La revista Newsweek publicó no hace mucho un estudio del clero de los Estados Unidos llevado a cabo por John Koval, sociólogo de la Universidad de Notre Dame en el que estima que uno de cada cuatro sacerdotes católicos de ese país está por abandonar los hábitos y uno de cada ocho ministros protestantes está pensando seriamente en renunciar a su pastorado. (Newsweek, “Clergy Under Stress”, 25 de enero de 1971, pág. 57.)

 Al paso que los religiosos católicos están aparentemente descontentos con varias cosas de las cuales el celibato no es de las menores, los clérigos protestantes se hallan afligidos por la “necesidad de más dinero” y la “obra aparentemente fútil y anodina de la iglesia”.

 El estudio de Koval deja en claro que los religiosos no han perdido la fe en sus credos, pero han llegado a sentirse frustrados por lo desesperanzado de la misión de ellos.

 La desesperanza está de moda. La última década ha visto a hombres de distintas disciplinas levantando las manos como niños que jugaran con sus dedos. Con demasiada frecuencia este modo de abandonarse golpea las filas del ministerio adventista y amenaza con una infiltración aún mayor.

 La edad no constituye ninguna garantía. Hace sólo unos días oímos la triste nueva de que un amigo joven se había desanimado y había abandonado la obra.

 A veces son hombres maduros los que, luego de largos años de experiencia, solicitan una “licencia” que se convierte en ausencia permanente.

 Como si fuera un virus que no se puede dominar, la tentación a descorazonarse parece que se esconde en todas partes: en el rincón de estudio donde, solo, el pastor examina sus problemas; en la sala de las juntas, donde los agudos problemas desafían las soluciones humanas y aun en las reuniones de obreros cuando una voz amarga y abatida puede oscurecer la conversación de un grupo de hombres que disfrutan de unos momentos de compañerismo.

EL OPTIMISMO: UNA NECESIDAD

 Está visto que la inclinación al punto de vista fútil termina por convencer si no somos avisados. Un obrero puede comenzar disculpando sus sentimientos al considerar la enorme cantidad de trabajo por realizar en su asociación o distrito. Se pone a pensar en cuán poco hace en cada breve día y se dice para sus adentros: “¿De qué sirve? ¡Apenas si se nota!”

 El obrero de la actualidad a veces comienza a computar los muchos kilómetros que está obligado a viajar, el tiempo que sacrifica lejos de su familia, la falta de descanso y tranquilidad que sufre. Se siente tentado a pensar: “¿Y todo para qué? Podría ganar más dinero y ayudar mejor a la iglesia si fuera un buen miembro laico. Quizá podría vivir mejor así”. Precisamente en ese momento no le da mucho valor a una tarjetita blanca que lleva en su bolsillo y que es la que le otorga sentido a su vocación sagrada.

 El pastor observa las ocupaciones mundanas, hasta el pecado abierto, en que están engolfados muchos de sus miembros y suspira: “¿Es que mi predicación no tiene ningún efecto?”

 Nuestro hermano desanimado ve una gran brecha entre la primera visión que tuvo del ministerio para ganar almas y muchas de las tareas reales que le devoran el tiempo con avidez. Su cabeza es un remolino de instrucciones de los distintos departamentos de la iglesia y termina exclamando para sí: “¿Soy tan sólo un promotor, un malabarista de presupuestos, un director de campañas?”

CONOCER EL PELIGRO

 Que tal espíritu exista es ya un serio peligro, pero la real tragedia residiría en nuestro fracaso en verlo como lo que es: el plan de Satanás para destruir al ministerio.

 Es el mismo ataque que impulsó a Jonás a dirigirse a Tarsis. Es la misma táctica que llevó a Juan Marcos a retirarse de la obra misionera. El sentimiento de desesperanza que llevó al gran profeta Elías al nivel más bajo de su experiencia. Pero la sierva del Señor nos dice pue hay una manera de vencerlo.

 “Para los desalentados hay un remedio seguro en la fe, la oración y el trabajo. La fe y la actividad impartirán una seguridad y una satisfacción que aumentarán de día en día. ¿Estáis tentados a ceder a presentimientos ansiosos o al abatimiento absoluto? En los días más sombríos, cuando en apariencia hay más peligro, no temáis. Tened fe en Dios. El conoce vuestra necesidad. Tiene toda potestad. Su compasión y amor infinitos son incansables. No temáis que deje de cumplir su promesa. Él es la verdad eterna. Nunca cambiará el pacto que hizo con los que le aman. Y otorgará a sus fieles siervos la medida de eficiencia que su necesidad exige” (Profetas y Reyes, pág. 121; la cursiva es para destacar).

 ¿Es posible que pasemos muchísimo tiempo pensando, sin orar, y más tiempo contemplando el trabajo, que trabajando? Un hombre ocupado no tiene tiempo para desanimarse. Su misma utilidad es un antídoto contra la futilidad.

TENEMOS EL PODER

 Si hay pastores, carentes del Espíritu y del poder de Dios que se están separando de su ministerio, recordemos que el Espíritu Santo se halla completamente asentado en el campo de la verdad y que toda su potencia está a nuestro lado a fin de capacitarnos para dar cima a la obra.

 Es cierto que nos vemos como inundados por la magnitud de la obra. Pareciera que cuanto más nos aproximamos al fin tanto más se incrementa la obra. Nuestras iglesias y nuestro pueblo hacen frente a nuevos problemas de la actualidad que pesan gravosamente sobre el pastor y aumentan sus cargas. Con el objeto de adecuarse a las costumbres de la civilización sujetas a rápidos cambios la obra de Dios se halla en constante expansión, al tiempo que revisa los viejos métodos. Esto también multiplica la obra que ha de hacerse. Frente a todo esto cada uno de nosotros podría desanimarse. Pero ¿qué ganaríamos con abandonar? ¿Cuánto ayudaría al cumplimiento de la tarea? El siervo fiel ve la enormidad de la obra que debe ser hecha como la misma razón para mantenerse en su puesto. Nunca ha habido una oportunidad mayor para ser útil, nunca lo ha necesitado tanto la causa de Dios.

 Aunque el apóstol Pedro estaba hablando de la vocación cristiana en general, estas palabras de su segunda epístola son muy aplicables al ministerio: “Por tanto, hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y elección. Obrando así, nunca caeréis. Pues así se os dará amplia entrada en el Reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 1:10, 11; Biblia de Jerusalén)

 Hace casi veinte años que mi esposo y yo aceptamos ese llamamiento. Hemos pasado por momentos de prueba cuando sólo el Cielo podía saber lo que sería de nosotros; hemos pasado semanas y meses de duro trabajo físico; pero siempre estuvo presente la mano de Dios, que conducía al triunfo y al éxito. La vimos en el comienzo, y todavía existe. Con su ayuda, no la abandonaremos ahora ni nunca.

Sobre la autora: Esposa de pastor — Asociación de Missouri