Gracias a Dios por las experiencias vividas durante 1972. Para el mundo, 1972 fue un año de sobresaltos. La guerra de Vietnam siguió cobrando víctimas, Irlanda se transformó en una pesadilla, la violencia recrudeció en América, los juegos olímpicos de Munich fueron manchados con sangre que entristeció al mundo. Hubo hambres, crímenes, aumento de consumo de drogas, radicalización de causas dormidas, y mil dolores de cabeza más.
Para la Iglesia Adventista, 1972 ha sido un año de progresos. En algunos campos se obtuvieron verdaderas victorias. La División Interamericana dio un tremendo e inspirador salto adelante con blancos sobrepasados en todos los niveles, lo que constituye un motivo de alegría y una inspiración para toda la iglesia. La División Norteamericana se lanzó al ataque con un excelente programa, Misión 72, que buscaba la participación de todas las fuerzas y talentos que la iglesia posee. Los frutos han sido tan alentadores, que se ha dado un paso más: la elaboración del plan Misión 73, que a decir del líder máximo de la Asociación Ministerial, será seguido por otros y no se detendrán hasta que la obra sea concluida.
La División Sudamericana dio también un paso más en el desarrollo de su plan de aumentar los frutos de su ministerio, a la vez que buscaba lograr la formación de nuevos elementos, con inspiración y capacitación evangélica. Al redactar estas notas, casi al finalizar 1972, miramos hacia atrás y decimos agradecidos: “Hasta aquí nos ayudó Jehová”.
¿Cuál podría ser el resumen de las actividades desarrolladas? Agradecemos a Dios por el interés que muchos administradores han demostrado no sólo en apoyar a los obreros bajo su dirección, sino también en ocupar un púlpito para llegar al corazón de los no creyentes con mensajes de evangelización. Hemos visto con nuestros propios ojos a presidentes de unión y de campos locales, a tesoreros de unión y también de campos locales, a profesores, oficinistas, maestros, colportores, personal médico y otros detrás de un púlpito usando con poder los talentos que el Cielo les ha dado. Para muchos era una experiencia nueva, pero descubrieron que su vida espiritual se profundizaba, que tenían la satisfacción de ganar almas y eso les permite ahora interesarse mucho más por los que están en el frente de batalla, en la obra de evangelización.
Agradecemos a los hermanos laicos que instruidos e inspirados por sus líderes han trabajado decididamente como predicadores o colaborando de mil maneras para hacer posible el éxito de las reuniones. Ellos son la verdadera potencia de la iglesia y con ellos a nuestro lado seremos capaces de acometer la tarea de concluir la obra iniciada.
Agradecemos a los alumnos de los colegios adventistas que se sumaron a la campaña, aun distrayendo tiempo de sus tareas académicas. Agradecemos a los que han usado sus talentos musicales para poner una nota cálida en las reuniones. Agradecemos a quienes han proporcionado ideas, materiales, sermones, para que la programación fuera útil y se desarrollara a tiempo. Y agradecemos al presidente de nuestra división, pastor Roger Wilcox, por el apoyo prestado en todo momento. Su interés permanente en la evangelización nos ha inspirado constantemente.
Vaya un reconocimiento muy especial a los directores ministeriales de las uniones y de los campos locales porque en todo momento estuvieron dispuestos a impulsar el plan en marcha. Gracias a Dios por los valiosos dones que él ha dejado en su iglesia, y que ahora están siendo empleados enteramente en la terminación de la tarea.
Aun cuando no podemos adelantar cifras sobre almas ganadas, pues faltan todavía algunas semanas para que el año termine, notamos que ha habido un excelente aumento estadístico. Pero ahora miramos hacia 1973. Habrá, por supuesto, luchas y dificultades que vencer, pero sin duda alguna habrá victorias a nuestra disposición. El programa de acción coordinada constituye el siguiente paso en el plan de formar una iglesia-equipo para acometer con éxito los capítulos más significativos de la historia del pueblo de Dios a través de las edades. Nos esperan los momentos más dramáticos, las luchas más encarnizadas, pero también las victorias más espectaculares con hechos tales como la lluvia tardía, el fuerte pregón, la terminación de la obra de dar testimonio al mundo, lo que traerá aparejada la segunda venida de Cristo.
¿Cómo lo lograremos? Nehemías nos da uno de los secretos: “Y dije a los nobles, y a los oficiales y al resto del pueblo: La obra es grande y extensa, y nosotros estamos apartados en el muro, lejos unos de otros. En el lugar donde oyereis el sonido de la trompeta, reuníos allí con nosotros; nuestro Dios peleará por nosotros” (Neh. 4:19, 20). Es necesario que haya una acción coordinada, unida. Todos atentos a nuestras metas y objetivos, pero por sobre todas las cosas preocupados porque la obra de amonestar al mundo no sea detenida. Ha llegado el momento de oír la trompeta y reunirse para que el Señor pelee por nosotros y junto a nosotros.
El segundo no es menos importante: encauzar todo esfuerzo hacia lo fundamental, lo básico, lo que es el objetivo de la iglesia: salvar almas. Y eso nos lleva a otro pensamiento que casi no sería necesario mencionarlo por sobreentendido: eliminar todo lo superfino, lo que estorbe. Stanley Jones cuenta el caso de un viejo llavero que llevaba colgado de su cinturón. Ya era demasiado pesado y empezaba a molestar. “¿Quién eres tú?”, le preguntó a una vieja llave. “Soy de un candado que hace mucho se perdió”, fue la respuesta. El dueño la quitó de su sitio y la tiró como inútil. “¿Y tú qué función cumples?” le preguntó a otra llave. “Ninguna, pues la cerradura que yo abría no sirve más”. Fue desechada también como la anterior. Idéntica suerte corrieron otras que al ser interrogadas no pudieron dar una respuesta satisfactoria. Al fin el llavero estaba más liviano y ágil; solamente cargaba las llaves que tenían utilidad.
En nuestro programa denominacional, en nuestro plan anual, en el plan diario puede haber –y de hecho las hay a menudo– llaves inútiles, estorbos. ¿Por qué seguir cargando con aquello que es sólo lastre? Arrojemos por la borda todo lo que impida que nuestro tiempo, talentos, recursos y nuestro ser entero, sean usados para que el Evangelio eterno sea predicado sin estorbos y podamos dar al Señor un ministerio fructífero.
Es cierto que a veces es más fácil o más entretenido “servir a las mesas” (Hech. 6:2) que dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra (vers. 3), pero las mesas quitan a veces un precioso tiempo que es irrecuperable.
Y como el espacio se acaba nos limitaremos a un secreto más: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23, 24).
Al participar de un plan de acción sugerido por la iglesia, no debemos pensar en agradar a los hombres. No vale de mucho trabajar sólo por la disciplina. Lo que vale es usar esas ideas como ayuda para que podamos lograr el fruto que anhelamos en nuestro ministerio, no pensando sólo en la aprobación del hombre, sino en cumplir nuestro ministerio eficazmente.