Algunas personas tienen dudas sobre la existencia del ministerio o el don del exorcismo en la Biblia. Para comprender mejor el tema, abordaré la cuestión más amplia de la expulsión de demonios, que es parte del trabajo ministerial de algunos de nuestros pastores en diferentes partes del mundo. En general, uno de los desafíos que enfrentan los adventistas es abordarlo bíblicamente, sin permitir que las prácticas de otros cristianos determinen cómo se deben expulsar los demonios.
1. Terminología
“Exorcismo” proviene del sustantivo griego exorkistes, y designa a la persona que expulsa malos espíritus. Su forma verbal, exorkizo, significa “hacer jurar a alguien”, “conjurar” (Mat. 26:63). Llegó a expresar la idea de obligar a alguien a que haga algo por medio de la invocación a un poder sobrenatural (“exorcizar”). En el Nuevo Testamento, el verbo no es utilizado para referirse al exorcismo, y como sustantivo se aplica solo una vez a los exorcistas judíos (Hech. 19:13). El Nuevo Testamento utiliza el verbo “expulsar” (ekballo) demonios, no “exorcizar”. Esto puede deberse al hecho de que el exorcismo estaba asociado con la magia, la realización de ciertos rituales y la utilización de fórmulas religiosas específicas. Esto no es lo que hallamos en el Nuevo Testamento.
2. Posesión demoníaca
En las Escrituras, la posesión demoníaca es una realidad que se toma muy en serio. Los poseídos son caracterizados de diversas maneras: conducta agresiva (Mat. 8:28); intentos de autodestrucción (Mat. 17:15); incapacidad de hablar (Mat. 9:32), de oír (Mar. 9:25) o de ver (Mat. 12:22). En general se hace diferencia entre posesión demoníaca y otras enfermedades (por ej., Mat. 4:24; Mar. 1:32). Sin embargo, uno de los aspectos más controvertidos de la posesión demoníaca es que en casi todos los casos es difícil distinguirla de la epilepsia u otras afecciones físicas tanto como de una enfermedad mental. Esto implica que la posesión demoníaca tiene un impacto en la mente y el cuerpo similar al de esas afecciones. Por lo general va acompañada de elementos de clarividencia, fenómenos sobrenaturales y aun levitación de objetos. Como en muchos casos resulta difícil distinguirla de una afección natural, siempre que podamos tenemos que pedir consejo a los médicos y a otras personas calificadas.
3. Enfoque bíblico
La expulsión de demonios era algo común en el ministerio de Jesús, pero él no enseñó a sus discípulos un procedimiento especial al respecto. Se limitó simplemente a expulsar los malos espíritus por el poder de su palabra, sin ningún ritual o fórmulas utilizadas por la tradición (Mat. 8:16). Les ordenó que salieran, y ellos obedecieron (Luc. 9:49, 50; 10:17). No se sabe de largos rituales, gritos ni interacción física entre Jesús y la persona poseída. En efecto, jamás tocó a un endemoniado, y solo una vez entró en diálogo con uno de ellos (Mar. 5:7-10). Jesús simplemente tenía autoridad sobre los poderes malignos y estos no podían resistirlo.
El Señor compartió con sus discípulos esa misma autoridad (Mat. 10:8; Mar. 3:15; Luc. 9:1). La forma de expulsar demonios es la que probablemente se relata en el libro de los Hechos. Los apóstoles invocaban el nombre de Jesús para liberar a los endemoniados. La fórmula es muy simple: “Te mando en el nombre de Jesucristo que salgas […]” (Hech. 16:18). Era Cristo el que liberaba a la persona; el apóstol lo invocaba para que interviniera. No se producía una prolongada lucha o un diálogo con el demonio. El poder de Cristo se hacía efectivo por medio de las palabras de sus discípulos.
4. El exorcismo y los dones espirituales
En el Nuevo Testamento, el exorcismo no figura entre los dones espirituales. Nadie fue llamado por Cristo a establecer un ministerio de exorcismo. Dio a sus discípulos poder y autoridad sobre los demonios, pero jamás sugirió que esa sería su actividad principal. Su responsabilidad era la proclamación del Reino de Dios, las buenas nuevas de salvación. Dijo de manera explícita: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, resucitad muertos […] echad fuera demonios” (Mat. 10:7, 8; cf. Mar. 6:12; Luc. 9:2). La misión de cada creyente es la de proclamar el Reino de Dios. Cuando en el cumplimiento de esa misión nos enfrentamos a los demonios, recibimos poder de Cristo para enfrentarlos. Pero nuestro llamado primordial es el de proclamar el evangelio de redención por medio de Cristo.
Sobre el autor: exdirector del Instituto de Investigación Bíblica de la Iglesia Adventista.