El ejemplo de Daniel nos motiva y ayuda en nuestra búsqueda de reavivamiento y reforma.

Como líderes del pueblo de Dios, la invitación al reavivamiento y la reforma debe hallar primero una respuesta en nosotros, de tal manera que el proceso alcance a toda la iglesia. Esto la capacitará para concluir la misión evangelizadora. En este artículo, presentaremos algunas lecciones fundamentales, a partir de la experiencia de Daniel, que pueden ayudarnos a ser hombres guiados por el Espíritu de Dios.

Al final del siglo VII a.C., el mundo estaba agitado. El poderoso Imperio Asirio estaba declinando de manera irreversible, y Babilonia se asomaba como el nuevo poder dominante. Esta agitación afectaba directamente al pueblo de Dios, ya que Israel estaba situado en la encrucijada de muchas naciones; en el camino de Babilonia hacia Egipto, y viceversa. Daniel, un joven de entre 15 y 18 años, fue sacado de su tierra y de en medio de su pueblo; de la cercanía a la casa de Dios, en Jerusalén, y fue llevado cautivo hacia un lugar extraño. Este fue un momento de crisis para este joven hijo de Dios. En tiempos como estos, las personas evidencian distintas reacciones. En el caso de Daniel, podría haberse rebelado en contra de Dios, con la excusa de que el Señor no había cuidado de su heredad, Israel; de su santa ciudad, Jerusalén; de su habitación, el Templo; ni de sus hijos. Pero, esa no fue la reacción de Daniel; por el contrario, su conducta nos lo presenta como una persona profundamente espiritual.

Un hombre diferente

La primera referencia a la espiritualidad de Daniel se halla en el capítulo cuatro de su libro. Ante el fracaso de los consejeros en interpretar el sueño que tuvo Nabucodonosor referido a un gran árbol, el profeta fue llamado para solucionar la dificultad. En este episodio, el rey se refirió a Daniel como alguien que poseía algo especial; es decir, “en quien mora el espíritu de los dioses santos” (Dan. 4:8, 9, 18). Aunque la palabra traducida como “dioses” contiene una alusión pagana, igualmente puede ser utilizada para referirse al Dios verdadero.[1] Tal vez por esta razón, la versión de Teodoción traduce: “En sí el Santo Espíritu de Dios”.[2] Independientemente de estas cuestiones lingüísticas, la calificación de Daniel para la interpretación de sueños residía en que Dios habitaba en él. Y este es también el requisito para el discernimiento espiritual hoy.

Posteriormente, se registra otro hecho memorable: los sabios de Babilonia nuevamente revelaron su incompetencia para descifrar la inscripción en la pared, y Belsasar quedó aterrorizado (Dan. 5). Nuevamente lo llaman, porque en él “mora el espíritu de los dioses santos” (vers. 11). Se debe destacar que entre el episodio del capítulo cuatro y el cinco ya habían pasado unos treinta años. Pero, Daniel era aún conocido como el hombre en quien estaba el Espíritu de Dios.

Finalmente, en el capítulo seis, el rey Darío reconoce que en Daniel había un “espíritu superior” (vers. 3). Por esta razón, el rey deseaba promoverlo al lugar jerárquico más elevado posible en el reino. Las cualidades espirituales de este siervo de Dios fueron consideradas esenciales por la nueva administración. En general, cuando las empresas quieren conformar un grupo de ejecutivos de excelencia, buscan rasgos como la proactividad, las calificaciones académicas o gerenciales, las especializaciones, las competencias probadas por otras realizaciones o proyectos, entre otros. Rara vez se considera el aspecto espiritual.

Sin embargo, un individuo comprometido con Dios, guiado por el Espíritu, puede ser la persona correcta para enfrentar los desafíos. Si en los días de Darío tal tipo de persona fue necesaria, mucho más en nuestros días, ya que los desafíos son mayores aún que la mera administración de un imperio. Hoy el desafío es derribar las fortalezas de la incredulidad, del ateísmo, del agnosticismo, del materialismo, del secularismo, del desinterés por el evangelio; y reorganizar esas vidas afectadas por estas ideas, presentándoles principios celestiales que les brinden un nuevo sentido de existencia. Para ese desafío, son necesarios hombres y mujeres a quienes el Espíritu Santo de Dios posea.

Nuestra convicción es que la experiencia de Daniel nos sugiere pasos prácticos en este empeño, por el cual buscamos mayor espiritualidad, reavivamiento y reforma.

Una decisión determinada

El texto destaca que Daniel “propuso en su corazón no contaminarse” (Dan. 1:8). Se evidencia que la decisión de Daniel apunta a sus convicciones profundas. Fue una decisión que brotó del corazón, no una consecuencia de las presiones externas. Daniel era un joven guiado por lo que es correcto delante de Dios y por su fidelidad a él.

Además, observamos que fue una resolución firme, que debía mantenerse independientemente de las consecuencias. Tenía que ver con no contaminarse. Esta se refiere a la contaminación moral o ritual.[3] Daniel no estaba dispuesto a sufrir ningún tipo de contaminación que Babilonia pudiese ofrecer.

Las implicancias son claras para los hijos de Dios en todas las edades. Siempre estaremos expuestos a situaciones en las cuales tendremos que decidir mantenemos incólumes. La facilidad con la que hoy podemos contaminar nuestra mente debe conducirnos a corregir varias de nuestras acciones. Conectarse a Internet puede ser el primer paso hacia la ruina espiritual; este es solo un ejemplo, cada persona sabe aquello que le representa “la porción de la comida del rey”. Si deseamos ser reconocidos como hombres y mujeres del Espíritu, primero deberemos decidir no contaminarnos.

Un hombre de oración

Luego de su graduación, Daniel enfrentó otra crisis en ocasión del sueño del rey (Dan. 2). Si en la primera el desafío era mantenerse puro en medio de un ambiente adverso, en esta su propia vida corría peligro. Fue condenado a muerte junto con los sabios de Babilonia, sin saber por qué razón. No se le consultó sobre el problema que perturbaba al rey, pero aun así fue condenado. ¿Qué hizo Daniel? Buscó información sobre el asunto y pidió tiempo; el texto enfatiza que clamó a Dios. Exhortó a sus compañeros a “que pidiesen misericordias del Dios del cielo sobre este misterio, a fin de que Daniel y sus compañeros no pereciesen con los otros sabios de Babilonia” (Dan. 2:18). Como sabemos, la oración fue contestada, y la vida de todos fue salvada.

Casi al final de su vida, Daniel enfrentó otra crisis que amenazó su vida (Dan. 6). Al saber que sería promovido, ciertas personas influyentes en el reino se unieron con la intención de derribar al anciano siervo de Dios. En su búsqueda de poder, camuflaron sus verdaderas intenciones bajo un pretexto religioso. Estos hombres estaban motivados por la envidia profesional, y no permitirían que alguien extraño a su círculo recibiera los privilegios que ellos consideraban como exclusivos. Al enterarse Daniel, no se intimidó. Ellos presionaron al rey, a fin de que cumpliera el decreto ejecutando a Daniel (Dan. 6:7, 12, 16).

A fin de que su plan resultara, “los enemigos del profeta contaban con la firme adhesión de Daniel a los buenos principios para que su plan tuviese éxito”[4] O, como afirmó William Shea, “Daniel tenía fe en su Dios, pero sus compañeros tenían fe en Daniel”.[5] Esto era, simplemente, la consecuencia de una vida de consagración y de confianza en Dios. En su adolescencia, cuando llegó a Babilonia, Daniel decidió mantenerse fiel a los principios en los cuales había sido educado; en su vejez, las amenazas de muerte no fueron suficientes para que se rindiera. Daniel mantuvo su vida devocional sin alterarla en lo más mínimo. La oración formaba parte integral de su existencia. En otro episodio de su vida, vemos que él buscó a Dios en “oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza” (Dan. 9:3). Al analizar este ejemplo, debemos tener en mente que “solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento”.[6]

Estudiante de la Biblia

Al final del capítulo 8, hallamos a Daniel perturbado a consecuencia de la revelación recibida. Al final, ¿cómo podría armonizar los 70 años de cautiverio predichos por el profeta Jeremías con las 2.300 tardes y mañanas? ¿Qué significaba que la purificación del Santuario ocurriría al final de ese periodo? ¿Significaba esto que el Templo no sería restaurado? ¿Y que de la ciudad?

Ante este panorama, Daniel tomó una actitud notable. Tenía comunión con el Cielo, pero eso no lo hizo presuntuoso; no esperaba recibir de manera sobrenatural lo que podía adquirirse, de forma natural, con la ayuda del Espíritu. Perplejo ante la incongruencia entre las 70 semanas y las 2.300 tardes y mañanas, el profeta se propuso estudiar las Escrituras, en búsqueda de respuestas.

Si un profeta de Dios en momentos de perplejidad se dedicó a estudiar la Escritura con oración ferviente, ¡cuánto más debiéramos nosotros dedicarnos a la investigación y la reflexión exhaustivas sobre las profundas verdades comunicadas por el Cielo! “Es necesario que haya un estudio mucho más de cerca de la Palabra de Dios; especialmente Daniel y el Apocalipsis deben recibir atención como nunca antes en la historia de nuestra obra”.[7]

Al mismo tiempo, no debemos olvidar que “el estudio de las Sagradas Escrituras es el medio divinamente instituido para poner a los hombres en comunión más estrecha con su Creador y para darles a conocer más claramente su voluntad”.[8] Además, “da constancia en los propósitos, paciencia, valor y perseverancia; refina el carácter y santifica el alma”.[9]

Testimonio humilde

Es una práctica reprochable el que nos apropiemos de los éxitos y deleguemos los fracasos. En realidad, debería ser lo contrario: compartir el éxito y asumir los fracasos. Lamentablemente, nuestros egos, en ocasiones, no permiten que el verdadero Autor sea conocido. Detrás de expresiones piadosas, se esconde un corazón orgulloso, y Dios es usado como un trampolín a fin de promover nuestros propios planes.

Una vez más, el ejemplo de Daniel merece nuestra consideración. Recordemos que, en ocasión de los eventos del capítulo dos, él no tenía más de 21 años. Podría haberse dejado llevar por la falta de experiencia, y aprovechado la oportunidad para enaltecerse en la corte de Babilonia. Pero no lo hizo; era plenamente consciente de quién era la fuente de la sabiduría y de las revelaciones recibidas (Dan. 2:20, 30). No buscó llamar la atención sobre sí mismo, sino sobre el “Dios en los cielos, el cual revela los misterios” (Dan. 2:28).

Como resultado de su testimonio, Nabucodonosor llegó a reconocer la superioridad del Dios de Daniel (Dan. 2:47); que el “Altísimo […] vive para siempre”, y su “dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades” (Dan. 4:34). De modo semejante, Darío el Medo, reconoció que “es el Dios viviente y permanece por todos los siglos […]. Él salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones” (Dan. 6:26, 27).

El “yo” debe desaparecer ante la grandeza y la majestad del Señor del Universo, y nuestro único deseo debe ser dar a conocer su nombre y sus obras, con el propósito de que las personas se rindan ante su poder.

Sobre el autor: Capellán del Hospital Adventista Silvestre, Rio de Janeiro, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 4, p. 816.

[2] Stephen Miller, Daniel (Nashville: Broadman Holman Publishers, 2001), p. 131.

[3] Ibíd, p. 66.

[4] Elena de White, Profetas y reyes, p. 397.

[5] William H. Shea, Daniel 1-7: prophecy as history (Boise, Idaho: Pacific Press, 1996), p. 121.

[6] White, Mensajes selectos, t.1, p. 141.

[7] Testimonios para los ministros, p. 109.

[8] El conflicto de los siglos, P-75.

[9] Ibíd, p. 101.