“Las familias pastorales son tan humanas como cualquier otra de nuestra sociedad, y están sujetas a las presiones que las demás también enfrentan”.

El aumento de la complejidad de los problemas familiares ha demandado la formación de especialistas que orienten a las familias a fin de que estén preparadas para enfrentar desafíos y superar situaciones difíciles que surjan a lo largo de la vida. Con amplia experiencia profesional, el doctor Carlos Catito Grzybowski es uno de los nombres que se destacan en la República del Brasil cuando el asunto es la familia cristiana.

 Nacido en Curitiba (Estado de Paraná), tiene una diplomatura y una maestría en Psicología por la Universidad Federal de Paraná, y un doctorado en Lingüística aplicada, por la misma institución. Actualmente, es socio director del Instituto Phileo de Psicología; coordinador y profesor de cursos de posgrado de la Facultad Luterana de Teología; presidente de la Asociación Brasileña de Asesoramiento pastoral de la familia (Eirene de Brasil); docente del Instituto de Consejería y Terapia del Sentido del Ser; profesor invitado del Centro Evangélico de Misiones y de la Facultad Sudamericana, en Londrina; y miembro pleno del Cuerpo de Psicólogos y Psiquiatras Cristianos.

 Además de psicólogo y profesor, el doctor Carlos Catito es columnista de la revista Ultimato, una de las revistas mejor conceptuadas del sector evangélico brasileño; y escribió varios libros, entre ellos: Macho e fêmea os criou: celebrando a sexualidade [Macho y hembra los creó: celebrando la sexualidad](Ultimato, 1998); Como se livrar de um mau casamento [Cómo librarse de un mal casamiento](Ultimato, 2004); y Pais santos, filhos nem tanto[Padres santos, hijos no tanto](Ultimato, 2012), en coautoría con Dagmar, con quien está casado hace 34 años. Tiene como hobby elaborar historias infantiles, siendo el creador del personaje infantil Smilinguido y de la Tribu Selvación. Es padre de Sabine, casada con Guilherme; y de Lukas, casado con Bárbara. Tiene tres nietos: Clarice, Matías y Leopold.

Revista Ministerio (RM): ¿Qué lo motivó a desarrollar un ministerio dirigido a las familias cristianas?

Dr. Catito (CCG): Cuando estaba en los últimos años de la facultad, inicié un trabajo voluntario en comunidades terapéuticas para atender a dependientes químicos. En ese período, observé que muchos internos que estaban bien durante el tratamiento tenían recaídas cuando regresaban al contexto familiar. Eso despertó mi curiosidad, y me motivó a estudiar la relación entre la influencia de la familia y el uso de drogas por los adolescentes. Enseguida, entré en contacto con el doctor Jorge Maldonado, psicólogo, pastor y terapeuta familiar ecuatoriano, que me invitó a ir al Ecuador para realizar una especialización en Terapia Familiar. En aquel país, conocí más profundamente el ministerio Eirene Internacional y, rápidamente, me apasioné por esa propuesta. Entonces, traje la entidad al Brasil, y estoy al frente de ella desde el inicio de sus actividades en el país.

RM: ¿Cree usted que la familia pastoral es diferente de las demás familias de la sociedad?

CCG: ¡Sin lugar a dudas! La familia pastoral tiene algunas especificidades que la diferencian de las demás familias, pues está siempre sujeta a una sobreexposición frente a la comunidad. Además, existe una serie de expectativas que la hermandad coloca sobre la familia pastoral, muchas veces irreales, que termina resultando en presiones internas. Si estas no son bien administradas, pueden redundar en la desestructuración familiar.

RM: Existe un aumento progresivo en el número de familias disfuncionales en nuestra sociedad. ¿Es posible observar esa realidad también entre las familias pastorales?

CCG: A pesar de lo recién dicho, las familias pastorales son tan humanas como cualquier otra de nuestra sociedad, y están sujetas a las presiones que las demás familias también enfrentan. Vemos que fenómenos como divorcios, uso de drogas por los hijos y otras disfunciones alcanzan también a las familias pastorales. En mi libro Pais santos, filhos nem tanto [Padres santos, hijos no tanto], abordoexactamente ese tema, analizando variosconflictos familiares (estupro, incesto, asesinatoy rebelión de los hijos) enfrentados porDavid, un hombre “según el corazón de Dios”.

RM: Cuando un matrimonio pastoral enfrenta una crisis conyugal y busca ayuda, ¿cuáles son las principales causas del conflicto?

CCG: Las dos principales causas que han llegado a mi consultorio, en estos 34 años de ejercicio profesional, son la sobrecarga de trabajo y la dificultad de lidiar de manera saludable con la sexualidad. En el primer caso, el pastor es fácilmente seducido por las innumerables y constantes demandas de la congregación. De esa manera, acaba asumiendo cada vez más funciones, dejando en segundo plano el cuidado de su cónyuge. Como consecuencia, la esposa, dejada en un segundo plano, se resiente y las tensiones aumentan. En relación con el segundo tópico, la falta de lectura de la Biblia desprovista de preconceptos culturales de machismos y de las, muchas veces, distorsiones familiares del legalismo, llevan al matrimonio a tener una vida sexual concentrada solamente en el fisiologismo sensorial, y no en la ternura relacional. De esa manera, uno se siente objeto de satisfacción sensorial del otro, y no sujeto, buscando, no raras veces, la pornografía como alternativa disfuncional (pero secreta) de “satisfacción”.

RM: ¿Cuáles son las equivocaciones que el matrimonio pastoral comete con más frecuencia, cuando el asunto es la educación?

CCG: La mayoría de las veces, los pastores traspasan a los hijos las exigencias que la comunidad les impone, impidiendo que los niños sean simplemente niños. No pueden correr, gritar, hacer lío, etc. De esa manera, los padres impiden el desarrollo saludable de los hijos. Así, a medida que crecen, van percibiendo que los padres les imponen eso “para atender a las demandas de la comunidad”, y entonces se rebelan. El matrimonio pastoral debe tener siempre en mente que los hijos son niños y, como tales, necesitan de atención, cariño, cuidado; y no de imposiciones irrealistas generadas por expectativas externas. Es necesario dedicarles tiempo, sentarse en el suelo, jugar con los hijos, escuchar sus “tonterías”, interesarse efectivamente por el mundo de ellos y nunca querer transformarlos en “superhijos” que sean ejemplo para toda la comunidad. En relación con los hijos adolescentes, la situación no es distinta. Es necesario interesarse por el mundo de ellos, saber qué músicas escuchan, conocer las compañías que tienen; también invitar a los amigos para que visiten la casa de la familia pastoral, conversar con ellos (con genuino interés) y saber quiénes son sus padres. Es necesario comprometer a los hijos adolescentes en actividades que les sean agradables y despierten su interés. Y tener siempre un tiempo para hacer algo juntos, como jugar algún deporte o un videojuego, mirar una película, acampar o, simplemente, salir para comer alguna comida rápida. Los padres nunca deben dejar de ser afectuosos. Algunos creen que, cuando los hijos entran en la adolescencia, no necesitan más de la “falda” de papá y de mamá. Al contrario, los abrazos, los besos y otras expresiones de cariño son muy importantes, tanto para los muchachos como para las chicas.

RM: ¿Existe algo que la iglesia local pueda hacer para ayudar a la familia pastoral a superar sus problemas?

CCG: ¡Con total seguridad! El punto principal es ver a sus líderes como personas humanas que, por haber recibido de Dios el don especial del liderazgo, fueron colocadas al frente del rebaño. La comunidad no debe considerar a los líderes como seres sobrenaturales infalibles, que nunca pueden errar y que necesitan atender a todas las exigencias de las congregaciones; ¡eso es imposible! Sin embargo, los miembros de las iglesias, caprichosamente, continúan teniendo ese modelo en mente. Hay un pequeño libro de Don Baker titulado Além do perdão [Más allá del perdón] (editora Betania), que relata la historia de una iglesia que supo acoger una familia pastoral en crisis y la ayudó para que la superara. El detalle de la narrativa es que esa congregación fue extremamente criticada por otras iglesias, ¡aunque solamente estuviera cumpliendo el mandamiento de amar!

RM: ¿De qué manera las denominaciones cristianas pueden ayudar a sus pastores a ser felices en la vida familiar?

CCG: Desde la formación en los seminarios hasta las predicaciones de los púlpitos, debería ser enfatizada la idea de que el pastor es un ser humano como cualquier otro, con necesidades y deseos, virtudes y defectos, que difieren de los demás cristianos solamente por causa del don de liderazgo que le fue dado por Dios y del llamado a una misión de tiempo completo. Si eso es inculcado en la mente de los miembros de iglesia, muchas de las presiones que recaen sobre las familias pastorales serían aliviadas; y eso, por sí solo, ya sería un factor generador de salud. Creo, también, que todo pastor debería tener un mentor o consejero espiritual durante su vida ministerial. Gran parte del sufrimiento de la familia del pastor proviene del hecho de que no tiene a quién acudir para recibir ayuda. Si va a buscar consejo por parte de un miembro de iglesia, corre el riesgo de ser mal comprendida, y la fragilidad de la familia pastoral se puede transformar en “chisme espiritual”. Si busca ayuda con un profesional, puede ser considerada como una persona (o familia) débil y descalificada para el ministerio. Entonces, es necesaria una solución que, en mi opinión, sería alcanzada con un proceso de acompañamiento continuo.

RM: ¿Qué consejos daría usted a los pastores que están enfrentando dificultades en el contexto familiar?

CCG: En primer lugar, no se demore en buscar ayuda, pues cuanto más tiempo pasa, el problema empeora. En segundo lugar, no intente espiritualizar el problema, arrojando la culpa sobre el diablo. Reconozca su humanidad y sus debilidades. Tenga en mente que Dios conoce todas ellas y, aun así, vio en usted y en su familia algo especial, pues los llamó para el ministerio. Recuerde que tener fragilidades no significa estar descalificado para el ministerio. Por último, esté dispuesto a dedicar tiempo para tener un diálogo abierto y honesto con todos los miembros de la familia nuclear, reconociendo las responsabilidades de cada uno en el proceso y no colocando todo el peso sobre un solo integrante de la familia. Cuando un matrimonio o una familia no separa tiempo para un diálogo desestructurado y fecundo, los problemas se potencian. Miren el ejemplo de David, que no conversó con los hijos cuando Amón violó a Tamar. Por causa del silencio de David, años más tarde, Absalón se rebeló y acabó siendo muerto. El rey podría haber evitado la muerte de dos hijos si se hubiera ocupado de dialogar en familia. Sin embargo, él dejó que sus ocupaciones estuvieran por encima del diálogo familiar, y eso fue la puerta de entrada para la tragedia en el hogar de un hombre con corazón pastoral.

Sobre el autor: editor de Ministerio Adventista