Factores biológicos interpretados desde un punto de vista empírico minan fatalmente la teoría de Darwin
¿Es invulnerable Darwin? ¿Es la teoría evolucionista de los orígenes tan formidable como para que la fe cristiana en Génesis sea débil y obsoleta? No tanto. Vientos frescos están soplando a través del mundo académico que indican que los eruditos están levantando nuevas preguntas sobre el darwinismo. Ejemplos:
Richard Dawkins, en su libro The Blind Watchmaker intentó socavar el argumento de la perfección. El supuso que la primera etapa pequeña e incipiente de un futuro ojo en proceso de maduración debería tener visión. Kenneth T. Gallagher muestra cuán poco convincente es esta suposición,[1] señalando que las etapas incompletas de un futuro ojo no podrían tener visión, minando así fatalmente la teoría de los orígenes de Darwin. Ningún biólogo darwiniano ha contestado adecuadamente esta crítica.[2]
¿Pueden la vida y la conciencia humana ser reducidas a las leyes de la física y de la química? No, arguye Michael Polanyi.[3]
John Cobb, hijo, afirma que la subjetividad no puede surgir de la objetividad, indicando con ello que desde sus propios recursos materialistas y sin la ayuda de un poder divino, la evolución de Darwin no puede ocurrir.[4]
Después de someter la teoría darwiniana a los principios de la teoría de las probabilidades, los matemáticos Sir Fred Holye y Chandra Wickramasinghe expresaron su sorpresa de cómo una disprobación tan simple y tan decisiva de la teoría darwiniana había escapado a la atención de los científicos durante tanto tiempo. “Nosotros pensamos que no puede haber otra explicación que la perversidad intelectual”.[5]
El defensor alemán contemporáneo de la química polimérica Bruno Vollmert, escribe: “Mientras más estricta es mi argumentación en el marco de las ciencias exactas al tratar la evolución biológica en el sentido del Neodarwinismo como un proceso por probabilidad, es decir (la terminología de la química polimérica) como una copolicondensación, menos temo concebir el mundo como la creación de un Creador todopoderoso como una alternativa al darwinismo”.[6]
El paleontólogo de Harvard, Stephen Jay Gould, pone en entredicho el valor del darwinismo como una teoría del desarrollo: “La extrema rareza de las formas transicionales en los registros fósiles persiste como el secreto distintivo de la paleontología. Los árboles evolucionarios que adornan nuestros textos tienen información sólo en la copa… de sus ramas: el resto es inferencia… no una evidencia procedente de los fósiles… En cualquier área local una especie no surge gradualmente por la constante transformación de sus ancestros; aparecen todos al mismo tiempo, y totalmente formados”.[7] Gould, por supuesto, sigue siendo un evolucionista, pero da a conocer fielmente sus hallazgos por más problemáticos que puedan ser para la teoría darwiniana tradicional del desarrollo.
Pierre Grassé de la Universidad de París habla de las implicaciones de la falta de formas transicionales: “De la casi total ausencia de evidencia fósil relativa a los orígenes del tipo (filum) se infiere que cualquier explicación de los mecanismos en la evolución creativa de los planes estructurales fundamentales, está gravemente cargada de hipótesis… Ni siquiera tenemos una base para determinar la extensión en la cual estas opiniones son correctas’.[8]
La referencia a hipótesis puede sugerir alguna forma de mecanismos de cambio, pero ¿cuáles son las causas que dan lugar a las orientaciones y funciones vivientes? La confesión de Grassé es significativa: quizá *en esta área la biología no puede ir más allá; el resto es metafísica’.[9] ¿Será posible que tengamos en esta confesión una hermosa armonía entre la ciencia y la religión? En sus propios términos la biología investiga todas sus opciones causales y concluye con la incapacidad de dar razón plena de las formas biológicas estudiadas, implicando la necesidad de alguna forma de causalidad ajena al paradigma darwinista. La fe puede suplir la necesaria causalidad transempírica: el Creador Divino de los cielos y la tierra.
Las ilustraciones pueden multiplicarse, pero basta notar que un fresco escepticismo erudito sobre la teoría evolucionista está creciendo en los círculos académicos. De interés aún mayor es la apertura de una ventana de oportunidad para una seria audiencia académica de la creación y la ciencia, dado que los principios son presentados en una forma responsable y erudita a la luz de la mayoría de las investigaciones recientes.
Una ventana de oportunidad
Así como se dijo que el Somerbrief de Kart Barth había caído ‘como una bomba en el terreno de juego de los teólogos’ en 1918,[10] When Faith an Reason Clash: Evolution and the Bible,[11] de Plantinga, y Darwin on Trial[12] de Johnson, en 1991, cayeron como dos bombas en los departamentos de religión de las universidades. Asombrados eruditos están dando palos de ciego para responder. De modo impresionante, ambos estudios declaran que los hechos biológicos interpretados desde un punto de vista transempírico minan fatalmente la teoría darwiniana de la evolución.
Evocando el argumento de prueba de la perfección concerniente al desarrollo del ojo de novo, Plantinga pregunta: ¿Cómo puede uno biológicamente “visualizar una serie de mutaciones de tal naturaleza que cada miembro de la serie tenga valor de adaptación, y sea a su vez un paso en la formación del ojo, de tal modo que el último miembro sea un animal con un ojo [?]” Su punto de vista es que en las suposiciones darwinianas, ninguno [de estos pasos] puede ser la senda tomada realmente… de modo que ¿cómo pudo el ojo evolucionar en esta forma?[13] La respuesta es que el ojo no podía haberse desarrollado en esta forma. Plantinga insiste en que estas consideraciones sugieren que los cristianos necesitan un registro científico de la vida que no esté restringido “por el naturalismo metodológico”.[14] No es extraño entonces que la comunidad académica esté perpleja.
Johnson presenta una evaluación de la teoría de Darwin desde la perspectiva de un abogado litigante que enseña en Berkeley. Después de investigar crítica, cuidadosa y completamente la evidencia en favor de la evolución biológica y naturalista de Darwin, concluye que considerada estrictamente desde el punto de vista de la lógica y los principios de la investigación científica, la teoría darwiniana de los orígenes “no está apoyada por una evidencia empírica imparcialmente evaluada”.[15] así que Johnson pregunta: “¿Por qué no considerar la posibilidad de que la vida es lo que tan evidentemente parece ser, el producto de una inteligencia creativa?”.[16]
A causa del escepticismo con respecto a la teoría darwiniana tan convincentemente expresado por Plantinga y Johnson, los eruditos evangélicos que apoyan la evolución teísta, como Van Till y Hasker, están, como es natural, a la defensiva. Sin embargo, en los diversos intercambios que se han publicado entre los últimos tres eruditos, dos desarrollos significativos[17] se deben destacar.
Respeto científico por la creación
Quizá por primera vez en la historia reciente, los proponentes de alguna forma de creación especial están siendo tratados con respeto en vez del oprobio acostumbrado. Este es un importante nuevo desarrollo. Por ejemplo, Ernán McMullin, director del Programa de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Notre Dame, y colega, pero crítico declarado de Plantinga, admite que es digno de considerar el argumento de Plantinga porque él (que está en la tradición calvinista), no sólo es un filósofo de la religión bien reconocido, sino que también presenta una muy ‘sofisticada suerte de defensa de la creación especial’.[18]
Van Till saluda a Johnson y Plantinga diciendo que cuando se comparan con los científicos creacionistas tradicionales, sus casos son “más persuasivamente formulados”,[19] considerándolos dignos de ser comentados. En una conferencia pronunciada en febrero de 1993 Michael Ruse, filósofo darwiniano de la ciencia, sorprendió a una audiencia evolucionista cuando felicitó a Johnson diciendo que muestra correctamente que “la evolución emparentada con la religión implica el hacer ciertas suposiciones a priori o metafísicas que a ciertos niveles no pueden probarse empíricamente”.[20] Estas ilustraciones indican que el muro del desafío contra la consideración seria del creacionismo puede estar cuarteándose en los círculos académicos. Sin embargo, la corriente de desarrollo más significativa es la ocasionada por los comentarios de William Hasker.
En su respuesta a Johnson, Hasker,[21] un severo crítico de Johnson hasta ahora, aplaude su propuesta de formular una nueva agenda de investigación que incluya una ‘invitación a los paleontólogos a interpretar sus evidencias sin prejuicio darwiniano’.[22] Hasker acepta magnánimamente que la propuesta de investigación de Johnson “puede producir un creacionismo alternativo genuinamente viable”.[23] Pero luego Hasker articula un desafío: “Espero que (Johnson) encuentre científicos que estén dispuestos a hacer la investigación que él tiene en mente”. Allí la comunidad erudita misma abre una amplia oportunidad para ser informada mediante la más reciente investigación de la ciencia y la religión.
Esto significa que un tiempo de inigualables posibilidades está abierto delante del Instituto de Investigaciones Geocientíficas y las universidades adventistas con programas de posgrado en ciencias para elevarse para gloria de Dios haciendo una de las mayores contribuciones, algunas quizá que harán época, con respecto a estos asuntos de los orígenes y el neocatastrofismo, señalando que la verdadera ciencia y la inspiración están en armonía, después de todo.
En este ambiente volátil del reexamen bíblico y teológico de las funciones de la inspiración y las ciencias naturales, los eruditos responsables y estrictamente concordistas, descubrirán seguramente nuevas armonías adicionales entre la Escritura y la ciencia acerca de las cuales escribir, no sólo con emocionante excitación, sino por encima de todo, con profundo y competente poder académico. Este esfuerzo puede seguir mostrando que el concordismo no es un esfuerzo anacrónico, sino tremendamente relevante en la era post-darwiniana.
En vista de estas posibilidades, John Woodbridge está en lo correcto cuando dice: ‘Es irónico que algunos eruditos evangélicos estén descontando las declaraciones de la Biblia acerca de la naturaleza y la historia en el tiempo preciso en que el pensamiento evolucionista está en tal momento de flujo’.[24] Ahora es el tiempo de temblar ante la Palabra del Dios de la creación y no ante las palabras de Darwin, cuya teoría está en crisis.[25] Es posible que hayan llegado los días del estricto concordismo. Al menos la bola académica está en el aire. ¿Qué dirá en respuesta el ministerio adventista? La comunidad en general, al menos por ahora, está escuchando.
Referencias:
[1] Kenneth T. Gallagher. “Dawkins in Biomorph Land”, International Philosophical Quarterly 32, No. 4 (diciembre, 1992): 501-513.
[2] Para una discusión de los argumentos de la perfección, su historia y eficacia, véase John T. Baldwin, “God and the World: William Paley’s argument From Perfection Tradition, A Continuing Influence”. Harvard Theological Review 85, No. 1 (1992): 109-120.
[3] Michael Polanyi, “Life’s Irreductible Structure”, Science 160 (21 de Junio de 1968): 1308-1312.
[4] Cobb dijo esto en una conferencia pronunciada en la Escuela de Divinidades de la Universidad de Chicago en 1982.
[5] Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe, Why Neo-Darwinism Does Not Work (Cardiff, Wales: University College Cardiff Press, 1982), págs. 32,33.
[6] Bruno Vollmert, Das Molekül und das Leben: vom makromolekularen Ursprung des Lebens un der Arten: Was Darwin nicht wissen konnte und Darwinisten nicht wissen wollen (Reinbek bei Hambrug: Rowohlt, 1965; reimpreso 1985), pág. 26 en la primera edición; citado en Kurt Hübner, “Génesis and Modern Theories of Evolution”, Man and World 25 (1992): 406.
[7] Stephen Jay Gould, “Evolution’s Erratic Pace”, Natural History 86. No. 5 (mayo 1977): 14.
[8] Pierre Grassé, Evolution of Living Organisms (New York: Academic Press, 1977), pág. 31
[9] Ibid, pág. 2
[10] . Atribuida al teólogo católico Kart Adam, citado por John McConnachie, The Significance of Karl Barth (New York: R. R. Smith, 1931), pág. 43.
[11] Alvin Plantinga, “When Faith and Reason Clash: Evolution and the Bible”, Christian Scholar’s Review 21, No. 1 (1991): 25.
[12] . Phillip E. Johnson, Darwin on Trial (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1991).
[13] Plantinga, pág. 25
[14] .Ibid, pág. 2
[15] Howard J. Van Till y Phillip E. Johnson, “God and Evolution: An Exchange”, First Things 34 (june/july, 1993): 39.
[16] Johnson, pág. 11
[17] Véase, por ejemplo, William Hasker, “Mr. Johnson for the Prosecution”, Christian Scholar’s Review 22, No 2 (1992): 177-186; Phillip E. Johnson, “Response to Hasker”, Christian Scholar’s Review 22, No. 3 (1993): 297-304; en el mismo número, Kasker’s Reply to Johnson”, págs. 305-308; Howard J. Van Till y Phillip E. Johnson, “God and Evolution: An Exchange”, First Things 34 (june/july, 1993) 32-41; Howard J. Van Till , “ls Special Creationism an Heresy?” Christian Scholar’s Review 22, No. 4 (1993): 380-395.
[18] Erman McMullin, “Evolution and Special Creation”, Zygon 28, No. 3 (Septiembre, 1993): 300.
[19] Van Till pág. 381
[20] Michael Ruse’s Boston Lectura, “Nonliteralist Evolution”, pronunciada ante la AAAS, en una serie de presentaciones por varios oradores sobre el tema “El nuevo antievolucionismo’.
[21] Hasker, ’Reply to Johnson”, págs. 305-308.
[22] Johnson, “Response to Hasker”, pág. 303, n. 7.
[23] Hasker, ‘Reply to Johnson”, pág. 308.
[24] John D. Woodbridge, “Does the Bible Teach Science?” Bibliotheca Sacra 142 (july-september, 1985): 205.
[25] 25. Michael Dentón, Evolution: A Theory in Crisis (Bethesda, Md.: Adler and Adler, 1986).