Aquellos que logran los mayores resultados son los que más confían en el brazo del Todopoderoso. Los hombres de oración son hombres fuertes.
En este momento, en algún lugar, alguien está enfrentando un dolor indescriptible en el alma.
El mal se prolifera. La miseria golpea la puerta de la mayoría de la población. Hay guerras, hambrunas, desastres naturales, crisis financiara, abusos, enfermedades y muerte. Vivimos en el siglo XXI con todos sus desafíos. Somos pastores, aquellos que deben predicar a quien no quiere oír, aconsejar a quien no quiere consejo y ofrecer salvación a quien no cree necesitarla.
Si analizáramos nuestra época desde una perspectiva más amplia, observaremos lo que William A. Beckham llama los “cuatro factores históricos”[1] que contribuyen a la condición actual del mundo. El primero tiene que ver con la explosión demográfica. Se estima que “la población mundial traspasará los nueve mil millones de personas en el año 2050, comparado con los seis mil ochocientos millones actuales y los siete mil millones para inicios de 2012”.[2]
Este factor lleva al segundo: la implosión urbana. La población que crece está migrando a las ciudades, lo que indica que los “los eventos claves V del siglo XXI están ocurriendo en un contexto urbano”.[3] La urbanización creciente es el semillero para los últimos dos F factores: la alienación social, que se refiere al comportamiento del hombre moderno, que se aísla del mundo externo, interactuando cada vez más con máquinas y computadores y gastando gran cantidad de tiempo, dinero y material para construir muros, cercos y barreras. Con esto, él pretende sentirse seguro en medio del ambiente urbano inseguro, lo que se traduce en soledad y miedo.
Finalmente, queda el aislamiento de la iglesia. El mundo alberga grandes ciudades sin raíces culturales en el cristianismo. Algunas de ellas, incluso hostiles hacia él. Es en este contexto desafiante que debemos proclamar las buenas nuevas. Solo será posible sortear tal desafío cuando seamos dotados del poder de lo alto. Solo quienes cuenten con el sello de la aprobación divina obtendrán éxito en la tarea de alcanzar y transformar vidas alteradas. En la Biblia hallamos ejemplos de personas ordinarias que fueron usadas por Dios para acciones extraordinarias. Si fue así en el pasado, así será hoy.
Una confesión
Antiguamente, los héroes de la fe mantenían una costumbre que les garantizaba éxito en medio de situaciones difíciles: comunión personal con Dios. Para aquellos valientes atalayas, la base y el inicio de todo era la oración y el estudio de la Palabra de Dios. He aprendido que, para nosotros, los pastores y predicadores, ese hábito necesita ser inherente a nuestro trabajo; no podemos compartir con las ovejas el alimento que no poseemos.
La relación entre el éxito pastoral y la comunión con Dios es directamente proporcional. Con todo, honestamente, ser consciente de este secreto para el éxito me hace sentir una mezcla entre alegría y tristeza. Alegría por saber que Dios está a mi alcance, de la misma forma que lo estaba para los héroes de la fe. Tristeza, pues aún carecemos de esa relación profunda que aquellos personajes mantenían con Dios. Así, ellos eran usados para curar, ganar guerras, detener la Tierra, detener la lluvia y después, hacer llover.
Recuerdo las historias sobre pastores adventistas que oí en mi adolescencia. Eran relatos de hombres que realizaban cosas extraordinarias para el Señor. Me gustaba saber más sobre esos instrumentos en las manos de Dios, usados para restaurar vidas. Hoy no se oye mucho acerca de hechos semejantes. ¿Será que el Espíritu Santo ha dejado de ser el objetivo áureo que buscamos? Pero, no todo está perdido. Últimamente, Dios me habló al corazón algo que deseo compartir con usted: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
Ejemplos bíblicos
¿Recuerda a Josué? Debía enfrentar una batalla contra los amorreos pero lo hizo después de pedir la autorización debida al Señor, quien le respondió: “No tengas temor de ellos; porque yo los he entregado en tu mano, y ninguno de ellos prevalecerá delante de ti” (Jos. 10:8). El resultado, al haber consultado primero a Dios, fue una gran victoria. Sin embargo, no era el plan de Dios ni de Josué que los amorreos escaparan, pues podían causar otra batalla una vez que se reorganizaran: “Entonces Josué habló a Jehová el día en que Jehová entregó al amorreo delante de los hijos de Israel, y dijo en presencia de los israelitas: Sol, detente en Gabaón; y tú, luna, en el valle de Ajalón. Y el sol se detuvo y la luna se paró, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos ¿No está escrito esto en el libro de Jaser? Y el sol se paró en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse casi un día entero. Y no hubo día como aquel, ni antes ni después de él, habiendo atendido Jehová a la voz de un hombre; porque Jehová peleaba por Israel” (Jos. 10:12-14).
¡Que osadía! El día en que la tierra se detuvo fue debido a la oración de un hombre hecho de polvo igual que usted y yo. Para hacer una oración como esa, es necesario que alguien esté plenamente consciente de su relación con el Creador y Sustentados de todas las cosas.
Josué fue osado, pero esa osadía fue el resultado de la intimidad con su Padre. Elena de White escribió: “Hizo todo lo que era posible para la energía humana, y luego pidió con fe la ayuda divina. El secreto del éxito estriba en la unión del líder divino con el esfuerzo humano. Los que logran los mayores resultados son los que confían más implícitamente en el Brazo todopoderoso. El hombre que exclamó: ‘Sol, detente en Gabaón; y tú. Luna, en el valle de Ajalón’ es el mismo que durante muchas horas permanecía postrado en tierra, en ferviente oración, en el campamento de Gilgal. Los hombres que oran son los hombres fuertes”.[4]
En otra ocasión, Pedro, anteriormente cobarde e impulsivo, miró a un hombre que estaba inválido hacía cuarenta años, a la puerta del templo. Respondió a su pedido de limosna con la autoridad de uno que estaba lleno del Espíritu: “Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios” (Hech. 3:6-8). Todos nosotros deseamos ese poder. Sin embargo, conviene no olvidarse de lo que Pedro hizo antes de obrar el milagro:
“Los discípulos de Cristo tenían un profundo sentimiento de su propia falta de eficiencia, y con humillación y oración unían su debilidad a la fuerza de Cristo, su ignorancia a la sabiduría de él, su indignidad a la justicia de él, su pobreza a la inagotable riqueza de él. Fortalecidos y equipados así, no vacilaron en avanzar en el servicio del Señor”.[5]
De hecho, sin comunión, no puede haber éxito pastoral. Hombres dotados de las más altas capacidades intelectuales no son suficientes para realizar grandes cosas para Dios, ni por él. El estilo de vida del siglo XXI exige que grandes cosas sean hechas como un testimonio de amor a Jesús.
Hoy más que nunca, a medida que se acerca el fin, es necesario que haya siervos dotados de la plenitud del Espíritu y de gran capacidad espiritual, resultante en la asociación con el General de los ejércitos, para que el mundo incrédulo vea su poder. “Dios hará cosas maravillosas por los que confían en él. El motivo porque los que profesan ser sus hijos no tienen más fuerza consiste en que confían demasiado en su propia sabiduría, y no le dan al Señor ocasión de revelar su poder en favor de ellos. El ayudará a sus hijos creyentes en toda emergencia, si ponen toda su confianza en él y le obedecen fielmente”.[6]
Mi oración
Señor, no me permitas convertirme en un pastor profesional, mecánico, mercenario. No dejes que mis metas se resuman solo a la mantención de una iglesia tibia y a recibir mi salario a fin de mes. Incomódame, Señor, para que no me sienta cómodo con la estabilidad financiera y la vivienda agradable que la iglesia me permite disfrutar, ni con el status que me es concedido por la vocación pastoral. Que la búsqueda del poder del Espíritu Santo sea mi obsesión diaria. Ayúdame, en nombre de Jesús, para que esa búsqueda no sea una emoción pasajera, sino una meta fija, así como mis ganas de respirar.
Sobre el autor: Pastor de la Misión Pernambucana Central Rep. del Brasil.
Referencias
[1] William A. Beckham, A segunda reforma: A igreja do Novo Testamento no século 21 (Curitiba, PR: Ministerio Igreja em Células no Brasil, 2007), p. 68.
[2] Ver, http://veja.abril.com.br/noticia/inter-nacional/populacao-mundial-ultrapassar-9-bilhoes-individuos-2O5o-427io3.html
[3] Beckham, p. 70.
[4] Elena de White, Patriarcas y profetas, pp. 543, 544.
[5] Los hechos de los apóstoles, p 47.
[6] Patriarcas y profetas, p. 526.