La Iglesia Adventista del Séptimo Día no tenía un concepto claro de un pastorado local hasta muy entrado este siglo. A través de los años el papel del pastor ha cambiado significativamente respecto del siglo pasado y el presente.

            Para comprender mejor los comienzos del cuidado pastoral en los albores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, debemos volver la mirada a nuestros orígenes milentas. En la época en que Guillermo Miller presentó sus interpretaciones proféticas, los pastores de otras iglesias instaban a sus miembros a ignorar sus enseñanzas. Muchas veces aquellos que aceptaban el mensaje de Miller eran desfraternizados. Los milleritas, a su vez, consideraban a las iglesias desfraternizadoras como Babilonia.

            Durante las primeras dos décadas inmediatamente después de 1844 los adventistas resistieron voluntariamente el establecimiento de cualquier organización que se pareciera a la de estas iglesias. Sin embargo, a principios de la década de 1860 el movimiento emergente tuvo que tratar asuntos organizacionales, como la ordenación de los pastores, la alimentación de la grey, el evangelismo a escala nacional y la remuneración de los obreros.

            A instancias de Jaime y Elena White, la organización tuvo lugar en el año 1863 en Battle Creek, Michigan. Pero el deseo de no imitar a “Babilonia” retardaba mucho el crecimiento organizacional. Por ejemplo, el uso del título “reverendo” fue cambiado por el más humilde título de “hermano”, más tarde por el de “anciano”, y luego “pastor”.

            Sin embargo, atar a un pastor a una iglesia adventista local se consideraba un peligro que debía evitarse. Jaime White comentó en 1858: “Ministros de Jesús, ‘predicad la palabra’… Señaladles… a nuestro poderoso Salvador…, y entonces dejadlos para que obtengan una experiencia viva… mientras seguís vuestro camino para proclamar la salvación a otros. Si entráis en todos los detalles de los deberes de vuestros hermanos, tened por seguro que estaréis entrando en la obra de los ángeles ministradores… Y el efecto será, que la iglesia os mirará a vosotros en vez de ver al Señor”.[1]

            Uríah Smith añadió otras reveladoras perspectivas: “No vemos ninguna razón por qué los ministros no pueden trabajar, por lo menos sesenta y seis horas por semana… Pueden estudiar con todas sus fuerzas cinco horas, visitar de casa en casa con toda su fuerza cuatro horas cada día, y predicar una hora cada día… Con esto se les dejan catorce horas para dormir, recrearse, orar y meditar”.[2]

            Visitación quería decir visitas evangelísticas a los que no eran miembros de la iglesia. Los feligreses sólo eran visitados cuando estaban enfermos o pasaban por alguna crisis. La mayor parte de los esfuerzos ministeriales se orientaban hacia el evangelismo, y en particular, el establecimiento de iglesias en “condados oscuros” que no tenían presencia adventista.

Una iglesia en crecimiento y funciones ministeriales cambiantes

            Cuando la iglesia comenzó a conservar registros y estadísticas oficiales en 1863, tenía unos 3,500 miembros con 30 pastores (22 ordenados y 8 con licencia). Para 1870 la feligresía creció hasta llegar a 5,440 con 260 ministros, incluyendo 144 pastores ordenados. Diez años más tarde teníamos 29,711 miembros, 277 ministros ordenados y 184 con licencia. A fines del siglo diecinueve la feligresía ya estaba por los 75,767 miembros, con 847 ministros y 510 ordenados.

            El crecimiento continuo hizo inevitable un avance en la organización. Sin embargo, el temor a ésta y la tendencia a equipararla con Babilonia persistió. Además, los temores relacionados con la institución de pastorados locales se reforzaron por la fuerte creencia en el inminente retomo de Jesús. Era difícil para la iglesia hacer planes a largo plazo sobre cualquier proyecto sin que alguien expresara su preocupación por la brevedad del tiempo. De hecho, el evangelismo era más importante, no la atención y el cuidado de la iglesia; y la estabilidad financiera era algo que correspondía al futuro. Los pastores evangelistas tenían más éxito en los debates que en la atención y el desarrollo de las congregaciones.

            En la década de 1880 surgieron dos corrientes que cambiarían el enfoque de la iglesia. La primera fue teológica, conducida por E. J. Waggoner y A. T. Jones. El énfasis sobre Cristo como la justicia del creyente condujo a un enfoque totalmente diferente del ministerio: seguir a Cristo en todas las cosas. Sobre estas bases, Cristo era el Gran Médico, por lo tanto, era necesario que la iglesia fundara hospitales y sanatorios para poder ministrar como lo hizo Jesús. Cristo era el Gran Maestro; por lo tanto, la iglesia debería crear y administrar instituciones educativas para reflejar de alguna manera el ministerio educativo de Cristo. Y siendo que Cristo era el Gran Pastor de la iglesia, era importante considerar los aspectos pastorales del buen Pastor para nutrir a la iglesia como un ejemplo que nuestros ministros deberían seguir. Este pastorado, por su propia naturaleza, tenía que abarcar el cuidado de las ovejas que ya estaban en el redil.

            En 1883, en un concilio ministerial previo a la Sesión de la Asociación General, Elena de White puso énfasis en un enfoque más Cristo céntrico del ministerio: “Si ustedes predicaran menos sermones, e hicieran más labor personal visitando a la gente y orando con ella, su ministerio sería más semejante al de Jesús”[3]

            El segundo factor clave que influyó en el rol del ministerio fue lo que se ha dado en llamar, en términos generales, comentes de maduración dentro de la iglesia. Una gran segunda generación de adventistas que crecía en la iglesia, demandaba atención pastoral. Tanto la juventud, como los nuevos conversos, estaban abandonando la iglesia. Los dirigentes notaban y lamentaban este triste hecho. Jaime White mismo dijo en 1881: “Es evidente que estamos perdiendo en los campos antiguos de trabajo lo que estamos ganando en los nuevos… ¿no debieran nuestros hombres más capaces… trabajar donde pueden lograr mucho más?”[4]

            Y, sin embargo, a pesar de estas presiones, las corrientes originales en contra de los pastorados locales a largo plazo continuaron. En 1891 el secretario de la Asociación General, W. A. Colcord, señaló: “A diferencia de la mayoría de las denominaciones protestantes, los adventistas del séptimo día no tienen pastores localizados, con excepción de ciertas grandes ciudades donde tienen misiones establecidas”.[5] Se refería a centros de evangelismo en las ciudades donde existían ministros cuyas actividades se parecían mucho a las de un pastor de una congregación local, tal como lo entendemos hoy. Pero estos obreros seguían siendo, esencialmente, evangelistas.

            La alusión de Colcord a la diferencia que existía entre los adventistas y otras denominaciones protestantes demostraba su deseo de seguir siendo diferentes a otros, al no tener “pastores establecidos”. ¡A. G. Daniells, uno de los más grandes administradores de la iglesia, dijo a un grupo de ministros en Los Ángeles, en 1912, que él esperaba que las iglesias nunca tuvieran pastores locales![6]

            Pero las presiones para tener un pastor local continuaron llegando de las iglesias; primero de las instituciones, como el Colegio de Battle Creck, y luego con más insistencia de otras áreas. Para la década de 1920 las iglesias tenían sus pastores, a pesar de la muy difundida insatisfacción que les producía a los líderes denominacionales.[7] Tan tarde como 1940, el presidente de la Asociación General, James McElhany, hizo una observación en St. Paul, Minnesota en los siguientes términos: “Ustedes, hermanos y hermanas, reunidos aquí esta noche, que son miembros de nuestras iglesias, no hay ninguna duda de que desean tener un pastor; pero, ¿saben ustedes que la mayoría de nuestros predicadores debieran estar afuera predicando como evangelistas en vez de pastorear a los miembros? Este es el plan de Dios”.[8] Muchos dirigentes compartían su frustración y veían, a su pesar, la tendencia a tener pastores locales como una maldición, tanto para las iglesias locales como para el evangelismo.

            De modo que, para el primer siglo del adventismo, la preocupación de los pastores iba desde la obra de unir al pueblo remanente y ayudarle a vencer el pecado en la expectativa del pronto retomo de Jesús (período temprano), hasta brindar la atención y el cuidado debidos a los nuevos cristianos, entrenándolos para el servicio misionero y llevar el evangelio a toda nación (período final). Al principio esta atención pastoral la daban los laicos, y sólo más tarde se encargaron de ella los pastores establecidos.

            Hoy, la proporción de miembros locales por ministro ordenado continúa elevándose en el mundo en general. A fines de la última década del siglo pasado la proporción era de un pastor por cada 130 miembros. Y en la década anterior (1980-1990) se ha elevado de 463 a 719 miembros por cada pastor. En todo esto, el rol del pastor tiende inevitablemente a cambiar y expandirse. Corrientes como las expectativas de la generación posterior a la guerra de Vietnam y los miembros de la generación X afectarán también la clase de obra pastoral que se espera de los ministros de las iglesias locales. Añada a esto los efectos debidos a la disminución de los recursos que se deja sentir en las iglesias locales y en la iglesia mundial en general, y se podrá predecir con bastante certeza que habrá más cambios significativos en el rol del pastor adventista del séptimo día en el futuro.

Sobre el autor: D. Min., es pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Hampa, Idabo, y secretario ministerial de la Asociación de Idabo.


Referencias:

[1] Jaime White, en Rewiev and Herald, 1 de abril de 1858.

[2] Uriah Smith, en Rewiev and Herald, 1 de agosto de 1865.

[3] Elena G. de White, “Consecration and Diligence in Christian Workers”, palabras dirigidas a los ministros en la Sesión de la Asociación General de 1883, Rewiev and Herald, 24 de junio de 1884.  

[4] Jaime White, “The Cause at Large”, Review andHerald, 5 de julio de 1881.

[5] W. A. Colcord, en New York Intendent, octubre de 1891.

[6] A. G. Daniells, The Church and Ministry (Riverside, Jamaica: Watchman Press, 1912), en John Fowler, Adventist Pastoral Ministry (Boise, Idaho: Pacific Press Publishing Assn., 1990), pág. 3.

[7] Bert Haloviak, “Longing for the Pastorate: Ministry in Nineteenth Century Adventism”, monografía inédita.

[8] J. L. McElhany, en Fowler, pág. 11. Esto ocurrió en el Concilio Otoñal de 1940. El desaprobaba el desarrollo que veía en la obra pastoral: “Deseo llamar la atención de esta asamblea al hecho de que, en gran medida, nos hemos apartado del plan de Dios”.