¿Es tal el horario de su esposo que Usted tiene que hablar consigo misma para tener una conversación con un adulto?
Era un día como todos. Diferí la cena de los niños tanto como pude. Sin embargo, cuando el más joven comenzó a mordisquear la pata de una silla, decidí seguir adelante. Para cuando mi esposo Bob arribó, como siempre treinta minutos más tarde, ya hablamos terminado de comer; así que recalenté su comida en el microondas.
—No me extrañaría que pienses que soy una terrible cocinera. No has comido una comida caliente en dos años — bromeé.
—Lo siento —replicó—. Tenía que ponerme al día con mis historias clínicas en el hospital o quedaba fuera del staff.
—Supongo que han desconectado todos los teléfonos en el hospital —sugerí. Mi sarcasmo se perdió con el sonar del timbre del teléfono. Resignadamente puse el aparato sobre la mesa de la cocina, así Bob podría tomar las llamadas desde su servicio de contestador automático, responder a los pacientes y quizá llamar a la farmacia.
—Pienso que ellos intencionalmente esperan hasta que las horas de oficina han terminado para poder hablar contigo en lugar de hacerlo con la enfermera —me fastidié. Debí haber callado. El estaba escuchando a la persona al teléfono, no a mí.
Para el tiempo cuando Bob había terminado su cena y sus conversaciones telefónicas, yo estaba profundizando álgebra con mi hijo Rod. Luego fue el momento de tomarles las lecciones de piano a las chicas. Y a las nueve pusimos en marcha el ritual de la hora de la cama —preparar las ropas para el día siguiente, bañarnos, hacer las oraciones.
Las 9:30. Enfilé hacia nuestro cuarto donde, estaba segura, Bob estaría leyendo el diario. Ahora tendríamos alguna oportunidad para hablar. Pero Bob estaba poniéndose el saco cuando yo entré.
—¿Has recibido una llamada? —pregunté con un suspiro.
—Sí. Ya hay dos pacientes en la sala de emergencia. Será mejor que vaya.
Esa fue la estimulante conversación que durante todo el día habla esperado tener. El resto de la noche fue solitaria. Fui a acostarme, como lo había hecho muchas noches, preguntándome si no habría algo mejor para un matrimonio que sólo cruzarse en las escaleras. Mi último pensamiento de despierta fue: Ahora sé por qué la gente habla consigo misma.
Unos pocos días más tarde visité a una amiga que estaba en el hospital por unos estudios. Era la esposa de un evangelista, y, como vivía en otra ciudad, no podía verla muy a menudo. Mi esposo, su doctor, me había dicho que estaría en el hospital por varios días.
Yo había planeado estar de visita sólo un breve momento, pero pronto la Sra. D. y yo estábamos enfrascadas en la conversación. Encontramos una cantidad de similitudes entre las demandas que ella le hacía a su esposo y las que yo le hacía al mío.
Con un pestañeo familiar en sus ojos, la Sra. D. me dijo que su esposo recién había retornado de una larga semana de reaviva- miento. “Mi hermana me estaba visitando cuando el regresó”, me dijo. “Ella se quedó hasta la cena y pasó parte de la noche con nosotros. Antes de irse, me llevó aparte y me preguntó: ‘¿Qué pasa entre ustedes? Casi no se hablan’ ”.
“Entonces me sonreí”, continuó la Sra. D. “Le dije que cuando el Sr. D. estuvo fuera por una semana, viene cansado a la casa. Todo el tiempo estuvo alojado en los hogares de otras personas. Hizo una cantidad de entrevistas de asesoramiento durante el día, predicó en las noches, y tuvo muy poco tiempo para estar solo. Cuando viene a casa, está aguardando algo de paz y quietud. Yo no lo bombardeo con preguntas. Sé que para el día siguiente estará descansado y listo para contarme todo acerca de su semana. Aprendí a aguardar hasta el momento justo”.
Escuché con interés hasta que comprendí cuán similares eran nuestras situaciones. Mi esposo también ministraba a otras personas todo el día. Aunque él trataba mayormente con problemas físicos, mucha gente también le traía sus problemas emocionales. Dado que las personas que no van a una iglesia no tienen un pastor a quien acercarse, muy a menudo Bob se encuentra escuchando los problemas del hombre recientemente divorciado que no puede superarse, de la adolescente soltera embarazada, o de la familia agonizante de un paciente con una enfermedad terminal. Todos necesitan un oyente. No era extraño, entonces, que Bob se retirara a nuestra habitación con el diario tan pronto como trasponía la puerta.
Ni bien dejé atrás el hospital comencé a mirar mi problema de soledad y la falta de conversación con mi esposo desde una nueva perspectiva. Ahora, en lugar de pensar en mí, pensé en Bob y en cómo se sentía. Lo visualicé manejando desde la oficina hacia el hogar, cansado de ver gente. Pero para él- todavía habría llamadas telefónicas de los pacientes, sueño interrumpido, y quizá manejar hasta el hospital durante la noche. Comprendí que necesitaba protegerlo de las intrusiones innecesarias. Aguardaría hasta el momento oportuno para iniciar una conversación. No era sabio de mi parte bombardearlo con problemas familiares en momentos en que trasponía la puerta.
Enfocando sobre las necesidades de Bob antes que sobre las mías, también me hice una visión panorámica diferente de su horario de ocupaciones. Ahora lo miré como un desafío antes que como una fuente de irritación entre nosotros. Una vez que comencé a buscar soluciones, antes de jugar el rol de mártir, encontré nuevas formas de llegar a ser parte de la ocupada vida de mi esposo. Por mencionar una cosa: a causa de que Bob parecía cobrar vida a las diez de la noche, últimamente yo había llegado a ser casi una persona nocturna. Ahora, a menudo damos un paseo de unas cinco cuadras antes de ir a la cama —alrededor de la 11:30. Para ese tiempo Bob ya ha terminado su trabajo de escritorio y está relajado y listo para hablar. Estos paseos a la brisa suave del campo ha sido un tónico para ambos.
Otra solución que hemos hallado son las mini vacaciones. Yo solía soñar con una semana lejos, todos juntos, y mis sueños generalmente se frustraban porque Bob no podía escaparse por una semana entera. De todas maneras, comenzó tomando los viernes libre de vez en cuando. Esto nos daba un fin de semana largo para salir de la ciudad. Una vez que estábamos lejos del teléfono y de las presiones de su trabajo, Bob se relajaba y llegaba a ser más comunicativo. Tres días eran un tiempo suficiente para que ambos retornáramos refrigerados al hogar.
El sentido común de mi amiga, que me aproximó a su problema, cambió mi actitud. Ahora, antes que Bob llegue a casa, converso conmigo misma, recordándome que podemos encontrar tiempo para estar juntos —y lo tenemos.
Sobre el autor: Gail D. Robinson escribe desde Greenwood, Indiana, Estados Unidos.