Las ilustraciones sensacionalistas minan la credibilidad del predicador y privan a esas historias de todo el beneficio espiritual que podrían tener.

     Entonces, mientras volaba sobre el Atlántico, el parabrisas del avión se rompió por la fuerza de la tempestad, y el aire succionó al piloto y lo sacó de la cabina. Pero él se aferró como pudo al avión, y luchó para mantenerse así hasta que una fuerza desconocida —que yo creo, fue Dios mismo— lo introdujo de nuevo en el avión. Finalmente pudo continuar piloteándolo y aterrizó con toda felicidad en Nueva York”

    Los niños oían embelesados esta historia respecto de una supuesta intervención milagrosa, contada por nuestro nuevo pastor durante uno de sus sermones. Pero la mayor parte de los adultos intentaba esforzadamente no explotar de risa.

     En el curso de los años he oído a algunos pastores ilustrar sus sermones con historias increíbles y circunstancias exageradas. Esa tendencia es muy perjudicial. Siempre creí que la credibilidad del pastor, una vez comprometida por el uso de tales ilustraciones, priva a las historias que cuentan de cualquier beneficio espiritual práctico que podrían tener.

NO TODOS EXAGERAN

     No me refiero a todos los pastores. Por supuesto que aprecio los temas interesantes, y sin duda no hay nada de malo en que el predicador cuente una historia para ilustrar un punto de su sermón. Tampoco es malo usar parábolas para enseñar alguna lección especial. Jesús usó historias y parábolas para que sus enseñanzas fueran más eficaces. Pero nunca presentó como verdadera una historia inventada o sensacionalista.

     Muchos pastores no exageran al contar historias durante un sermón. Y mi vida a sido bendecida por la predicación de esos siervos de Dios.

     Me preocupan unos pocos prevaricadores que terminan mancillando el ministerio y contribuyen a que decline la credibilidad de todos los demás. James Patterson y Peter Kim[1] revelan que el 32 % de los norteamericanos cree haber sido engañado alguna vez por algún clérigo, y un 42 % cree que fue víctima de algún engaño por parte de un abogado. Ese estudio parece indicar que el ministerio está a una distancia de sólo un 10 % más atrás que otros mentirosos, en la opinión de los estadounidenses. ¡Es muy triste que unos pocos exagerados enloden la credibilidad de centenares de excelentes pastores! De todos los ciudadanos, seguramente los ministros son lo que más deben preservar su integridad.

MENTIRAS PIADOSAS

     “Yo miraba, mientras él gritaba y se revolcaba en el suelo. Las paredes y las ventanas se sacudían…”

     Era la tercera vez que yo oía a ese predicador, de quien se decía que era un poderoso evangelista, mientras contaba la misma historia. Cada vez era más fantástica. Me dio pena cuando descubrí que mis hijos comenzaban a burlarse de las historias que contaba, y al darme cuenta de que todo efecto positivo que podrían tener sus mensajes sobre mi familia resultaba anulado por esas exageraciones.

     Puesto que tomo con mucha seriedad el papel del ministro como mensajero de Dios, nunca quise hablar de este evangelista, y de verdad nunca le comuniqué a nadie las reacciones que me producían sus mensajes. Pero un día, mientras conversaba con el secretario ministerial de la Asociación, con respecto a otro asunto, le mencioné al pasar la predilección de ese predicador por esa clase de historias. ¿Qué pensaba él acerca del asunto?

     Sonrió y me respondió: “Es un buen hombre. Es cierto que tiende a exagerar en sus predicaciones, pero eso no significa que sea una mala persona”. Entonces repliqué con ironía: “El proceso de crecimiento espiritual, ¿incluye una licencia para mentir?” El secretario también me contestó en broma: “La licencia sólo incluye las mentiras piadosas” Nos reímos mucho con esa broma, pero nuestra risa cubría algo más profundo, de suma importancia para el pastor y para el adorador: ¿Se justifica contar una historia fantástica para ilustrar un punto del sermón, si eso ayuda a atraer la atención de los oyentes?

CULTURA MENTIROSA

     Patterson y Kim cuentan que “la mentira se ha vuelto una característica cultural de los Estados Unidos. Satura nuestro carácter nacional. Los norteamericanos mienten acerca de todo, y generalmente no por una buena razón” Otra estudiosa, Sissela Bok, afirma que la gente tiene buenas razones para mentir, y que esas razones son innumerables.

     Escribe que mentimos para coaccionar, para evitar algo, para ser diplomáticos, para que la gente se sienta mejor, para evitar algo malo, para conseguir lo que queremos, para lograr el aprecio de los demás, para parecer razonables, para justificar, eludir, condenar, evitar ser condenados, conseguir poder, apoyar intereses ajenos, conservar las apariencias y, sin duda, para preservar nuestra seguridad.[2]

     Esto no es privilegio especial de la cultura norteamericana. Todas las sociedades actúan de la misma manera. Y me gustaría alargar la lista de Bok: mentimos para destacar un punto de un sermón, aunque yo creo que la mayor parte de los ministros, al inventar sus historias, no tiene mala intención. Creo, por el contrario, que su intención es buena. Y hasta diría, en un sentido extremo, que algunos pastores cuentan historias fantásticas para poner énfasis en algo en el nombre del Señor. A eso le llamo yo “fraude ministerial”. Esa fantasía, de cierto modo, se vuelve justificada en el púlpito, cuando supuestamente se relaciona con la esperanza de conquistar una persona para Cristo. ¡Qué contradicción!

     Parece que nosotros, los cristianos, incluso los ministros, formamos parte de una cultura mentirosa más amplia. Toda investigación que se lleva a cabo sobre el tema de decir la verdad indica que actualmente la mentira es aceptable. Carmen De Sena, en su libro Lie: A Whole Truth |La mentira: una verdad total),[3]dice que mientras escribía se sintió abrumada al descubrir cuánta gente miente y a quién. Su estudio demuestra que los hijos mienten y que lo hacen “para llamar la atención, evitar hacer las tareas domésticas, ejercer control, provocar, porque sienten miedo; pero lo más importante es que mienten porque sus padres y otros adultos les enseñaron a mentir” Revela que la gente aprende a mentir muy temprano en la vida.

     En otras palabras, los niños aprenden a mentir por el ejemplo de los adultos. Por lo tanto, es razonable llegar a la conclusión de que si los niños crecen en una iglesia que admira y se alegra con las historias fantásticas de un pastor favorito, creerán por el resto de la vida que ésa es una práctica aceptable tanto en el púlpito como fuera de él. Es posible que uno de esos niños, con el tiempo, se incline por el ministerio, y no encontrará razones para no seguir con una práctica que tanto lo entretuvo durante su infancia.

LA PERSPECTIVA DIVINA

     Junto a muchos pasajes bíblicos que condenan la mentira, Dios preservó numerosas historias de gente que, por una razón u otra, creía que el fraude podría ayudarla a conseguir sus más elevados objetivos. Esos relatos revelan el hecho de que Dios no le resta importancia al fraude como pecado.

     Algunos ejemplos:

     Mentira capciosa. Génesis 4 nos cuenta la historia de Caín, que ofreció un sacrificio que no era el que correspondía, y que Dios rechazó. Entonces asesinó a su hermano Abel, que había ofrecido el sacrificio correcto y que Dios aceptó, lo que despertó la ira de Caín. Cuando el Señor le preguntó: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”, respondió: “No sé; ¿soy yo acaso guarda de mi hermano? Lina mentira capciosa.

     Mentira racionalizada. Consciente de que Faraón podía codiciar su linda mujer, Abram creyó que no se lo podría acusar de falsedad si presentaba a Sara como su hermana. Después de todo era, en efecto, su media hermana (Gén. 12).

     Mentira premeditada. El capítulo 27 del Génesis nos habla de la mentira deliberada de Jacob, con la ayuda de su madre Rebeca. La conspiración resultó en un gran engaño para Esaú e Isaac, y claramente se señala como la causa de algunos de los inconvenientes graves que tuvo que enfrentar Jacob a lo largo de su vida.

     Mentira circunstancial. En 1 de Samuel 21 y 22 leemos acerca de la mentira de David para salvar su propia vida, pero que resultó en la muerte del sumo sacerdote Ahimelec.

     Mentira inspirada por la codicia. Giezi codició los regalos rechazados por Elíseo. Su mentira al respecto indujo al profeta a pronunciar una maldición y, como consecuencia de ella, Giezi quedó leproso. (2 Reyes 5.)

     Mentira blanca. Según Hechos 5, Ananías quiso sacar algún provecho de la venta de su terreno, aunque les aseguró a los apóstoles que estaba entregando todo el dinero obtenido en la transacción. Tres horas después él y su esposa habían muerto.

     Las Escrituras dejan en claro que Dios no trata livianamente ninguna forma de fraude. E indica también que “Dios requiere que la verdad distinga siempre a los suyos, aun en los mayores peligros”.[4] Si no debemos mentir, incluso so pena de perder la vida, ¡cuánto más confiables deberíamos ser al predicar un sermón!

LA VISIÓN DEL OYENTE

     Como una laica sentada en un banco de la iglesia, viéndolo en el púlpito, mientras sigo su mensaje con mi Biblia abierta, espero que usted, pastor, sea el portavoz de Dios para mí y para mi familia.

     Necesitamos desesperadamente de su hábil conocimiento de la verdad divina, tal como está revelada en la Palabra de Dios. Necesitamos que usted alimente nuestros corazones con informaciones y conceptos extraídos de la Palabra, de tal manera que superemos nuestras fallas y seamos capaces de vivir en más íntima comunión con Dios. Entonces, cada semana volveremos para disfrutar de un nuevo banquete espiritual, sabiendo que usted preparó el alimento en la forma de un sermón fervoroso y lleno del Espíritu.

      Es importante para nosotros saber que cada palabra que sale de su boca durante el sermón ha estado bajo el escrutinio de Dios; y que el Espíritu Santo las inspiró para nuestro bien. Aunque podamos aprender algo de historias verdaderas, con personajes reales, relatadas para ilustrar el mensaje, rechazamos las fantasías y los inventos frívolos, porque nos inducen a perder interés en la justicia.

     Cuando escuchamos esas historias tendemos a concentrarnos en su aspecto sensacionalista en vez de hacerlo en el mensaje subyacente. Eso nos impide enfrentar nuestros pecados y reconocerlos francamente. Sin ese análisis y confesión semanal de nuestros pecados no podemos progresar en santidad ni desarrollar en profundidad el carácter que Dios quiere que tengamos.

     Cuando usted cuenta una historia sensacionalista para ilustrar un aspecto de su sermón nos induce a creer que usted no es digno de confianza en otros aspectos que son importantes para nuestra vida espiritual, tales como la crianza y la educación de los hijos, la oración, la unción de los enfermos, el consejo a las parejas que están en los bordes del divorcio, etc.

     Esté plenamente seguro de que no queremos sermones que sólo nos diviertan. Queremos llevar a la iglesia a amigos y miembros no creyentes de la familia, sabiendo que oirán un mensaje cristocéntrico, que los inspirará a unirse a nosotros en el servicio a Jesucristo. Sabemos que cada vez más, a medida que nos acerquemos al fin de todas las cosas, enfrentaremos toda clase de mentiras asombrosas, y necesitamos que usted sea un predicador honesto, veraz y digno de confianza, para quien el fraude ministerial, de la clase que sea, le resulta detestable.

     Queremos poder decir a nuestros amigos y familiares: “Si quieres conocer a Jesús, te puedo presentar a nuestro pastor”.

Sobre el autor:  Empresario adventista. Reside en Indian Trail, Carolina del Norte, Estados Unidos.


Referencias

[1] James Patterson y Peter Kim, The Day America Told the Truth [El día cuando Estados Unidos dijo la verdad] (Prentice Hall Press, 1991).

[2] Sissela Bok, Lying: Moral Choice in Public and Prívate Life [La mentira: una decisión moral tanto en público como en privado) (Pantheon Books, 1978).

[3] Carmen de Sena, Lies: The Whole TYuth [Mentiras: verdad total (Putnam Publishing Group, 1993).

[4] Elena de White, Patriarcas y profetas (Mountain View, California, Publicaciones Interamericanas, 1978), p. 711.