El cristianismo apareció en el mundo en una época cuando la filosofía y la razón reinaban supremas. Las religiones de los griegos y los romanos eran poco más que un foco de controversia. El argumento universal, aun en la plaza del mercado, era amor y paz, pero había poco amor, y mucho menos paz. En muchos sentidos era un mundo turbulento y sin amor. El bienestar era algo, casi desconocido excepto para los ricos, que eran los únicos que podían adquirir las comodidades que lo hacían posible.

Entonces un hombre llamado Jesús apareció un día en esta selva de ideas y debate. Desafió cada concepto de mera sabiduría humana. Vivió entre los hombres como el maestro más grande que el mundo alguna vez ha conocido. Pero hizo más que enseñar: Él vivió su mensaje. No discutió con los filósofos: simplemente los amó. También amó a los pobres y a los despreciados.

Él era Dios en la carne. Los hombres lo odiaron violentamente o lo amaron apasionadamente. Algunos lo llamaron impostor, blasfemo, un demente poseído por el demonio; pero otros comprendieron que era el Hijo del Dios viviente. A los que abrazaron sus palabras, dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mat. 11:28, 29).

Él vino a dar descanso para el alma. Los que prestaron atención a su consejo y fueron posteriormente bautizados por su Espíritu, transformaron el mundo. Él le dio una nueva dimensión a la vida. Y justo antes de partir para regresar a su Padre -el gran Dios del universo-, anunció: “Yo voy al Padre”, pero “no os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”. Y otra vez: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.

Sus enseñanzas, llenas de consuelo y compasión, pusieron en marcha las influencias que construyeron la iglesia cristiana. Introdujeron un nuevo entendimiento entre los hombres y las naciones, y dondequiera ha llegado su Evangelio los resultados son irresistibles. El amor y la paz que el mundo precristiano discutía filosóficamente, llegaron a ser una tremenda realidad en las vidas de todos los que aceptaron las enseñanzas de nuestro Señor.

En este mundo de hoy desgarrado por la tensión, nosotros también necesitamos un ministerio de consuelo. Nuestro mundo está lleno de temor y muchos son torturados y atormentados por un pavor sin nombre. Son incapaces de analizar sus problemas. Subyugados por una tiranía interior, no tienen seguridad. Anhelan que alguien descubra sus complejos ocultos y los libere. Necesitan consejeros sabios y comprensivos, personas que conozcan el significado íntimo del consuelo.

Uno de los títulos proféticos de Cristo es “Consejero”. ¡Cuán gloriosamente cumplió Él esta predicción! Ciertamente, Él era el “Dios fuerte”, cuya palabra controlaba los vientos y las olas, y en cuyas manos el pan era multiplicado para alimentar a los hambrientos millares; pero más a menudo era el Consejero, el que hablaba con calma a un alma sola, desenredando la enmarañada madeja de su vida y poniéndola en libertad. ¡Un admirable Consejero, por cierto! Era compasivo “con los ignorantes y extraviados”. Y la compasión es la base de toda verdadera moralidad.

La gente sufre de toda clase de complejos. Incapaces de entenderse a sí mismos, muchos que de otra manera serían buenas personas con frecuencia son espiritualmente anormales y desajustados. Necesitan que alguien los saque de la contradicción de sus propias naturalezas. Y cuando encuentran a alguien que puede comprenderlos, son atraídos a él como a un imán. Esa es la razón por la cual la gente seguía a Jesús. El los comprendía. Tomaba tiempo para estudiar sus necesidades. Fue un Amigo para los que no tenían amigos. Poseía una técnica sencilla pero maravillosa para ayudar a los afligidos y oprimidos.

Jesús libertó a los hombres

“Los afligidos que venían a él sentían que vinculaba su interés con los suyos como un amigo fiel y tierno, y deseaban conocer más de las verdades que enseñaba. El cielo se acercaba. Ellos anhelaban permanecer en su presencia, y que pudiese acompañarlos de continuo el consuelo de su amor” (El Deseado de todas las gentes, pág. 220). Su amigable simpatía ganó sus corazones y elevo sus espíritus. “Al conducir almas a Jesús, debe conocerse la naturaleza humana y estudiarse la mente humana”, dice Elena de White. (Review and Herald, 10 de octubre de 1882, pág. 625.)

Este conocimiento de la naturaleza humana, junto con el conocimiento de Dios, es el conocimiento más grande que puede tener el hombre. Se requiere mucho más preparación e infinitamente más capacidad para entender una mente que para leer un balance. Fue dicho del Maestro: “Conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:24, 25). La versión de Moffat dice. “Conocía a todos los hombres, y no necesitaba evidencia de nadie acerca de la naturaleza humana; bien sabía lo que había en la naturaleza humana”.

Jesús vino como una fresca revelación de incomparable poder moral. Vino para transformar al hombre mental, física, social y espiritualmente. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”, dijo (Juan 10:10). En su ministerio la vida tocó la vida, la llama encendió la llama. Sin embargo, no fue una personalidad que avasallara a la gente. “Su palabra era con autoridad”, pero su autoridad era tal que elevaba al hombre. Lo levantaba del polvo del desánimo, la desilusión, la enfermedad y aun la muerte. Cuando caminaba entre la multitud, estaba “lleno de gracia y verdad”. Habló palabras de gracia y supo cómo pronunciarlas gentilmente. “Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca” (Luc. 4: 22).

La gracia es más que un deber cumplido. Es una manera de cumplir el deber. Jesús no se enclaustró en algún lugar inaccesible; Él se movió entre la gente, toda clase de gente -clérigos tanto como parias. “Amigo de publicanos y pecadores”, lo rotularon. Y esto era verdad, porque Él era su Amigo.

Vino a libertar a los hombres de su modo de pensar estrecho y restringido. Y como embajadores suyos, hemos de seguir sus pasos. Los fariseos eran un grupo muy especial. Formas y ceremonias, tradiciones y códigos, lo que comían y cómo se lavaban, constituían una parte importante de su religión. Cuán revolucionarias deben de haber sonado las palabras de Jesús cuando dijo: “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre” (Mar. 7:15). Sin embargo, Él no estaba dando licencia a los hombres para que comieran y bebiesen de todo y cualquier cosa. El mismo rechazó una droga paliativa cuando agonizaba en la cruz. Pero estaba poniendo el acento en que el hombre se contamina más por lo que piensa y dice que por lo que come y bebe.

La influencia de la mente sobre el cuerpo

La mente tiene una mayor influencia sobre el cuerpo que lo que muchos creen. No sólo las combinaciones apropiadas de comida, sino las correctas combinaciones de pensamiento, son parte de la verdadera reforma pro salud. You Are What You Eat [Eres lo que comes] es el título de un libro sobre el tema del régimen alimentario, y es correcto en relación con la materia que abarca. Pero la Escritura dice: “Porque cual es su pensamiento [del hombre] en su corazón, tal es él” (Prov. 23:7). La gente hace las cosas que hace porque piensa las cosas que piensa.

Hoy en día millones pertenecen a una generación que virtualmente ha vuelto sus espaldas a Dios. Muchos están en las garras del temor, torturados y atormentados por sus propios pensamientos. Ya sea que hayan alejado a Dios de sus vidas o ya sea que no lo conozcan, ahora no saben adonde ir en busca de seguridad.

Un escritor presenta el caso muy claramente cuando dice: “Sólo los ‘iniciados’ pueden entender los temores sin nombre, los fantasmas y duendes que miran por las ventanas de mentes tan angustiadas. Pueden ser imaginarios y más tarde podemos reírnos de ellos, pero son suficientemente reales mientras duran”. Entonces ilustra el punto por medio de la historia de un hombre de edad que una noche de repente se dio cuenta de que estaba en un cementerio, y en su precipitada huida tropezó con las tumbas y se lastimó seriamente entre las zarzas y los arbustos. Al día siguiente, alguien que escuchó su relato sonrió y dijo:

-¿No sabe que los fantasmas no pueden lastimarlo?

-Lo sé, pero pueden hacer que uno se lastime a sí mismo.

Todos necesitan orientación y simpatía

No es el problema real, sino el problema aparente, lo que más frecuentemente angustia a estas almas desdichadas. Reprender a las personas o, peor aún, ridiculizarlas por sus temores imaginarios, no resuelve el problema. Lo que necesitan es alguna alma bondadosa y compasiva, suficientemente sabia y suficientemente amable como para ayudarlas a analizar su problema, y con la paciencia suficiente como para ayudarlas a colocar un nuevo fundamento sobre el cual erigir un templo de paz. Tal consejero y consolador debe ser espiritualmente sano, intelectualmente sólido, físicamente apto y socialmente sin tacha.

Pero los físicamente quebrantados y los que tienen los nervios despedazados no son los únicos que necesitan consejo. Nuestra juventud también precisa orientación. Las tres decisiones más importantes en la vida de una persona joven son: decidirse por Dios, elegir su vocación, y escoger quién será el compañero o la compañera de su vida. Estos descubrimientos no son fáciles. Y el último no es el menos importante. Los colocamos en ese orden porque generalmente siguen esta secuencia. Los jóvenes navegantes no siempre tienen conocimiento de los mares traicioneros en los cuales navegan. Necesitan un piloto, alguien que los guíe, alguna alma bondadosa que pueda ayudarlos a efectuar estos ajustes en sus vidas. Toda iglesia necesita un consultorio para consejo vocacional y social. Y tal consejo debería ser accesible, competente, confiable y razonable. El pastor puede no estar capacitado para atender todos estos requerimientos, pero debería estar suficientemente al tanto de los problemas como para saber dónde conseguir la ayuda que su feligresía necesita.

También los ancianos necesitan orientación. Al ocurrir tan velozmente los cambios tecnológicos, para las personas de edad es difícil mantenerse al día con los nuevos desarrollos. Además, muchos no han tenido los beneficios educativos de las generaciones más jóvenes. Otra causa de desadaptación es la rápida transición de una sociedad agraria a una industrializada. Muchas personas, las más ancianas en particular, comenzaron su vida en un área rural. Pero actualmente se hallan en un área urbana, un ambiente muy diferente al de su formación y experiencia previas. Al mismo tiempo que la ciencia ha hecho posible que más gente llegue a la vejez, los cambios en las pautas básicas de nuestra cultura están causando mayores privaciones a los ancianos.

Luego están las muchas almas solitarias que han perdido al compañero o a la compañera de su vida. El futuro presenta poco interés para ellos. Tratan de escuchar las voces ahora silenciosas, y en la quietud de la noche sus oraciones ascienden a Dios en busca de ayuda y consuelo.

Como embajadores suyos, deberíamos tratar bondadosamente a los ancianos, los solitarios y los tristes. A estas personalidades derrotadas, atormentadas por tensiones y conflictos, les hace falta saber de la permanente presencia de Dios. Necesitan nuestra especial solicitud. ¡Pero cuán a menudo sucede que quienes más precisan amor y simpatía, son los que reciben menos! Quizás esto ocurra porque los más necesitados frecuentemente están en tal situación que son los que menos pueden contribuir. Así que el resultado natural es que son desatendidos. Pero es privilegio del pastor ayudar a estas almas desafortunadas a llegar a ser parte de la confraternidad de servicio.

Diez sugerencias para consejeros

1. Nunca se muestre impaciente. Jesús estaba ocupado, pero nunca demasiado ocupado como para hablar a un alma afligida. Aunque es sabio organizar nuestro tiempo, las almas son más preciosas que el tiempo. “Es mejor salvar una vida que salvar un minuto”. ¡Cuántas almas sensibles han sido quebrantadas por la actitud esquiva e inquietante de alguien a quien acudieron en busca de consejo! Mirar el reloj cada minuto o cada dos minutos mientras se habla con un alma atribulada es imperdonable. El Maestro, que podía estar todo el día con un alma necesitada y toda la noche con un príncipe de la sinagoga, fue Aquel que dijo: “¿No tiene el día doce horas?” La Escritura dice: “El que creyere, no se apresure”.

2. Sea comprensivo. Las almas angustiadas necesitan simpatía -oídos que comprendan así como palabras de simpatía. Y a veces lo único que necesitan es que se las escuche con comprensión. “Ud. nunca sabrá cuánto me ha ayudado”, me dijo un alma afligida al término de una entrevista de tres horas. No obstante, lo único que hice fue escuchar con simpatía. Escasamente pronuncié alguna palabra, pero era evidente que el yugo se había hecho fácil y la carga ligera. Era la simpatía del Salvador lo que le daba acceso a los corazones. En Testimonies, tomo 9, página 30, leemos: “La genuina expresión del corazón de una simpatía como la de Cristo, dada con sencillez, tiene el poder de abrir la puerta de los corazones que necesitan el toque sencillo y delicado del espíritu de Cristo”.

Una noche el dolor más profundo inundó un hogar cristiano: falleció una niñita que aún no había cumplido los dos años. A la mañana siguiente, la hermana mayor, que tenía entonces unos seis años, corrió a buscar a su maestra de escuela sabática, que vivía cerca, y entre lágrimas le dijo: ‘‘Oh, maestra, algo terrible pasó anoche… murió mi hermanita. Y vine para que Ud. pueda llorar conmigo”. Ella sabía dónde acudir en busca de consuelo y comprensión. Ser capaz de llorar con los que lloran es un don maravilloso.

3. Sepa escuchar. Escuchar es un arte que todo consejero debe cultivar. Para algunos pastores parece más fácil predicar que escuchar, porque la predicación está centrada en el predicador mientras que escuchar está centrado en el feligrés. Para ser un buen oyente se requiere paciencia, valor y reserva. “Una de las más grandes ventajas de un consejero es que sabe lo suficiente como para guardar silencio”, me escribió un amigo hace poco. Y tiene razón. “Un consejero necesita ‘sentirse en casa’ con el silencio”.

El verdadero arte de aconsejar es la capacidad de formular las preguntas apropiadas en el momento oportuno y de la manera adecuada. Pero la única razón para hacer preguntas es obtener respuestas. La respuesta puede darle a uno la pista para descubrir el problema. “No hice otra cosa que escuchar”, comentó un consejero sorprendido ante el cambio de actitud de parte de la persona a quien estaba tratando de ayudar. No sólo era lo mejor que podía hacer; era lo único que podía hacer. Disciplinarse para escuchar creativamente es vital para el éxito.

Al aprender a escuchar pasivamente (en silencio), luego activamente (por medio de sabias preguntas) y entonces interpretativamente (explicando las causas subyacentes), uno se capacita para transmitir la seguridad que tanto se necesita en tiempo de dificultad.

4. Sea observador. Esté atento para captar indicios. La clave para todo el problema puede revelarse en algún pequeño acto o actitud. Saber cómo penetrar hasta el corazón es una ciencia, pero una ciencia que vale la pena estudiar. “Jesús vigilaba con profundo fervor los cambios que se veían en los rostros de sus oyentes” (El Deseado de todas las gentes, pág. 220). El analizaba, y siempre podía poner su dedo en el factor determinante. Al tratar con la gente, recuerde que la única ley confiable en la naturaleza humana es que no hay ley confiable. Así que esté preparado para cualquier cosa.

5. Sea magnánimo. Recuerde que todos los problemas son grandes para quienes les conciernen. No minimice el problema ni lo deje a un lado como si tuviera escasa trascendencia. Es correcto analizarlo y ayudar al alma atribulada a verlo en la luz adecuada, pero es un fracaso exhibir un aire de superioridad y dar la impresión de que el asunto entero es insignificante. Si para la persona no hubiera sido importante, nunca se lo habría presentado al pastor. Una actitud de indiferencia sólo hiere y levanta una barrera. Y un consejero bondadoso dará la impresión de que, al menos por el momento, es la cuestión más importante y crítica en el mundo. Nunca indicará, por un acto o aun por un gesto, que es indigna de su consideración. Jesús declaró que nuestro Padre celestial está interesado aun en el funeral de un pajarillo.

6. Nunca se muestre escandalizado. No importa cuán extraña sea la situación y cuán perplejo lo deje, nunca dé la impresión de que es particularmente inusual. La naturaleza humana actúa a veces de manera extraña, pero un consejero puede permitirse ser ciego a algunas cosas. Colgado en la pared de mi escritorio hay un cuadro pintado por mi hermano, que era artista hasta que perdió la vida sirviendo a su país. Pintó a una niñita que abrazaba con afecto infantil a una muñeca rota. Es una pobre muñeca en ruinas: sin cabello, con sólo una pierna y la mitad de un brazo. No obstante, ocupa un gran lugar en su corazón. Debajo están las significativas palabras: “El Amor Es Ciego”. ¡Cuán cierto!

7. Muestre disposición a compartir el problema. -Recuerde, los problemas que no se comparten socavan el alma. Dijo David: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos”. Cuán a menudo ocurre que cuando alguien comienza a explicar sus dificultades, en realidad las resuelve. Al compartirlas se vuelven transparentes. Los temores obsesivos se desvanecen cuando uno trata de ponerlos en palabras. Su fuerza está en su misma vaguedad. Por estar mal definidos, parecen terribles. Pero con frecuencia se desvanecen cuando son compartidos.

8. Jamás vulnere una confidencia. Nada es más descorazonador que alguien que no puede guardar una confidencia. Puede haber ocasiones cuando la información debería ser compartida con otros. Pero nunca divulgue una confidencia sin obtener primero autorización.

-Ahora, ¿qué voy a hacer con esta información incriminatoria? -le dije a una mujer después que terminó de descargar su corazón.

-¡Oh, no diga una palabra! -contestó ella.

-Pero si guardo silencio el problema nunca se resolverá -repliqué.

-Oh, por favor guarde mi confidencia. No deje que nadie lo sepa -fue el ruego de su alma.

-Le doy mi palabra -le dije-, y Ud. Puede atarme a esa promesa tanto tiempo como quiera. Pero yo debería compartir esta información si esperamos solucionar alguna vez la situación.

Entonces hice una sugerencia.

-Ahora oremos sobre el asunto -dije-, y dejaré que Ud. me diga cuándo puedo darlo a conocer.

Ambos oramos. Al día siguiente ella volvió y dijo:

-He estado orando al respecto, y ahora lo veo exactamente como Ud. Puede usar la información donde y como Ud. sienta que es necesario.

Lo hice. Esa información salvó una doble tragedia. Pero hasta que tuve permiso para dar a conocer la historia, mi deber era guardar la confidencia. La capacidad para guardar una confidencia inspira confianza.

9. Vea más allá del problema presente. El verdadero pastor-consejero ve a una persona, no en su condición actual, sino como puede ser bajo la gracia de Dios. Ve en el que acude a él, no un alma oprimida, desanimada, aplastada por el pecado, sino a alguien que puede, bajo la influencia de la gracia divina, transformarse en un santo de Dios; y como un verdadero médico, comienza a aplicar el bálsamo de Galaad al corazón magullado. “En todo ser humano, cualquiera fuera el nivel al cual hubiese caído, veía a un hijo de Dios, que podía recobrar el privilegio de su relación divina… En cada ser humano percibía posibilidades infinitas. Veía a los hombres según podrían ser transfigurados por su gracia, en ‘la luz de Jehová nuestro Dios’. Al mirarlos con esperanza, inspiraba esperanza. Al saludarlos con confianza, inspiraba confianza. Al revelar en sí mismo el verdadero ideal del hombre, despertaba el deseo y la fe de obtenerlo” (La educación, págs. 79, 80).

10. Reconozca la dignidad de la personalidad humana. Aun cuando sienta la gravedad del problema o incluso el carácter aparentemente irremediable de una situación, cuídese de no sugerir jamás -ni por la palabra ni siquiera por el tono de la voz- que la persona está más allá de toda esperanza. Uno de los más grandes secretos del éxito del Salvador era su capacidad de inspirar esperanza en los abatidos y en los abrumados por el pecado. No importa cuánto uno pueda estar hundido en el pecado y el vicio, el consejero debe tener la determinación de inspirar confianza. Leemos una llamativa y reveladora declaración acerca de la obra del Salvador: “En su presencia las almas despreciadas y caídas se daban cuenta de que aún eran seres humanos, y anhelaban demostrar que eran dignas de su consideración”. El Espíritu de Dios puede despertar en corazones que parecían muertos a toda influencia santa el deseo de esforzarse para alcanzar una nueva vida. Debemos estudiar cómo inspirar confianza en uno mismo y especialmente en el Dios viviente.

El maestro veía a las personas no como eran, sino como podían llegar a ser mediante su gracia.

Sobre el autor: Roy Allan Anderson fue por muchos años director de MINISTRY (el Ministerio, en inglés) y secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación General Este artículo está adaptado de su libro The Shepherd Evangelist [El pastor evangelista], actualmente agotado. Usado con permiso de la Pacific Press Publishing Association.