[N. de la R.—Este excelente artículo del Dr. Wood presenta algunos pensamientos y un diagrama que podrían constituir el fundamento de una serie de estudios devocionales para reuniones de oración. —R. A. Anderson.]

Pablo exhortó a los miembros de la Iglesia de Corinto a que se examinaran a sí mismos para ver si estaban en la fe. (2 Cor. 13:5.) David por su parte exclamó: “Pruébame, oh Jehová, y sondéame: examina mis riñones y mi corazón.” (Sal. 26:2.)

Sería muy bueno que a menudo—podría ser una vez por trimestre, —tanto los obreros como los miembros laicos se sentaran quietamente para estudiar las bienaventuranzas (Mat. 5:1-12) tal como nos las presenta “El Discurso Maestro de Jesucristo,” a fin de considerar con oración el crecimiento espiritual experimentado por cada cual. El hecho de que el hombre se haya desarrollado en un ambiente de pecado y miseria no es razón para que no se dé la bienvenida a la transformación del carácter que Cristo quiere realizar.

“Cristo, viniendo a la tierra como hombre, vivió una vida santa, y desarrolló un carácter perfecto. Ofrece éstos como don gratuito a todos los que quieran recibirlos. Su vida reemplaza la vida de los hombres. Así tienen remisión de los pecados pasados, por la paciencia de Dios. Más que esto, Cristo imparte a 1°5 hombres atributos de Dios. Edifica el carácter humano a la semejanza del carácter divino, produciendo una obra espiritualmente fuerte y bella. Así la misma justicia de la ley se cumple en el que cree en Cristo. Dios puede ser ‘justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús.’” —”El Deseado de Todas las Gentes” pág. 695.

Cristo no puede edificar ese carácter en nosotros a menos que estemos ansiosos de que lo haga y dispuestos a dejarlo obrar. El cuadro sinóptico que se incluye en estas páginas se ofrece para ayudarnos en esta tarea. Se notará que las bienaventuranzas realmente revelan detalles muy definidos del carácter que Cristo puede aprobar.

En cada uno de los nueve casilleros del cuadro sinóptico encontraremos a la izquierda las palabras que describen la condición del alma humana que no conoce a Cristo, y a la derecha las que presentan el carácter de aquellos que cumplen la voluntad del Señor. Notaremos que hay además otros diez casilleros destinados a la clasificación.

Al analizar cuidadosamente las pocas páginas de “El Discurso Maestro de Jesucristo” que tratan acerca de este tema, notaremos cuán profundamente penetra Jesús en las intenciones del corazón y cuán definidamente las revela. Cada cual puede medir su propio desarrollo espiritual con mucha exactitud si compara su carácter con las cualidades mencionadas a la derecha del cuadro; de este modo puede hacer su propio gráfico, lo que le revelará con bastante aproximación hasta qué punto ha podido cumplir la voluntad de Cristo.

Todos nosotros sabemos bien que la batalla contra el yo es la mayor de la vida. Por otra parte, Jesús ciertamente quiere que todos comprendamos cuál es su voluntad para con los hijos de Dios. Hay tantas hermosas declaraciones en “El Discurso Maestro de Jesucristo” que resumen las constantes experiencias del crecimiento cristiano, que nos sentimos tentados a convertirlas en lemas que podríamos recordar continuamente mientras tratamos de obtener la semejanza divina. Cuando se haya recibido al fin plenamente la naturaleza de Cristo, los resultados de la nueva vida en él se verán aquí en la tierra. Entre otras cosas, el reino de los cielos no será algo que vislumbraremos como un acontecimiento situado en el lejano futuro, sino que podremos gozar de él aquí, en esta vida.

“A medida que entramos por Jesús en el descanso, empezamos aquí a disfrutar del cielo. Respondemos a su invitación: Venid, aprended de mí, y al venir así comenzamos la vida eterna. El cielo consiste en acercarse incesantemente a Dios por Cristo. Cuanto más tiempo estemos en el cielo de la felicidad, tanto más de la gloria se abrirá ante nosotros; y cuanto más conozcamos a Dios, tanto más intensa será nuestra felicidad. A medida que andamos con Jesús en esta vida, podemos estar llenos de su amor, satisfechos con su presencia. Podemos recibir aquí todo lo que la naturaleza humana puede soportar.”’—”El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 286.

“El cielo debe comenzar en esta tierra. Cuando el pueblo del Señor esté lleno de mansedumbre y ternura, comprenderá que el estandarte de Dios es amor sobre ellos y el fruto del Señor será dulce a su paladar. Harán de esta tierra un cielo en el cual prepararse para el cielo de arriba.”—”Testimonies,” tomo 7, pág. 131.

A medida que Jesús sentía el consuelo de la presencia de su Padre, y fluía de su corazón esa agua viva que lo capacitaba para desarrollar una nueva clase de paz, lo que él llamó “mi paz,” pudo vislumbrar a su Padre tan perfectamente que se le dio el derecho y el poder de crear de nuevo esas características en otras vidas. Llegará el tiempo en que esas virtudes se desarrollarán plenamente en la vida de todos nosotros. Quiera Dios apresurar ese día y ayudarnos a comprender que “lo que somos ahora en carácter y servicio santo es el símbolo seguro de lo que seremos.”—”La Educación,” pág. 297.

Sobre el autor: Profesor de arqueología del seminario teológico adventista.