En el último editorial. (Púlpitos y Ventanas) destacamos el valor de las ilustraciones en la exposición de los grandes temas de la fe. Ellas apelan al poder de la imaginación y ayudan a la congregación a ver con los ojos de la mente el mensaje presentado por el predicador.

Ahora creemos oportuno considerar lo inapropiado del empleo de relatos no auténticos, ilustraciones inverosímiles y citas espurias.

En la elocuencia sagrada hay un lugar legítimo para la invención (en el sentido técnico), “la ilustración hipotética”. Pero, cuando la ilustración es presentada con visos de verdad, el predicador tiene la obligación indeclinable de presentarla en forma correcta, sin las distorsiones y exageraciones que, a menudo, comprometen la integridad de la predicación.

Hay historias relatadas en nuestros púlpitos que pecan por falta de veracidad; son ventanas falsas, carecen de autenticidad.

¿Quién no ha leído u oído aun en reuniones de evangelismo la historia conocida como “La Tumba Abierta de Hannover”? Generalmente se la cuenta de la siguiente manera.

“Hace cien años vivía en la ciudad alemana de Hannover una impía condesa llamada Carolina de Rueling. Debido a que no creía en Dios ni en la vida futura, esta impía mujer expresó el deseo de ser sepultada en una tumba que jamás pudiera ser abierta por los hombres, ni por el mismo Dios. La sepultura debía ser cubierta con un bloque de mármol. Sobre grandes piedras ceñidas por planchuelas de hierro debía leerse esta inscripción: ‘Este túmulo fue comprado para toda la eternidad. Jamás será abierto’.

“Aconteció —quizá providencialmente— que una semilla de abedul cayó en un resquicio existente entre las macizas piedras. No demoró en aparecer un tierno brote al mismo tiempo que una pequeña raíz se abría camino bien hondo hacia el interior, entre las enormes piedras. Lenta e imperceptiblemente, pero con irresistible poder, el árbol creció, hasta que al final sus raíces partieron las planchuelas de hierro y abrieron esa tumba tan bien cerrada sin dejar una sola roca en su posición anterior”.

Pero he aquí la verdad sobre la famosa tumba: El monumento es un bloque de piedra, sin arte, erigido en dos planos. Sobre el bloque existe una inscripción cincelada, en la que se lee: “Enriqueta Juliana Carolina von R., nacida en Nienburg el 19 de enero de 1756, y fallecida el 15 de abril de 1782”. Y sigue la inscripción: “Dio a luz tres hijos para el cielo. Holló el camino de la vida como lo está haciendo en el cielo, y fue privilegiada con la abreviación de su partida para la Patria”.

En la parte posterior del monumento se encuentran las siguientes palabras: “La separación es el destino de la humanidad. Quedar solo, tan temprano en la vida, es la mayor de las angustias. Sólo quedan para el resto de la vida tinieblas, muerte y el aguardar de la mañana, y luz eterna cuando nos encontremos de nuevo. George Ernest von R.”.

En una de las gradas da granito están cinceladas estas palabras: “Este sepulcro fue comprado a perpetuidad. Prohibido abrirlo”. Esto significa que los restos mortales allí depositados no podrán ser trasladados a otro lugar, ni el predio ser usado para otro sepultamiento porque fue comprado para sepultura perpetua. Existe en casi todas las ciudades alemanas la costumbre de que después de algunos años se emplee el mismo lote de tierra de los cementerios para sepultar a otro muerto.

La célebre inscripción, pues, nada tiene que ver con la fe o la supuesta incredulidad de la difunta, pues estaría en flagrante contradicción con las otras inscripciones.

De la lectura de las diversas inscripciones sobre la tumba de Hannover, inferimos que la Sra. Enriqueta Juliana Carolina von R., no era atea, y que ni ella ni su esposo tenían la intención de desmerecer el dogma de la resurrección.

Evidentemente la historia conocida por muchos como “La Tumba Abierta de Hannover” constituye una ilustración inverosímil, ventana falsa a través de la que predicadores bien intencionados pero mal informados, pretenden arrojar luz sobre la esperanza de la vida futura.

Hace algunas décadas, los círculos adventistas fueron sacudidos por un supuesto incidente ocurrido en los EE.UU. Dos pastores que viajaban en automóvil dialogaban sobre la venida de Cristo. Junto al camino un hombre de cierta edad solicitó un lugar en el vehículo. Ellos se detuvieron, lo invitaron a subir y siguieron viaje. Reanudaron la conversación sobre el mismo tema, pero el extraño que ahora los acompañaba, sentado en el asiento posterior, interrumpió el diálogo afirmando que “dentro de seis meses” una guerra habría de agitar al mundo y no habría de cesar hasta la venida de Cristo. Cuando nuestros pastores miraron hacia atrás aquel hombre había desaparecido. Tal vez fuera un ángel, mensajero de luz, concluyeron asombrados nuestros hermanos.

Con algunas distorsiones y variantes esta historia ha sido contada por predicadores amantes del sensacionalismo. “Oí esta historia en diferentes oportunidades, durante los últimos diez o quince años”, escribe el fallecido pastor F. D. Nichol. “Pero, ¿ocurrió realmente tal incidente?” indaga el ex-redactor de la Review and Herald. “Debe hallarse la respuesta a través de un análisis de los testimonios.

“Cuando este supuesto incidente es analizado a la luz de la prueba testimonial, su autenticidad desaparece como la de incontables otros que por ahí circulan… Debo decir en forma inequívoca… que esta historia carece de fundamento” (Questions People Have Asked Me, págs. 117, 118).

Ventanas falsas que no iluminan el púlpito y conspiran contra la integridad de la predicación.

Hay una declaración atribuida a Voltaire usada con frecuencia en nuestro evangelismo: “Estoy cansado de oír decir que doce hombres establecieron la religión cristiana. Probaré al mundo que un hombre solo será suficiente para derribarla”. Esta declaración jamás se encontró en ninguno de sus escritos ni en ninguna de sus biografías.

En efecto, una citación improcedente también constituye una ventana falsa en una exposición homilética.

El mensaje que predicamos debe ser revestido de integridad y honradez; y las ilustraciones y citas empleadas deben ser del mismo carácter.