“Su sermón me agradó mucho. ¡Felicitaciones!” Esta es una frase que el pastor escucha muchas veces.

            Un ministro de Dios, cualquiera sea la responsabilidad que ocupe en la obra, en una u otra ocasión recibirá elogios por algún trabajo que haya realizado, y puede tener que enfrentar, de esa manera, la tentación de la autosuficiencia, el orgullo y la exaltación propia.

            Otras veces lo alcanzan las saetas de la crítica, y puede verse tentado a caer en el desánimo. En la vida del ministro de Dios esos dos extremos son peligrosos: el elogio que puede llevar a la exaltación, o la crítica que puede conducir al abatimiento.

            La actitud de Cristo frente a la exaltación y la crítica debe ser también la nuestra, pues él es nuestro maravilloso ejemplo. El espíritu de profecía nos dice al respecto: “En el corazón de Cristo, donde reinaba perfecta armonía con Dios, había perfecta paz. Nunca le halagaban los aplausos, ni le deprimían las censuras o el chasco. En medio de la mayor oposición o el trato más cruel, seguía de buen ánimo. Pero muchos de los que profesan seguirle tienen un corazón ansioso y angustiado porque temen confiarse a Dios” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 297. La cursiva es nuestra).

            Es muy natural que nos alegremos con las victorias que alcanzamos, pero toda la gloria de nuestras conquistas y realizaciones debe pertenecer enteramente a Cristo. La Biblia dice con profunda justicia: “A otro no daré mi gloria” (Isa. 42:8).

            R. A. Torrey, destacado evangelista y amigo íntimo del gran siervo de Dios D. L. Moody, nos relata el siguiente incidente: “Me acuerdo bien de un obrero con quien estuve estrechamente asociado en un gran movimiento de evangelización. Las reuniones tenían buena concurrencia, y él estaba muy feliz con el éxito del trabajo. Mientras caminábamos juntos por la calle en dirección a la reunión, me dijo: ‘Torrey, tú y yo somos las dos personalidades más importantes entre las que se ocupan en la obra cristiana en este país’. Le respondí: ‘Juan, me entristezco al oír semejante cosa, porque cuando leo mi Biblia encuentro los casos de muchos hombres que, después de hacer grandes obras, fueron puestos a un lado por Dios debido a la exagerada opinión que tenían de sí mismos”.

            “Y así ocurrió: Dios no usó más a ese obrero. Creo que todavía vive, pero hace mucho tiempo que no se oye hablar de él”.

            A veces puede surgir un hombre promisorio que cuando Dios lo usa, comienza a tener una opinión exagerada de sí mismo, a tal punto que el Señor lo tiene que dejar de lado. Algunos han naufragado en el mar de la autosuficiencia.

            Ayúdenos Dios a ser siempre humildes y a trabajar para gloria de Aquel cuya senda, desde el pesebre hasta el Calvario, fue de completa humildad.

            Ahora, hablando de la crítica que comúnmente enfrenta el pastor, pienso que debemos actuar de la siguiente manera (más, he orado al Señor para que yo obre también así): Si la crítica fuere justa y merecida, seamos suficientemente humildes como para reconocer nuestros errores y corregirnos, y hagamos de ella un instrumento de perfeccionamiento. Si, por el contrario, la crítica fuese calumniosa e inmerecida, no pregonemos nuestra inocencia a los cuatro vientos, ni cerremos los puños en defensa propia; dejemos nuestra defensa en manos de Cristo, que él a su tiempo hará justicia.

            El corazón del siervo de Dios no debe abrigar ningún resentimiento, ni odio ni espíritu de venganza. Descansemos y confiemos en estas promesas: “Pero si en verdad oyeres su voz e hicieres todo lo que yo te dijere, seré enemigo de tus enemigos, y afligiré a los que te afligieren” (Exo. 23:22).

            “Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová” (Isa. 54:17).

Sobre el autor: Pastor de la Asociación Paulista, Brasil.