A finales de 2014, el Fondo de población de las Naciones Unidas (UNFPA) publicó un amplio informe poblacional titulado “The Power of 1.8 Billion: Adolescents, Youth and the Transformation of the Future”. Ese estudio constató que, en la ocasión, existían en el mundo 1,8 billón de jóvenes entre los 10 y los 24 años, número nunca antes alcanzado en la historia de la humanidad. En la Rep. del Brasil, por ejemplo, se estima que hay 51 millones de jóvenes actualmente, cerca del 25% de la población nacional.

            Estadísticas referentes a esa franja etaria en la Iglesia Adventista del Séptimo Día en América del Sur también presentan números expresivos. De acuerdo con la Secretaría de la sede sudamericana, en su territorio, cerca del 55% (1,2 millón) de los miembros bautizados está compuesto por personas de menos de 35 años. De esa manera, los números mundiales y denominacionales apuntan en la misma dirección: vivimos en un escenario en el cual la juventud tiende a asumir un papel destacado en todos los aspectos.

            Esa realidad debe ser considerada, en el contexto adventista, con una mezcla de alegría y preocupación. Por un lado, numéricamente, la iglesia cuenta con un gran grupo de jóvenes capaces de involucrarse en la misión con toda la disposición que es pertinente a esa fase de la vida. Por otro lado, el informe denominacional sudamericano también indica que el 68% de las personas que desertan de la iglesia toman esa decisión en esa franja etaria.

            Frente a este cuadro, preocupante y desafiante, ¿qué podemos hacer con el propósito de discipular a los jóvenes a fin de que crezcan en su compromiso con Dios, estén comprometidos en la misión y se preparen para el regreso de Cristo?

            En primer lugar, cuanto antes comencemos con el proceso de discipulado, mejor. No podemos subestimar el interés de los niños en los asuntos relacionados con el Reino de los cielos. Como pastores, debemos aprovechar todas las oportunidades, formarlos e informarlos, que comprendan la vida de la iglesia para desarrollar en la mente de los pequeños el amor a Dios, a su pueblo y a su misión. Para que eso suceda, es necesario pensar de manera estratégica cómo proporcionaremos a los niños de nuestras congregaciones oportunidades continuas de crecimiento y de profundización espiritual, de manera tal que crezcan inmersos en un ambiente altamente identificado con la cosmovisión cristiana.

            Otro punto importante en este proceso está relacionado con la proximidad. A medida que el tiempo avanza, es natural que haya cierta distancia entre las generaciones. Sin embargo, necesitamos mantenernos cercanos a nuestros niños, adolescentes y jóvenes de la iglesia, por medio de actividades agradables, edificantes y bien planificadas. Difícilmente la juventud se niega a participar de una confraternización en la casa del pastor, o de un campamento en medio de la naturaleza. En esas ocasiones informales, se abre la oportunidad de construirse puentes que unan el corazón de los pastores con el corazón de los jóvenes, con la intención de conocer las necesidades juveniles y atenderlas de modo que armonice con la fe que profesamos.

            Además de esto, necesitamos ser sensibles a las luchas vividas por la juventud en nuestro siglo. En cada generación, los jóvenes se encuentran con diversos desafíos, pero lo que estamos viendo en nuestros días es algo realmente atemorizante. Las implicaciones del relativismo y de las transformaciones que el universo virtual ha provocado no meramente en el contenido, sino también en la estructura del pensamiento, potencian de modo significativo la batalla que los jóvenes enfrentan a fin de mantenerse fieles. Con sensibilidad cristiana, necesitamos ser sabios para acoger, aconsejar y dirigir a nuestra juventud hacia una relación dinámica y profunda con el Salvador.

            Por último, debemos mantener inquebrantablemente nuestro compromiso con la doctrina y la ética demostradas en las Sagradas Escrituras. La juventud ha sido cada vez más crítica en relación con las incoherencias de líderes y de comunidades cristianas. Como pastores, necesitamos vivir a la altura del llamado y de la vocación ministerial, a fin de tener acceso al corazón de nuestros jóvenes. La coherencia abre espacios para el diálogo y el discipulado en los caminos de Jesús.

Aunque el desafío sea grande, las posibilidades son aún mayores. Elena de White fue contundente al decir que “son los jóvenes a quienes el Señor quiere como su mano auxiliadora” (Consejos para los maestros, padres y alumnos, p. 472). Sobre nosotros recae la responsabilidad de prepararlos para esa misión.

Sobre el autor: Director de Ministerio Adventista, edición en portugués.