Durante la primera mitad del siglo veinte dos guerras mundiales produjeron cambios significativos en muchos campos del pensamiento. El surgimiento de necesidades específicas en diversas especialidades ha dado lugar en forma repentina y creciente al trabajo de la mujer fuera de la casa. En los años de estos conflictos bélicos se han requerido los talentos de la mujer en un grado difícilmente comparable al de cualquier otro período de la historia. Sus aptitudes naturales para la maternidad, la crianza. la enseñanza y otros quehaceres propios de ella fueron requeridas con urgencia imperiosa desde círculos ajenos al hogar. Se les pidió que abandonasen sus casas, la cocina y la cuna para desenvolverse en ambientes enteramente diferentes y hasta reñidos con su misión natural, a fin de responder a las necesidades de la hora.

 Sin embargo, el ritmo febril de esos días de guerra dejaba poco tiempo para considerar estos cambios en sus últimas consecuencias y con una perspectiva de amplio alcance; era mucho lo que estaba en juego en el presente inmediato. La pregunta no era quién debía hacer las cosas, sino que debía hacerse. Lo importante era asegurarse que las cosas fueran hechas. Mientras el mundo contemplaba a las principales naciones con creciente desilusión, la mujer trabajaba para consolidar un mundo mejor.

 Naturalmente, la guerra afectó también las actividades de la iglesia y el papel que en ella desempeñaba la mujer. Lo cierto es que imperceptiblemente estamos evolucionando hacia una nueva estructura de la sociedad, evolución de la cual a veces no estamos plenamente conscientes. Aceptando estos hechos, la iglesia necesitará efectuar algunas consideraciones con respecto al trabajo de la mujer, y los adventistas no son una excepción a la regla.

Nuestras profesiones denominacionales

Desde su mismo comienzo la Iglesia Adventista ha tenido una verdadera preocupación por su juventud. A través de toda nuestra historia se ha llamado a hombres y mujeres a prestar servicio en nuevos campos. La enseñanza simplificada precedió a la educación más formalizada, que posteriormente se desarrolló hasta convertirse en cursos especializados destinados a producir un ejército de obreros que colaboraran en la tarea de esparcir el mensaje del tercer ángel, y, como decimos entre nosotros, de “terminar la obra.” Nuestra denominación cuenta con numerosas instituciones educacionales, médicas y editoriales. El promedio de los adventistas, después de diez años de militar en las filas, se encuentra, directamente o por intermedio de los familiares, relacionado con algún ramo de la obra.

 Convertir a nuestros miembros en poderosos obreros que colaboren en la terminación de la obra evangélica significa algo más que ideales, medios y energía. Aunque el mensaje contiene en sí mismo los elementos de adaptación y está investido del estímulo que le permite ver las cosas hechas, encontramos en el consejo que se le dio a la Iglesia de Laodicea la prevención de mantener nuestra visión despejada. Este consejo abarca, ante todo, nuestras necesidades espirituales, pero también las necesidades de la iglesia en todo sentido.

Demos más énfasis a la obra bíblica

Sin la menor duda, aunque necesitamos diversos tipos de obreros para nuestra obra educacional, médica y de publicaciones, el evangelismo también requiere un gran número de obreros personales. Los generales sabios y previsores efectúan ocasionalmente una revisión de las tropas y de la posición que ocupa cada compañía, para asegurarse de que el ejército a sus órdenes va concretando su objetivo principal. ¡Cuán imprudentes serían los generales del ejército adventista si permitiesen que los obreros personales—obreros que estudian y oran con la gente en sus hogares—se desentendieran de su cometido! Esto nunca debe pasar porque ésta es una parte vital de nuestro programa evangélico.

 Deseosos de satisfacer la angustiosa necesidad de obreros personales competentes, sugerimos a continuación a nuestros dirigentes unos pocos puntos definidos que otorgarán vigor y efectividad a nuestro mensaje:

 1. Junto con el énfasis que colocamos sobre la necesidad de emplear hombres para nuestra obra evangélica, debemos subrayar con inusitado vigor el trabajo bíblico personal que pueden realizar nuestras hermanas. Desde el comienzo de nuestra organización la instructora bíblica ha demostrado su verdadera valía; a la sierva del Señor se le mostró el lugar importante que ocuparía aquella en las horas finales de la proclamación de nuestro mensaje. Aún no hemos encontrado un substituto para la obrera bíblica consagrada, y al considerar estos hechos debiéramos instar a nuestros dirigentes que al tratar de consolidar la obra evangélica personal, no releguen a un lugar secundario a la mujer.

 2. La utilidad y la eficiencia de la instructora bíblica no estriba meramente en golpear las puertas para entregar las invitaciones a las conferencias, sino en enseñar inteligentemente las doctrinas de las Escrituras. Una persona refinada, educada y con espíritu ganador de almas no podrá rebelarse jamás contra la tarea de repartir invitaciones, ¿pero es sensato que los dirigentes la ocupen mayormente en esto?

 ¿No será perjudicial para su espíritu y para su salud en general confiarle exclusivamente la misión de subir escaleras y tocar timbres? Si ampliáramos más su esfera de acción, no sólo le brindaríamos a la instructora mayores satisfacciones en su trabajo, sino que el evangelista podría organizar mejor su equipo y su trabajo personal, lo cual acrecentaría la eficiencia del conjunto y redundaría en una más rica cosecha de almas.

 Teniendo en cuenta la colaboración desinteresada y abnegadísima que estas hermanas prestan a nuestros evangelistas y pastores, deberíamos dar una mayor consideración al bienestar y la salud de la instructora bíblica. En principio ya nos hemos propuesto como objetivo para los próximos años orientar y preparar a las mejores señoritas de nuestras iglesias para el campo de la obra bíblica. Nuestros colegios y seminarios teológicos están bien equipados como para cultivar en estas valiosas obreras una personalidad atrayente, habilidad en el trabajo y fundamento cultural suficiente. Teniendo en cuenta estos fines y concretándolos, no sólo aumentará el número de conversos sino que éstos otorgarán mayor fuerza a nuestras iglesias y ayudarán para la pronta consumación del cometido evangélico.

Sobre la autora: Secretaria asociada de la Asoc. Ministerial.