Tal vez el más grande de todos los anuncios apareció un día en el diario Times de Londres, en el año 1900. Dicho anuncio se caracterizaba por su falta de trazos oblicuos y elegantes. No tenía dibujos de hombres o mujeres atractivos; sin embargo, recibía respuestas de toda Inglaterra. El anuncio, firmado por Sir Edward Shakleton, explorador ártico, decía: “Se necesitan hombres para un viaje peligroso. Sueldo pequeño, frío terrible, largos meses de completa oscuridad, peligros constantes, regreso dudoso; honor y reconocimiento, en caso de éxito”.

Bien podía haber sido este un anuncio o llamado para el ministerio. Por cierto, no se trata de un camino fácil. Jesús nunca pretendió que lo fuera. Todavía hay muchos hoy que se unen al ministerio porque creen que es un camino cómodo, y que los coloca en una senda respetable de la vida, y salva del tumulto y la furia del mundo exterior.

Pero, cuando el Señor nos llama, no dice que será un trabajo fácil. De hecho, “Mientras Saulo viajaba hacia Damasco, […] de repente una luz del cielo brilló en derredor de él, ahuyentó a los malos ángeles y le hizo caer prestamente al suelo. Oyó una voz que le decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Saulo preguntó: ‘¿Quién eres, Señor?’ Y el Señor dijo: ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón’. Y Saulo, temblando y asombrado, dijo: ‘Señor, ¿qué quieres que yo haga?’ ” (PE 200).

Aceptar el llamado significa aventurarse hasta las fronteras. Cristo, nuestro Gran Capitán, nos conduce directamente a la línea de fuego, para que actuemos como testigos. Si estás pensando en una almohada de raso y encajes, entonces la obra de Cristo no es para ti. No comprendemos qué significa ser un cristiano, si pensamos que ello implica siempre paz y serenidad. ¡Dios nos pide que realicemos la más temeraria y exigente de las tareas!

Si me preguntaras: “¿Qué debo hacer?”, te contestaría: primero, ríndete a Jesucristo, tu Señor y Salvador. Segundo, averigua la voluntad de Dios para ti, leyendo su Palabra con diligencia y en forma consistente. Tercero, ora todos los días, pidiendo valor para resistir lo que tú sabes que es malo. Y solo cuando tu vida esté abierta a Cristo por medio de la oración es que puedes recibir su dirección. Cuarto, haz lo que puedas para ayudar a otros en la búsqueda de la verdad. Y, finalmente, regocíjate en el ministerio y marcha hacia adelante. Las riquezas de la eternidad serán tuyas.

“Nuestro Padre celestial no exige ni más ni menos que aquello que él nos ha dado, la capacidad de efectuar. No coloca sobre sus siervos ninguna carga que no puedan llevar. ‘Él conoce nuestra condición, se acuerda de que somos polvo’. Todo lo que él exige de nosotros, podemos cumplirlo mediante la gracia divina” (MJ 219).

“No debemos hablar de nuestra propia debilidad o incapacidad. Esto es una manifiesta desconfianza en Dios, una negación de su Palabra. Cuando murmuramos a causa de nuestras cargas, o rechazamos las responsabilidades que él nos llama a llevar, estamos prácticamente diciendo que él es un amo duro, que exige lo que no nos ha dado poder para hacer” (PVGM, 297).

A diferencia del anuncio publicado por Shakleton en el diario Times, el llamado de Jesús no terminaría diciendo “[…] honor y reconocimiento, en caso de éxito”. El éxito está asegurado. “[…] Cuando nos entregamos completamente a Dios y en nuestra obra seguimos sus instrucciones, él mismo se hace responsable por su realización. Él no quiere que conjeturemos en cuanto al éxito de nuestros sinceros esfuerzos. No debemos pensar en el fracaso. Hemos de cooperar con Uno que no conoce el fracaso (MJ 219).

Sobre el autor: Secretario Ministerial de la División Sudamericana.