En un examen de ordenación, un pastor elogió al aspirante por la cantidad de personas que había llevado al bautismo. De hecho, se destacó que la mayor parte de los bautismos habían sido fruto del trabajo directo del aspirante. Sin embargo, otro de los miembros de la comisión evaluadora señaló que, si bien era muy bueno contar con tantos bautismos, llamaba la atención que más hermanos de iglesia no estuvieran involucrados en la obra de salvar almas. Evidentemente, aunque el aspirante era un excelente instructor bíblico y trabajaba con afán para evangelizar a las personas, le faltaba capacitar, habilitar y motivar más a la hermandad para involucrarse en la misión de la iglesia.

Otro pastor de mucha experiencia comentó cierta vez cuán frustrante le resultaba trabajar con la hermandad, que muchas veces puede ser inconstante en sus esfuerzos. Por eso, este pastor prefería hacer todo el trabajo posible por su cuenta, y asegurarse así los resultados que él deseaba.

En ambos casos, el error es el mismo. Es cierto que, como pastores, puede resultar tentador hacer todo el trabajo nosotros mismos. Especialmente si somos perfeccionistas y pensamos que nadie lo puede hacer mejor que nosotros. Pero, en esta actitud y enfoque podemos identificar, por lo menos, tres falencias:

1. Sobrecarga de trabajo para el pastor: Pretender hacer todo el trabajo solos es sumamente agotador y estresante. Cuando Jetro percibió este problema en el ministerio y el liderazgo de Moisés, advirtió: “Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo” (Éxo. 18:18). Si no quieres terminar agotado, es necesario delegar responsabilidades y trabajo en los miembros de iglesia.

2. Impide a los miembros la bendición de trabajar y aprender: Las actividades y las responsabilidades eclesiásticas, especialmente las que se relacionan directamente con la misión y la tarea de salvar almas, son una tremenda bendición, no solamente para aquellos por quienes se trabaja, sino también para quienes realizan la tarea. Si el líder hace todo solo, estará impidiendo el crecimiento de los miembros de la iglesia. Por eso, además de delegar, Moisés debía enseñar, capacitar y empoderar a otros para el servicio (Éxo. 18:19-22). Y los líderes de hoy también deben hacer eso.

3. El peligro del orgullo: Por lo general, cuando uno desea hacer todo por su cuenta, el pensamiento subyacente es: “Nadie lo hará mejor que yo”. Detrás de esta actitud, por supuesto, están el orgullo y la autoexaltación. Este peligro fue advertido por Elena de White: “Mientras que usted tiene demasiado que hacer, otros tienen muy poco. Usted no les concede a otros la oportunidad de mejorar en eficiencia por medio de la experiencia práctica. […] Usted tiene demasiada confianza en sí mismo, demasiada alta estima de su propia habilidad. Usted debería tener hoy a su lado a un gran número de obreros inteligentes a quienes debería haber entrenado. Pero usted ha amoldado las cosas de acuerdo con sus propias nociones estrechas, y por eso todavía permanece casi solo” (Liderazgo cristiano, p. 55). ¡Huyamos del orgullo! Aprendamos a confiar en otros, aunque a veces se equivoquen, como aconseja la sierva del Señor: “Por favor, hagan trabajar a otros y trabajen ustedes mucho menos. […] ¿Aceptarán el consejo? ¿Permitirán que otros aprendan a llevar responsabilidades, aunque cometan errores, mientras ustedes sigan viviendo y puedan enseñarles a trabajar?” (ibíd., p. 52).

Es posible que, si no estamos acostumbrados, al inicio resulte más difícil dedicar tiempo y esfuerzos para enseñar, capacitar y motivar a la hermandad, en vez de avanzar por nuestra cuenta. Sin embargo, si implementamos estos consejos inspirados en nuestro ministerio pastoral, los resultados a largo plazo serán mucho más beneficiosos, no solamente para ti, sino también para la iglesia y para la comunidad que los rodea.

Sobre el autor: editor asociado de la revista Ministerio, edición de la ACES.