Cuando los pastores caen en la cuenta de que Cristo ha llegado a ser su sabiduría, experimentan el alivio de la ansiedad y las cargas.

El ministerio puede convertirse en una pesada carga, a veces lleno de ansiedad y estrés, hasta que el cristiano aprende a habitar verdaderamente en Cristo. Sin embargo, una vez que la persona experimenta la unión con Cristo, todo cambia. Reconoce el gozo que trae el ministerio para el Maestro; el estrés y las cargas son aliviados.

Muchos cristianos han descubierto la paz que proviene de habitar en Cristo. Primero, experimentan años de derrota, fracaso y desánimo. Esto trae un profundo sentido de necesidad, el sentimiento de que les falta algo en su caminar con Dios. Llegan a ser conscientes de la inconsistencia de su vida de obediencia y servicio. Luego, gozan de un tiempo maravilloso de compañerismo con su Señor, y sobreviven a tiempos de desamparo también. Estos sentimientos de fracaso rara vez son compartidos con los demás.

Antes de habitar verdaderamente en Cristo, han escuchado mensajes sobre el asunto. Conocen versículos de la Biblia. No obstante, lo que se estaba describiendo no era una realidad en su vida. Estos sentimientos de derrota pueden hacer que los cristianos duden de su propia sinceridad, y quizás incluso de su salvación.

El descubrimiento de una persona

J. Hudson Taylor, el misionero en China del siglo XIX, escribió del cambio que experimentó luego de hacer este descubrimiento. Hasta entonces, sus cargas eran abrumadoras. Cuando recibió una carta de un amigo y colega misionero, John McCarthy, sus ojos fueron abiertos a la maravillosa verdad de habitar en la presencia de Cristo. Después de eso, Taylor fue un nuevo hombre en Cristo. En una carta a su hermana en Inglaterra, Taylor describió su experiencia: “Mi trabajo nunca fue tan abundante, tan serio ni tan difícil, pero el peso y la tensión se han ido. El último mes quizás haya sido el más feliz de mi vida”.[1]

Describió lo bendecida que había sido su nueva experiencia en su vida personal, y el gozo que encontraba ahora en el Señor. Entonces, describió los cambios en su ministerio: “Lo más dulce, si se puede hablar de una parte más dulce que la otra, es el descanso que trae la total identificación con Cristo. Me doy cuenta de que ya no estoy más ansioso por todo, porque sé que él es capaz de cristalizar su voluntad, y su voluntad es la mía. Se cumplirá sin importar dónde él me coloque, o cómo. Es más una tarea suya que mía, porque en las situaciones más fáciles él me dará gracia, y en las más difíciles su gracia es suficiente”.[2]

La carga y la ansiedad se habían ido. Aprendió la lección de descansar totalmente en Cristo. Supo que Cristo vivía en él y le daría sabiduría, conducción y fortaleza. Ahora se dio cuenta de que simplemente estaba trabajando con el Maestro y siguiendo su conducción, y que Cristo proveería toda la gracia necesaria para cumplir con su responsabilidad.

El clérigo anglicano H. B. Macartney, de Melboume, Australia, escribió con respecto a la actitud de Taylor en el ministerio para su Señor: “Fue una lección de vida en silencio. Extrajo del Banco del Cielo hasta el último centavo de sus entradas diarias: ‘Mi paz os dejo’. Nada inquietaba ni perturbaba su espíritu […]. No conocía el frenesí ni las corridas, nada que irritara sus nervios. Sabía que hay una paz que sobrepasa todo entendimiento, y que no podía hacer nada sin ella”.[3]

Macartney estaba maravillado por la paz que exhibía Taylor bajo toda circunstancia. Con respecto a esto, escribió: “Allí tenemos a un hombre de casi 60 años, llevando pesadas cargas, pero absolutamente calmo y tranquilo […]. Habitar en Cristo hizo que compartiera su mismo ser y recursos […]. E hizo esto por medio de un acto de fe tan sencillo como continuo”.[4]

Taylor sabía que Jesús vivía en él, y descansaba continuamente en esa realidad. Al conocer esta verdad, no tenía necesidad de preocuparse o estar ansioso. Ciertamente, todo ministro anhela la experiencia de habitar en Cristo y la paz que J. Hudson Taylor descubrió. Todos sus siervos pueden descubrir que Jesús ofrece descanso total en él.

¿Qué sucedió?

Los que encontraron verdadero descanso en Jesús aprendieron que el Señor realmente vive en el creyente. Jesús les dijo a sus discípulos que él “vendría” a ellos después de ascender al Padre, luego de su resurrección (Juan 14:18). Previo a esta declaración, Jesús indicó que vendría para habitar en sus discípulos a través del Espíritu Santo (Juan 14:16,17). El apóstol Pablo entendió esto cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).

Jesús y los apóstoles nos enseñan que Cristo realmente habita en el creyente por medio del Espíritu Santo. De esta manera, el cristiano tiene “la mente de Cristo” (1 Cor. 2:16), al igual que la sabiduría, la justicia y la santidad de Cristo (1 Cor. 1:30).

Una vez que el ministro de Dios entiende y experimenta esta maravillosa verdad, puede entonces creer que Jesús se manifestará a sí mismo en él y por medio de él. Puede tener la certeza de que Cristo le dará su obediencia, su sabiduría, su fe; todo lo que necesita para servirlo. Así, ya no necesita estar ansioso por todo. Jesús nunca lo abandonará ni lo olvidará (Heb. 13:5).

Sencillamente, Cristo ministra a través de ti en tu servicio a él. En tu obediencia, simplemente manifiesta su obediencia por tu intermedio. Obedecerás y ministrarás como Jesús lo hizo. Dijo: “¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10).

Jesús experimentó la obediencia y el ministerio, que fue manifestado por el Padre habitando en él y él en el Padre. Todo lo que dijo e hizo fue por el Padre. Los siervos de Dios pueden tener la misma experiencia hoy. Al habitar en Cristo y él en ellos, todo lo que digan y hagan será por medio de la manifestación de Cristo a través de ellos. Por esta razón, no hay necesidad de sentir temor, ansiedad, pesar o agobio en la obediencia y en el ministerio. Todo se trata de Jesús. Simplemente le permitimos que realice estas cosas. Cuando entendemos y experimentamos la presencia de Cristo, Dios se lleva la gloria por todo lo que sus siervos realizan en su servicio (1 Cor. 1:31).

El desafío del ministerio

Luego de haber pasado por el ministerio de tiempo completo por más de treinta años, conozco el peligro de tomar las cosas con mis propias manos, de hacer mis propios planes y pedir a Dios que bendiga estas actividades. En el servicio a Cristo, debemos mantenemos constantemente en unión con él, para quedar bajo su dirección en lo que se refiere a planes, métodos y ministerio. Debemos orar por su conducción; él dirigirá nuestro ministerio, si se lo permitimos. Entonces, llevará a cabo su ministerio por nuestro intermedio.

Vemos este principio ilustrado en la comisión evangélica y la manera en que el Espíritu Santo conduce en el cumplimiento de esa comisión cuando Jesús mandó que los discípulos hicieran discípulos a “todas las naciones” (Mat. 28:19, 20). Después de escuchar esta comisión, los apóstoles probablemente debieron haber pensado que debían predicar en cada aldea por la que pasaran. Leemos en el libro de Hechos la manera en que el Espíritu Santo condujo al apóstol Pablo en sus esfuerzos por cumplir esta misión: “Y atravesando Frigia y la provincia de Ga- lacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió. Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas. Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio” (Hech. 16:6-10).

Aquí vemos un claro ejemplo de la importancia de que el ministro cristiano no siga sus propias ideas con respecto a cómo, cuándo y dónde servir al Señor. Todo siervo del Señor debe reconocer la importancia de estar bajo la conducción del Espíritu Santo, y lo que sucede cuando los ministros habitan en Cristo y él en ellos.

Esto ciertamente no significa que no debamos esforzamos en seguir la conducción del Espíritu. La experiencia de Pablo requiere determinación y esfuerzo, inspirados por el Espíritu. El servicio al Señor no siempre nos resultará fácil, pero incluso en las situaciones más difíciles podemos encontrar descanso y paz al depender de Cristo.

Enfrentar la controversia puede ser muy estresante. Lidiar con problemas financieros, crisis personales de las personas, y expectativas de los miembros y los oficiales de iglesia puede ser abrumador. Sin embargo, cuando los pastores caen en la cuenta de que Cristo ha llegado a ser su sabiduría (1 Cor. 1:30), experimentan el alivio de la ansiedad y las cargas, porque ahora confían en que Cristo manifestará su sabiduría por intermedio de ellos.

Lo importante: por medio del Espíritu Santo, Jesús habita en nosotros, manifiesta obediencia por medio de nosotros y ministra por nuestro intermedio. Por lo tanto, podemos descansar en esa realidad y dejar que él haga esta obra. Lo digo una vez más: cuando esto llega a ser realidad, su ministerio nunca será el mismo. Su vida estará llena de amor, gozo, paz, fe; todos, frutos del Espíritu. Experimentará victorias personales y ministeriales nunca vistas. Jesús será todo en ti.

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia Adventista de New Haven, Connecticut, EE. UU.


Referencias

[1] V. Raymond Edman, They Found the Secret (Zondervan Publishing House, 1984), p. 19.

[2] Ibíd., pp. 20, 21.

[3] Ibíd., p. 21.

[4] Ibid. p. 22.