Recientemente terminé la lectura de una obra muy interesante, titulada Not a Fan (Zondervan, 2011), de Kyle Idleman, acerca de la condición actual de muchos cristianos. Ya en el inicio del libro, el autor afirma: “Yo creo que Jesús tiene muchos fanáticos en estos días. Fanáticos que vitorean cuando las cosas van bien, pero que se distancian cuando llega un momento difícil. Fanáticos que se sientan confortablemente en las tribunas para vibrar, pero que no saben nada del sacrificio y los sufrimientos del campo de juego. Fanáticos de Jesús que saben todo sobre él, pero no lo conocen” (p. 25).
La constatación de Kyle Idleman es cruda, dura y real. Por ejemplo, en los países del llamado Sur global, donde los evangélicos han expandido sus fronteras y conquistado millones de miembros, hay una gran conmoción alrededor del nombre de Jesús. Sin embargo, el crecimiento numérico e institucional parece que no es acompañado por una revolución que, de hecho, transforme la vida de las personas y comunidades alcanzadas por el evangelio.
¿Dónde está el problema? Bill Hull, en su libro The Disciple-making Pastor (Baker, 2007), fue al punto al decir que “apenas un tipo de persona alcanzará el mundo, y el fracaso de la iglesia en producir ese tipo de persona es el error que la lanzó a esta crisis. La crisis del corazón de la iglesia es una crisis de producto. ¿Qué tipo de persona está produciendo la iglesia? El producto de la orden de Cristo es una persona llamada discípulo. Cristo le ordenó a su iglesia hacer discípulos (Mat. 28:18-20). Jesús describió al discípulo como alguien que permanece en él, es obediente, da frutos, glorifica a Dios, tiene júbilo y ama (Juan 15:7-17)”.
La iglesia cristiana está repleta de fanáticos de Cristo, pero su llamado va mucho más allá de esa condición. Más que admiradores del Maestro, la comunidad de fe es desafiada a desarrollar verdaderos discípulos de Dios. Personas que estén dispuestas a negarse a sí mismas, cargar la cruz y seguir a Jesús por dondequiera que él vaya (Mat. 16:24).
En ese proceso, se hace evidente que la teoría de la vida cristiana es respaldada por el ejemplo de aquellos que ya transitaron el camino estrecho y hacen de Cristo lo primero, lo último y lo mejor de su vida. Por ese motivo, las observaciones de Kyle Idleman y Bill Hull se tornan aún más constrictivas. Si hay una crisis en la formación de discípulos, eso significa que aquellos que son considerados discípulos están fallando en su misión. De esa manera, nosotros, líderes cristianos, debemos reconocer que algo no está bien en nuestra manera de conducir al pueblo de Dios, en hacer del discipulado algo natural en nuestras iglesias. Peor, eso nos lleva a preguntarnos si hemos sido verdaderamente discípulos.
De cierta manera, las muchas demandas que involucran al ministerio pastoral pueden oscurecer la visión acerca del trabajo que debe ser realizado. Dedicamos mucho tiempo a cosas importantes, pero tal vez estemos siendo negligentes con las actividades fundamentales. Y el discipulado es la primera de ellas.
Cristo demostró en su ministerio la importancia del asunto. Aunque el Maestro “recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mat. 9:35), su trabajo más importante fue capacitar a los apóstoles para proclamar el mensaje de la salvación después de su retorno al cielo. El Evangelio de Mateo termina con la orden del Señor para hacer “discípulos de todas las naciones” (Mat. 28:19), y el libro de los Hechos de los apóstoles presenta el modo en que eso sucedió en los primeros años del cristianismo.
Revivir la dinámica de los primeros años de la iglesia cristiana demanda un cambio de paradigma considerable, tanto para los pastores como para los miembros. Para los pastores, eso significa educar exhaustivamente a sus iglesias en relación con la perspectiva bíblica del discipulado, invertir tiempo en la formación de un grupo específico de discípulos, compartir el pastoreo con él y estar dispuesto a pagar el precio del desarrollo de una nueva mentalidad ministerial. Por su parte, los miembros deberán comprender la visión bíblica del discipulado, crecer en su percepción acerca del cuerpo de Cristo y trabajar para cumplir el propósito divino en su vida.
La tarea de hacer discípulos es desafiante, pero cuenta con la poderosa promesa del Señor: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).
Sobre el autor: editor de la revista Ministerio (edición de la CPB)