Llamado a una nueva era de predicación y adoración

La proclamación de la Palabra comenzó cuando Dios mismo habló a los israelitas (Éxo. 20:1-17). Fue algo tan poderoso que “al ver esto, el pueblo tuvo miedo y se mantuvo alejado. Entonces dijeron a Moisés: ‘Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos’ ” (RVR95).

 La palabra hebrea qara (proclamar, llamar o leer en voz alta) expresa el significado de predicación o proclamación en el Antiguo Testamento. “Denota principalmente la enunciación de una palabra o mensaje específico, […] usualmente dirigido a un destinatario específico y […] con la intención de obtener una respuesta específica.[1] El término aparece también cuando Dios asegura a Moisés: ‘Yo haré pasar toda mi bondad delante de tu rostro y pronunciaré el nombre de Jehová delante de ti’ ” (Éxo. 33:19, RVR95; cf. Neh. 6:7; Jon. 3:2).

 El apóstol Pedro observó que Noé era “predicador de la justicia” (2 Ped. 2:5, NVI). En griego koiné, la palabra kerussō “significa (a) ser un heraldo, o en un sentido más amplio, proclamar, publicar, predicar (Apoc. 5:2); (b) predicar el evangelio como un heraldo (Mat. 24:14); (c) predicar la Palabra (2 Tim. 4:2)”.[2] Otros heraldos notables fueron Juan el Bautista (Mat. 3:1); el leproso que Jesús sanó y que “comenzó a proclamar” (Mar. 1:45, BLPH) todo lo que el Salvador había hecho con él. Jesús anunció que el Espíritu del Señor lo ungió para predicar el evangelio (Luc. 4:18) y que su último encargo a los discípulos fue: “Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura” (Mar. 16:15, NVI). Después de su ascensión, hicieron precisamente eso: “Día tras día, en el templo y de casa en casa, no dejaban de enseñar y anunciar las buenas nuevas de que Jesús es el Mesías” (Hech. 5:42, NVI).

 La predicación tuvo un papel significativo en la vida y la adoración de la iglesia apostólica. Exegéticamente, las homilías polémicas se convirtieron en un elemento predominante durante el período del 200 al 800 d.C.,[3] cuando Orígenes, reconocido como el padre del sermón como costumbre eclesiástica, exploró la exposición teológico- práctica de un texto definido, llamado la homilía. Entonces, “en ese período de separación del servicio en una parte homilético- didáctica y en una parte mística, el sermón era misionero y apologético en su estilo, y adecuado para instruir a los catecúmenos”.[4] Los sermones, también, “asumieron la forma de explicación y aplicación del texto, usando particularmente el método de la alegoría, que a partir de entonces se convirtió en predominante y controló el uso homilético de las Escrituras hasta la Reforma”.[5] Agustín “se distinguió por ser enérgico e infatigable como predicador”. Sus sermones eran “vigorosos en los aspectos de la experiencia, testimonio personal, dialéctica y aplicaciones prácticas […] e impregnados con el evangelio”.[6]

 Con la proliferación de los medios de comunicación masiva y el renacimiento de la adoración, la predicación alcanzó su apogeo como la principal parte del culto a mediados del siglo XX. Durante este resurgimiento, más de la mitad del tiempo dedicado a la adoración se dedicaba a la predicación. Sin embargo, la diferenciación del sermón del resto de la liturgia pudo haberse originado en la Edad Media, cuando algunas partes del servicio litúrgico se hacían en latín y “el sermón requería el uso de la lengua vernácula de la región”.[7] Esto creó la sensación de que ciertos elementos del culto (esto es, la predicación) eran más importantes que otros. Algunos teólogos contemporáneos y/u homiléticos, como Michael J. Quicke, lamentan el reciente cambio de paradigma en el estilo y el contenido de la adoración, en el cual la música, el teatro, la alabanza, la danza y las presentaciones de video parecen estar usurpando la importancia y centralidad de la predicación.

 Algunos proponentes de este cambio afirman que “cuando los sermones son considerados primarios, la adoración se reduce a ofrecer habilidad musical y elementos del servicio litúrgico”[8] en los “preliminares”. Los opositores no se rindieron ni se sentaron en silencio mientras el movimiento ganaba fuerza y popularidad. Algunos, como Albert Mohler, dijeron: “La música llena el espacio de la mayoría de los cultos evangélicos, y gran parte de esta música viene en forma de coros contemporáneos, caracterizados por un contenido teológico precioso […] muchas iglesias evangélicas parecen estar intensamente preocupadas por la reproducción de interpretaciones musicales con calidad de estudio”, y añadieron que estos cambios estilísticos “desgraciadamente contribuyeron a la fricción y a veces, incluso, a dividir a las iglesias”.[9]

 T. David Gordon predijo con acierto el inminente declive de la música de adoración contemporánea:[10] Los himnos eran/ son comparativamente malos, porque una generación no puede competir con cincuenta generaciones de escritores de himnos; los compositores se han dado cuenta de cuán difícil/exigente es escribir letras que no solo sean teológicamente buenas, sino también significativas, apropiadas y edificantes; ya no es “una ventaja tener parte o todo el servicio de adoración en un lenguaje contemporáneo”, puesto que la mayoría de las iglesias lo hace así ahora.[11] Como todas las novedades, una vez que la novedad desaparece, lo que a menudo queda parece un poco vacío; y la música es dirigida por equipos de alabanza para un público difícil de orientar. Gordon también afirma que “la adoración contemporánea es un oxímoron. Bíblicamente, la adoración es lo que los ángeles y las estrellas de la mañana hacían antes de la creación”.[12]

 Otros, como David Williams, opinan que “cuando la música de adoración está determinada por nuestras preferencias, nos entronizamos”[13] convirtiéndola, de hecho, en una guerra. Han presentado comentarios de este tipo un grupo diverso de oponentes a la nueva tendencia de adoración. A decir verdad, la adoración ya se ha vuelto tan controvertida que debería llamarse “buque de guerra”, que representa trágicamente el conflicto y a veces ha dividido cruelmente a las congregaciones en su estilo de adoración.[14] Las iglesias tradicionales, en las que el estilo musical continúa siendo himnos y cantos, no escapan a esto. Las presiones, la disminución de la participación y el apoyo financiero, hacen que muchos se rindan, incluso bajo coacción, a la nueva ola en la que la música es más dominante que la predicación.

¿Un nuevo fenómeno?

 Incluso antes del establecimiento de la iglesia, la mujer samaritana junto al pozo de Jacob discutió con Jesús acerca del lugar de adoración. Ella argumentó: “Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén” (Juan 4:20, NVI). La respuesta de Jesús debe hacer que todo el que se enfrenta a causa de la adoración baje sus armas: “Los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Juan 4:23, NVI).

 Es claro que “la adoración a Dios será liberada de la esclavitud del lugar”[15], pero ¿podemos anticipar que se perderá en guerras sobre estilo y contenido? Puesto que el término proskuneo (adoración) significa “hacer reverencia, reverenciar” y “se utiliza como una actitud de respeto o reverencia”;[16] en la batalla entre la predicación y la música, tanto los protagonistas como los antagonistas adoran “lo que” hacen o no saben. Ninguno de los grupos está adorando a “Quien” está implícito (es decir, al Padre). Si lo hicieran, nunca permitirían que esta controversia causara división o perjuicio a la iglesia en su misión de a los perdidos.

 Desafortunadamente, “convencidos de la importancia de la predicación, algunos predicadores se declaran erróneamente como los vehículos más importantes de la adoración. Al invertir todo su esfuerzo en la producción de sermones y al afirmar su importancia en la proclamación del evangelio, pueden dejar de lado la adoración como un asunto secundario”, afirma Michael Quicke. En su arrogancia, estos predicadores “ven el sermón como ‘una especie de transatlántico homilético, precedido por algunos remolcadores litúrgicos’ ”.[17] Citando a John Killinger, Quicke dice: “No hay sustituto para la predicación en la adoración. Provee el impulso proclamador sin el cual la iglesia nunca se forma y la adoración nunca ocurre”.[18]

 Los pastores que relegan todo, menos la predicación, al último cajón de los momentos preliminares, dice Quicke, reflejan visiones miopes de la predicación y la adoración. “A menudo, sin darse cuenta de lo limitada que se ha vuelto su visión, la predicación miope pierde de vista la perspectiva de Dios en la adoración”. También observa que “la predicación miope está marcada por ciertas características”, [19] y “enfoques erróneos; teología de adoración frágil; uso indirecto de las Escrituras; amnesia litúrgica; ambivalencia hacia la música; y sermones irreverentes”.[20]

Llamado a una nueva adoración

 Ya que la predicación tiene un papelpreponderante en apoyo a la música y aotras adiciones contemporáneas a la adoración,¿cómo pueden aquellos que buscanconocer a Jesús saber de él sin quese les predique la Palabra de Dios (Rom.10:14, 15)? ¿Por qué la predicación debedominar la adoración, si la música tieneel poder de tocar el alma con precisión yemociones tan asombrosas?

 Una encuesta realizada en 2002 por el Instituto Barna en los Estados Unidos concluyó que los participantes en las llamadas “guerras de adoración” ignoran el verdadero asunto de la adoración: “La mayoría de las personas que luchan por su preferencia musical lo hacen porque no entienden la relación entre la música, la comunicación, Dios y la adoración. Fomentan el problema centrándose en cómo complacer a la gente con música u ofrecer estilos musicales que satisfagan los gustos de todos, en lugar de tratar el tema más relevante […] e invertir en promover una adoración ferviente a un Dios santo y digno”.[21]

 Si la predicación continúa retrocediendo o queda relegada al estatus de “preliminares”, una serie de innovaciones divertidas emergerá para tomar su lugar. Hoy es música contemporánea, pero ¿quién sabe lo que traerá el mañana? Sin embargo, luchar por preferencias en la adoración no es la respuesta ungida por el Espíritu Santo para resolver estas tensiones.

 La adoración contemporánea se ha convertido en antropocéntrica, en lugar de teocéntrica y cristocéntrica. Las tradiciones y el favoritismo no son las pautas divinas ni para el contenido ni para la práctica de la adoración. Somos llamados a adorar al Señor en espíritu y en verdad.

 No debemos socavar la predicación para reemplazar la evangelización con entretenimiento,

bajo el pretexto de hacer que la adoración sea interesante y emocionante para atraer a los inconversos. El entretenimiento es seductor y atractivo; sin embargo, en palabras de Robert Godfrey: “Debemos recordar que el entretenimiento no es evangelismo. La gente no se convierte por un comediante en el púlpito, un grupo de baile de adoración, ni por la emoción de una banda fantástica, sino por el evangelio de Jesucristo”.

Conclusión

 Recomiendo a los defensores de cualquier modelo que cuestionen si el contenido de la adoración que proponen ha tenido el equilibrio bíblico en el que la predicación es la lámpara a los pies de los adoradores (Sal. 119:105), y la música y la alabanza conducen a la obra salvadora de Dios.

Sobre el autor: D. Min., es profesora de Homilética en el Seminario de Teología de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, USA.


Referencias

[1] R. Laird Harris, ed., Theological Wordbook of the Old Testament, (Chicago, IL: Moody Press, 1980), t. 2, p. 810.

[2] W. E. Vine, An Expository Dictionary of New Testament Words (Westwood, NJ: Fleming H. Revell Company, 1966).

[3] Samuel Macauley Jackson, ed., The New Schaff- Herzog Religious Encyclopedia of Religious Knowledge, (New York: Funk and Wagnalls, 1911), t. 9, p. 159, books.google.com/books?id=pZJAAQAAMAAJ.

[4] Ibíd.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd., p. 160.

[7] Ibíd., p. 161.

[8] Michael J. Quicke, Preaching as Worship: An Integrative Approach to Formation in Your Church (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2011), p. 32.

[9] Albert Mohler, “Expository Preaching – The Antidote to Anemic Worship”, 19 de agosto de 2013, www.albertmohler.com/2013/08/19/expository -preaching-the-antidote-to-anemic-worship/.

[10] T. David Gordon, The Imminent Decline of Contemporary Worship Music: Eight Reasons”, Second Nature, 27 de octubre de 2014, secondnaturejournal.com/the-imminent-decline-ofcontemporary- worship -music-eight-reasons.

[11] Malcolm Gladwell, The Tipping Point: How Little Things Can Make a Big Difference (New York: Little, Brown and Company, 2000).

[12] Quicke, Preaching as Worship, p. 30.

[13] Profesor de Adoración y Música en el Seventh-day Adventist Theological Seminary.

[14] Ibíd.

[15] Archibald Thomas Robertson, Word Pictures in the New Testament, (Nashville, TN: Broadman Press, 1960), t. 5, p. 66.

[16] Vine, An Expository Dictionary, p. 235.

[17] Quicke, Preaching as Worship, p. 28.

[18] Ibíd.

[19] Ibíd., p. 39.

[20] Ibíd., pp. 40-59.

[21] “Focus on ‘Worship Wars’ Hides the Real Issues Regarding Connection to God”, Barna articles in Faith & Christianity, 19 de noviembre de 2002, www.barna. org/ component/content/article/5-barna-update/45 -barna-update-sp-657/85-focus-on-qworship -warsqhides- the-real-issues-regarding-connection -to-god.