La mayordomia y la teología del diezmo. (Segunda parte)

INTRODUCCIÓN

 Este estudio examinará la evidencia bíblica que describe el sistema del diezmo, con el propósito de explorar sus características esenciales y su contenido teológico. Los eruditos bíblicos han mostrado poco interés en el estudio del sistema del diezmo israelita. La mayoría de los estudios sobre este tema se han llevado a cabo bajo preocupaciones histórico-críticas (e.g. la reconstrucción del desarrollo histórico del sistema y la datación de las diferentes fuentes), más que bajo un interés teológico.[1] Nosotros abordaremos el texto en su forma canónica, prestando particular atención a su motivación teológica.

 Es un hecho bien conocido que el diezmo no es una práctica exclusiva del antiguo Israel. Los registros de la ciudad de Ugarit (siglo IV a.C.), por ejemplo, indican que sus habitantes pagaban el diezmo al templo, que era una especie de impuesto, y que el rey también recibía un impuesto real (un diezmo del pueblo)[2].

 Los documentos neobabilónicos del siglo VI a.C., revelan que el diezmo era una práctica común en Babilonia. Se daba el diezmo al templo y se esperaba que el mismo rey también diezmase. Se recogía el diezmo de todos los bienes, incluyendo la cebada, los dátiles, el sésamo, el lino, el aceite, el ajo, la lana, las ropas, el ganado vacuno, las ovejas, los pájaros y productos de plata y oro.[3] La práctica de dar una décima parte de las entradas también era conocida y practicada entre los persas, griegos y romanos.[4]

 Los historiadores desconocen el origen de esta práctica tan difundida. La Biblia no lo menciona, y cuando habla del diezmo por primera vez, parece haber sido ya una práctica común.

 Sin embargo, sabemos que “el sistema del diezmo se remonta más allá de los días de Moisés… incluso tan atrás, como a los días de Adán”.[5] El sistema, según se revela en el Antiguo Testamento, es “de origen divino”,[6] fue dado por Dios al hombre. El diezmo parece estar asociado con la humanidad en su estado caído.

 A continuación, examinaremos los pasajes bíblicos que tratan del tema del diezmo o simplemente lo mencionan. Enfatizaremos las ideas teológicas que se relacionan con el mismo y su propósito. Luego integraremos las ideas y los conceptos a fin de ofrecer un cuadro amplio de la comprensión y la práctica bíblica del diezmo.

EL DIEZMO

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

A. Génesis 14: el diezmo de Abrahán

 Génesis 14 es un capítulo único en la historia patriarcal que nos permite familiarizamos con un importante aspecto de la vida de Abrahán como líder militar. Había entre sus siervos un grupo bien entrenado de soldados. No obstante, el propósito de este capítulo no es describir las habilidades de liderazgo de Abrahán en tiempos de guerra, sino revelar una dimensión más importante de su carácter y de aquellos que se mencionan en el relato. A través de sus acciones y actitudes, se revelaron los propósitos y motivos de sus corazones, de tal forma que podemos percibir un contraste marcado entre Abrahán y Melquisedec por un lado, y los reyes por el otro.

 Las diferencias entre estos dos grupos se determinaron por su entrega o falta de entrega al Altísimo. Los que no sirvieron al Señor se describen como codiciosos y centrados en ellos mismos, como completamente poseídos y controlados por sus corazones egoístas, sin reconocer otra autoridad que la suya propia. No hay gratitud en sus corazones, ni mucho menos reconocimiento de sus limitaciones como criaturas del Señor.

 Abrahán y Melquisedec revelan un espíritu muy desinteresado en el relato. Ambos tienen algo importante en común: adoran al Señor Altísimo y lo reconocen como Creador de los cielos y de la tierra. Es dentro de esta posición teológica que se presenta el diezmo en la historia.

 Génesis 14 trata acerca de propiedades, y pérdida y recuperación de bienes. Durante doce años las ciudades de la llanura habían estado bajo el control político de Quedorlaomer. Su política expansionista y sed de poder lo condujeron a conquistar esas ciudades, forzando al pueblo a pagarle elevados impuestos anuales. El rey se estaba enriqueciendo al despojar a otros de sus bienes, y en el proceso estaba alimentando un corazón egoísta.

 Después de doce años de opresión, los habitantes de las ciudades decidieron rebelarse, pero fueron fácilmente derrotados. El rey Quedorlaomer y sus aliados los atacaron y subyugaron, tomando alimento y bienes del rey de Sodoma y de Lot. Algunas personas, incluyendo Lot, fueron tomados prisioneros.

 Pronto se informó a Abrahán de estos sucesos, y éste decidió intervenir para liberar a su sobrino Lot. Atacó y derrotó a los reyes, liberando a los prisioneros y rescatando todos los bienes que habían sido tomados de Lot y del rey de Sodoma. Mientras regresaba, los reyes de Sodoma y Salem salieron a recibirlo. Abrahán dio los diezmos del botín a Melquisedec, y al rey de Sodoma todo lo que le habían arrebatado.

 Aquí se menciona la práctica de diezmar de una manera casi casual, lo cual sugiere que el diezmo era ya parte de la vida y experiencia religiosa de Abrahán. Esta no era ciertamente la primera vez que devolvía sus diezmos al siervo de Dios. A medida que leemos la historia, nos damos cuenta qué se traen a colación varios elementos importantes con respecto a la práctica del diezmo.

  1. El diezmo está basado en los ingresos

 Al derrotar al enemigo, los despojos de la guerra le pertenecían a Abrahán, incluyendo lo que le habían quitado a Lot, al rey de Sodoma, y aun los prisioneros. Abrahán pudo haber salido de este incidente grandemente enriquecido. Sin embargo, su decisión de ir a la guerra no había sido motivada por una preocupación egoísta, sino más bien por el deseo de salvar vidas.

 El espíritu desinteresado de Abrahán se manifiesta en el relato de dos maneras. Primero, devolvió al rey de Sodoma lo que Quedorlaomer le había quitado. Antes de ir a la guerra, Abrahán había prometido a Dios que si él tenía éxito, devolvería al rey de Sodoma todo lo que era suyo, pues no estaba interesado directa ni indirectamente en obtener beneficios personales de este incidente.

 Segundo, Abrahán demostró su espíritu desinteresado al dar un diezmo de todo al rey de Salem. El pasaje establece claramente que “dio Abram los diezmos de todo” (14:20). Es realmente difícil saber lo que encierra esta frase. Parecería correcto, sin embargo, concluir que no diezmó los bienes del rey de Sodoma. Aparentemente nunca consideró esos bienes como suyos. Si éste fue el caso, devolvió entonces los diezmos del botín de guerra que consideró suyo. Esto constituía un nuevo ingreso para él. Obsérvese que el verbo usado es “dar” (natam). El diezmo no era suyo, y lo devolvió al Señor.

  •  El recipiente del diezmo

 El relato revela quién debía recibir el diezmo. Melquisedec no era sólo rey, sino también sacerdote del Señor. El y Abrahán adoraban al Señor Altísimo (identificado como Yahvé por Abrahán). Había entre los cananeos quienes adoraban al verdadero Dios, y Melquisedec era uno de ellos.

 Mientras Abrahán volvía victorioso del conflicto, Melquisedec salió a darle la bienvenida e hizo provisión para él. Le preparó un banquete real, y lo bendijo. Melquisedec había sido elegido por Dios para cumplir la función de sacerdote y mediador de la bendición de Dios. Inmediatamente después de ese acto, Abrahán le entregó los diezmos. Fue en su papel de sacerdote que Melquisedec recibió los diezmos, y sobre esa misma base se los dio Abrahán.

 El diezmo se devuelve a un instrumento señalado por Dios para servirle tanto a él como a su pueblo. Al entregar los diezmos a este sacerdote, Abrahán reconoció implícitamente la santidad de esta práctica. Lo devolvió a aquel a quien Dios había elegido para ser su instrumento santo. Sólo él podía manejar las cosas sagradas.

  • Base teológica para el diezmo

 El relato contiene algunos conceptos teológicos que arrojan luz sobre el significado del diezmo. Los mismos, que yacen en la base de la práctica del diezmo, sugieren que devolverlo no es un acto aislado en el contexto de una experiencia religiosa, sino que es parte de una comprensión teológica específica del mundo que nos rodea y de nuestro papel dentro de él.

  1. Dios es el Creador

 Esta idea es tan importante que se menciona dos veces en el relato. Melquisedec y Abrahán se refieren a Dios como el “Creador de los cielos y la tierra”. El Dios invocado en la bendición es el Creador. La palabra hebrea traducida como “Creador” (qanah) proviene de una raíz que significa “adquirir, poseer”. Alguien puede poseer algo al fabricarlo, crearlo o adquirirlo. En este relato, el término qanah parece expresar las ideas de creación y posesión. Todo en los cielos y en la tierra pertenece al Señor puesto que él lo creó. El derecho de Dios como propietario se basa en su actividad creadora.

 Esto sugiere que hay una sola realidad suprema y que no se espera que respondamos a diferentes poderes espirituales, sino únicamente al Creador. No debemos dividir nuestra lealtad entre diferentes señores, porque sólo hay un Señor que trajo a la existencia todo cuanto existe.

 Sin el concepto bíblico de creación, el diezmo carece de un significado sólido. Abrahán diezmó porque su Dios era el Creador de los cielos y la tierra. Reconoció con la confesión de su boca que Dios era propietario (“Jehová, Dios Altísimo, Creador de los cielos y la tierra” [Génesis 14:22] y mediante acciones (al devolver el diezmo a Melquisedec).

  •  Dios es quien bendice

 Como ya lo dijimos, Melquisedec cumplió su responsabilidad sacerdotal al bendecir a Abrahán. Teológicamente, la bendición precede al diezmo. Sin esta bendición preliminar, diezmar genuinamente es imposible. Las bendiciones de Dios son siempre una expresión de su amor y preocupación por nosotros. El diezmo es un reconocimiento de la bondad del Señor y, por consiguiente, siempre es una respuesta y nunca un preludio.

 Abrahán estaba plenamente consciente del hecho de que Aquel que lo había enriquecido era el Señor. Se había convencido personalmente de que su seguridad financiera no dependía del poder de nadie, sino de las bendiciones del Señor. Cuando el rey de Sodoma le dijo (en tono casi perentorio), “Dame las personas, y toma para ti los bienes”, la reacción de Abrahán no se hizo esperar. “Nada tomaré de todo lo que es tuyo” (véase Gén. 14:21-23). Melquisedec salió al encuentro de Abrahán para compartir el alimento y la bendición; el rey de Sodoma vino esperando que, por lo menos, le fuese devuelta parte de sus propiedades. Técnicamente, los bienes del rey de Sodoma le pertenecían a Abrahán. Pero el patriarca le devolvió todo por dos razones. Ya hemos mencionado la primera: Abrahán pronunció un juramento ante el Señor comprometiéndose a devolver todo lo que pertenecía al rey. En segundo lugar Abrahán no quiso que el rey dijese “Yo enriquecí Abram”. De esta forma, Abrahán estaba protegiendo el honor de Dios.

 El patriarca sabía que su riqueza era el resultado de las bendiciones de Dios, y no estaba dispuesto a permitir que nadie debilitase o distorsionase esa convicción. Rechazó la riqueza para no permitir que una sombra opacara la bondad de Dios. La implicación es que la preocupación primaria de Abrahán no era su propio bienestar económico, sino su relación con el Señor. Allí se originaba su disposición a diezmar.

  • Dios preserva la vida humana

 El relato sugiere que el diezmo es el resultado de una motivación teológica. En este caso específico, el diezmo de Abrahán era “un reconocimiento de que el Dios Altísimo le había dado la victoria” (vers. 20).[7] El sacerdote, en la bendición, alabó a Dios por derrotar a los enemigos y entregarlos en las manos de Abrahán. No se niega el papel del patriarca, pero se acredita la victoria a Dios.

 El diezmo se basa no sólo en el hecho de que Dios bendijo a Abrahán, sino también en que lo preservó al derrotar a los enemigos. La implicación es que la vida es tan frágil que no puede preservarse plenamente por los esfuerzos humanos. Hay fuerzas que la amenazan y sólo Dios puede, en forma apropiada y efectiva, derrotarlas. Esta convicción fue tan dinámica que se incorporó en el acto de Abrahán al diezmar. De allí que el diezmo expresa el hecho de que la vida no es nuestra sino que pertenece siempre al Señor (no simplemente porque nos creó, sino porque nos preserva de un mundo de pecado y de muerte).

 Según Génesis 14, el diezmo es un rechazo del egoísmo. Ese poder esclavizante gobierna sobre todos los que no están familiarizados con el Señor, y los conduce a explotar y destruir a otros en la búsqueda de riqueza. Abrahán dio el diezmo porque había rechazado el egoísmo como fuerza dominante en su vida.

 En un nivel más profundo, la práctica de Abrahán de diezmar se basó en la sólida convicción de que Dios es el Creador y Propietario de todo el universo: el único que bendice y preserva la vida. La experiencia de Abrahán deja en claro que el Señor eligió a personas específicas para mediar la transferencia del diezmo del adorador a su Dios. Un sacerdote los recibió en este caso como también en otros registrados en el Antiguo Testamento. Abrahán devolvió su diezmo a uno de los instrumentos designados por Dios.

B. Génesis 28:10-22: el diezmo de Jacob

 La segunda referencia al diezmo en la Biblia se encuentra en Génesis 28:22, donde leemos que Jacob salió de su hogar dirigiéndose hacia Harán para preservar su vida. Entre Beerseba y Harán tuvo una experiencia con el Señor que lo sostuvo a lo largo del resto de su vida. El Señor apareció a Jacob en un sueño, revelándose a sí mismo como un Dios amoroso y protector, dispuesto a bendecir, guiar y proteger al patriarca. En respuesta a esta revelación divina, Jacob hizo un voto prometiendo devolver el diezmo de todo lo que Dios le diese. El contexto de esa promesa provee una serie de conceptos básicos y significados que nos anidarán a descubrir varias ideas teológicas que se relacionan con el diezmo.

  1. La entrega de Jacob a Dios

Justo antes que Jacob prometiera diezmar, dijo: “Jehová será mi Dios” (28:21). Durante el sueño, el Señor le prometió a Jacob, movido por su gracia y su amor, darle varias cosas. El Señor se reveló a sí mismo como el Dios de Abrahán e Isaac, aunque su intención real era llegar a ser también el Dios de Jacob (vers. 13). Pero ahora le tocaba a Jacob tomar esa decisión, y él se decidió por el Señor.

 La entrega al Señor en su relación de amor precede a la acción de diezmar, debido a que el diezmo está estrechamente conectado con el Señor, pues le pertenece. El diezmo se basa en un reconocimiento de la intervención providencial de Dios en la vida de una persona. Sin esta experiencia y entrega previa, el diezmo carece de propósito, se vuelve irrelevante y pierde su sentido.

  • El interés de Dios por Jacob

En el sueño, Dios se describió a sí mismo como Aquel que proveería para las necesidades de Jacob. Las promesas específicas revelaron de una manera clara lo que el Señor iba a darle al patriarca.

  1. Descendientes (véase Gén. 28:14)

 Jacob viajaba solo, pero en el futuro sería diferente. Sus descendientes, dijo el Señor, “serán como el polvo de la tierra”. Las promesas hechas a Abrahán se cumplirían por medio de él. La implicación parece ser que la procreación humana está en las manos del Señor, no bajo el control exclusivo de la ley de la reproducción humana.

  • Protección (véase Gén. 28:15)

 La promesa de protección implicaba que Jacob viviría en un ambiente hostil y que no sería capaz de preservar su vida solo. Dios le prometió lo que necesitaba: conducción divina. Así se enfatizan los límites del poder humano y la necesidad de confiar en un poder sobrehumano. La preservación de la vida descansa, en última instancia, en las manos del Señor.

  • Tierra (véase Gén. 28:13)

 La tierra es uno de los más importantes dones que el Señor dio a su pueblo. La tierra les proveía identidad y era, en gran medida, una fuente de riqueza y seguridad financiera. Esta promesa implicaba que la tierra pertenecía al Señor, no al pueblo, y que era Dios quien proveía seguridad financiera.

  • Bienes (véase Gén. 28:20)

 Dios prometió a Jacob que le proveería de pan y ropa. Esto tiene que haberle otorgado paz mental al viajero solitario. Mediante esas promesas, el Señor se reveló a Jacob como Aquel que es el mismo centro de la seguridad humana, la fuente suprema y única de bendiciones verdaderas. El posee todo y lo distribuye a cada persona según su amante voluntad. Dios es el Propietario, pero tiene una disposición natural a proveer a otros. Nótese cómo esta idea se acentúa en la manera en que se organizan las frases de la promesa: el sujeto es siempre el Señor.

 “La tierra en que estéis acostado te la daré”.

 “Yo estoy contigo”.

 “Y te guardaré”.

 “Y volveré a traerte a esta tierra”.

 “No te dejaré”.

 “Hasta que haya hecho lo que te he dicho”.

 Dios se describe a sí mismo como Aquel que poseía el poder que Jacob necesitaba para realizarse a sí mismo y llegar a ser lo que debía. Este era el poder de la presencia amante de Dios en su vida. Fue entonces cuando Jacob dijo: “Y de todo lo que me dieres, el diezmo apartare para ti” (Gén. 28:22). Se dio cuenta de que todo lo que pudiese obtener en el futuro sería siempre un regalo de Dios. Nunca poseería ninguna cosa que el Señor no le diese. Para él, el diezmo sería una expresión de gratitud, un reconocimiento de que no era dueño de nada.

  • Jacob hace un voto

 Un voto era un acto solemne mediante el cual uno determinaba tomar en serio a Dios, encomendándose a su palabra. Era una manera de expresar fe en el Señor. En su voto, Jacob no negoció con Dios ni intentó sobornarlo. “El Señor ya le había prometido prosperidad, y este voto era la expresión de un corazón lleno de gratitud por la seguridad del amor y la misericordia de Dios”.[8]

 Jacob se apropió de las promesas de Dios a través del voto. Derecho, su “voto cuadra con las promesas”.[9] Todo lo que el patriarca menciona en su voto: el cuidado protector de Dios, el alimento y la ropa, su regreso a salvo a la tierra prometida, ya Dios se lo había prometido. Estamos en lo cierto cuando concluimos que mediante el voto, Jacob tomó en serio a Dios, y aceptó su ofrecimiento de gracia.

 La promesa de devolver el diezmo es parte del voto. Pero, si el diezmo pertenece al Señor, ¿por qué entonces hacer un voto prometiendo devolvérselo? Se pueden dar varias razones:

 a. Al hacer un voto Jacob reconoció que el diezmo pertenece al Señor. De otra manera, podría haber sido tentado a considerarlo simplemente como parte de sus entradas, devolviéndolo a Dios solamente cuando le placiese. En cierto sentido, este voto era un testimonio de la santidad del diezmo.

 b. Al hacer un voto Jacob expresó en su libre albedrío la decisión de devolver el diezmo al Señor. Dios no lo había forzado a hacerlo. Los votos en la Biblia son siempre actos voluntarios que se basan en la obra del Espíritu Santo en el corazón del individuo. El voto de Jacob significaba que había elegido voluntariamente devolver al Señor lo que era suyo.

 c. Al hacer un voto, Jacob aceptaba el desafío de Dios a confiar en él o a probarlo (cf. Mal. 3:10). Dios le hizo promesas específicas esperando que Jacob las aceptase y creyese. Esto requería de Jacob que entrase en una relación de confianza y de intimidad con el Señor.

 Un voto es el acto más solemne mediante el cual una persona expresa confianza en el Señor. En cierto sentido, se trata de una fe que crece en madurez. En el caso de Jacob, el diezmo era una expresión de su entrega de fe al Señor. Su voto deja en claro que las bendiciones de Dios preceden al diezmo y que, por consiguiente, el diezmo no es una manera de obtener el favor de Dios.

  • Jacob adoró

 En este caso el diezmo se menciona en un contexto cultico. Jacob compareció ante la presencia radiante de Dios y adoró. La adoración es justamente eso: una respuesta reverente a la presencia de Dios. El lugar en donde tuvo el sueño llegó a ser el lugar de adoración, casa del Señor. El diezmo es un elemento en el acto de adoración.

 Una lectura de los versículos 21, 22 del capítulo 28, indica que el voto de Jacob comprendió tres componentes básicos: (a) entrega al Señor [“Jehová será mi Dios”]; (b) adoración a Dios [el lugar llegó a ser “un centro de culto”]; (c) el diezmo [basado en lo que Dios le dio]. El diezmo sólo tiene sentido dentro de este fundamento teológico.

 Un elemento aún más importante en este relato es el hecho de que el diezmo está precedido por una revelación de Dios como un ser amante, siempre dispuesto a bendecir y preservar la vida de su siervo. Jacob descubrió que toda bendición espiritual y material se encuentra en el Señor, quien posee una disposición natural a bendecir abundantemente.

 Según este relato, sería probablemente correcto concluir que el diezmo se basa en una ética de imitación. Dios es el Gran Dador y Jacob lo imitó cuando diezmó. En cierto sentido, esto es semejante al mandamiento del sábado. El descanso en el día del sábado se basa en el hecho de que Dios descansó en él. Al cumplir el mandamiento, lo imitamos.

 Esta ética de imitación es posible únicamente después que la persona acepta a Dios como su Señor. Abarca una entrega completa de la vida individual y de las posesiones al Señor. El diezmo perpetúa esa experiencia en la vida de la persona. Si existe un voto, se debe a que la relación con el Señor es formal y la entrega permanente. Como un acto de culto, el diezmo renueva nuestra disposición a rendir nuestra vida a la Fuente de toda bendición, reafirmando así nuestra entrega incondicional a Dios. En este sentido, el diezmo es una representación concreta de nuestro pacto con Dios.

C. Legislación del diezmo

 El Señor incorporó el diezmo en la ley de la alianza israelita, haciéndolo parte de la experiencia religiosa del pueblo como nación. Varias leyes en el Pentateuco abordan la práctica del diezmo. El propósito de esas regulaciones era definir lo que debía ser diezmado, explicar el proceso que debía seguirse al diezmar, definir su uso, y establecer la función teológica y social del diezmo. Procederemos a examinar esa legislación.

1. Letífico 27:1-33

 Levítico 27 trata de dones dedicados: es decir, dones prometidos al Señor mediante un voto o al consagrárselos a él. Estos dones incluyen ofrendas votivas (relativas al voto) de personas fijadas en cantidades de plata (Lev. 27:1-8); animales prometidos como ofrendas (Lev. 27:9-13); consagración de propiedad o tierra (vers. 14-24); y leyes de exterminio (kv. 27:28, 29). El capítulo también incluye leyes que regulan la redención del primogénito y del diezmo (vers. 26-27, 30-33).[10]

 El capítulo tiene como propósito básico definir las principales fuentes de ingresos para los servicios del santuario y de los sacerdotes.[11] Dar fondos para el santuario era una parte extremadamente importante del sistema israelita de culto debido a que por su medio el pueblo mostraba su gozo y gratitud a Dios por tenerlo morando en medio de ellos.

 Aunque el diezmo no era una ofrenda voluntaria, se lo incluyó entre las ofrendas dedicatorias debido a que era también una fuente de ingreso para el clero. Además, las ofrendas dedicatorias eran redimibles y. hasta cierto punto, también lo era el diezmo. Por consiguiente, era lógico incluir el diezmo en la discusión de las ofrendas dedicatorias. Esta legislación específica del diezmo establece varios hechos significativos.

  1. El diezmo está basado en una convicción teológica

 El diezmo pertenece al Señor, y por consiguiente es sagrado; no llega a ser santo mediante un voto o un acto de consagración. Es simplemente santo por su misma naturaleza; pertenece al Señor. Nadie sino Dios tiene derecho a él. Ninguno puede consagrarlo al Señor puesto que el diezmo nunca es parte de una propiedad personal.

 En cierto sentido, el diezmo es semejante al sábado. Son santos para el Señor (Qodesh la YHWH) véase Exo. 16:23; Lev. 27:30), pues Dios los invistió de santidad. Ambos pueden ser una prueba de lealtad al Señor y al pacto debido a que fueron puestos a nuestra disposición, aunque ninguno de los dos nos pertenece. Podemos desacralizarlos al darles un uso profano.

  • El diezmo está basado en el aumento de bienes

 La legislación requiere diezmar todo el producto de la tierra: granos y frutos. También se aplica al incremento del “rebaño, de las ovejas o de las cabras” (Lev. 1:10).[12] Este incremento de frutos y animales es el resultado de las bendiciones de Dios a su pueblo (Lev. 26:3-5). Al diezmar Israel reconoce que todo lo que tiene proviene del Señor y le pertenece a él. Este reconocimiento yace en el mismo corazón del pacto. El diezmo se transforma en un constante testimonio del pacto y de la lealtad del pueblo a Dios.[13]

  • La redención del diezmo

 El diezmo de la cosecha del campo puede redimirse mediante un equivalente que lo sustituye (probablemente en plata), más un recargo del veinte por ciento. No se redime el diezmo del ganado o del rebaño.

 La redención del diezmo que se menciona aquí no debe confundirse con la práctica errónea de retener el diezmo con la intención de traerlo más larde y agregarle un veinte por ciento. Lo que esta legislación establece es que siendo que se paga el diezmo en especia “podría haber casos en los cuales un hombre necesitase trigo para sembrar, y podría pagar mejor en moneda que con grano de trigo. Bajo estas condiciones, podía redimir el diezmo mediante una estimación del trigo y pagar esa suma más un quinto”[14] En Levítico 27 no hay ninguna indicación de que puede retenerse el diezmo.

  • No se debe manipular el diezmo

  Se ordena a la persona traer el diezmo al Señor. Esta legislación rechaza todo intento de manipular el sistema en un esfuerzo por obtener alguna ganancia personal. Los israelitas no debían controlar ni influir bajo ningún concepto la selección del diezmo del ganado y del rebaño. Cada décimo animal que pasaba bajo la vara del pastor pertenecía al Señor. Se esperaba que la persona no mirara “si el animal es bueno o malo, ni lo cambiará” (Lev. 27:33). No se debía controlar la calidad del animal en absoluto.

 Levítico 27 define el diezmo como santo al Señor. También lo asocia con los dones dados al santuario como fondos para el santuario y el clero. Esta es probablemente una de las razones para redimirlo: mediante su redención, se proveía al santuario de dinero en efectivo (plata). Esta legislación no establece claramente cómo debía usarse el diezmo en el santuario. Se pone énfasis en la naturaleza del diezmo y en la responsabilidad de la persona de traerlo al Señor.

2. Números 18:21-32

 Números 18 describe la responsabilidad de los sacerdotes y levitas como guardianes del santuario. La guardia del santuario y la ministración de las necesidades del pueblo requerían un servicio de tiempo completo. La tribu de Leví no tuvo herencia entre el resto de Israel; el Señor fue su herencia. Dios era el que proveía para sus necesidades. El principal propósito de Números 18 es establecer “los medios por los cuales las órdenes del clero… deben mantenerse”[15]

El Señor asignó a Aarón los dones que el pueblo traía a Dios. Estos incluían una porción de las ofrendas santísimas (Núm. 18:9.10) y santas (Núm. 18:11-19). Aarón también se beneficiaría del diezmo (Núm. 18:25-32).[16] El ingreso de los levitas era el diezmo que los israelitas devolvían al Señor (Núm. 18:21-24). Aquí se discute el diezmo en el contexto del santuario y se lo vincula directamente con la obra de los sacerdotes y levitas.

  1. La naturaleza del diezmo

 Números 18 no se refiere al diezmo explícitamente como algo santo dedicado al Señor. Probablemente se incluye el diezmo en la frase “las cosas santas de los hijos de Israel” (Núm. 18:32), o tal vez se hace allí referencia en forma exclusiva al diezmo, pero esto no es muy seguro. Sin embargo, se describe al diezmo como lo que los israelitas “ofrecerán a Jehová en ofrenda” (Núm. 18:24). El verbo traducido como “presentar” (rum) significa “poner aparte, (seleccionar y) presentar”. “Una ofrenda” (ferumah) parece referirse a algo que se designa (poner aparte) como una ofrenda fuera del santuario y que posteriormente se trae a él y se lo ofrece al Señor.[17] Si esta interpretación es correcta, entonces el diezmo era una ofrenda que se ponía aparte en el hogar y más tarde se la traía al Señor al santuario.

 Al describir el diezmo como una ofrenda, se señala su santidad. El hecho de que fuera una ofrenda no significa que era voluntaria; el Señor lo requería de su pueblo.[18] Esta legislación no define lo que debía ser diezmado. Hay una mención incidental de “grano” y “vino” (Núm. 18:27), pero el texto no limita el diezmo sólo a esos elementos (véase Núm. 18:28,29).

  • El uso del diezmo

 El diezmo pertenece al Señor, pero él se lo asignó a los levitas (vers. 21). Esta decisión se basaba en el hecho de que los levitas no recibieron ninguna herencia entre los israelitas y, por consiguiente, no tenían otro medio de subsistencia. Su función era ministrar en el santuario y proteger su santidad. El Señor les dio el diezmo como compensación (vers. 21; helep) o recompensa (vers. 31; sakar) por su obra en el santuario.

 Obsérvese que con el diezmo los israelitas no pagaban a los levitas por sus servicios. El pueblo devolvía el diezmo al Señor en forma de ofrenda. Era el Señor quien decidía cómo usarlo y él decidió darlo a los levitas.

 El significado de este procedimiento yace en el hecho de que la calidad de los servicios rendidos por los levitas a los israelitas no afectaba en ninguna manera la práctica del pueblo de diezmar. Ellos devolvían su diezmo al Señor y el Señor lo daba a los levitas. Esta idea se repite tres veces en el capítulo (Núm. 18:21,24,25).

 Este mismo enfoque se usó también con respecto al diezmo que se asignó a los sacerdotes (vers. 28,29). Se ordenó a los levitas presentar un diezmo del diezmo devuelto al Señor, pero fue el Señor quien determinó cómo debía usárselo. El diezmo de los levitas era para el Señor, no era un pago hecho a los sacerdotes por sus servicios: “Presentaréis de ellos en ofrenda mecida a Jehová el diezmo de los diezmos” (vers. 26). El sostenimiento de los sacerdotes no estaba en las manos de los levitas, sino del Señor. Se seleccionaba este diezmo de la mejor porción del diezmo de los levitas (Núm. 18:29), evitándose de esta forma todo intento de ellos de manipular el sistema.

 Según Números 18, el Señor asignó el diezmo a los levitas y sacerdotes como compensación por el trabajo de tiempo completo que efectuaban en el santuario a favor del pueblo de Israel. Se traía el diezmo al Señor, y no a los levitas y sacerdotes como un pago por su ministerio. De hecho, nunca aparece el diezmo como pago por servicios recibidos.

3. Deuteronomio 12:6, 11, 17; 14:22-29; 26:12-15

 Deuteronomio 12 trata de la importancia de adorar a Dios en el santuario principal: un lugar elegido por el Señor. Se esperaba que los israelitas trajesen a este santuario sus sacrificios, ofrendas y diezmos (Deut. 12:6,11). En 12:17 encontramos instrucciones que se relacionan con el uso del diezmo que no encontramos en otra legislación. Se ordenaba a los israelitas no comer el diezmo en sus propias ciudades sino llevarlo al santuario principal. Allí, junto a toda su familia, podían comer el diezmo en presencia del Señor (Deut. 12:18).

 La legislación que se registra en Deuteronomio 14:22-27 desarrolla más esas ideas. Deuteronomio 14 trata de “lo que se puede o no se puede comer”.[19] Se menciona el diezmo del grano, y del aceite entre los alimentos que no podían comerse (Deut. 14:22,23). Se requería de los israelitas que llevasen este diezmo al santuario y lo comiesen en la presencia del Señor. Si el santuario central estaba demasiado distante, se le permitía al pueblo intercambiar el diezmo por plata. Una vez que llegaban al santuario, compraban lo que quisiesen con la plata. “Y te alegrarás tú y tu familia” (Deut. 14:26). Al hacer esto, no debían ignorar a los levitas: debían compartir el alimento con ellos.

 Es obvio que hay diferencias significativas entre esta legislación y las que encontramos en Levítico y Números. Las diferencias más importantes son:

  a. En Deuteronomio se imponía el diezmo sólo del grano, del vino y del aceite, mientras que en la otra legislación debía diezmarse todo el producto de la tierra y el incremento del ganado y el rebaño.

  b. El diezmo estatuido en Deuteronomio era requerido por el Señor, le pertenecía a la familia que lo traía al santuario. Levítico y Números describen un diezmo que pertenecía exclusivamente a Dios, y que el Señor lo dio a los levitas y sacerdotes.

 c. El diezmo en Deuteronomio era usado por los israelitas en una comida de compañerismo familiar que se comía en el santuario central. Las otras legislaciones no dan lugar a esto. Limitaban la comida del diezmo a los levitas, los sacerdotes y a sus respectivas familias.

 Parece inevitable la conclusión de que estamos tratando aquí de dos clases diferentes de diezmos. No es posible establecer un paralelo entre lo que tenemos en Deuteronomio y las legislaciones de Levítico y Números.[20] Las tradiciones rabínicas llamaban al diezmo que se registra en Levítico “el primer diezmo” y al de Deuteronomio “el segundo diezmo”.

 Para complicar la situación aún más, Deuteronomio 14:18-29 y 26:12-15 mencionan un diezmo que se daba en el tercer año. Este diezmo provenía del producto de la tierra y se esperaba que se lo guardase en las ciudades. Tenía como propósito que “el levita… y el extranjero, el huérfano y la viuda que hubiere en tus poblaciones, y comerán y serán saciados” (Deut. 14:29).

 ¿Se trata aquí de un tercer diezmo? Algunos lo han interpretado como siendo un tercer diezmo, pero otros han argüido que esta legislación describe un uso diferente del segundo diezmo que se efectuaba cada tres años. Esta última interpretación parece correcta. Por dos años se traía el segundo diezmo al santuario y los israelitas lo comían allí. Pero “cada tercer año… este segundo diezmo se lo usaba en el hogar, al proveer para los levitas y el pobre”.[21]

Este segundo diezmo se basaba también en la convicción de que Dios era quien bendecía a Israel (Deut. 12:6,7). Sin embargo, su propósito era enseñar a reverenciar al Señor (Deut. 14:22) y proveer para los necesitados (Deut. 26:12). Este diezmo parece haber sido de tipo “caritativo” dentro de la teocracia israelita.

D. Otros pasajes del Antiguo Testamento

 Hay varios otros lugares en el Antiguo Testamento donde se menciona el diezmo. Los examinaremos para explorar su contribución a la naturaleza y teología del diezmo.

 1. 2 Crónicas 31:4-6, 12: “Se menciona el diezmo aquí en el contexto de una reforma religiosa que promulgó Ezequías. Bajo su liderazgo se purificó el templo y se lo rededicó (2 Crón. 29), se celebró la pascua (2 Crón. 30), y el rey hizo una apelación al pueblo para que hiciese provisión para el servicio de los sacerdotes y levitas, trayendo sus primicias y diezmos al templo (2 Crón. 31). Bajo Acaz -rey de Judá que lo precedió- se habían cerrado las puertas del templo, clausurándose así los servicios de adoración. En esa apostasía nacional el pueblo dejó de traer el diezmo al templo. Lo que 2 Crónicas 31 establece acerca del diezmo es breve y está en armonía con lo que encontramos en Levítico y Números.

  a. Se solicitó el diezmo de todo producto de la tierra y el incremento del ganado y del rebaño (2 Crón. 31:5,6).

 b. Se describió el diezmo como “ofrenda” (terumah). Este es el mismo término que se usa en Números para referirse al diezmo y sugiere que éste se debe entregar al Señor.

 c. Se usó el diezmo para proveer para las necesidades de los levitas y sacerdotes con el propósito de que “se dedicasen a la ley de Jehová” (2 Crón. 31:4).

 d. Las bendiciones del Señor precedieron al diezmo y, por consiguiente, se reconocía que todo lo que el pueblo daba se lo había dado el Señor (2 Crón. 31:10).

 Posiblemente el nuevo elemento en este relato con respecto al diezmo se da en su contexto. La apostasía había conducido inexorablemente al rechazo del diezmo. Acaz concluyó que quien lo bendecía no era Jehová sino los dioses de Harán (2 Crón. 28:23) y, por lo tanto, él y el pueblo de Judá dejaron de dar sus diezmos al Señor.

 2. Amos 4:4. Había dos centros de culto en el reino del norte: uno estaba en Betel, y el otro en Gilgal. Indudablemente, éstos eran centros de idolatría, pero en sus sermones el ataque principal de Amos se dirigió contra el pecado de la religión formalista: el desempeño de actividades religiosas que no producían ningún impacto en la conducta diaria de las personas. El pueblo y sus líderes habían separado la religión de la moralidad y la justicia.

 Amós describió el celo religioso del pueblo como pecaminoso, y los invitó sarcásticamente a continuar llevando a cabo sus rituales para aumentar su pecaminosidad: “Id a Betel, y prevaricad; aumentad en Gilgal la rebelión, y traed de mañana vuestros sacrificios y vuestros diezmos cada tres días”.[22]

 Amós declaró que cuanto más asistía el pueblo “a los sitios de culto y más celosos se volvían en llevar a cabo los múltiples ritos, más seguían ofendiendo y transgrediendo”.[23]La religión sin ética, moralidad y justicia, es un acto de rebelión contra el Señor. “Sustituir la justicia hacia los oprimidos con las ofrendas del culto es un acto pecaminoso”.[24] El celo religioso no es necesariamente una manifestación de verdadera piedad.

 Amós dijo que el diezmo pierde su sentido si no va acompañado de una experiencia religiosa que tenga un impacto de envergadura en el comportamiento social de los que lo dan, y que manifieste un interés genuino por los demás. Una vida religiosa formal o legalista roba al diezmo su significado intrínseco.

  3. Nehemías 10:38, 39; 12:44; 13:5, 12. Nehemías 10:38, 39 forma parte de una ceremonia de renovación del pacto. La pequeña comunidad judía que regresó a Jerusalén se reunió con los líderes para leer la ley de Moisés (Neh. 8), para confesar sus pecados (Neh. 9) y renovar el pacto con el Señor (Neh. 10). Se menciona el diezmo entre las estipulaciones del pacto. Durante la ceremonia, los judíos se comprometieron a traer el diezmo al Señor. Los levitas, acompañados por los sacerdotes, fueron a las ciudades a recoger el diezmo del pueblo y a llevarlo a los depósitos del templo.[25]

 Esta legislación sigue estrechamente la instrucción que se encuentra en Números. El diezmo era para los levitas, y ellos a su vez dieron un diezmo del diezmo a los sacerdotes (Neh. 10:38). Se especifica que se juntaba un diezmo de la cosecha del grano (Neh. 10:39), pero esto no excluía necesariamente un diezmo del incremento del ganado y del rebaño, puesto que el pueblo quería hacer lo que “la ley decía” (12:44).

 A la referencia del diezmo en Nehemías 10:38, 39 se sumó el compromiso del pueblo de preservar los servicios del templo: “Y no abandonaremos la casa de nuestro Dios” (Neh. 10:39)- Al dar el diezmo, mostraron su preocupación por el templo, lugar donde habitaba la Divinidad. Ellos querían continuar beneficiándose de las bendiciones del perdón de la gracia de Dios mediante el ministerio intercesor de los sacerdotes.

 Más tarde, Nehemías apartó a un grupo de levitas para que se encargase de cuidar los depósitos del templo y recogiera el diezmo en las ciudades (Neh. 12:44). El sistema que estableció Nehemías fue funcional y conquistó el apoyo de los judíos.

 Es en este punto del relato que se agrega un detalle importante: “Porque era grande el gozo de Judá con respecto a los sacerdotes y levitas que servían” (12:44). Nótese que la razón del pueblo para diezmar no era que estaban complacidos con el ministerio de los sacerdotes. Diezmaron debido a que, según la ley. eso era lo que el Señor esperaba de ellos. Tanto ellos como los sacerdotes y levitas estaban cumpliendo con la voluntad de Dios, y el resultado fue gozo en el Señor. Por supuesto, esto no quería decir que los judíos no estuvieran interesados en lo que estaba sucediendo en el templo.

 Después de permanecer 12 años en Jerusalén, Nehemías volvió a Persia (432 a.C.). Poco después de su partida, la condición espiritual del pueblo comenzó a decaer. Los sacerdotes perdieron de vista su elevado llamamiento. Eliasib, sacerdote a cargo de los depósitos del diezmo, permitió a Tobías, amonita, vivir en uno de los depósitos contiguos al templo, y de esta manera lo profanó (Neh. 13:4, 5). En esa época tampoco el sábado estaba siendo guardado en forma correcta (Neh. 13:15); el pueblo dejó de dar el diezmo (Neh. 13:10), los levitas abandonaron sus puestos en el templo y se fueron a trabajar al campo (Neh. 13:10).

 Nehemías volvió inesperadamente a Jerusalén y se enteró del derrumbe espiritual del pueblo y de sus líderes. Su primer acto fue echar a Tobías del templo y reconsagrar el lugar. Luego hizo un llamamiento a los levitas para que volviesen al templo y pidió al pueblo que trajesen sus diezmos al Señor.

 La infidelidad del pueblo en los diezmos estaba influida por lo que ocurría en el templo bajo el liderazgo de los sacerdotes.[26] El hecho de que se estaba profanando el templo y que se usaban mal las ofrendas, “esto propendió a desalentar la liberalidad del pueblo. Habiendo este perdido su celo y fervor, le costaba mucho pagar sus diezmos. La tesorería de la casa del Señor estaba mal provista”.[27] Las reformas de Nehemías “inspiraron confianza al pueblo y todo Judá trajo los diezmos” al Señor.[28]

 ¿Era correcta la actitud del pueblo? ¿Se justificaba que retuviesen el diezmo o dejasen de diezmar debido a la corrupción de los sacerdotes? Ciertamente no. Nehemías no justificó la actitud del pueblo, sino que les recordó su compromiso con el templo (Neh. 10:39)- Convocó a los “oficiales” o líderes del pueblo. Estos no pertenecían al sacerdocio. El término “oficiales” (seganün) designaba a los “oficiales menores, tales como líderes de villas”[29] .Al dirigirse a esos líderes que representaban al pueblo y reprenderlos, Nehemías estaba reprendiendo al pueblo por no devolver sus diezmos a la casa del Señor. El verbo hebreo traducido como “reprender” es un término legal muy fuerte (rib). Significa “disputar, reñir (en público, con palabras, quejas, declaraciones, reproches)”.[30] El Señor esperaba que tanto los sacerdotes como el pueblo cumpliesen con sus respectivas responsabilidades.[31]

 Este fracaso de parte de los sacerdotes y levitas tenía que ser corregido. Nehemías eligió cuatro hombres confiables para que se hiciesen cargo de los depósitos y responsables también de “distribuir la provisión a sus hermanos” (Neh. 13:13). La reforma restauró la confianza del pueblo en sus líderes.

 En el libro de Nehemías se especifica que el diezmo impone una responsabilidad no sólo sobre el dador, sino también sobre el recipiente. Dios espera que los que administran los diezmos lo usen en forma adecuada. Aunque el comportamiento impropio de aquellos a quienes Dios elige para dirigir a su pueblo puede descorazonar al laicado, eso no justifica de ninguna manera el no devolver el diezmo al Señor.

  4. Malaquías 3:8-10. En este pasaje bien conocido, se interpreta la negación a diezmar como una apropiación ilícita de la propiedad de Dios: un robo. Aquellos que en Israel no diezmaban o que daban un diezmo parcial (la frase “traer el diezmo entero” [Mal. 3:10] puede interpretarse de ambas maneras), privaban a Dios de lo que era suyo.

 Esta era una acusación muy seria. La apropiación indebida de lo que pertenecía al Señor era un delito serio en Israel y en todo el antiguo Cercano Oriente. Este pasaje establece fuera de toda duda razonable que el diezmo no es parte de los ingresos de una persona. Es cierto que nos llega en forma de ingresos, pero nunca es nuestro. Considerarlo simplemente como una entrada personal para usarlo como queramos, es robar a Dios.

 Hemos visto ya que Dios usaba el diezmo para proveer alimento a los sacerdotes y levitas. Lo mismo se enfatiza aquí en el versículo 10. Si el pueblo usaba incorrectamente el diezmo, los sacerdotes y levitas sufrían, pero el acto pecaminoso del pueblo era cometido contra el Señor. Era a Dios, no a los levitas, a quien se le quitaba lo que era suyo.

 En un nivel más profundo, el problema se volvía aún más serio. Al no traer sus diezmos al Señor, el pueblo hacía una afirmación religiosa importante, pues negaba el cuidado providencial y amoroso de Dios hacia ellos. Le quitaban el honor y la gloria que él merecía como Aquel que los preservaba o guardaba. Malaquías cita esta falta de fe en el Señor:

 “Habéis dicho: por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley?” (Mal. 3:14). Acusaron a Dios de no cumplir con su parte en el pacto, pero el Señor respondió: “Vosotros me estáis robando”.

 Para las personas que no estaban plenamente consagradas al Señor diezmar era en verdad un desafío. Ellos confiaban sólo en ellos mismos para su propia subsistencia. En esta situación en particular, la condición financiera del pueblo era precaria y consideraban que el diezmo era innecesario. Fue a tales personas a quienes el Señor dijo: “Probadme en esto” (Mal. 3:10). Este era un llamamiento para actuar por fe haciendo lo que debían hacer, creyendo en las bendiciones prometidas por Dios (Mal. 3:10-12). El Señor esperaba que su fe creciese en este proceso al punto de confiar completamente y reconocer que su seguridad financiera se encontraba únicamente en él.

 Esta apelación divina a tener fe carece de sentido sin una experiencia de conversión. Se presenta la invitación a dejar de robar a Dios por un llamamiento a la conversión: “Volveos a mí’ (Mal. 3:7). El diezmo genuino es posible sólo para quienes se vuelven al Señor con fe: confiando en él.

 Para entender aún mejor la acusación de Malaquías contra los israelitas con respecto al diezmo, debemos poner el pasaje en su contexto histórico y religioso. Se cree generalmente que Malaquías profetizó durante la época de Esdras y Nehemías. Siendo que en Malaquías y en Nehemías 13, se describe la condición espiritual del pueblo y de sus líderes, cierto número de eruditos ha llegado a la conclusión de que Malaquías profetizó durante la época en que Nehemías regresó de Persia (432 a.C. o poco después).[32] Como vimos, éste era un período de gran deterioro espiritual en Jerusalén. En sus dos discursos contra el sacerdocio Malaquías describió la situación con más detalles que Nehemías. Uno de los sermones se registra en Malaquías 1:6-14, y el otro en Malaquías 2:1-9-

 El primer ataque contra el sacerdocio se basó en su falta de respeto al Señor (Mal. 1:6). Ellos traían sacrificios contaminados, las víctimas del sacrificio tenían defectos físicos (Mal. 1:8) y estaban enfermos (1:13). Ni siquiera un gobernador aceptaría tales dones (Mal. 1:8). Se condenó también a los sacerdotes porque consideraban su obra como siendo una carga pesada y, por consiguiente, no estaban siguiendo los procedimientos adecuados (vers. 12).

 El segundo pasaje amonesta a los sacerdotes a escuchar al Señor (Mal. 2:1). Habían dejado de instruir al pueblo en forma adecuada y habían violado también su llamado al sacerdocio (Mal. 2:7,8). Mantenían una forma externa y corrupta de culto.

 Somos tentados a preguntar: “¿Merecía tal clase de gente recibir el diezmo?” Pero el profeta no hizo esa pregunta. Dios encomendó a los sacerdotes responsabilidades específicas y ellos fueron juzgados en base a esas responsabilidades y su ejecución de las mismas. Se esperaba que el pueblo cumpliese con lo que el Señor les había ordenado y el Altísimo no estuvo dispuesto a excusar la violación de la ley del diezmo basándose en el fracaso del sacerdocio. Esto explica la razón por la cual Malaquías fue capaz, por un lado, de condenar el pecado de los sacerdotes, y por el otro, de requerir al pueblo que trajese sus diezmos al templo.

 Malaquías reafirmó lo que el resto del Antiguo Testamento enseña acerca de la naturaleza y el propósito del diezmo. El diezmo pertenece al Señor. El Señor lo usaba para proveer para las necesidades de los sacerdotes y levitas, y nadie tenía derecho a quedarse con él. Retener el diezmo equivalía a robar a Dios y por lo tanto, era un pecado cometido contra el Señor, no contra el templo ni el sacerdocio. De allí que el Señor requería el diezmo a pesar del deterioro espiritual de aquellos que se beneficiaban de él. A su debido tiempo el Señor los llamaría a rendirle cuentas.

EL DIEZMO EN EL NUEVO TESTAMENTO

 El Nuevo Testamento tiene muy poco que decir en cuanto al diezmo, pero lo que allí se presenta es significativo-para los cristianos. No hay un mandamiento explícito para diezmar en el Nuevo Testamento, pero tampoco hay un rechazo del sistema.

 El planteamiento más largo del diezmo en el Nuevo Testamento se encuentra en Hebreos 7:1-10. El autor analiza el encuentro entre Abrahan y Melquisedec, y establece algunos puntos teológicos significativos en su argumento. El hecho de que Abrahán devolviera el diezmo a Melquisedec se presenta como clara evidencia de la superioridad del sacerdocio de Melquisedec sobre el aarónico. El pasaje presupone que el diezmo es una práctica divinamente ordenada. No hay rechazo del diezmo, sino más bien, un reconocimiento implícito de su valor y significado.

 Las otras referencias al diezmo se encuentran en los Evangelios. Jesús lo menciona en Lucas 18:12 en el contexto de la parábola del fariseo y del recolector de impuestos. Ambos iban al templo a orar; el fariseo con un espíritu de justicia propia, el recolector de impuestos con humildad, implorando la misericordia divina. El fariseo dijo que daba el diezmo de todo lo que recibía como evidencia de su gran piedad.

 Jesús condenó la justicia propia del fariseo. Cuando los actos religiosos se usan para glorificación propia, pierden su valor y se transforman en formalidades vacías. El fariseo usaba el diezmo como medio para obtener la misericordia de Dios. Según Jesús, éste no es el propósito del diezmo. La misericordia de Dios es un don gratuito que se recibe por fe y en humildad. El fariseo usaba el diezmo incorrectamente en su experiencia religiosa.

 Se menciona el diezmo también en Mateo 23:23 y, paralelamente, en Lucas 11:42. Jesús condenó a los fariseos por ser extremadamente cuidadosos en diezmar pero negligentes en la “justicia y el amor de Dios” (Luc. 11:42). O, como lo expresa Mateo, dejaban “lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe” (Mat. 23:23). Jesús alude al mensaje de Amos: el celo religioso y la práctica de la justicia, la misericordia, y el amor deben mantenerse unidos. Entonces agregó: “Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello (diezmar)” [Mat. 23:23]. Jesús aquí apoya claramente la práctica del diezmo aunque al aprobar el diezmo:[33] “lo juzga insuficiente en sí mismo”.[34] Jesús nunca condenó el diezmar sino su mal uso. Lo definió conforme a lo que realmente es: una respuesta a la gracia transformadora de Dios.

 Pablo no mencionó el diezmo en sus epístolas. Sin embargo, trató el tema de proveer para quienes predicasen el evangelio. “¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan?” (1 Cor. 9:13).

 Pablo se refiere principalmente al sistema del diezmo en el Antiguo Testamento. El estableció un paralelo entre los sacerdotes y levitas y los que proclamaban el evangelio. El argumento es que a los obreros del evangelio se les debía proveer para el sostén de la misma manera que se hacía en el sistema sacerdotal. Lo especialmente importante es que Pablo describió esto como un mandato directo del Señor a la iglesia. El apóstol le dijo a la iglesia que con relación al diezmo (de acuerdo con el Señor), “no debemos hacer menos que lo que la ley judía requiere”.[35] De esta forma él respaldó implícitamente el diezmo cristiano.

 Para el cristiano, el diezmo no es meramente una práctica del Antiguo Testamento con ninguna relevancia para los creyentes, sino una parte de la comprensión cristiana de la verdadera mayordomía. De hecho, “la práctica del diezmo cristiano proviene de la tradición hebrea, y es allí donde descubrimos su riqueza de significado”.[36]

 Sobre el tema del diezmo, el Nuevo Testamento armoniza con el principio del Antiguo Testamento de devolver a Dios un diezmo de todo lo que ganamos, y nos recuerda su propósito y significado. El Nuevo Testamento condena el diezmo cuando se lo practica como una manifestación de justicia propia, y desafía al creyente a practicar también la justicia, la misericordia y el amor. El propósito básico del diezmo sigue siendo el mismo: El Señor lo usa para proveer para las necesidades de los que dedican sus vidas a la proclamación del evangelio. El significado teológico del diezmo en el Antiguo Testamento yace en el mismo fundamento de la práctica cristiana del diezmo.

RESUMEN Y CONCLUSIONES

 El fundamento teológico del diezmo que provee el Antiguo Testamento lo convierte en una práctica enriquecedora para la vida del creyente. El primer elemento en este fundamento es la percepción y comprensión de Dios como Creador de los cielos y la tierra. En el contexto del diezmo, esta declaración no tiene el propósito de enfatizar el poder majestuoso de Dios sino su señorío sobre todo el universo. El cosmos le pertenece a una Persona: la que lo trajo a la existencia. Toda criatura que reclama de alguna forma ser dueña está usurpando el derecho de Dios.

 El segundo aspecto de la persona y obra de Dios que provee una base teológica para el diezmo se encuentra en su cuidado providencial, su conducción y amor hacia nosotros. El Creador no dejó a sus criaturas a merced de las fuerzas del mal. En un mundo hostil de pecado y muerte, Dios continúa siendo el Propietario que resiste el mal y preserva nuestras vidas. Este cuidado providencial presupone la obra de redención de Dios mediante la cual somos restaurados a un compañerismo pleno con él y con Cristo. El mal fue derrotado por Cristo y ahora podemos participar de su victoria. La vida nos fue preservada mediante el Hijo, y es también a través de él que recibimos las bendiciones de Dios y son suplidas todas nuestras necesidades. Todo pertenece a Dios, no sólo por creación, sino también por redención. Su poder providencial continúa preservando el universo. No hay aspecto de la vida humana, ninguna necesidad que podamos tener, que Dios no pueda suplir.

 La naturaleza del diezmo puede resumirse en una frase: es santo. La santidad apunta hacia lo que es único, diferente, y que por consiguiente pertenece al Santo. No hay nadie como Dios en el universo porque él es el Creador. Siendo que el diezmo es santo, no podemos retenerlo, sino devolverlo a Dios. Desde el punto de vista humano, el diezmo parece formar parte de nuestros ingresos, algo ganado por nuestro trabajo y esfuerzo. Pero el fundamento teológico se vuelve aquí relevante al recordamos que todo lo que tenemos viene del Señor. Somos responsables de administrar todos los dones que nos dio, excepto el diezmo, pues es exclusivamente suyo y debe devolvérsele. El diezmo fue investido de santidad por Dios.

 El diezmo tiene varios propósitos importantes. En primer lugar, mediante el diezmo Dios le permitía a su pueblo (no sólo a los sacerdotes), manejar lo santo, lo que le pertenecía a él. En cierto sentido, esto es una democratización de una función sacerdotal. Cuando tratamos con lo santo, se nos desafía a ser santos. La instrucción de Dios a los creyentes se basa parcialmente en una ética de imitación. Él dijo a su pueblo: “Sed santos porque yo, el Señor, soy santo” (Lev. 20:26). El diezmo constituye un objetivo glorioso, porque cuando lo damos estamos imitando a Dios. En el proceso, el yo es subyugado y el amor de Dios llena el corazón humano.

 En segundo lugar, siendo que el diezmo es santo, llega a ser una prueba de lealtad para cada persona. Es una prueba debido a que parece formar parte de nuestro ingreso y, por consiguiente, podemos ser tentados a quedamos con él, violando así su santidad. En cierto sentido el diezmo es análogo al árbol del conocimiento del bien y del mal puesto en el Jardín del Edén. Adán y Eva tenían libre acceso a comer de todos los árboles del jardín, excepto de uno. Ese árbol llegó a ser una prueba de su lealtad a Dios.

 En tercer lugar, el diezmo nos recuerda nuestro pacto con el Señor, nuestra rendición total e incondicional a su amante voluntad. En la relación pactual, Dios llega a ser nuestro Dios y nosotros llegamos a ser su pueblo; lo reconocemos como nuestro Salvador y como nuestro amante Benefactor. En esa relación, humildemente reconocemos que todo lo que tenemos le pertenece y que suplirá nuestras necesidades espirituales y económicas. El diezmo es un símbolo o recuerdo de esa entrega total al Señor. Cuando alargamos nuestra mano y reverentemente depositamos nuestro diezmo en el plato de la ofrenda durante el servicio de adoración, estamos dando al Señor una fracción de nuestra vida como prueba de nuestra total consagración a él.

 Podemos fácilmente concluir que el diezmo es un testimonio de nuestra relación de confianza y amor con nuestro Señor y Salvador. Esto se deduce del hecho de que en la Biblia la gente dejó de diezmar cuando su relación con el Señor se violentó por la apostasía.

 Finalmente, Dios, y no el ser humano, le asignó al diezmo un propósito adicional. Mediante el diezmo, Dios proveyó para las necesidades de aquellos a quienes llamó para ser sus ministros. Dios es el único que determina la manera en que el diezmo debe usarse. Esto tiene implicaciones serias para quienes fielmente devuelven los diezmos al Señor. Nunca debiéramos concluir que el diezmo es un pago hecho por los servicios recibidos de un ministro. Esto abriría inmediatamente la puerta a su comercialización. Bajo tal circunstancia, la persona puede sentirse libre de usar el diezmo “para pagar” sólo a los ministros cuyos servicios equivalen a lo que se quería o esperaba recibir. De ser así, estaríamos usando el diezmo para controlar la calidad del producto que deseamos. Esto iría contra el mismo corazón, naturaleza y propósito del diezmo. El diezmo debe devolverse siempre al Señor porque es santo y es él quien lo inviste de santidad o determina cómo debe ser usado, nunca nosotros.

 Por consiguiente, no se justifica nunca la retención del diezmo por el hecho de que los ministros de Dios, ya sea en realidad, o en apariencia, no cumplan adecuadamente su función. Cuando el pueblo de Dios asumió esa actitud, él lo reprendió fuertemente, lo acusó de robarle. Aun la retención del diezmo con el propósito de reformar a la iglesia se vuelve una violación al propósito de Dios con respecto a él. No es nuestra prerrogativa determinar cómo y para qué debe usárselo.

 Después de todo lo dicho, debemos señalar que los ministros de Dios tienen una solemne responsabilidad como recipientes de los diezmos. El Señor espera de ellos que cumplan con sus responsabilidades de manera eficiente, proveyendo para la satisfacción de las necesidades espirituales de la iglesia y la proclamación del evangelio. El plan de Dios para su iglesia es que tanto los miembros como los ministros cumplan sus respectivos deberes en forma adecuada. Todo debe ser hecho, en la medida de lo posible, con el interés de mantener a todo “Judá” complacido con el ministerio de sus líderes espirituales.


Referencias

[1] Para una evaluación de esos estudios véase Menahem Herman, Tithe as a Gift: The Institution in the Pentateuch and in Light of Mauso’s Presentation Theory (San Francisco, CA.: Mellen Research University Press, 1991), págs. 7-37.

[2] Véase Jacob Milgrom, Numbers: The JPS Torah Commentary (New York: Jewish Publication Society, 1990), pág. 432. Véase también Gary A. Andeison, Sacrifices and Offerings in Ancient Israel (Atlanta, GA.: Scholars Press, 1987), págs. 78-80. Debemos mencionar que en Israel se conocía un diezmo (impuesto) no religioso, sino real (véase 1 Sam. 8:10-17); Anderson, Id., págs. 81, 82.

[3] Jacob Milgrom, Cult and Conscience (Leiden: E. J. Brill, 1876), pág. 58. La discusión de Milgrom está basada en un estudio preparado por M. A. Dandamayev, “Charmowaja Desjatina W. Pozdnej Babilonii”, Vestnik Dreney Istorii (1965), págs. 14-34. Véase también M. A. Dandamayev, “State and Temple in Babilonia in the First Millennium BC”, en State and Temple Economy in the Ancient Near East, E. Lipinsky, ed. (Leuven: Department Orientalistic, 1979), págs. 593,594.

[4] Consultar J. A. McCulloh, “Tithes”, Encyclopedia of Religion and Ethics, editada por James Hastings, tomo 12 (Edinburgh: T&T Clark, n.d.), pág. 347; W. H. D. Rou- se, ‘Tithes (Greek)”, Id, págs. 350, 351; y también G. Hawthome, “Tithe”, New International Dictionary of the New Testament Theology, editado por Colin Brown, tomo 3 (Grand Rapids, Mích.: Zondervan Publisher, 1978), pág. 851.

[5] E. G. de White, Comentario bíblico adventista, tomo 1, pág. 1107 (Testimonies, tomo 3, pág. 393).

[6] E. G. de White, Testimonies, tomo 3, pág.

[7] E. E. Carpenter, “Tithe”, International Standard Bible Encyclopedia, tomo 4 (Grand Rapids, Mích.: W. B. Eerdmans, 1988), pág. 862.

[8] E. G. de White, Patriarcas y profetas, pág. 186

[9] Walter Brueggemann, Génesis (Atlanta, GA.: John Knox, 1982), pág. 248.

[10] Sobre la estructura general del capítulo consultar a G. J. Wenham, The Book of Leviticus (Grand Rapids, Mích.: W. B. Eerdmans. 1979), págs. 336, 337.

[11] Baruch A. Levine, Leviticus: Tbe JPS Torah Commentary (New York: Jewish Publication Society, 1989), pág. 192.

[12] B. Beck, “Baqar”, Theological Dictionary of the Old Testament, tomo 2 (Grand Rapids, Mích.: W. B. Eerdmans, 1975), pág. 210.

[13] Hermán, Tithe, pág. 60, enfatiza este aspecto del diezmo. Este autor va demasiado lejos cuando argumenta que “las ordenanzas del diezmo de Ijevítico describen una reciprocidad sistemática bajo el pacto por el cual los bienes tangibles se cambian por la protección divina” (Ibíd). Con este argumento comercializa el diezmo. La razón básica que 13-13 da en Levítico para diezmar, es que el diezmo es santo. Por supuesto, esto presupone las bendiciones de Dios, pero no determina ni fuerza a Dios a bendecir a su pueblo.

[14] Comentario bíblico adventista, tomo 1, pág. 832.

[15] Philip J. Budd, Números, págs. 148-154.

[16] Véase Milgrom, Números, págs. 148-154.

[17] J. Milgrom sugiere una interpretación en “Heaven Offering”, Interpreter’s Dictionary of the Bible, Supple- mentary Volunte (Nashville, Tenn.: Abingdon, 1976), pág. 391-

[18] Milgrom, así como otros, ha defendido la naturaleza mandatoria del diezmo en Números 18 (Números, pág. 433).

[19] Peter C. Craigie, Deuteronomy (Grand Rapids, Mích.: W. B. Eerdmans, 1976), pág. 229.

[20] La interpretación prevaleciente entre los eruditos que niegan la autoría mosaica del Pentateuco es que en Deuteronomio estamos tratando con una fuente escrita después del exilio, que refleja la naturaleza y propósito del diezmo durante este período. Argumentan que la legislación que aparece en Levítico regula el uso del diezmo durante el exilio o poco antes de él. Véase Hermán, Tithe. 7-37.

[21] E. G. de White, Patriarcas y profetas, pág. 570.

[22] El tercer día mencionado en este versículo puede referirse al tercer día después que la gente llegó al centro de culto; pero esto no es necesariamente cierto. También podría ser que las prácticas del diezmo en el reino del norte diferían de las de Judá. Véase Hans Walter Wolff, Joel and Amos (Philadelphia: Fortress Press, 1977), pág. 219.

[23] Shalom M. Paul, Amos (Minneápolis: Fortress Press, 1991), pág. 139-

[24] Wolff, Joel y Amós, pág. 219

[25] No sabemos el procedimiento que se seguía en la distribución de los diezmos a los levitas. Nehemías 10:37, 38 deja la impresión de que durante el período postexílico el único diezmo que se traía al templo era el levítico para los sacerdotes, y que el diezmo en sí se lo guardaba en los pueblos donde los levitas residían a fin de que pudieran obtener lo que necesitaran. Sin embargo, esos dos versículos no son muy claros pues parecieran estar en tensión con otros dos pasajes en Nehemías. En Nehemías 12:44 ciertas personas seleccionadas traían a los almacenes del templo “las porciones legales para los sacerdotes y levitas”. Estas “porciones” podrían haber incluido el diezmo, según se sugiere en Nehemías 12:47. (Los israelitas “ponían aparte la porción para los otros levitas [además de las que pertenecían a los cantores y a los porteros], y los levitas también apartaban una porción para los descendientes de Aarón”). Nehemías 13:5 dice que “el diezmo del grano, del vino y del aceite, que estaba mandado dar a los levitas, a los cantores y a los porteros, y la ofrenda de los sacerdotes”, se guardaban en los almacenes del templo. Véase también Malaquías 3:10- Es muy posible que Nehemías 10:38 esté simplemente indicando que se había instruido a los levitas a traer sus propios diezmos (el diezmo del diezmo) al templo, pero que a la gente se le permitía traer sus diezmos a un lugar central en sus propios pueblos. Los otros pasajes indicarían entonces que, en realidad, todo el diezmo iba al templo para ser guardado. Habiendo dicho eso, uno también podría pensar que algo del diezmo levítico, por ejemplo el diezmo del ganado y del rebaño y quizá de algunos productos de la tierra, se guardaba en lugares importantes por todo el país (e.g. las ciudades levíti- cas) para uso de los levitas cuando lo necesitasen.

[26] Véase H. G. M. Williamson, Ezra. Nehemiah (Waco, TX.: Word Books, 1985), pág. 387.

[27] E. G. White, Profetas y reyes, pág. 495.

[28] Ibíd.

[29] D. J. Clines, Ezra, Nehemiah, Esther (Grand Rapids, Mích.: W. B. Eerdmans, 1984), pág. 120.

[30] William L. Holladay, Concise Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament (Grand Rapids, Mích.: W. B. Eermans, 1971), pág. 338.

[31] Raymond A. Bowman escribió: “Era de suponerse que el levita tenía la obligación de servir, así como el laico la de contribuir” (“The Book of Nehemiah” Interpreter’s Bible, tomo 3, [Nashville, TN.: Abingdon Press, 1971]), pág. 810.

[32] Véase, entre otros, SDA Bible Commentary, tomo 4, pág. 1121; Ralph L. Smith, Micah-Malachi (Waco, TX: Word Books, 1984), pág. 298; Elizabeth Achtemeier, Nahum-Malachi (Atlanta: John Knox Press, 1986), pág. 171; Pieter A. Verhoef, The Books of Haggai and Malachi (Grand Rapids, Mích.: W. B. Eerdmans, 1987), pág. 158.

[33] Leiland Wilson, “The Old Testament and Tithe”, Baker’s Dictionary of Practical Theology (Grand Rapids, Mích.: Baker’s Book House, 1967), pág. 357.

[34] Achtemeier, Malachi, pág. 192.

[35] Wilson, “Tithe”, pág. 357. Para más información sobre 1 Corintios 9:13, véase el siguiente capítulo.

[36] Ibíd.