Hay a lo menos 90.000 ex adventistas que viven dentro de la zona de influencia de nuestras iglesias de Norteamérica. Para ser exactos, diremos que durante los últimos 16 años hemos eliminado de los registros de las iglesias en esta división a 94.848 personas, o porque apostataron o porque se informó que no se sabía nada de ellas. Aceptando que algunas hayan fallecido, sin duda aún viven muchas de las que fueron borradas de la iglesia antes de 1946. Esto representa una pérdida pavorosa; pero estos ex adherentes son excelentes candidatos a ingresar en el redil si la iglesia en general, y el ministerio en particular, les manifiestan un interés amante y una consideración tierna. Una cálida invitación para unirse nuevamente a la iglesia remanente de Dios debiera extendérseles a todos ellos.
El Concilio de Primavera de 1953 de la Junta Directiva de la Asociación General estudió cuidadosamente este serio problema. El secretario de estadísticas informó que 16.589 personas se añadieron a la iglesia por bautismo y por profesión de fe durante 1952. Esto significa sólo 9,8 por cada pastor ordenado de América del Norte. Si todos los obreros evangélicos que son ordenados se añadieran a este total, el término medio de almas ganadas a la verdad por cada obrero se reduciría proporcionalmente. Durante el mismo período de doce meses, 2.925 personas se perdieron para la iglesia por fallecimiento, 4.363 por apostasía y 1.584 desaparecieron; un alarmante total de 8.872 nombres fueron borrados de nuestros registros en América del Norte durante 1952. Esto es más que la mitad del número añadido a la iglesia por bautismo y por profesión de fe, y explica por qué los pastores y los evangelistas deben bautizar a lo menos doscientas personas para obtener una ganancia neta de cien miembros.
No hay duda de que estas alarmantes pérdidas que se producen año tras año no son necesarias. El ministerio adventista es sin duda más eficiente y más efectivo en la obra de salvar seres humanos para el reino de los cielos que lo que señalan estos números. Estos 90.000 ex adventistas no debieran considerarse como perdidos. Los pastores y los dirigentes de las iglesias debieran aceptar el llamamiento a lograr que de nuevo participen de plena comunión con nosotros esas almas que han abandonado temporalmente el redil. Debieron hacerse planes cuidadosos inmediatamente y se debieran organizar todas las fuerzas de la iglesia para cumplir este propósito.
Si la iglesia ha de aceptar este llamamiento, una de las más grandes necesidades será la de predicadores que realmente prediquen. Todos los que participamos del ministerio debiéramos mantener constantemente delante de nosotros, como asunto de importancia primordial, el concentrar el culto público en la predicación de la sagrada Palabra de Dios, semana tras semana, guardándonos de todo lo accesorio en el tiempo destinado para este propósito. La predicación tiene un lugar elevado y distinguido en las Sagradas Escrituras y en toda la magnífica historia de la iglesia cristiana. El predicador llamado por el Señor, ordenado por el Espíritu, consagrado a predicar un mensaje divino para el mundo y que siente consumirse en un celo ardiente por los perdidos, es el hombre de Dios para esta hora. La predicación ha hecho maravillas desde el Pentecostés hasta hoy. Si los predicadores solamente reconocieran que su principal tarea consiste en predicar tanto al público como a las personas individualmente, harían maravillas ahora y continuarían haciéndolas hasta el fin del tiempo.
Las dos razones principales que explican el elevado porcentaje de pérdidas en la Iglesia Adventista ha sido el empleo del púlpito con propósitos ajenos al que le corresponde y la negligencia, de parte de los pastores y los dirigentes de la iglesia, para visitar regularmente y ministrar en forma individual a los miembros. Debiera reconocerse que los servicios de culto, incluyendo los cultos del sábado de mañana, las reuniones de oración y las reuniones evangélicas, debieran ser ocasiones en que se predicara y se enseñara en forma cristocéntrica en todas las iglesias. Todos los que ocupan el púlpito debieran tener este propósito en vista. Al dirigir las campañas esenciales y los días especiales provistos por la denominación, debiera ejercerse cuidado para que se los presente en forma espiritual, acompañados de la dignidad que se espera de los ministros que conducen a un pueblo a adorar al Dios Altísimo. Todos los servicios de la iglesia debieran ser tan espiritualmente inspiradores, y debieran brindar tanta satisfacción devocional, que los adoradores y las visitas llegaran a formar el hábito de asistir a ellos regularmente.
El Sr. W. H. Griffith Thomas, en su libro “The Work of the Ministry” (La obra del ministerio), afirma con las palabras que siguen, que la predicación tiene íntima relación con la asistencia a la iglesia: “La prosperidad espiritual de cualquier iglesia está determinada mayormente por la predicación de sus pastores, y nos atrevemos a afirmar nuestra convicción de que la condición espiritual de la iglesia actualmente se debe en gran medida al descuido de Ja predicación. Cuando observamos la falta de interés en la asistencia, y aún más, la ausencia de poder espiritual en la vida de la iglesia. no creemos que sea inexacto decir que esa situación se debe al descuido del don de la predicación.”—Pág. 201.
Cómo organizar a la iglesia para visitar regularmente a los miembros
El segundo factor digno de énfasis, si es que hemos de conseguir que los antiguos miembros retornen al redil, es la importancia de organizar a la iglesia en el sentido de prepararla para visitar regularmente a todos los miembros, como también para realizar otras actividades ganadoras de almas. Pareciera que como pastores estamos muy bien dotados para organizar a las iglesias a fin de que lleven a cabo ciertas campañas. Pero cuando se trata de trazar planes para conseguir que todas sus fuerzas contribuyan a una obra evangélica integral, en completa cooperación con el pastor, parece que esta capacidad desaparece en algunos lugares. El consejo del Señor al respecto es muy definido: “Si la iglesia es muy numerosa, que los miembros se reúnan en grupos y que trabajen para los miembros de la iglesia y para los incrédulos.”—“Testimonies,” tomo 7, pág. 22.
Los pastores se ven obligados a dedicar mucho tiempo a la rutina ordinaria de la iglesia, que podría haber sido atendida fácilmente por los dirigentes elegidos con ese fin. Se debiera enseñar a los hermanos a reconocer que el principal propósito del pastor es trabajar por las almas y prepararlas para el bautismo, para que lleguen a ser miembros de la iglesia. “La mayor ayuda que se puede prestar a nuestro pueblo es enseñarle a trabajar para Dios y a depender de él, no de los pastores.”—Id., pág. 19.
El Señor ha trazado un plan para la organización de la iglesia que, puesto en práctica con la mayor eficiencia, evitará las apostasías y nos ayudará a ganar de nuevo a los que fueron miembros. En el Antiguo Testamento se instruyó a Moisés por medio de su suegro Jetro a delegar su responsabilidad en lugar de conservarla toda para sí mismo. “Además, inquiere tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y constituirás a éstos sobre ellos caporales sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta y sobre diez. Los cuales juzgarán al pueblo en todo tiempo; y será que todo negocio grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo negocio pequeño; alivia así la carga de sobre ti, y llevarla han ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás persistir, y todo este pueblo se irá también en paz a su lugar.” (Exo. 18:21-23.)
Cuando este plan se puso en práctica, la eficiencia de Moisés aumentó en su ministerio en favor de la gente.
En el Nuevo Testamento el arquitecto de la iglesia no es otro que su fundador, Jesucristo. En Mateo 10 y Marcos 6 leemos acerca de su comisión para los doce discípulos y las responsabilidades que depositó sobre ellos en cuanto a la obra evangélica que debían realizar. La mensajera del Señor dijo lo siguiente con referencia a este asunto: “Al ordenar a los doce, se dio el primer paso en la organización de la iglesia que después de la partida de Cristo había de continuar su obra en la tierra.” —“Los Hechos de los Apóstoles,” pág. 15.
Después de esto se ordenaron setenta obreros evangélicos adicionales, tal como lo registra Lucas 10. Se les encomendó que fueran “de dos en dos delante de sí, a toda ciudad y lugar adonde él había de venir.” Esta clase de actividad evangélica, que consiste en ir de casa en casa, ha resultado muy eficaz para descubrir a los interesados en el Evangelio y para proseguir atendiendo su interés en la verdad.
Después del Pentecostés se ordenaron siete diáconos en la iglesia (Hech. 6), y más tarde se ordenaron ancianos en cada congregación (Hech. 14:23). Era muy natural que después que se ordenara a estos dirigentes, se organizaran reuniones en las que los apóstoles y los ancianos pudieran discutir el bienestar espiritual de la iglesia (véase Hech. 15:6). Había que elegir oficiales en cada iglesia, de acuerdo con lo que se nos revela en la carta de Pablo a Tito: “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo que falta, y pusieses ancianos por las villas, así como yo te mandé.” (Tito 1:5.)
Y en la actualidad, en la iglesia remanente, Dios ha dado consejos adicionales para la obra evangélica que consiste en la cooperación de cada miembro de ella con su pastor.
“Cuando trabaje donde ya haya algunos creyentes, el predicador debe primero no tanto tratar de convertir a los no creyentes como preparar a los miembros de la iglesia para que presten una cooperación eficaz. Trabaje él por ellos individualmente, esforzándose por inducirlos a buscar una experiencia más profunda para sí mismos, y a trabajar para otros. Cuando estén preparados para cooperar con el predicador por sus oraciones y labores, mayor éxito acompañará sus esfuerzos.”—“Obreros Evangélicos,” pág. 206.
Debiera reconocerse que en cada congregación tanto los ancianos locales como los diáconos y otros dirigentes de la iglesia debieran compartir con el pastor la obligación espiritual de animar y sostener en la iglesia a cada miembro, mientras trabajan con diligencia para conseguir que vuelvan al redil los exmiembros.
¿Cómo se puede hacer esto?
No basta que en un artículo de esta naturaleza digamos meramente lo que se debe hacer para hacer frente al problema de conseguir que los exmiembros vuelvan a la iglesia, sino que también debe decirse cómo se lo puede hacer. A continuación presentamos una breve lista de sugerencias.
1. El primer paso consiste en hacer un archivo con tarjetas que lleven los nombres de los miembros de la iglesia, de acuerdo con los libros que lleva el secretario, y ponerlas en orden alfabético. Allí debiera mencionarse la condición familiar de cada hermano, anotando especialmente si el esposo o la esposa son o no miembros de la iglesia, el número de hijos que hay en la familia, y la fecha de nacimiento de cada uno. Cuando esos hijos llegan a la edad en que deben hacer su decisión, es el deber del pastor prepararlos para el bautismo. Después de hacer esto, conviene revisar el libro de la secretaría de la iglesia y anotar los nombres de todas las personas que fueron miembros de la misma desde quince años antes, y que fueron borradas de los registros por causas ajenas a fallecimiento, o traslado a otra iglesia. Adóptese toda fuente de información para actualizar la dirección de esas personas, y una vez encontrada, háganse planes para visitarlas inmediatamente.
2. Sitúese en un gran plano el domicilio de cada miembro de la iglesia, indicando con alfileres de colores u otros objetos similares, la ubicación de cada uno de ellos.
3. Divídase la ciudad o distrito en dos, cuatro, seis u ocho áreas, en forma proporcional al número de ancianos que puedan servir como jefes de estos sectores. A continuación se dividirá cada sección en dos o tres distritos más pequeños, en los cuales podrán incluirse los domicilios de unos quince o veinte miembros de la iglesia. En las ciudades grandes, las zonas postales pueden servir como zonas ideales para dividir el distrito. Póngase a un diácono u otro oficial de cierta importancia a cargo de cada distrito bajo la dirección de un anciano, quien será el director de cada zona, la que a su vez incluirá dos o tres distritos.
4. Trabájese de tal manera que cada miembro de la iglesia sea visitado a lo menos
una vez por trimestre. Los nuevos miembros de la iglesia que hace menos de dos años pertenecen a la misma, debieran ser visitados por lo menos una vez al mes. Todos los miembros de la iglesia que vivan dentro de los límites de cada distrito debieran formar parte de la junta visitadora y operar bajo la dirección del jefe de distrito.
5. Los jefes de distrito y los directores regionales debieran reunirse cada mes con el pastor para rendir informes acerca de las visitas y discutir la condición espiritual de la iglesia.
Al escribir acerca del tema de cómo dirigir el rebaño del Señor, Roy Allan Anderson ha dicho:
“En el Nuevo Testamento apenas si hay una que otra sugestión relacionada con la separación de los miembros de la iglesia; en cambio, todo el énfasis se pone en conservarlos; o, si alguien se ha apartado, para atraerlo de nuevo y restaurarlo al redil… La iglesia es el cuerpo de Cristo. Es el objeto de su suprema consideración. Por ella dio su vida, y cada miembro individualmente es precioso para él.”—“The Shepherd Evangelist” pág. 585.
Sugestiones acerca de cómo realizar las visitas
La mayor parte de los miembros que se han separado de la iglesia durante los últimos quince años, saben en el fondo de su corazón que la Iglesia Adventista es la verdadera iglesia. No se apartaron porque dudaran de la enseñanza de la iglesia, sino a menudo porque fueron heridos sus sentimientos o se los descuidó y olvidó. Al visitarlos, el pastor u oficial de la iglesia necesita asegurar a estas almas errantes cuánto se las ama. Este interés aliviará su corazón. En seguida, el visitante debiera estar preparado para escuchar una larga historia reveladora de cuán poco se preocuparon los dirigentes de la iglesia, en el pasado, de esta alma en particular. Enumeramos unas pocas sugestiones que debieran tenerse en cuenta al visitar a los exmiembros en un esfuerzo especial para conseguir que vuelvan a formar parte de ella.
1. Nunca dé la impresión de que está impaciente. Más vale ganar un alma que economizar un minuto. Jesús pasó toda una noche hablando con algunos hombres.
2. Sea simpático. Más de una de esas personas ha dicho: “Nunca sabrá cuánto me ha ayudado.” (Y todo lo que hizo el pastor fue escuchar los problemas de estas pobres almas tentadas).
3. Esté siempre dispuesto a escuchar atentamente. El arte de escuchar es en realidad importante. No interrumpa al corazón perturbado que comienza a aliviarse de sus dificultades. Más vale inclinar la cabeza en señal de simpatía que interrumpirlo antes de que haya terminado de relatar su historia.
4. Observe cuidadosamente a la persona. La clave de todo el problema se revela a menudo por un gesto perturbado o la inflexión de la voz.
5. Nunca cause la impresión de estar sorprendido, no importa qué sea lo que escuche. Vd. cercenará su utilidad en favor de tal persona en el momento mismo en que revele que está asombrado. Note la forma en que trató Jesús a la mujer pecadora mencionada en Juan 8.
6. No disminuya la gravedad de los problemas. Son grandes para quien los relata. No sugiera que no existen. Si no existieran, no estaría hablando de ellos.
7. No condene los errores del pasado. Cristo no lo hizo, y Vd. no debiera hacerlo tampoco.
8. Nunca incurra en infidencia. Nada es más descorazonador que el que un pastor no pueda guardar lo que se le confía. Tal vez en más de una ocasión sienta la necesidad de compartir esa importante información, pero no lo haga si no ha recibido autorización de aquel que se la confió.
9. Reconozca siempre la dignidad de la personalidad humana. Nunca deje entrever que no hay esperanza de solución para un problema determinado. Jesús miraba a la gente, no como era, sino como podía llegar a ser.
10. Ore con ellos. Nada cura un corazón enfermo de pecado como la oración. Cuando la carga es quitada y los pecados son perdonados, entonces será posible renovar la invitación a adorar a Dios juntamente con su pueblo.
Haga arreglos relativos a la locomoción a fin de que este ex miembro de la iglesia pueda asistir de nuevo a ella. Cuando haya conseguido esto, haga planes para que se le brinde una cálida recepción en el seno del redil.
Quiera Dios que cada ministro de la iglesia acepte este llamamiento a buscar a los miembros que se han apartado. Estas trágicas pérdidas debieran detenerse ahora mismo. En su distrito, en su ciudad, en su iglesia, en su territorio, debieran buscarse de alguna manera las almas errantes, como ovejas perdidas, y se las debiera restaurar tierna y amablemente al redil.
Sobre el autor: Secretario adjunto de la Asoc. Ministerial de la Asociación General.