible Dictionary, tomo 2, editado por David N. Freedman (New York: Doubleday, 1922), pág. 797 (de aquí en adelante será citado como ABD).
[19] Roland B. Alien, “Numbers”, en The Expositor’s Bible Commentary, tomo 2, editado por Frank E. Gaevelein (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 1990), escribe: “Aquí es donde solemos fallar. A menudo nos encontramos dando de lo que nos sobra. Cuando nada sobra, no le damos nada al Señor. Otros encuentran que cuando dan a Dios lo primero y lo mejor, les queda un sobrante” (853).
[20] En Números 15:18-21 se menciona una ofrenda de la primera porción de la masa.
[21] Baruch A. Levine, Numbers 1-20 (Nueva York: Doubleday. 1993), pág. 446.
[22] Noordtzij, Leviticus, pág. 233.
[23] Véase N A. Thompson. Deuteronomy (Downers Grove, III. InterVarsity Press. 1974). pág. 254.
[24] Véase Peter C. Craigie, The Book of Deuteronomy (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans 1976), pág 320.
[25] Aquí se debería mencionar la ley de los primogénitos de seres humanos y animales, según la cual todo primogénito pertenece al Señor (Exo. 22:29:30. Esto no era una ofrenda sino un requerimiento legal del Señor, Lev. 27:26). El primogénito pertenecía al Señor, y al devolvérselo los israelitas recordaban su redención de Egipto y su elección como primogénitos de Dios (Núm. 3:13; 34:20; Lev. 27:26,27).
[26] Véase Phillips J. Budd, Numbers (Waco, TX.: Word, 1984), págs. 332,333.
[27] Walter C. Kaiser, “Nasa”, TWOT, tomo 2, pág. 602.
[28] Esta ofrenda puede haber sido instituida por Moisés. (Véase 2 Crón. 24:9 y Exo. 30:11-16; 38:25,26; cf. Neh. 10:32).
[29] Véase Levine, Numbers, págs. 247,256.
[30] Véase Anderson, Sacrifices, págs. 34, 35.
[31] Sobre la función del segundo diezmo como medio de ayudar a los pobres dentro de la teocracia israelita, véase nuestro trabajo, “Mayordomía y teología del diezmo”.
[32] Véase W. Popkes, “Dídomi, give”, en Exegetical Dictionary of the Old Testament, tomo 1, editado por Horst Balz y Gerhard Schneider (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1990), pág. 321 (de aquí en adelante será citado como EDNT).
[33] Véase W. W. Buehler, “Wise Men (NT)”, ISBE, tomo 4, pág. 1084.
[34] Véase H. Balz, “Magos”, EDNT, tomo 2, pág. 371.
[35] Donald A. Hagner, Matthew 1-13 (Dallas, TX.: Word, 1993), pág. 28.
[36] Id., pág. 28. Véase Ulrich, Luz, Matthew 1-7. A Continental Commentary (Minneapolis: Fortress Press, 1989), pág. 137.
[37] Véase C. Brown, “korban”, en The New International Dictionary of New Testament Theology, tomo 2, editado por Colin Brown (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 1976), pág. 43 (de aquí en adelante será citado como NIDNTT).
[38] John Nolland, Luke 18:35; 24:53 (Dallas, TX.: Word, 1993), pág. 979.
[39] Véase Robert H. Mounce, Matthew (Peabody, MA.: Hendrickson. 1985), pág. 53.
[40] Luz, Matthew, págs. 357,358.
[41] Véase E. Earl Ells, The Gospel of Luke (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1966), pág. 115; y Norval Geldenuhuys, Commentary on the Gospel of Luke (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1951), pág. 212.
[42] R: Jeeligenthal, “Ergates”, EDNT, tomo 2, pág. 49.
[43] Véase P. Trummer, “Axios”, EDNT, tomo 1, pág. 113.
[44] Este es el significado que aparece en los documentos griegos; véase a James Hope Moulton y George Milligan, The Vocabulary of the New Testament (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1930), pág. 643.
[45] Emest Best, The First and Second Epistles to the Thesalonians (Nueva York: Harper and Row, 1972), pág. 337, quien argumenta que Pablo no justifica aquí su renuncia al salario como misionero, sino la necesidad que tenían los miembros de la iglesia de trabajo manual. Si él, que como misionero tenía derecho al sostenimiento económico, había decidido trabajar en otro oficio para subsistir, los tesalonicenses que no tenían derecho a ser sostenidos por la iglesia, necesitaban con mucha más razón trabajar.
[46] Véase David J. Williams, 1 y 2 de Tesalonicenses (Peabody, MA.: Hendrickson, 1992). Dice: “Es probable que muchos supiesen que Pablo había recibido ofrendas de Filipos. Eso puede haber llevado a algunos a concluir que ahora había venido a Tesalónica con la esperanza de recibier más ofrendas (cf. Fil. 4:15, pp)… Pablo presenta a Dios como testigo… de que la codicia no tenía lugar en su servicio misionero”.
[47] J. M. Everts, “Financial Support”, en Dictionary of Paul and His Letters, editado por Gerald F. Hawthome y Ralph Maratin (Downers Grove, 111.: InterVarsity Press, 1993), pág. 296, considera varias razones por las cuales Pablo rechazó la manutención (de aquí en adelante será citado como DPL).
[48] Véase Hans Conzelmann, 1 Corintios (Philadelphia: Fortress Press, 1975), pág. 152.
[49] Véase nuestro trabajo, “La mayordomía y la teología del diezmo”.
[50] Con Conzelmann, 1 Corintios, pág. 157.
[51] Véase Gerard Delling, “Diatasso”, en Theological Dictionary of the New Testament, tomo 8, editado por Gerard Kittle y Gerard Friedrich (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1972), págs. 34,35 (de aquí en adelante será citado como TDNT).
[52]Véase Gerald F. Hawthome, Phillipians (Waco, TX.: Word), pág. 22.
[53] “ Véase Goetzmann, “Phoenesis”, NIDNTT, tomo 2, pág. 617.
[54] Véase Georg Vertram, “Pirren”, TDNT, tomo 9, pág. 233.
[55] Véase P. T. O’Brien. “Fellowship, Communion, Sharing”, DPL, pág. 293.
[56] Id., pág. 294.
[57] Hawthome, Phillipians, pág. 202.
[58] Véase F. E Bruce, Phillipians (Peabody, MA.: Hendrickson, 1983), pág. 154.
[59] Hawthome, Phillipians, pág. 206.
[60] Id, págs. 206,207.
[61] Con Ralph P. Martin, Phillipians (Grand Rapids, Mich.: Eerdmans, 1976, pág. 168.
[62] Véase Moulton y Milligan, Greek, págs. 57,58.
[63] A. Horstmann, “Apecho”; EDNT, tomo 1 pág. 121.