“Justicia social” es una expresión muy polémica. Es un concepto debatido. Por esta razón, prefiero utilizar la expresión “justicia bíblica”. En la Biblia, el término justicia significa, semánticamente, juzgar, gobernar, ser justo y correcto (Dictionary of the Old Testament: Prophets, p. 466). En su aplicación práctica, podemos decir que, para ser justos, debemos tratar a todos con imparcialidad. La justicia y la generosidad armonizan. De acuerdo con la Biblia, las limosnas que damos a los pobres se denominan “obras de justicia” y deberían realizarse sin ostentación (ver Mat. 6:1, 2, NVI). Tales obras de justicia expresan el carácter de Dios y deben realizarse en favor de las personas vulnerables que, según el Antiguo Testamento, son: las viudas, los pobres, los extranjeros y los huérfanos (ver Zac. 7:9, 10; Deut. 10:17-19). Alguien podría preguntar: ¿Por qué deberíamos preocuparnos por estas personas? La respuesta es simple: porque Dios se preocupa por ellas. Él se presenta como el “Padre de huérfanos y defensor de viudas” (Sal. 68:4, 5).

“Hace algunos años, en un día frío en la ciudad de Nueva York, un muchachito de diez años, descalzo y temblando, observaba con atención la vitrina de una tienda de calzados. Una mujer se le acercó y le preguntó por qué estaba observando la vitrina con tanto interés. Él le respondió que le estaba pidiendo a Dios que le dé un par de zapatos. La mujer lo tomó de la mano y lo llevó adentro de la tienda. Le pidió al encargado que le trajera seis pares de medias; pidió también una palangana con agua y una toalla. Llevó al muchachito al fondo de la tienda, se quitó los guantes, lavó sus pies y los secó con la toalla. El encargado llegó con las medias. La mujer puso las medias en los pies del niño y le dio un par de zapatos. Colocó su mano en su cabeza y le preguntó si se sentía más cómodo. Cuando se dio vuelta para salir, el asombrado muchachito tomó su mano y, con lágrimas, le preguntó: ‘¿Usted es la esposa de Dios?’ Aquel niño pronunció una verdad más grande de lo que imaginaba. La iglesia de Dios es su novia, su esposa […].” (Lição da Escola Sabatina, ed. Maestros, 3er trim. 2016, p. 29).

Dios espera que su iglesia refleje su carácter al hacer “obras de justicia”. Eso es lo que Elena de White denominó mente de Cristo: “Cuando la mente de Cristo llega a ser nuestra mente, y sus obras nuestras obras, seremos capaces de observar el ayuno descripto por el profeta Isaías: […] (Is 58:6). Descubran cuál es la necesidad de los pobres y sufrientes y, entonces, con amor y bondad, ayúdenlos a tener coraje, esperanza y confianza al compartir con ellos las buenas cosas que Dios les ha dado” (Pacific Union Recorder, 21 de julio de 1904).

Existe el peligro de enfatizar excesivamente las “obras de justicia”, convirtiéndolas en la única misión de la iglesia. Entonces, ¿en qué debemos concentrarnos? ¿En hacer “obras de justicia” o evangelismo? En otras palabras ¿qué es más importante: alimentar a los pobres o salvar a una persona?

¡Claro! Debemos predicar el evangelio con nuestra vida y obras. Da a los hambrientos pan para sus cuerpos, pero dales también el Pan de vida para sus almas. Provee de agua a los sedientos para saciar su sed física, y también Agua viva para saciar su sed espiritual. Construye una casa para los que no tienen techo aquí en la Tierra y luego prepáralos para la casa que Jesús construyó en el Cielo.

Cuando nos concentramos principalmente en el evangelismo, el resultado será alimentar a los pobres y ayudar a los oprimidos. Querido pastor, que el Señor nos ayude a integrar la evangelización con la justicia social.

Sobre el autor: secretario ministerial asociado para la Iglesia Adventista en Sudamérica.