La misión evangelizadora en una guerra entre Cristo y Satanás, en la que estamos empeñados en conquistar territorio para Cristo.

En 1968, cuando los estudiantes de la Universidad de París, en protesta, crearon la frase “Está prohibido prohibir”, estaban lejos de percibir que acababan de abrir la caja de Pandora de un nuevo sentimiento. El posmodernismo ya estaba presente en algunos círculos académicos pero, con la liberación de movimientos que deseaban apartar la visión del mundo y de la autoridad que consideraban obsoletas, el posmodernismo ganó las dimensiones de fenómeno cultural.

En el sentido filosófico, el posmodernismo podría ser descrito, resumidamente, como “una negación de la realidad de un mundo unificado como objeto de nuestra percepción… Los posmodernos rechazan la posibilidad de construir una única visión correcta del mundo y se contentan solo con hablar de muchas visiones y, por extensión, muchos mundos.[1] Es un abanico de ideas filosóficas, sociológicas, hermenéuticas, históricas, antropológicas y éticas. Uno de sus postulados fundamentales es la búsqueda de respuestas en muchas fuentes. Debido a sus varias formas, muchos ven al posmodernismo como una amenaza. Otros lo ven como la solución a todos los problemas.[2]

Todavía inconscientes del hecho de que una nueva era histórica dio inicio, nos resistimos furiosamente a la desarticulación de la condición humana: un rechazo posmoderno contemporáneo de las cosmovisiones de la civilización occidental. Todavía resistimos la descentralización del yo (o la descentralización del ego, una expresión favorita de Foucault y otros posmodernos) y,por lo tanto, no queremos admitir que entramos en la era posmoderna hace mucho tiempo.

Mentalidad posmoderna

La ambivalencia de la llegada del posmodernismo es también la ambivalencia de su contenido. En verdad, nadie sabe, finalmente, lo que es el posmodernismo. ¿Es una crítica al modernismo? ¿Es una extensión madura del proyecto modernista? ¿Es el desarrollo de una nueva visión mundial? ¿Es todo esto junto?

Muy ciertamente, el posmodernismo rechaza las premisas del modernismo. Desde el punto de vista histórico, es obvio que una tendencia filosófica es sustituida por otra. Michael Epstein afirmó: “El posmodernismo es el estado de cultura que sustituye la nueva era y lanza al pasado el proyecto modernista, cuyos fundamentos fueron el valor del conocimiento realista, la acción racional y autoconsciente del individuo y la fuerza individual en la organización consciente de la humanidad”.[3]

Las características del proyecto modernista, descritas por Epstein, pertenecen a la llamada Era del Iluminismo, en la que la razón prevaleció a través de la prosperidad activa de la ciencia y de la tecnología. Una de las reacciones prácticas e intelectuales a esa forma de modernismo fue el romanticismo del siglo XIX. El siglo XX estuvo caracterizado por los “ismos” de agrupamiento de las más recientes visiones del mundo (marxismo, fascismo, positivismo, existencialismo, nihilismo, etc.).

Visto históricamente, el posmodernismo surgió en el vacío de todas esas tendencias, madurando hacia los años 70, cuando realmente surgió, en Francia, el espacio para la sospecha generalizada en relación con el racionalismo, el progreso y la verdad objetiva. El proyecto modernista de los “ismos” racionales, la creencia general en el progreso de la raza humana y la creencia en una verdad objetiva son cosas ya superadas, en la visión posmoderna.

Tal vez, la mayoría de los cristianos no comprenda la esencia del posmodernismo en el sentido filosófico. Además, muchos ni siquiera escucharon hablar de Foucault, Derrida, Lyotar o Baudrillard.

Por otro lado, la iglesia vive en un nuevo ambiente cultural, formado y modelado por la filosofía posmoderna; es decir, la posmodernidad. Se trata de una amplia matriz cultural de pensamiento y comportamiento; un estilo de vida, no sencillamente un conjunto de creencias. Ese estilo de vida -nuestro modo de ser, conocer y actuar- es modelado por la televisión, Internet y la globalización, entre otros instrumentos.

Realidades virtuales

Neil Postman afirmó que “la televisión conquistó la posición de ‘meta-medio’: una institución que dirige no solo nuestra comprensión del mundo, sino también nuestra comprensión de la manera de comprenderla”.[4] Inconscientes de estas presuposiciones filosóficas, millones de personas han experimentado una transformación en su manera de percibir y evaluar la información. Como dijo Jacque Ellul, “la realidad visual de imágenes conectadas no puede tolerar el discurso, la explicación o la reflexión críticos… [La actividad cognitiva] presupone cierta distancia, o apartamiento, de las escenas, considerando que las imágenes requieren que esté continuamente en ellas”.[5] En lugar de la palabra, la imagen se convirtió en la ejecución del modo posmoderno de conocimiento. El pensamiento reflexivo fue descartado. La apariencia y la superficialidad reinan sobre la esencia y la profundidad del pensamiento. El mundo se hizo virtual.

Internet modificó la vida en el mundo occidental; las vías modernas de información y comunicación han sido sustituidas por vías posmodernas. En la “pantalla mental” del monitor de la computadora está ocurriendo “la muerte de la metáfora” Lo que una vez fue proyectado como concepción mental, ahora se ha convertido en espacio antimetafórico de simulación absoluta, a través de Internet. Internet se está convirtiendo en un mundo absoluto por sí mismo. Lo que debería haber sido un “mapa de la realidad”, se ha transformado en la realidad. En la red global, la realidad es anulada, y el espacio hiperrreal de simulación es creado. Unido a esto, nos perdemos y nos convertimos en máquinas.

La posmodernidad tiene el objetivo preciso de desvalorizar y despreciar la importancia de la verdad absoluta. El pensamiento y la reflexión son sustituidos por la superficialidad artificial de la realidad, simbolizada por la imagen.

Indudablemente, la predicación del evangelio en esta nueva contextualización necesita reconsiderar la televisión, Internet y la perspectiva global, como medios para conquistar el mundo para Jesús. Por otro lado, tenemos que enfrentar la siguiente cuestión: estos cambios culturales, ¿realmente han creado una nueva contracultura, incompatible con la fe cristiana?

Comunidad y misterio

El posmodernismo niega la existencia de Dios, en el sentido bíblico. La realidad objetiva y el criterio objetivo para la verdad y la moral son rechazados. Por lo tanto, nadie puede asumir que existe alguna compatibilidad teórica entre las visiones cristiana y posmoderna de la realidad. Si los filósofos posmodernos hablan acerca de Dios, dicen que él, a semejanza del mundo, es virtual. Según Baudrillard, Dios no tiene el derecho de tener criterio objetivo para nuestro pensamiento y nuestra vida, porque también se encuentra en el campo de la “simulación” Consecuentemente, en el mundo posmoderno, Dios está completamente más allá de nuestras obligaciones morales y éticas.

Por otro lado, existen conceptos similares (no compatibles); pero son usados en contextos completamente diferentes. Tomemos, por ejemplo, las ideas de comunidad y misterio, que constantemente se afirma que son compatibles con el cristianismo. Cuando los filósofos y los teólogos posmodernos hablan acerca de asentimiento común y verdad, enfatizan la influencia cultural en nuestro conocimiento de la verdad. La verdad es conocida exclusivamente dentro de la comunidad de alguien; la perspectiva de esa comunidad es la única verdad conocida.[6] Por causa de nuestra personalidad común, cada verdad aceptada es subjetiva y cultural; jamás es objetiva. Al contrario de esto, cuando, como cristianos, nos referimos a la comunidad, estamos hablando acerca de comprensión y apropiación común de la verdad objetiva de Dios en las Escrituras. Como comunidad, no aceptamos el pluralismo de la fe subjetiva o cultural, como lo hacen los posmodernos. En lugar de eso, aceptamos una única verdad objetiva, que es revelada en el Cristo de las Escrituras. Filosóficamente hablando, el concepto de comunidad en el cristianismo no es metafísico, sino epistemológico.

En lo que atañe al misterio, los posmodernos lo ven como algo completamente irracional, o incluso antirracional. Los modos de conocimiento se convierten en los medios de cuestiones misteriosas e intuitivas para la verdad. Por otro lado, los cristianos creen en los poderes de la razón y de la racionalidad en el conocimiento de la verdad tal como es en Cristo (Rom. 1:21, 22). En verdad, Cristo es un profundo misterio, pero no al punto de no poder ser aceptado por la razón.

Esto puede ser visto en Colosenses 2:2 y 3, donde Pablo expresa el deseo de que sus destinatarios comprendan “todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento”. Al contrario de los posmodernos, el apóstol no disocia conocimiento y misterio, porque Cristo, como misterio, es un misterio revelado; alguien que es conocido y experimentado.

De hecho, el misterio de Dios y de su Espíritu es superracional; jamás completamente comprendido por los seres humanos. Por lo tanto, la idea de misterio en la Biblia nunca está exenta del conocimiento y la racionalidad humanos.

Amor como tolerancia

Al no poseer la certeza de los creyentes, los posmodernos tienen la siguiente máxima: “No nos moveremos de la falsa certeza a la verdadera incertidumbre”. Un conocimiento de las Escrituras, con textos inspirados, para el desarrollo de las doctrinas de la iglesia (sobre las que nos levantamos o caemos, como comunidad y como discípulos de Cristo), no es algo anticuado. Eso significa que imagen y símbolo no son todo lo que debemos ofrecer a los posmodernos. Sí, el apóstol Pablo declara que Cristo es la imagen del Dios invisible (Col. 1:15), pero esa es una imagen de revelación de la verdad. Así, no se trata de imagen conforme a la comprensión de los posmodernos: la superficie de la realidad sin significado permanente.

Hasta el “amor” es comprendido en forma diferente. En la cultura posmoderna, amor siempre es tolerancia. Por otro lado, esa tolerancia es una teoría según la cual, básicamente, nadie tiene el derecho de creer en la verdad objetiva. Si alguien desea ser aceptado en amor, necesita aceptar la idea de la verdad subjetiva, dado que la verdad objetiva amenaza, juzga, excluye y hasta persigue. Como diría Foucault, “el acto de conocer (la verdad) es siempre un acto de violencia”.[7]

En la Biblia, cuando Cristo habló acerca de la tolerancia, jamás negó la existencia de la verdad objetiva: él mismo y sus enseñanzas. Si aceptamos la idea de una verdad objetiva que conocemos por obra del verdadero Espíritu (aceptación subjetiva), y todavía deseamos ser tolerantes y humildes hacia todos los seres humanos, incluso para con los posmodernos, estamos transitando el mismo camino de Cristo y su cruz.

Cuidado para no comprometerse

Así, es crucialmente importante no repetir el engaño de la iglesia primitiva. Los padres de la iglesia no reconocieron que la evangelización de los paganos no es evangelización hacia una cultura parcialmente compatible. En verdad, fue evangelización en la contracultura de la filosofía y la mitología griega, que eran radicalmente opuestas a la verdad bíblica. Una mente fantástica como la de Agustín cometió esta clase de engaño y creó una “teología filosófica”, que no estaba basada en la Biblia, sino que era una forma de “liberalismo descuidado”;[8] algo contra lo que advierte Elena de White.

Las relaciones, la amistad, el amor y la preocupación por los semejantes son muy importantes para todo discípulo de Cristo, pero no son todo lo que representa el cristianismo. Es verdad que los posmodernos quieren pertenecer y mantener relaciones profundas, pero no es verdad que su percepción de un sistema de creencias necesariamente debe suceder luego de su sentido de pertenencia. La creencia y la pertenencia van de la mano. En nuestros esfuerzos evangelizadores, debemos alcanzar a las personas donde ellas se encuentren, sin asumir que pertenecen a categorías determinadas de personas que deseamos evangelizar. Es por eso que, a veces, usamos artificios al hablar de evangelización en el sentido estratégico, porque toda estrategia es parcialmente humana; por lo tanto, falible.

Una estrategia de evangelización debería apuntar a las semejanzas y compatibilidades con la cultura popular; por otro lado, si el contenido de la fe cristiana es reducido a las expectativas de los posmodernos (o modernos, o cualquier otro sistema de creencias), ponemos en riesgo el mensaje de Cristo y el poder de la “verdad presente”. Si utilizamos el lenguaje posmoderno o un vocabulario no “amenazante”, nunca debemos hacer eso a expensas de la verdad tal como está revelada en la Palabra de Dios.

Algunas veces se escucha que la creación de relaciones -evangelización de amistad- tiene mayor valor que la evangelización pública doctrinal. Pero el hecho es que Cristo hizo las dos cosas. En nuestras estrategias humanas, jamás deberíamos devaluar las estrategias de Cristo y sus valores en la misión. Los posmodernos necesitan de la evangelización doctrinal. Sin eso, existe el peligro de que las personas piensen que la comunidad, el amor y las relaciones lo son todo en el cristianismo. A fin de cuentas, así les fue presentado. De esta manera, la iglesia se convierte en un puerto seguro humanitario, proveedor de bienestar psicológico, que otras agencias humanitarias también pueden ofrecer. Pablo no se hizo “necio” (2 Cor. 12:11), viajando por el Imperio Romano, primariamente para “hacer amigos”. Lo hizo para predicar la verdad.

En la misión evangelizadora, que es una guerra frontal entre la verdad y el error, la luz y las tinieblas, Cristo y Satanás, estamos realmente empeñados en conquistar “territorios” para Jesucristo. En la contracultura, debemos utilizar las “contrarmas”; y ellas son el poder de la verdad de Cristo, el amor y la amistad que su Palabra modela. Eso es posible solo a través de la profunda conversión y el reaviva- miento de la comunidad de la fe, operados por el Espíritu Santo, no por sabiduría estratégica. Si la misión de Cristo hubiera si desempeñada con la preocupación de no usar “vocabulario chocante”, ¿por qué usaría tan frecuentemente palabras como “infierno” para hablar del destino final de los impenitentes? Es cierto que la verdad ha de ser proclamada en amor y humildad, pero también con poder y convicción. No es raro intentar minimizar los requerimientos de la fe, con el argumento de que es necesario crear un ambiente “seguro” que no escandalice a los posmodernos. Esa no fue la estrategia de Cristo.

En resumen, viviendo en la contracultura de la posmodernidad, como discípulos de Cristo primeramente debemos exaltar y defender las ideas cristianas de creencia, reavivamiento y discipulado, mientras que, al mismo tiempo, creamos un ambiente que atraiga a hombres y mujeres que necesitan aceptación y amistad. Basados en la Palabra de Cristo y en el poder de su Espíritu, podemos hacer las dos cosas.

Sobre el autor: Doctor en Teología, pastor en París, Francia.


Referencias

[1] Stanley J. Grenz, A Primer on Postmodernism (Grand Rapids, MI: Eerdmans Pub. Co., 1996), p. 40.

[2] David S. Dockery, The Challenge of Postmodernism (Grand Rapids, MI: Baker Books, 1995), p. 13.

[3] Michael Epstein, The Origins and Meaning of Russian Postmodernism (National Council for Soviet and East European Research, 1993), p. 91.

[4] Neil Postman, Amusing Ourselves to Death (Nueva York: Penguin Books, 1985), pp. 78, 79, citado en Douglas Groothuis, Truth Decay (Downers Grove, II: InterVarsity Press, 2000), p. 282.

[5] Jacque Ellul, The Humiliation of the Word (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1985), p. 142.

[6] Richard Rorty, Contingency, Irony and Solidarity (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 1898).

[7] Stanley J. Grenz, p. 133.

[8] Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 91.